sábado, 2 de mayo de 2015

LECTIO MAGISTRALIS II CONGRESO VOCACIONAL DIÓCESIS DE SAN CRISTOBAL

“LLAMADOS PARA LLAMAR”.
Desafíos para la Pastoral Vocacional
 en tiempos de Nueva Evangelización.

INTRODUCCION.

Vivimos tiempos de Nueva Evangelización. Desde sus primeros anuncios con Pablo VI en EVANGELII NUNTIANDI, su ratificación por Juan Pablo II y Benedicto XVII se ha asegurado con la invitación de Francisco a anunciar el Evangelio de la alegría. El Papa Francisco nos renueva la invitación a asumir un nuevo estilo evangelizador en cualquier actividad que se realice (cf. E.G 18).

El II Sínodo Diocesano ha permitido darle a nuestra acción pastoral un sentido de renovación en espíritu y verdad al trabajo pastoral en nuestra Iglesia Diocesana. Una de las claves del éxito apostólico para nosotros es la preocupación por el futuro de la misma Iglesia. En este sentido, la Pastoral Vocacional juega un papel predominante: está destinada a provocar la respuesta de tantos hermanos y hermanas que han sido llamados por Dios para un compromiso laical, para una experiencia testimonial en la vida consagrada y para una guía pastoral de ministros configurados a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Con motivo de los 90 años de fundación de nuestro Seminario SANTO TOMAS DE AQUINO se ha organizado el II Congreso Vocacional de nuestra Diócesis de San Cristóbal. Además de constituir un momento de gracia para la oración, la reflexión, la evaluación y la acción de gracias, nos va a permitir engranar toda la acción de promoción y acompañamiento vocacional en el marco de la Nueva Evangelización.

Entre otros frutos a conseguir, éste es muy importante: nuestra pastoral vocacional se debe seguir realizando en el marco de una acción evangelizadora integral e integradora. Ella, a la vez, debe convertirse en la vocación para todas las pastorales: en comunión con las demás acciones eclesiales, tiene una finalidad muy peculiar, cuando se lanza a abrir las puertas de los corazones de todos los creyentes para que sepan responder a la llamada de Dios. Aunque en las diversas exposiciones se vaya dibujando la especificidad de toda vocación, tiene como punto de partida la primera y gran vocación: la llamada de Dios a la Vida Nueva de la Santidad. Por eso, con Pablo VI podemos y debemos decir que TODA VIDA ES UNA VOCACIÓN.


Tarea inicial que constituye el hilo conductor de toda pastoral vocacional es la conciencia de que hemos sido “llamados para llamar”. Cualquiera que sea nuestro puesto dentro de la Iglesia hemos sido llamados para convocar a otros hermanos a la santidad, a participar en la vida eclesial, a conocer el Evangelio. De entre ellos, nos encontraremos con algunos que recibirán la invitación del Señor para un servicio muy peculiar: la vida consagrada y la vida de ministros ordenados para el servicio del Pueblo de Dios.

Para llamar, desde la experiencia de nuestra propia llamada y respuesta, hemos de tener plena conciencia de la misión de la Iglesia. Ésta hoy se reviste de ribetes especiales por las exigencias del momento: vivimos en tiempos de nueva evangelización.  Esto requiere “aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (E.G. 20). Hoy, la Iglesia debe ir al encuentro de todos: no sólo de quienes están cercanos, sino de los alejados y de los que aún no conocen a Cristo y su evangelio. Por eso, la Iglesia misma está “llamada para llamar a otros”.

Sin dejar a un lado otras recomendaciones, la pastoral vocacional debe imbuirse del dinamismo propio de la “nueva evangelización”. El Papa Francisco nos indica con cinco verbos cómo se debe desarrollar eso. No se trata de un recurso pedagógico, sino algo más. Más bien es la presentación de  algo que está en tensión permanente y en camino hasta conseguir el objetivo y así poder realizar la tarea de “llamar desde la experiencia de ser llamados”.

Estos cinco verbos nos permitirán ver cómo podemos realizar una pastoral vocacional en tiempos de “nueva evangelización” (Este dinamismo también lo podemos aplicar y reconocer en las diversas acciones de la Iglesia misionera). Además nos ayudarán a ver que no se trata de una acción coyuntural, que se hace de vez en cuando o en tiempos de crisis.

La pastoral vocacional es el alma de todas las pastorales. Y, por otro lado nos propiciará los medios humanos y sobrenaturales para hacer de ella una acción eminentemente misionera y evangelizadora. Con estos verbos, descriptivos de una acción de comunión y con sentido unitario, les propongo revisar el desafío que la “nueva evangelización” coloca ante la pastoral vocacional: “PRIMEREAR-INVOLUCRARSE-ACOMPAÑAR-FRUCTIFICAR-FESTEJAR”.

“PRIMEREAR”

Es un neologismo que nos da a conocer el Santo Padre (E.G 24). Quizás no nos resulta fácil al sernos presentado. Pero Francisco mismo nos indica qué significa: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos” (E.G. 24).

Está claro este primer paso del dinamismo de la acción evangelizadora y pastoral: inspirados por la iniciativa de Dios, los discípulos de Jesús deben tomar también la iniciativa para el encuentro y la realización de la obra evangelizadora con sentido misionero. Como bien nos lo indicara el Documento de Aparecida, se trata de un cambio: pasar de una pastoral de conservación a una pastoral decididamente misionera: Con creatividad y parrhesía, con perseverancia y confianza en el Espíritu. Mejor todavía, es lanzarse “mar adentro” y allí buscar, proponer, conseguir y hacer sentir la fuerza del Señor, en cuyo nombre  hay que lanzar las redes.

Tomar la iniciativa, pero sin temores ni aprehensiones: con la seguridad de la ayuda de Dios. Es arriesgarse a salir al encuentro de los demás, sin desanimarse y sin prejuicios ni condiciones: es ser instrumentos de la llamada de Dios a los demás. Por eso, una pastoral vocacional debe distinguirse por esta cualidad: “primerear”, tomar la iniciativa, entusiasmar a los demás desde la propia experiencia de una respuesta a la llamada de Dios.

