domingo, 13 de diciembre de 2015

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C. APERTURA DE LA PUERTA SANTA - HOMILÍA


TERCER DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO C.
APERTURA DE LA PUERTA SANTA
HOMILÍA

Muy queridos hermanos y hermanas,
Con estos dos últimos domingos de Adviento, la Iglesia quiere ayudarnos a tener  nuestros corazones bien dispuestos para la celebración fructuosa de la gran fiesta de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.  Para ello nos pone en contacto, en la Liturgia de la Palabra,  con tres importantes mensajeros y testigos, cuyas vocaciones están estrechamente  vinculadas a la llegada del Salvador: el profeta Isaías  a quien le tocó predecir su llegada, la Santísima Virgen María  a quien Dios le pidió ser la Madre de su Hijo y Juan el Bautista a quien le correspondió ser su vocero y señalar su presencia humana entre los hombres.
Este domingo es conocido por su nombre en latín como domingo Gaudete,  domingo de la alegría. Esta palabra, con sus sinónimos: dicha, gozo, regocijo, júbilo, complacencia, alborozo se repite, en los textos litúrgicos de hoy, una docena de veces. El motivo fundamental de esta algazara lo encontramos en la oración colecta: la proximidad de la fiesta de Navidad y la esperanza de alcanzar la dicha de la salvación que nos trae el niño Dios.  
Hoy se suma otro motivo: la solemne apertura de la Puerta Santa de nuestra Catedral, con la cual acabamos de inaugurar, en nuestra Arquidiócesis marabina, el Año Jubilar de la Misericordia, en estrecha comunión con el Papa Francisco que lo ha convocado y con todos los obispos del mundo. Un año jubilar, es decir un año de júbilo, de gozo inmenso. Ese mismo gozo que según el profeta Isaías, traería consigo la venida del Mesías: “Tu has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo, ellos se regocijan en tu presencia” (Is 9,2).  Es tiempo de júbilo porque es  “el año de gracia” proclamado por el Señor Jesús  en la sinagoga de Nazaret (Cf Lc 4, 16-19),  en el que se concentran todas las bendiciones prometidas  por Dios en la Sagrada Escritura.
Todas esas bendiciones y promesas el Papa ha querido recogerlas en  una sola palabra: Misericordia. Francisco nos invita a entrar jubilosos en este año, para ir juntos al encuentro de Cristo Jesús, fijar nuestra mirada en él, en su vida, en sus gestos, en su misión, en su Evangelio, para descubrir la verdadera identidad de su Padre: su rostro misericordioso.
Eso es lo significa la apertura de la puerta santa y el ingreso de todos nosotros, esta tarde,  en esta catedral a través de ella. Cristo Jesús es la puerta (Cf Jn 10,7), la única puerta por donde la humanidad tiene que entrar para descubrir y gozar de la misericordia de Dios. Al traspasar este umbral entramos en un camino de vida en el que  aprendemos a comportarnos como hijos suyos, hermanos los unos de los otros, en Cristo, y coherederos, en el Espíritu, del mismo Reino de los cielos. Al entrar por la Puerta santa de catedral, la Puerta de la Misericordia, deseo de todo corazón, mis queridos hermanos, que experimenten algunas vivencias fundamentales.
Primero, descubrir, embelesados, la belleza del rostro real de Dios tal como se manifiesta en la persona de Jesús. En Cristo Jesús, Dios nos ha revelado su nombre más bello, su identidad y su actitud fundamental para con nosotros los hombres. Dios es nuestro Padre  rico en misericordia (Ef 2,4), un Padre misericordioso. El Papa nos invita a contemplarlo sobre todo en las tres parábolas de la misericordia contenidas en el capítulo 15 del evangelio de Lucas: la que cuenta la búsqueda y hallazgo por parte de un pastor de la oveja perdida; la que narra la búsqueda y hallazgo por un ama de casa, de la moneda extraviada; finalmente la que describe la ida y retorno del hijo pródigo a la casa paterna.
Las tres concluyen con un mismo estallido de alegría: “Alégrense conmigo porque encontré la oveja que se me había perdido (…) Alégrense conmigo porque encontré la dracma que se me había perdido (…) “Es justo que haya fiesta y alegría porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado “. Es el mismo gozo que el profeta Sofonías le atribuye a Dios por colocar su morada en medio del pueblo elegido: “El Señor tu Dios, tu poderoso Salvador, está en medio de ti. El se goza y se complace en ti, él te ama y se llenará de júbilo por su causa como en los días de fiesta.” (Sof 3,14-18). Cristo reveló este mismo rostro cuando le dijo a la gente de su tiempo: “No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. No he venido a llamar a justos sino a pecadores”. (Mc 2,17). Así se alegra nuestro Padre por el retorno a él de cada uno de nosotros, sus hijos. Dios nos ama a todos sin excepción y sus entrañas se estremecen de compasión cuando nos ve pasando necesidad y oprimidos por mal y el pecado.
Segundo, estamos llamados a fijarnos en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe (Cf He 12,2) para aprender de él, que es manso y humilde de corazón (Cf Mt 11,29). El Señor no solamente nos revela el rostro misericordioso de Dios; también deja patente que nosotros, como hijos suyos, tenemos que ser misericordiosos: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Nos enseña además que la misericordia activa es uno de los ocho pozos de donde brotan ríos de felicidad: “Son dichosos los misericordiosos porque Dios también los tratará con misericordia” (Mt 5,7).
¿Cómo se comporta un discípulo misericordioso? Jesús mismo nos da ejemplo: cura a los enfermos de toda clase de males: quita la lepra,  devuelve la vista a los ciegos, hace hablar a los mudos, libera a los oprimidos, rompe las cadenas de los esclavos de sus pasiones, devuelve la vida a los muertos; reviste a los pecadores arrepentidos del traje de fiesta; instruye al pueblo sencillo; perdona a sus enemigos y adversarios; acoge a los extranjeros; no apaga la mecha que aún humea; no quiebra la caña doblada; le abre la puerta del paraíso al ladrón arrepentido; le saca siete demonios a una prostituta; es amigo de publicanos y pecadores y come con ellos. En el juicio final seremos todos examinados sobre el cumplimiento de este mismo tipo de acciones (Cf Mt 25,31-46).
Al inicio de esta año jubilar es válida la pregunta que la gente, los publicanos y los soldados le hacen a Juan el Bautista, después de haber oído su fuerte llamado a la conversión y al cambio de vida. El paso fundamental para entrar por la puerta, que es Cristo, es la conversión.  “¿Y nosotros qué debemos hacer?”. En su respuesta les hace ver que la conversión debe concretarse en acciones de solidaridad con el necesitado, en la práctica de la justicia, en el honesto desempeño de su profesión. Menciona varias obras de misericordia: vestir al desnudo, dar de comer al hambriento, desprenderse de bienes superfluos para compartirlos con los necesitados. Y nosotros, hermanos y hermanas, ¿Qué debemos hacer en este año Jubilar de la  Misericordia? También para nosotros la conversión de corazón ha de traducirse en obras concretas de solidaridad con el necesitado, en la práctica de la justicia y en la honestidad profesional.
Al inicio de este año de la Misericordia, se abren ante nosotros catorce caminos. Cada uno de ellos corresponde a una obra de misericordia: siete corporales y siete espirituales. La situación del país nos lleva sin embargo a privilegiar algunas actitudes con mayor urgencia: la cultura de la solidaridad, de la responsabilidad personal y colectiva, la justicia social, la erradicación de la violencia, del hostigamiento, de la humillación  y de la anticultura de la muerte.
El Beato Paulo VI, en un hermoso mensaje que le dirigió al pueblo mexicano en 1970 con motivo de la fiesta de la Guadalupe, resaltó una dimensión de la vida cristiana que, considero, mantiene permanente actualidad. Declara el Beato: “Para que Cristo sea el centro y la cumbre de nuestra vida debemos cumplir con más entusiasmo y entrega el segundo mandamiento que es la norma de todas las relaciones humanas: el amor al prójimo”. Siguiendo el ejemplo de la Virgen María en las bodas de Caná, “un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable y justamente remunerado; no puede quedar insensible mientras las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones, y mientras una parte de la humanidad siga estando marginada de las ventajas de la civilización y del progreso.
Por ese motivo (…) los exhortamos de corazón a darle a su vida cristiana un marcado sentido social, que los haga estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos para el progreso y en todas las iniciativas para mejorar la situación de los que sufren necesidad. Vean en cada hombre un hermano, y en cada hermano, a Cristo, de manera que el amor a Dios y el amor al prójimo se unan en un mismo amor, vivo y operante, que es lo único que puede redimir las miserias del mundo, renovándolo en su raíz más honda: el corazón del hombre.

