martes, 23 de diciembre de 2014

MENSAJE DE NAVIDAD 2014 NAVIDAD: DIOS-CON-NOSOTROS Y NOSOTROS-CON-DIOS PARA SIEMPRE.

MENSAJE DE NAVIDAD 2014
NAVIDAD: DIOS-CON-NOSOTROS Y NOSOTROS-CON-DIOS PARA SIEMPRE

Queridos sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminaristas, laicos asociados y no asociados:
¡Un niño nos ha nacido;  un hijo  de hombre se nos ha dado! (Is 9,5). Esa es la gran noticia que celebramos los cristianos en la  Navidad. Nuestra fiesta gira en torno al advenimiento de un pequeño ser humano que es al mismo tiempo el Hijo eterno de Dios. ¡Qué grandioso acontecimiento!: ¡El Hijo de Dios se hace hijo de los hombres, uno de nosotros!  Así lo proclama el evangelista Juan en el prólogo de su Evangelio: “Y el Verbo se hizo hombre y puso su tienda entre nosotros” (Jn 1,14).
No se trata de una presencia pasajera; de una visita de turismo por la tierra; de un toque técnico, una escala antes de volver a su trono de gloria. No.  Dios ha salido de su eternidad y ha bajado hasta los subterráneos de la tierra para habitar con los humanos y todos los seres vivos y quedarse definitivamente con ellos. El profeta Isaías lo predijo siete siglos antes, al ponerle al Mesías el nombre de Emmanuel es decir: “Dios-con-nosotros” (Is 7,14). Dios para siempre e irreversiblemente con nosotros. Un “Dios-con-nosotros” que da por resultado un “Nosotros-con-Dios”.
Lo que se produce con el nacimiento de Jesús es una alianza tan fuerte entre Dios y los hombres y mujeres de la tierra que no habrá, de allí en adelante, poder humano o satánico capaz de romperla. Para hablar de ella la Sagrada Escritura utiliza la imagen de las nupcias (Cf Os 21-22; Is 62,5). No habrá más nunca humanidad sin Dios ni Dios sin humanidad. Se cumple por fin plenamente la promesa hecha por Dios a Noé al concluir el diluvio (Gen 9,12-16).
Ese niño que nace en la penuria de un pesebre, en una recóndita población de Palestina (Cf Miq 5,1), distante de los suntuosos palacios del César, envuelto en los pañales de la fragilidad humana, es la suprema revelación del amor de Dios a todos los humanos y a los seres vivos (Cf Jn 3,16) y de su poder redentor universal (Cf Rm 8,19-25). No viene afectivamente a salvar sólo al pueblo judío, ni sólo a los católicos o a los cristianos sino a todos los seres humanos, de todos los tiempos, de todas las razas, de todas las culturas, de todas las religiones. Dice la Escritura: “Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque Dios es único, como único es también el mediador entre Dios y los hombres: un hombre, Jesucristo” (1 Tim 2,4).
 ¡Ésta es buena noticia! Y como todas las buenas noticias que vienen de parte de Dios, es perfecta, es buena sobre todo porque se da en la vida real. No es un discurso bonito: es un acontecimiento. Cuando los ángeles le anuncian a los pastores el nacimiento del Mesías, éstos dicen: “Vamos a Belén a ver eso que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado” (Lc 2,13-15). El evangelio prosigue: “fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre”. Años más tarde, cuando Juan Bautista, encarcelado, manda sus discípulos para que le pregunten a Jesús si él es el Mesías que ha de venir, él les respondió: “Vayan y cuenten a Juan lo que están oyendo y observando: los ciegos ven,  los  cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11, 2-5).
Los pastores van y encuentran un niño. Los enviados de Juan comprueban que  ciegos ven, sordos oyen, cojos caminan, muertos resucitan. Son hechos, son realidades, son obras del Altísimo. Así habla Dios. Así habla Jesús. Desde que el Verbo se hizo carne, todo lo que viene de Dios se hace creíble porque acontece en la carne de las realidades  de nuestra historia humana, sobre todo la de los pobres, los pequeños y los humildes. Así han de hablar los cristianos.
 No nos contentemos con hablar de Navidad. Hagamos acontecer Navidad. Nuestras familias esperan la Navidad para vivir más unidas. Nuestros niños y jóvenes tienen hambre y sed de la Navidad. Regalémosles, en vez de cosas: una vida ejemplar, obras de caridad, tiempo para escucharlos y estar atentos a sus necesidades profundas. Nuestros mayores anhelan la Navidad. Regalémosles visitas frecuentes, gestos de ternura y de atención personal. Nuestros enfermos suspiran por la Navidad que trae alegría, consuelo, compañía y sanación.
Navidad no se habla; se siente en el alma y se contagia por contacto personal. No reduzcamos la Navidad a adornos, a un ambiente, a un intercambio formal de regalos. Hagamos acontecer la   única y verdadera Navidad cristiana: la del niño Jesús, hijo de María Virgen, acostado en un pesebre y envuelto en pañales y que nos trae la profunda alegría de la salvación. Esa es la que tenemos que “ser” y “hacer acontecer” hoy y aquí en la realidad venezolana. Seamos Navidad. Seamos entendimiento y esperanza ¡Feliz Navidad!

+Ubaldo R Santana Sequera FMI         + Ángel F Caraballo Fermín
Arzobispo de Maracaibo                         Obispo auxiliar


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