Veamos ahora cómo podemos y debemos vislumbrar esta cualidad en el marco de la pastoral vocacional en nuestra Diócesis y en otros lugares.

VERNOS

Podríamos, sin temor a equivocarnos, pensar y reconocer que uno de los carismas propios de esta Diócesis nuestra es lo vocacional. Desde siempre Papá Dios nos ha bendecido con numerosas vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada, así como muchísimos apóstoles laicos que entregan su vida por la edificación del Reino. Esta realidad fue captada desde los inicios de la Diócesis por el I Obispo, el Siervo de Dios Tomás Antonio Sanmiguel Díaz: no sólo animó el proceso de una obra por las vocaciones, sino que incluso fundó el Seminario SANTO TOMAS DE AQUINO. Los otros Obispos continuaron “in crescendo” esta iniciativa.  Y para ello, ciertamente se ha contado con la oración y el acompañamiento de familias y comunidades. Se puede afirmar que son numerosas las familias que han sentido la experiencia de la vocación de uno de sus miembros.

También la vida consagrada ha encontrado una fuente particular en nuestras comunidades. Además del reconocimiento y aprecio hacia la misma, son numerosos los jóvenes que han ido a engrosar las comunidades de vida consagrada tanto masculinas como femeninas. El número de seminarios religiosos presentes en nuestra Diócesis es un indicativo.

En los últimos tiempos, animados por la experiencia y herencia recibida, así como por los impulsos recibidos del Concilio Plenario de Venezuela y el II Sínodo Diocesano, la pastoral vocacional ha asumido seriamente la tarea de “primerear”. Es decir, se ha abierto a las invitaciones a ir al encuentro de los demás: con espíritu creativo y con decisión, se ha tomado iniciativa de ir a hablar claramente acerca de la vocación, sobre todo en los ambientes donde se consiguen los niños, adolescentes y jóvenes (escuelas, liceos, universidades, donde se realiza cada año la “toma vocacional” para hablar e invitar a dar una respuesta a una posible llamada de Dios; grupos juveniles parroquiales, etc.). Se emplean diversos medios que no dejan a un lado las nuevas tecnologías y que incluyen el acompañamiento en los diversos centros vocacionales parroquiales y vicariales, así como las convivencias periódicas en el seminario. Incluso se ha intentado realizar este “primereo” en comunión con los religiosos y religiosas de nuestra diócesis (la respuesta de las religiosas ha sido más bien tímida).

Si algo podemos ver como positivo es el haber asumido este “primereo” con entusiasmo lo cual nos ha venido dando excelentes frutos de respuestas y compromisos tanto para las vocaciones sacerdotales y religiosas como para el apostolado laical. Una característica también positiva ha sido darle a las diversas pastorales (juvenil, universitaria, infantil y familiar, así como a la catequesis) una dimensión vocacional. Forma parte de ese “primereo”: Dios nos pide que tomemos la iniciativa y, en esta línea, la delantera para ofrecerle a los demás la llamada que viene de Dios.

Si algo ha estado en este “primereo” continuo en nuestra Diócesis es la oración por las vocaciones y los sacerdotes. Desde la llegada del primer Obispo hasta ahora es común ver cómo la oración siempre ha sido un motor de lo vocacional, pues se ha ido tomando conciencia de que el Señor da a quien pide… y acá pedimos porque siga habiendo numerosos obreros para la viña del Señor.

No faltan los obstáculos y las desmotivaciones. Obstáculos los conseguimos en el ambiente nada fácil donde viven nuestros niños, adolescentes y jóvenes: la sociedad de hoy ofrece muchas tentaciones ilusorias a ellos y les invita a sumergirse en un desierto materialista que va secando la espiritualidad de tantos muchachos. Hablar con entusiasmo de la vocación hoy, ante tantas propuestas deslumbrantes del mundo, no resulta fácil. De allí la exigencia de tomar la iniciativa y de ser creativos. La pastoral vocacional, en este sentido, debe tener muy en cuenta que “está en el mundo pero sin ser del mundo”, como lo enseñó el Maestro.

Hay situaciones que pueden resultar tentadoramente desmotivadoras: la poca resonancia vocacional en algunas instancias eclesiales, particularmente las escuelas católicas. Cada vez parece ser menor el número de jóvenes que se deciden al sacerdocio, a la vida consagrada y al compromiso laical, provenientes de nuestras escuelas. Es algo cuestionador. Muchos de nuestros jóvenes de esas escuelas sucumben ante el relativismo ético y se contagian de la descomposición moral existente en nuestra sociedad. Se requiere una conversión pastoral ante la emergencia educativa y hacer de nuestras escuelas también un focolar de vocaciones.

No deja de influir en todas partes el triste fenómeno de la desintegración familiar. Es un reto que debe ser asumido global e integralmente; incluso con una perspectiva vocacional.

Junto a esto la visión pesimista y mesiánica ante el problema vocacional: pensar que estamos en una situación que nos agobia y esperar a ver quién o quiénes nos ayuden. Se oyen lamentos (“ya no tenemos personal”…”antes venían de Europa…”) y se descubren desalientos (“qué irá a pasar…”)…. Pero no se asume el reto del “primereo” y la creatividad se deja a un lado. Quienes tienen esta sensación hablan de hacer algo, pero no terminan de arriesgarse ni siquiera de organizar jornadas de oración por las vocaciones…El desaliento abre paso a la mediocridad.

Estas y otras circunstancias que rodean el “primereo” desde un punto de vista positivo o negativo, deben recibir la iluminación de la Palabra y del Magisterio eclesial para poder conducirnos a un compromiso de acción.





ILUMINARNOS

En los diversos relatos de vocación que nos encontramos en la Biblia, siempre aparece la iniciativa de parte de Dios. Él es quien llama, aunque se pueda valer de otros cooperadores. Es el caso de Samuel (cf. 1 Sam 3). También Jesús toma la iniciativa de llamar a sus discípulos (cf. Mc 1,16-20; 2, 13-17) al inicio de su ministerio Jesús no se queda solo ni aislado, sino que en su caminar va llamando a quienes elige. Es importante comprobar, por otro lado, que la iniciativa de Dios conlleva dos elementos: elección-invitación para una misión y consagración para ella. Es una llamada para cooperar estrechamente con Él.

