domingo, 23 de agosto de 2020

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

 

 

 

 


DIÓCESIS DE CARORA

ADMINISTRADOR APOSTÓLICO

 

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

HOMILIA

Lecturas: Is 22, 19-23; Sal 137; Rm 11,33-36; Mt 16,13-20

 

Muy amados hermanos y hermanas en Cristo Jesús Nuestro Señor,

Los evangelios de este domingo y el próximo forman una unidad y nos llevan a reflexionar sobre la naturaleza de nuestra relación con Cristo Jesús y nuestro grado de adhesión a él.

En el texto evangélico de hoy es el mismo Jesús quien toma la iniciativa de indagar, primero sobre lo que la gente dice de él y seguidamente sobre lo que sus mismos discípulos dicen de él. Son preguntas decisivas para Jesús, porque se acerca el momento de emprender la ruta hacia Jerusalén para consumar su misión en la pasión y la cruz, y es menester que sus discípulos y Pedro, en particular, sepan quién es él y estén preparados para seguirlo por el camino mesiánico escogido por el Padre para llevar a cabo su misión. Ambas preguntas van también dirigidas a nosotros y es importante que nos confrontemos con cada una de ellas. ¿Quién es Jesús para ti, para mí? ¿Quién ha de ser Jesús para todo cristiano? Como vamos a ver la pregunta se puede responder “desde la carne y la sangre”, o desde la fe dada por el Padre. 

El lugar escogido para llevar a cabo la encuesta, en los confines de Israel con Siria, es muy significativo: en las fuentes del río Jordán, a los pies de un enorme farallón rocoso, llenos de nichos utilizados para toda clase de cultos idolátricos, cerca de Cesarea de Filipos, ciudad construida por Herodes en honor a César Augusto y a él mismo. A la primera pregunta los discípulos le contestan que la gente lo ve como un profeta, como un nuevo Elías, o Jeremías, o Juan Bautista o el profeta que, según Moisés, ha de venir al final de los tiempos (Cfr. Dt 18,15).

Desde “la carne y sangre”, han surgido a lo largo de la historia, infinidad de respuestas sobre Jesús. Lo colocan al lado de Buda, Sócrates y Confucio, como una de las cuatro personalidades determinantes de la civilización humana. La figura que parte en dos las eras de la historia: antes de él y después de él. Según los vaivenes de la moda, de las corrientes culturales o de figuras prominentes, los “influencers” y los “coachs” de ayer y de hoy, la figura de Jesús ha ido desfilando bajo los más diversos y coloridos ropajes: Jesucristo superestrella, hippie ecologista, liberador nacionalista, gurú egipcio, maestro trascendido, taumaturgo panta-sanador. La lista es larga. Son figuras pasajeras sin ningún impacto real y profundo en las vidas de sus espectadores o consumidores.

Muchos católicos nos podemos ver tentados de quedarnos con este Jesús, el de la carne y de la sangre. Acudimos regularmente a misa los domingos, escuchamos la Palabra de Dios, comulgamos incluso, damos el diezmo o la limosna ocasional, pero su impacto sobre nuestra vida personal, familiar, moral, social y económica es irrelevante: No nos cuestiona, no llega a cambiar nada significativo y profundo en nuestras vidas, seguimos viviendo bien anclado en nuestras zonas de comodidad.

No es este el nivel de relación, de adhesión, de profesión de fe que Jesús espera de los suyos. Por eso no se contenta con saber que dice la gente de él. Quiere saber quién es él para sus discípulos. Volvamos a las fuentes del Jordán. “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?”. Esta vez Simón Pedro contesta en nombre de todos: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús inmediatamente lo llama dichoso porque esa respuesta no brota ni de su carne ni de su sangre, sino del Padre del cielo directamente.

 Anteriormente Jesús había alabado a su Padre por ocultarle las realidades del reino de los cielos a los sabios y entendidos y dárselas en cambio a conocer, a la gente sencilla, (Mt 11,25). Pedro pertenece a esa categoría de gente en quienes el Padre se complace (Cfr. Mt 13,17). Le tocó a él; por eso Jesús lo llama dichoso. Es dichoso, bienaventurado, como lo fue la Virgen María, cuando dijo FIAT, porque de su aceptación y fe nació Jesús y de la profesión de fe de Pedro y de los demás apóstoles con él, hace brotar Jesús una nueva fuente de vida para los hombres: la Iglesia. 