El que tiene mucho que sea consciente de su obligación de servir y de contribuir con generosidad para el bien de todos. El que tiene poco o no tiene nada que, mediante la ayuda de una sociedad justa, se esfuerce en superarse y en elevarse a sí mismo y aun en cooperar al progreso de los que sufren su misma situación. Y, todos, sientan el deber de unirse fraternalmente para ayudar a forjar ese mundo nuevo que anhela la humanidad”.
Hermanos, hermanas, dejemos actuar a Dios en nosotros. Que su palabra creadora de vida nos haga capaces de seguir haciendo presente el evangelio de la misericordia con hechos y con palabras y, con la ayuda de María, nos transformemos en artesanos de la paz, constructores del Reino, creadores de justicia. ¡Que se abran las puertas y dejemos entrar muy hondo en nuestras vidas a Jesucristo nuestro Salvador! Amén.
Maracaibo 13 de diciembre de 2015
Inicio del Año Jubilar de la Misericordia

+Ubaldo R Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo



1 comentario:

  1. Mi querido Monseñor Ubaldo, feliz y sorprendido al visitar su Bloq. Le felicito por este paso comunicacional, esperando sus constantes enseñanzas. Dios le cuide y Bendiga siempre es el deseo desde nuestro corazón. Abiga y Luis Uribe

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