La Iglesia misma retoma esta idea de la llamada para una misión. El Beato Pablo VI en el Mensaje con motivo de la V Jornada Mundial de oración por las vocaciones nos indica que se necesitan personas que se consagren para ayudar en la obra de la salvación. En esta línea, como lo afirma el mismo Pontífice en el mensaje de la VI Jornada enmarca la invitación a discernir la llamada en el horizonte de la gloriosa Resurrección de Jesucristo. Esto motivará la propuesta e invitación a los jóvenes. La Iglesia, con sus diversas expresiones, debe hacerse eco de la llamada de Dios a los jóvenes; por tanto debe “primerear” y presentarles a los jóvenes la vocación como una donación total al amor de Cristo (cf. Mt 12,29) y como consagración irrenunciable al servicio exclusivo del Evangelio. Para ello, además del testimonio de los sacerdotes y religiosos, hay que presentar la llamada como una invitación a participar en la Misión (cf. Rom 10,15): Dios es quien llama y espera una respuesta. (cf. Mensaje VII Jornada).

La iniciativa de la Iglesia a través de la pastoral vocacional no debe ser tímida. Ha de ser una invitación directa y clara a los jóvenes a fin de que tengan valentía de escuchar y seguir la voz del Maestro (cf. MENSAJE III JORNADA). Los jóvenes están convocados a ser amigos de Jesús (cf. Jn 15, 9) quien les habla al corazón (Os 2,16) y los reta (cf. Mt 20,6: “¿Por qué están ociosos?”). La Iglesia alienta a los jóvenes para que se conviertan en pescadores de hombres (cf. Mt 4, 18-22).

En la realización de esta tarea como iniciativa propia de la Iglesia deben participar todos sus miembros. Aunque de manera particular los pastores de almas (Obispos, sacerdotes y religiosos), las familias, invitadas a ofrendar sus propios hijos, los educadores (cf. Mensaje V Jornada). En cuanto a los educadores, Pablo VI resalta su papel primordial en esta iniciativa de proponer la llamada de Dios a sus alumnos (cf. Mensaje VII Jornada).

Es importante saber dónde están los posibles llamados y elegidos: en las familias cristianas, en las parroquias, en las escuelas (cf. Mensaje IV Jornada). Por lo que se refiere a las familias, además de ser el primer lugar para el conocimiento de la fe y del seguimiento de Jesús, éstas tienen una gran responsabilidad, pues han de crear una atmósfera para que se dé un fructuoso diálogo interior con Dios (cf. Mensaje VII Jornada)

La comunidad cristiana, según O.T. 2, debe aprovechar el dinamismo de la iniciación cristiana para presentar la vocación. La iniciación cristiana es eso: un camino en la las sendas de la vida nueva y no sólo o meramente una preparación presacramental: debe desembocar en el compromiso personal de seguimiento de Jesús, lo cual incluye la posibilidad de diversas formas de llamada por parte de Dios. (cf. Mensaje VII Jornada). Es interesante lo que nos plantea Benedicto XVI en su Mensaje para la XLV Jornada: Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado. De hecho, las comunidades cristianas que viven intensamente la dimensión misionera del ministerio de la Iglesia nunca se cerrarán en sí mismas. La misión, como testimonio del amor divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte «para que el mundo crea» (cf. Jn 17, 21). El don de la vocación es un don que la Iglesia implora cada día al Espíritu Santo. Como en los comienzos, reunida en torno a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, la comunidad eclesial aprende de ella a pedir al Señor que florezcan nuevos apóstoles que sepan vivir la fe y el amor necesarios para la misión.
Ya Pablo VI lo había enfatizado: las vocaciones surgen donde se vive con generosidad en Evangelio (cf. Mensaje I Jornada); las  vocaciones son un índice claro de las comunidades parroquiales y diocesanas: una comunidad que no vive generosamente según el Evangelio no puede ser sino una comunidad pobre de vocaciones. Allí donde la fe despierta y se mantiene en alto el amor de Dios las vocaciones son numerosas (cf. Mensaje VII Jornada).
Esto nos lleva a plantearnos un compromiso bien claro, consecuencia del “primerear” de la pastoral vocacional: una CULTURA VOCACIONAL.
COMPROMETERNOS.
Un primer compromiso para nuestra acción eclesial pastoral en nuestra Diócesis y en nuestro país es crear, donde no la haya, y fortalecer relazándola, una CULTURA VOCACIONAL. Es responsabilidad de toda la Iglesia y sus diversas expresiones (comunidades, congregaciones, grupos apostólicos, etc.). Es cierto que vivimos en un momento y en una sociedad donde nos hallamos con una cultura anti-vocacional, con más urgencia hemos de dar el paso por crear y mantener desde la Iglesia una cultura vocacional. Así se podrá responder a la situación de anonimato, indefinición e indecisión a la cual están sometidos tantísimos jóvenes. La cultura vocacional conlleva imitar a Jesús y hacer eco de la llamada en forma personal.

En este contexto parece que el salto de cualidad de la pastoral vocacional debería consistir en pasar a “llamar por el propio nombre”, a hacer oír una voz exterior, que, pronunciando el nombre personal, abriese a cada uno a horizontes amplios de ser, de vivir, de servir. Esta praxis bien se podría llamar “la cultura del llamamiento”[1].

No es la praxis ordinaria ni común de la Iglesia. Hacerlo y proponerlo va a causar admiración y hasta escozor; hasta se llegaría a decir que es imposible. Es más fácil reducir la pastoral vocacional a actos coyunturales y operativos apostólicos. Por eso, en este campo se necesita también una conversión pastoral. Juan Pablo II nos lo ponía como un desafía en el mensaje de la Jornada de 1979: “No tengan miedo de llamar. Introdúzcanse en medio de sus jóvenes. Vayan personalmente a su encuentro y llamen”.