Centrémonos en las tres dichas que brotan de la profesión de fe de Pedro. En primer lugar, Jesús le cambia el nombre. Ya no se llamará Simón Bar Jonás (hijo de Juan), sino Cefas, (roca, piedra en arameo), Pedro en griego. Pasa de ser “Simón-poca-fe” (Cfr. Mt 14,31) a “Pedro-roca-fe”. En la nueva comunidad de Jesús, Pedro será Kefas, piedra, es decir sólido fundamento de referencia. En ese momento, Pedro está muy lejos de ser roca. Al contrario, es piedrita de escándalo en las sandalias de Jesús, como lo veremos en el evangelio del domingo que viene. Pero Jesús confía en él. Le va tocar recorrer un camino largo y doloroso para estar en capacidad de sostener y fortalecer a sus hermanos (Cfr. Lc 22, 31-32) pero llegará a ser Pedro-Roca. ¡Y qué roca! Él y sus sucesores. 

Pedro recibe las llaves del Reino de los cielos para abrir y cerrar, atar y desatar, es decir, autoridad para reconciliar a los miembros de la Iglesia entre ellos y con Dios. Uno de los puntos en que más insiste el evangelio de Mateo cuando presenta como han de vivir las comunidades discipulares del Reino es precisamente en la reconciliación y el perdón. La reconciliación sigue siendo una de las grandes tareas de los cristianos tanto dentro de sus comunidades como en las sociedades y culturas en que se desenvuelven, regidas muchas de ellas por la cultura de la crueldad, del exterminio, del genocidio, la retaliación y la venganza.

Pedro es colocado como piso y fundamento de la Iglesia, la nueva comunidad de Jesús. “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el imperio de la muerte no la vencerá”. Así como las fuerzas del infierno no pudieron con la persona de Pedro a pesar de haber llegado, con la negación, a las puertas del abismo, porque Jesús oró por él, le enseñó a mirarlo a los ojos y a llorar su miseria, su fragilidad y pobreza, así tampoco podrá hacer naufragar la nave de la Iglesia si ella tiene también sus ojos fijos en él, se reconoce pobre, débil, pecadora pero construida sobre la roca virgen de su Señor (Cfr. Ap 21,14). A la Iglesia se le puede aplicar el lema de la ciudad de Paris, tomado del teólogo de la antigüedad cristiana Hipólito: “fluctuat nec mergitur” “batida por las olas, pero no se hunde”. «Mar es el mundo en el que la Iglesia como nave en el piélago es batida por la tempestad, pero no se va a pique» (De Christo et Antichristo,59, 4-5)”.

La pregunta de Jesús a sus discípulos no es una pregunta de catecismo cuya respuesta ya está dada y lo único que tenemos que hacer es aprenderla de memoria y repetirla. Es una pregunta que requiere nuestra respuesta personal, que nos lleve a adherirnos más a Jesús, a reconocer el lugar que él ocupa en nuestra vida, a renovar nuestra firme pertenencia a la Iglesia fundamentada sobre la roca de Pedro y de sus sucesores.

Lo que se dice de Pedro vale también para nosotros. Quien tiene fe, tiene piso firme, se parece a esa casa construida sobre roca que las tormentas y los huracanes no pueden derribar (Cfr. Mt 7,24-25). Construyamos nuestra vida sobre Jesús, la roca fundamental. Adhirámonos fuertemente al Señor Jesús como Pedro. Miremos “la roca de la que hemos sido tallados, la cantera de donde hemos sido extraídos” (Is 51, 1-2). Somos de la estirpe de Abraham, de Sara, de María, de José, de Pedro.

Firmemente arraigados en nuestra pertenencia a la Iglesia de Cristo fundada sobre la fe-roca de Pedro, ya no nos hundiremos en las aguas turbulentas de esta vida. Pueden venir persecuciones, epidemias, pruebas y dolores de toda clase, pero si Dios Padre nos hace don de esa misma fe por medio de su Hijo Jesús, aguantaremos hasta el final y nos salvaremos.

A lo mejor el evangelista Juan avizoró todas las profesiones de fe de los pequeños y sencillos sobre las que se sigue fundamentando la Iglesia de Cristo y de Pedro a o largo de los siglos, cuando al final de su evangelio concluyó: “Muchas otras cosas hizo Jesús. Si quisiéramos escribirlas una por una por una, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo” (Jn 21,25).

 

Carora 23 de agosto de 2020

 

 

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede vacante de Carora

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                 

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