Debemos presentarnos como una Iglesia llamada que llama. Este fue el desafío presentado por el Congreso Europeo de vocaciones en 1997:

La crisis vocacional de los llamados es hoy también una crisis de los que llaman, muchas veces escondidos y poco valientes. Si no hay nadie que llame, ¿cómo puede haber quien responda?

Ahí está un primer compromiso que hemos de asumir: sentirnos una Iglesia llamada y que llame.

INVOLUCRARNOS.

Una primera consecuencia del primerear es INVOLUCRARSE: “Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: “Serán felices si hacen esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así “olor a oveja” y éstas escuchan su voz” (E.G. 24).

Si bien las palabras antes citadas de Francisco son para todos los actores y todas las acciones de evangelización, no sólo las podemos aplicar para nuestro quehacer vocacional, sino que afinan lo antes expuesto. Involucrarse es ir al encuentro de los jóvenes, adolescentes y niños, identificarse con ellos y hablarles de la llamada de Dios desde la propia experiencia de ser llamados.

Es darle el sentido de encarnación a la pastoral vocacional. Por una parte hemos de llamar, pero por otra parte la llamada no se hace aisladamente o como si no se tuviera ningún relación con los posibles llamados. Es dentro de la comunidad, en el contacto personalizado con los jóvenes, niños y adolescentes, con sus familias y escuelas, donde viven y trabajan… en medio de ellos. Jesús para eso nos dio un ejemplo concreto: no puso ningún aviso para ver si había alguien que lo pudiera leer y animarse a seguirlo. Fue a la orilla del lago, a donde estaban quienes recibieron la llamada, les mostró dónde Él vivía y los llamó desde el compromiso adquirido por su encarnación y misión.

Este INVOLUCRARSE será factible si hay una cultura de la vocación, del llamamiento.



VERNOS

Mirar el camino realizado y los proyectos de futuro nos permite comprobar que en nuestra Diócesis se ha ido tomando en serio la pastoral vocacional en la perspectiva del “involucrarnos”. Lo demuestran las acciones realizadas, el interés puesto por los pastores y agentes de pastoral. No ha sido un conjunto de operativos coyunturales, sino una acción orgánica que ha ido al encuentro de los jóvenes… quizás con altos y bajos, pero sí de manera continua. Ha habido estilos y métodos, que pueden haberse empleado. Pero podemos comprobar que, en línea de máxima, ha habido el interés y la decisión por involucrarse.

Ejemplo de ello lo encontramos en el nuevo plan de pastoral vocacional, sobre todo a partir del II Sínodo. No se ha reducido a simples mensajes esporádicos, o a actividades compulsivas de vez en cuando. Se tiene un proyecto que impulsa a ir al encuentro de los jóvenes, niños y adolescentes para compartir con ellos su vida de fe y sus esperanzas y proyectos. Se les ha hablado directamente. Con diversos medios y métodos: ya parece ser un estilo de muchos en medio de nosotros. Y los resultados han venido siendo positivos.

Sin embargo no faltan elementos que pueden distorsionar este panorama: la falta de interés de sacerdotes, religiosos y religiosas por el tema vocacional, aunque se diga que es lo más importante. Hay muchos lamentos porque no se consiguen vocaciones… Y quizás no se ha hecho un contacto directo con los mismos jóvenes en sus lugares de vida y trabajo, para hablarles, en primer lugar de Jesucristo y su Evangelio, y luego de la llamada al servicio en diversos estados de vida.

A esto se une la tentación de no pocos agentes de pastoral de querer manipular el proceso de la pastoral vocacional, queriendo imponer criterios poco eclesiales, o rompiendo la comunión o anclándose en el pasado con métodos ya extemporáneos.

Aunque se ha caminado en el campo de la catequesis, todavía hay un vacío en este ámbito. La catequesis debería asumir esa dimensión vocacional. Nos podría ayudar mucho el asumirla desde la dinámica de la iniciación cristiana. Por otro lado, hay casi una ausencia total de interés vocacional en muchos de nuestros centros educativos. Pablo VI insistía en la importancia de este ámbito pues debería ser una cantera de vocaciones. Esto tiene que ver con la opción de realizar una educación integral evangelizadora por parte de las escuelas denominadas católicas.

Cuando la pastoral se realiza en comunión, adquiere un sentido vocacional. No hay sino que ver los frutos que están dando en este campo la pastoral juvenil, familiar y universitaria de nuestra Diócesis. Esto expresa la conciencia de una Iglesia que busca asegurar el futuro de su compromiso evangelizador. La existencia y consolidación de un secretariado de pastoral vocacional es un paso importante que ha permitido involucrarse: una de sus tareas es ir al encuentro de los llamados, en sus escuelas y liceos, en sus grupos juveniles y ambientes de trabajo… Puede haber muchas excusas, pero no puede haber desaliento ni decisiones que culminen en un conformismo o una mediocridad.

ILUMINARNOS

Tanto la Palabra de Dios como el Magisterio de la Iglesia nos dan luces para poder así hacer del INVOLUCRARNOS un estilo permanente de vida. Por supuesto que la raíz de este INVOLUCRARNOS se halla en la encarnación del Hijo de Dios. Su presencia en la historia de la humanidad lo llevó a ser igual en todo a los hombres, menos en el pecado: por eso pudo sentir, alegrarse, sufrir con su gente… y por eso, llamado a la MISION salvífica, pudo llamar a quienes estaban cerca de Él y desde ellos y con ellos al resto de la humanidad.

De esto tuvo conciencia la Iglesia desde sus inicios. Los diversos discursos de los Apóstoles, reportados en el Libro de los Hechos, nos dan noticia de un anuncio directo sobre Jesucristo y una llamada clara a seguirlo. El efecto se hizo sentir: en unos porque optaron por Jesús; en otros porque persiguieron a los anunciadores. Estos hablaban desde su sentido de pertenencia a un pueblo que había sido transformado en nuevo.

Podemos mencionar variados ejemplos, pero presentamos uno muy peculiar: el de Pablo. El perseguidor de los cristianos recibió la llamada de Dios de una manera que podíamos definir asombrosa y espectacular. Se convirtió de perseguidor  en el más decidido anunciador del Evangelio. El mismo se autoidentificó como un llamado convertido para llamar y, por tanto involucrado en la tarea evangelizadora en medio de los suyos. En el inicio de la carta a los Romanos encontramos una clara manifestación de ello: “Los saluda Pablo, siervo de Cristo Jesús llamado por Él para ser apóstol y apartado para anunciar el evangelio de Dios” (Rom 1,1).

Pablo no fue apartado para separarse sino para introducirse en medio de los suyos y especialmente de los gentiles a fin de anunciar el evangelio: para llamar a los demás a la salvación, desde la propia experiencia de llamado. En comunión con los suyos. Por eso “fue griego con los griegos y judío con los judíos”.

En la misma carta a los Romanos, nos encontramos una interrogante que habla de la necesidad de involucrarse-encarnarse-codearse-meterse en medio de los demás para que el anuncio pueda ser escuchado: “¿Cómo van a invocarlo si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de Él? ¿Y cómo van a oír si no hay quien les anuncie el Evangelio?” (Rom. 10, 14). Sólo podrán conocer si hay alguien que les dirija el menaje de salvación: ello requiere encarnarse en medio de ellos y no por un momento o espacio de tiempo determinado. Se trata de una opción temporal permanente.

El Beato Pablo VI en su mensaje con motivo de la VII Jornada insiste en que el tema vocacional es de vital importancia para la Iglesia, ante el cual ninguno puede permanecer indiferente; más aún, sería un error caer en el pesimismo o en el conformismo ya que el misterio de la vocación viene de Dios. Se debe mostrar confianza en la juventud que no tiene menos generosidad que ayer y está abierta a ideales. En ella hay, ciertamente, jóvenes capaces de responder… pero hay que ir a ellos y llamarlos.

En su mensaje con motivo de la IX Jornada, Pablo VI vuelve a insistir en la incumbencia total de parte de la Iglesia ya que se trata de un compromiso serio, que exige disponibilidad, riesgo, ruptura con todo tipo de cálculo. ¿Qué hacer? Estar dispuestos: convocar, acudir donde están los jóvenes. Nos indica el Papa Pablo VI si estamos dispuestos a desarrollar un encuentro e intimidad en la intimidad espiritual de los niños, adolescentes y jóvenes. Entonces, desde ese continuo encuentro con ellos desafiarlos para que miren a Cristo viendo a la Iglesia: ese desafío incluye la llamada o la invitación a pensarla (cf. Mensaje XV Jornada).

A la vez, se necesita algo muy importante: para que siempre haya vocaciones es preciso que nunca deje de haber en las comunidades una continua educación en la fe y hacer crecer la responsabilidad misional. Una Iglesia en pleno contacto con sus jóvenes, niños y adolescentes, al educarlos en la fe, les animará al seguimiento de Jesús y a dar respuesta a su llamada (Cf. Benedicto XVI, Mensaje XLV Jornada). De allí el compromiso por fortalecer y realizar una auténtica pastoral vocacional.

COMPROMETERNOS.

Somos herederos de una rica tradición en pastoral vocacional y no podemos darnos el lujo de confiarnos ni dormirnos, no sea que nos suceda lo de las vírgenes necias. Si algo debemos fortalecer ahora más que nunca es la PASTORAL VOCACIONAL. Para ello, no sólo ir adecuándola a las exigencias de cada tiempo, enriqueciéndola con la reflexión y aportes metodológicos, pero sobre todo haciendo de ella la “vocación de la pastoral”.

No se trata de un juego de palabras o de un slogan publicitario. Considerarla como la vocación de la pastoral hace ver a la Pastoral vocacional con algunos elementos novedosos, aunque permanentes (quizás porque no nos habíamos dado cuenta de ello, no se había reflexionado al respecto):

  • Es la perspectiva originaria de la pastoral general o de conjunto.
  • Es universal y permanente
  • Es general y específica
  • Es la perspectiva unitario-sintética de la pastoral[2].

Por eso, es urgente pasar de una pastoral vocacional realizada por una persona o un pequeño grupo a una acción más eclesial y concebida como una tarea permanente y comunitaria. Ello supone leerla como pastoral de una Iglesia llamada que llama. La vocación define el ser profundo de la Iglesia; de hecho el término original “EKKLESIA” tiene su raíz en el verbo griego “kaleo” (llamar). La Iglesia es convocación a los demás. Y esto se debe hacer notar en la pastoral vocacional[3].

El futuro de la misión de la Iglesia debe considerarse desde esta perspectiva vocacional. Nos toca fortalecer, reafirmar y seguir impulsando la Pastoral vocacional, dentro del marco de una pastoral de comunión. Así nos lo planteamos en el II Sínodo y así debemos seguir haciéndolo. El ejercicio de la pastoral vocacional es una manera de hacer realidad el “primereo” involucrándonos con todos los destinatarios y agentes de la pastoral.

Cuando una Iglesia local, una congregación no se lanza en este camino, los frutos a conseguir no serán tan halagüeños. Involucrarse implica dialogar con los jóvenes y su situación, conocerlos y dejarnos conocer. Por eso, este desafío requiere también una conversión pastoral seria.

ACOMPAÑAR.
Esto también forma parte del dinamismo de la Nueva Evangelización según Francisco. “La comunidad se debe disponer a “acompañar”. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites” (E.G. 24).

El mismo Pontífice le da una gran relevancia al acompañamiento: “La Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la fragancia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos- en este “arte del acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5)”. (E.G.169).

Y si en algún ámbito se debe desarrollar un serio acompañamiento es, precisamente, en el de la pastoral vocacional. El acompañamiento no es algo temporal, sino permanente; tampoco hay que verlo aisladamente de las otras dos fuerzas dinamizadoras de la Nueva Evangelización: tomar la iniciativa –primerear- e involucrarse son expresiones primeras del acompañamiento. Este debe ser la acentuación de las consecuencias de aquellos dos. Una pastoral vocacional que no acompañe a los vocacionados es un mero saludo a la bandera. Por eso, tomar la iniciativa, involucrarse con los niños, adolescentes y jóvenes, va a suponer acompañarlos siempre y animarles a dar una respuesta al Señor.

Para que el acompañamiento sea efectivo y produzca sus frutos, ciertamente que se requiere de varias cosas: una gran confianza en la ayuda del Espíritu, actuar en nombre del Señor, a cercarse en comunión y fraternidad todos, no improvisar y valerse de los diversos medios de que se dispone para hacerlo real. Y, por otra parte, un gran sentido de comunión: “El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera” (E.G. 172).

Una pastoral vocacional sin acompañamiento en las diversas etapas de su realización está condenada a ser una acción estéril, productora de cansancio y desilusiones…

VERNOS

No podemos negar el avance comprobado en esta área del acompañamiento vocacional, sobre todo en los últimos años. El secretariado diocesano y su plan, asumido en el II Sínodo diocesano apunta a conseguir dos cosas muy necesarias: la creación de centros vocacionales vicariales y parroquiales. La otra, también necesaria, la promoción de animadores vocacionales en cada parroquia.

Si bien en lo referente a los animadores parroquiales la respuesta ha sido lenta, no por eso podemos pensar que ha sido imposible. Todavía hay que crecer mucho en este sentido y se requiere una toma de conciencia y una conversión pastoral en este sentido.

Los centros vocacionales ayudan a contactar, acompañar y seguir a los candidatos al seminario y a la vida religiosa. Se han venido realizando y consolidando. Es una opción válida de nuestra pastoral vocacional diocesana.
Sin embargo nos encontramos con algunas dificultades:
·         La indiferencia de algunos sacerdotes, religiosos y religiosas y agentes pastoral.
·         La poca importancia que algunos párrocos le dan a los centros vocacionales y a la promoción de animadores vocacionales parroquiales.
·         El pensar que la obra de las vocacionales y su acompañamiento es propia sólo del seminario.
·         La falta de una cultura vocacional en nuestras escuelas católicas, que podrían ser un sitio estupendo para el acompañamiento vocacional.
·         La acción proselitista de alguna congregación que viene a buscar vocaciones con ánimo más de reclutamiento y que acuden a nuestros centros vocacionales para captar candidatos para su congregación.

Aunque el camino es largo, podemos ver que se ha hecho andado un buen trayecto y la constitución de estos centros vocacionales y animadores nos facilitan una visión de futuro en el campo de la pastoral vocacional. A esto se añade el interés de muchos sacerdotes de promover, acompañar y animar las vocaciones en sus comunidades.

ILUMINARNOS
La Palabra de Dios nos enseña que la llamada de Dios no es algo aislado de la vida de la comunidad. En el caso de Samuel, podemos descubrir el acompañamiento y animación del Sumo Sacerdote que le inspiró a Samuel la respuesta a Dios. Pablo mismo es un ejemplo: cuando recibe la gracia de la conversión, es acompañado por alguien que le va a instruir y le va a aclarar la llamada de Dios y la respuesta que debe darle. La respuesta fue consolidándose: no fue de un momento para otro, ya que se tomó el tiempo, acompañado, ayudado e instruido por quienes recibieron ese encargo de parte de Dios. Ese acompañamiento permitió que Pablo conociera el Evangelio, del cual fue declarado Apóstol y Servidor.

El mismo Pablo ha sido un ejemplo vivo de acompañamiento: sus cartas pastorales muestran el interés por sus discípulos: les ilustra, les alienta y les acompaña, recordándoles a Timoteo y Tito cómo deben actuar en el nombre del Señor.

La Iglesia ha recomendado abiertamente esta tarea del acompañamiento de los que buscan discernir su vocación. En el Mensaje por la VI Jornada de oración por las vocaciones, el Papa Pablo VI les indica a los Obispos que es una de sus responsabilidades, pues han de considerar las vocaciones como la pupila de sus ojos. El seguimiento, como aparece en los diversos mensajes de los Papas, debe ser responsabilidad también de los sacerdotes, padres de familia, educadores y miembros de la comunidad cristiana. Por eso, en las comunidades cristianas debe haber siempre una permanente educación en la fe: las vocaciones florecerán y crecerán en un terreno bien cultivado, como lo recuerda Benedicto XVI (Mensaje XLV Jornada)

COMPROMETERNOS.
Desde esta perspectiva, un compromiso claro a asumir es el propuesto en el proyecto de pastoral vocacional de la Diócesis:
a)    Fortalecimiento de los centros vocacionales parroquiales y vicariales, en comunión con el centro, el secretariado diocesano.
b)    Esto incluye también el fortalecimiento de las acciones de visita, de promoción y animación por parte de los responsables del secretariado diocesano y de los animadores parroquiales.
c)    Seguir promoviendo la presencia de animadores vocacionales en las diversas parroquias: para ello invitar a los párrocos, a los movimientos apostólicos… Sería interesante pedir a los padres y familiares de sacerdotes que se involucren en este trabajo
d)    Seguir pidiendo a las congregaciones religiosas que se incorporen en los centros vocacionales.
e)    Pedir que los sacerdotes se abran más a la animación y acompañamiento vocacional, sobre todo desde la perspectiva de la dirección espiritual.


FRUCTIFICAR.

Todo lo antes indicado en el dinamismo de la Nueva Evangelización no se debe quedar en acciones por hacer o por cumplir. Se requiere tener la intencionalidad de dar fruto. Así nos lo enseña el Papa Francisco: Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora (E.G. 24).

Es cierto que muchas veces sembramos y otros recogen. Pero aún así, es importante tener la intencionalidad de fructificar. No se está haciendo la publicidad de algo banal: se está promoviendo y animando a descubrir la llamada de Dios. El primer fruto de esa llamada es encontrar quienes estén dispuestos a responderla. Por otro lado, el acompañamiento ayudará a afinar el fruto, a madurarlo y a evitar que haya quien siembre cizaña para entorpecer la siembra de la semilla.

Una de las características propias de quien siembra es decir del animador de pastoral vocacional es la perseverancia. No sólo al sembrar la semilla de la vocación, sino al cuidarla, regarla, abonarla, defenderla de la cizaña, madurar su fruto…. Perseverar hasta conseguir. Esto permitirá vencer dos tentaciones: una la del desaliento, al quizás no ver frutos de manera inmediata; otra la de pensar que quien siembra sólo debe quedarse con el acto de sembrar.

VERNOS

Uno de los grandes dones de Dios para nuestra Diócesis ha sido la respuesta de numerosísimos jóvenes a la llamada de Dios. Entre ellos, un buen grupo llegó a la vida sacerdotal y consagrada; otros jóvenes se incorporaron a la vida activa de la Iglesia y de la sociedad, con sentido de servicio evangelizador. Es un don de Dios que en nuestra tierra haya vocaciones. Fruto ciertamente de la iniciativa divina; pero también de todo el trabajo realizado en nuestras comunidades desde hace muchos años.

Donde se siembra se recoge. Y ha habido una cultura del llamamiento, que, como se vio, se ha de fortalecer. Ha habido ciertamente interés por producir frutos vocacionales. Esto se ha apoyado con un ambiente propicio de familias y comunidades parroquiales, donde ha habido acogida. Un dato interesante que no podemos dejar a un lado es la receptividad en la inmensa mayoría de las familias donde se plantea la posibilidad de una vocación sacerdotal o religiosa, y también al compromiso laical.

El ejemplo y testimonio de no pocos sacerdotes ha iluminado el camino de tantísimos jóvenes. En los últimos tiempos, con la realización de una pastoral de comunión, la pastoral juvenil, la catequesis, la pastoral universitaria y la pastoral de niños y adolescentes han participado abierta y eficazmente en la siembra vocacional y se ha empezado a ver los frutos. Uno de ellos es el alto número de jóvenes universitarios que están pensando seriamente su vocación al ministerio sacerdotal.

El problema de la sequedad y de la esterilidad de vocaciones se produce en primer lugar donde no se hace la siembra. Donde no se promueve ni se habla de vocaciones, allí es difícil conseguir respuestas. Es claro que en parroquias donde no hay una motivación ni una cultura de las vocaciones, no se producen frutos en este sentido. Es curioso cómo en parroquias donde nunca habían surgidos posibles vocacionados, al cambiar de párroco, y llegar uno nuevo con esa intencionalidad, comienzan a presentarse jóvenes para discernir su vocación. Es curioso que haya congregaciones con muchos años de presencia en nuestra diócesis que aún no hayan tenido ninguna vocación de la región…

Por eso, ver el camino andado nos muestra que no hay tierra árida ni reseca… lo que no hay muchas veces es quien siembre, acompañe y haga crecer la semilla para que dé frutos. Esto debe ayudarnos a entusiasmarnos como promotores, animadores y cultivadores de vocaciones.

Es interesante comprobar cómo la acción por las vocaciones y la imagen de nuestros seminarios resultan atractivas a la gente de nuestras comunidades: la oración, el apoyo y la receptividad de las propuestas entran en este dinamismo del “fructificar” propuesto por el Papa Francisco.

ILUMINARNOS

Además de la parábola del sembrador, que nos ilumina (si bien tiene una referencia directa a la Palabra de Dios que debe ser acogida),  nos encontramos con decisiones de personas que han sido llamadas y han respondido a la llamada de Dios. Un ejemplo dramático lo encontramos en Jeremías: luego de haber puesto sus interrogantes ante la llamada de Dios y haberla asumido, al encontrarse solo, casi derrotado, se atreve a decirle a Dios por qué ha permanecido fiel a la llamada, a pesar de todo: “Me sedujiste Señor, y me dejé seducir” (Jer. 20, 7).

El fruto de la llamada de Dios a los primeros discípulos lo vemos en su actitud, luego de ser invitados a convertirse en pescadores de hombres: “Al punto dejaron las redes y lo siguieron” (Mt 4,20). Lo mismo sucedió con Mateo: “Se levantó y lo siguió” (Mt 9,9).

San Pablo da gracias a Dios por la respuesta dada por los fieles de Tesalónica. Una respuesta que dio sus frutos, los cuales fueron reconocidos por el mismo Apóstol: “Nos consta que ustedes han sido elegidos… con la eficacia del Espíritu Santo y con fruto abundante…hasta el punto de convertirse en modelo de todos los creyentes de Macedonia y Asia. Desde ustedes ha resonado la palabra de Dios en Macedonia y Acaya… y en todas partes llegó la fama de la fe de ustedes…” (1 Tes. 1, 4. 5. 7-8).

Una de las mejores maneras de hacer fructificar la semilla de la vocación es la oración. El mismo Jesús así lo indicó: Orar al dueño de la mies para que envíe obreros a su campo (cf. Mt 9,38). Esto mismo ha sido asumido en los diversos mensajes con motivo de la oración por las vocaciones. La oración es fuerza que hace fructificar la semilla y produce, entre otras cosas, nuevos obreros capaces de seguir la obra de Dios. Benedicto XVI invita a implorar el don de la vocación al Espíritu Santo (Mensaje XLV Jornada).

COMPROMETERNOS

Junto a los otros compromisos a adquirir y realizar no podemos obviar el de la ORACIÓN POR LAS VOCACIONES. En una oportunidad, durante un viaje a Roma, se me preguntó por qué había tantas vocaciones en nuestra Iglesia diocesana y región. Yo indiqué que, además de ser una gracia de Dios, y por ser fruto de un trabajo de siembra con perseverancia, la oración producía sus frutos. Desde los inicios de la Diócesis, por iniciativa de los Obispos, se ha promocionado la oración por las vocaciones. Son muchas las comunidades que, con fe, oran por las vocaciones, por las respuestas a darse a Dios, por la fidelidad y perseverancia de los llamados y consagrados.

Por eso, si algo no debemos olvidar o poner de lado es la ORACIÓN. Si nuestras comunidades apoyan sus acciones en pro de la cultura vocacional y acompañamiento de los vocacionados con la oración, ciertamente se obtendrán frutos. La oración nunca debe faltar. Y no debería limitarse a una mera petición en la oración de los fieles (necesaria e imprescindible), sino también con jornadas de oración (horas santas, vigilias, eucaristías, convivencias y retiros…). Esto debe formar parte de la cultura vocacional.


FESTEJAR.

El Papa Francisco le da esa connotación particular a la celebración que es conmemoración del evento evangelizador y sus frutos.  La comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo. (E.G. 24).

La Liturgia es eminentemente celebración del hecho salvífico de Jesús Pascual, con sus diversas expresiones. Se celebran así los sacramentos. La pastoral vocacional debe tener esa cualidad celebrativa.  Se trata de resaltar la acción maravillosa de Dios en medio de su pueblo. Con la liturgia y otras expresiones válidas, se reconoce la acción carismática de Dios: el don de la vocación en una Iglesia llamada para llamar. Y no se debe limitar sólo para cuando hay ordenaciones, profesiones religiosas u otros eventos de envío misionero. Orar incluye también celebrar: conmemorar el hecho de la iniciativa de Dios quien dirige su voz a todos.

VERNOS

La realización de un primer congreso y de este segundo forma parte de la cualidad celebrativa de la pastoral vocacional. Junto a ello, además de las fiestas en torno a las ordenaciones y profesiones religiosas en nuestras comunidades, se hace conmemoración de la llamada de Dios en las diversas comunidades. Esto va muy unido al compromiso de la oración. Incluso ahora con la promoción de los ministerios laicales, se conmemora la llamada de Dios a miembros de su pueblo para el servicio eclesial.

Conmemoramos la iniciativa de Dios que llama. Conmemoramos el compromiso de Dios que sostiene con su gracia a quienes llama y responden. Conmemoramos que nuestra Iglesia es llamada para llamar. Así ha sido a lo largo de la historia diocesana. Y la conmemoración llega a ser fiesta y manifestación de alegría por los frutos que se recogen.

Una comunidad que celebra la liturgia con sentido pascual siempre incluirá en su fiesta y en su conmemoración lo vocacional: habrá un reconocimiento de la acción de Dios y a la vez promoverá con ello la respuesta de tantos que son invitados. Más aún, ayudará a tener el vestido de bodas para participar en la fiesta convocada por el mismo Señor

ILUMINARNOS

Si leemos atentamente la Primera Carta de Pedro, reafirmaremos la razón por la que debemos celebrar y festejar el hecho y la cultura vocacional en nuestra Iglesia Diocesana: “Ustedes son raza escogida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que proclame las proezas del que les llamó de las tinieblas a su luz” (2,9).

Es un pueblo que celebra su vocación: proclamando así las proezas de quien ha llamado. Pero, a la vez, hace de su misión una invitación a la conmemoración por parte de todos. Por otra parte, esta celebración-fiesta-conmemoración siempre será un anticipo de la liturgia a la que definitivamente estamos llamados todos: la del Cordero. Así nos adelantamos a la propuesta del Apocalipsis: “Hagámosle fiesta alegre, dándole gloria” (Apoc. 19,7).

Un ejemplo de lo que significa celebrar-festejar en el campo de la llamada a la misión nos lo brinda el Señor: “Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo” (Lc. 10 18). Así compartía Jesús con sus discípulos que regresaron muy contentos de la misión ejecutada (Lc. 10,17).

COMPROMETERNOS.

Nos corresponde colocar todos los medios posibles para hacer de nuestro trabajo vocacional una oportunidad para conmemorar, en primer lugar la iniciativa de Dios y el don de numerosísimas vocaciones. Conmemorar con la liturgia y así festejar que el Señor ha estado grande con nosotros. No podremos festejar ni conmemorar si no producimos los frutos del trabajo vocacional.

Por eso, junto con la oración, nuestra Liturgia en sus diversas manifestaciones debe incluir el hecho de conmemorar y dar gracias a Dios por el don de las vocaciones, de tantos seminarios en nuestra región, de las diversas expresiones de vida consagrada presentes en nuestra Diócesis, de la respuesta hermosa y decidida de tantos laicos.  Hacerlo, además de reconocer el don de Dios, nos ayudará a no ponerle punto final a acciones coyunturales, sino a seguir lanzando las redes mar adentro, donde está la pesca numerosa.


CONCLUSION: UNA IGLESIA EN SALIDA PARA LLAMAR.

Nuestro II Congreso Vocacional debe entusiasmarnos desde el desafío de la Nueva Evangelización. Con el reto de ser una Iglesia en salida para llamar, para ser eco de la llamada de Dios, para animar, acompañar y apoyar a quienes son llamados, para celebrar y conmemorar… todo ello “primereando”, animados por la fuerza del Espíritu Santo. Esto supone asumir el compromiso de una Iglesia misionera que mira confiadamente hacia el futuro, en el horizonte del Reino de Dios.

En esta línea las palabras del Papa Francisco nos permiten concluir esta presentación: La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad. (E.G. 46).

Todo esto lo podemos hacer con la intercesión de María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación y en el nombre del Señor Jesús. AMEN.


+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.

SAN CRISTOBAL 23 DE ABRIL DEL AÑO 2015.

LAUS
DEO


[1]L. RUBIO MORAN, La pastoral vocacional desde la ministerialidad de la Iglesia. De la pastoral vocacional a la praxis del llamamiento, en FACULTAD DE TEOLOGIA DEL NORTE DE ESPAÑA, Teología del Sacerdocio, Vol. XXVI Burgos 2009, p. 132.  
[2] Cf. S. LOPEZ SANTIDRIAN, Ante una nueva situación, en FACULTAD DE TEOLOGIA DEL NORTE DE ESPAÑA, Teología del Sacerdocio Vol. XXVI, Burgos 2009, p. 24.
[3] Cf. Ibídem pp. 24-25

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