domingo, 25 de febrero de 2018

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 2018 - HOMILÍA


SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO B 2018
HOMILÍA
Y bajo todos los cielos,

poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros. (León Felipe)

Muy queridos hermanos,
La Iglesia nos convoca nuevamente este domingo para iluminar con la Palabra y la presencia eucarística de Jesús la ruta cuaresmal que nos ha de conducir renovados a las fiestas de Pascua y más adelante a las de Pentecostés. Desde ya doce años, con la misa de hoy, se inaugura la Semana de Doctrina social de la Iglesia.   
Las lecturas de este año nos invitan a meditar la alianza de Dios con Abraham, un párrafo de la carta a los Romanos y el relato de la transfiguración del Señor según S. Marcos. En los tres textos encontramos la mención de un hijo muy amado: en la primera lectura ese hijo es Isaac; en las dos siguientes es Jesús. En la carta a los Romanos, Pablo nos lo presenta como un Hijo que el Padre, movido por el inmenso amor que nos tiene, lo entrega por nuestra salvación (Cfr. Jn 3,16). En la Transfiguración, el Padre sale garante del mesianismo escogido por Jesús. Lo reconoce como su Hijo muy amado y les pide a los tres discípulos que lo escuchen. Les invito por consiguiente a realizar el mismo recorrido que Pedro, Santiago y Juan al Tabor, a poner nuestra mirada en ese Hijo muy amado y a meditar sobre el amor que él trae para comunicarlo al mundo.
Un amor blindado, a toda prueba.
Lo primero que les invito a contemplar es el don que Dios hace de su Hijo.  No se lo guardó, no se lo reservó, sino que lo envío al mundo y lo entregó por todos nosotros. Este es un misterio de amor que nos supera y no logramos entender: lo que no permitió que Abraham llevara a cabo, dejo que le ocurriera a su propio Hijo. Para Pablo esta revelación le transformará su vida: “Me amó y se entregó por mi” (Gal 2,20).
Este amor nos alcanza en medio de nuestra mayor miseria y totalmente alejados de Dios. Sin embargo, El Padre misericordioso va a recortar esa distancia hasta llegar a nosotros. En el camino se encontrará con grandes obstáculos: el pecado, el Mal y la muerte. Pero ninguno de ellos lo detendrá. Cristo. En su búsqueda, Jesús llegará hasta el extremo de su propia entrega para rescatarnos (Cfr. Jn 13,1). Amor tan fuerte, tan intenso que traspasa la barrera de la divinidad y se hace humano, traspasa la barrera del tiempo y se hace eterno, traspasa las barreras espaciales y se hace universal.
El mismo lo contará en la hermosa parábola del pastor que deja su rebaño para salir en búsqueda de la oveja perdida hasta que la encuentra Cfr. Lc 15, 1-6). Ese “hasta” de la parábola, describe toda la vida de Jesús. Devorado por el fuego apasionado de su amor salvador, va hasta la ignominia de la cruz para rescatar a los pecadores. La continuación del texto de la carta de Pablo que hemos escuchado es una descripción exultante de todas las barreras y obstáculos que el Hijo, en obediencia a su Padre, franquea para llegar hasta la última de las ovejas, esté donde esté y sea quien sea (Rom. 8,31-39). Tenemos a nuestro favor un aliado dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para salvarnos y hacernos partícipes de su amor. Así lo proclamamos en uno de los artículos de nuestro Credo: “Bajó a los infiernos”.  
Un amor eterno.
El amor de Dios, manifestado en Cristo, no es un amor pasajero, de un momento, es un amor irreversible, para siempre. El amor de Dios por el hombre no tiene vuelta atrás. El Padre nos ha amado desde la eternidad. Desde que nos viene pensando y desde que nos creó no ha cesado de amarnos con amor.
Ese es el amor que trae consigo el Hijo muy amado y que el Padre pide a los tres seguidores de Jesús acojan y sigan hasta el final. La alianza que él quiere establecer con nosotros es una alianza de amor definitiva, que abarca toda nuestra existencia terrestre y toda nuestra vida eterna. No perdamos de vista la visión total y completa de nuestra historia personal, de nuestra historia como pueblo. Lo que Dios ha comenzado, lo llevará hasta el final.  
Hay una sola historia de salvación que se desarrolla en dos tiempos: el tiempo de la promesa y el tiempo de la plenitud. Nosotros pertenecemos al tiempo de la plenitud. Una plenitud incompleta por ahora y por eso pasa por la cruz, por el sufrimiento y el dolor de la pasión y de la muerte. Ahora estamos sumidos en los quebrantos, las angustias y las tribulaciones de la búsqueda angustiosa de lo más elemental para vivir como son la comida, la salud y la comunicación con los seres queridos.
Podemos nosotros también perder la visión del camino completo, de la totalidad de nuestra historia de salvación y la de toda la humanidad. Como Isaac podemos llegar a pensar: ¿Será que el Señor nos va a sacrificar, va a sacrificar al pueblo venezolano y condenarlo a la dispersión total y a la destrucción de su historia? Pero no, hermanos, Dios no quiere nuestra muerte sino nuestra vida. No quiere destruirnos sino construirnos. Dios no quiere que seamos felices solamente en el cielo, sino que lo seamos desde esta tierra. La cruz es un camino obligado, pero no es el final. El final es la transfiguración. La resurrección. La gloria.

Un amor universal
Dios quiere constituir con la humanidad un solo pueblo. Quiere que seamos el Pueblo de Dios. La alianza con Abraham es el inicio de esa aventura. La obediencia de Abraham le convence que es la persona apropiada para forjar esa alianza, en la que serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. Lo que empezó Abraham y continuó Moisés, Dios por medio de su Hijo Jesús lo llevará a plenitud. En la entrega obediente y amorosa de su Hijo en la cruz y en su resurrección, todos los seres humanos de todos los tiempos y de todos los lugares están llamados a transformarse en hijos muy amados ellos también, en miembros hermanados en una sola familia.
Un amor transfigurador
La Iglesia es un adelanto, un signo, un sacramento de esta vocación universal a la filiación, a la fraternidad y a la unidad. Nos toca, como miembros de la Iglesia, hacer visible y concreto, allí donde estamos y vivimos, el proyecto de vida que Cristo vive y comunica con su muerte, resurrección y el don de su Espíritu. La transfiguración del Señor es la finalización, el culmen adonde quiere llevarnos, superando nosotros también con él las barreras que en este momento y en la vida entera se cruzan en nuestro camino.
El proyecto de Jesús que se expresa hoy en su fase final, no es para nosotros nada más.  No somos un club, no somos un ghetto. Somos portadores de esa experiencia. La Iglesia no tiene razón de ser si se queda encerrada dentro de sí misma. Es en el mundo la servidora del amor de Dios manifestado en Cristo. Todos hijos de Dios, todos hermanos, todos compartiendo en justicia y amor la herencia común de la creación, del tesoro de cada cultura, de los avances de la ciencia, de la tecnología y de los nuevos sistemas de información.
En ningún hombre podemos ver ya un enemigo. Ningún ser humano nos es ajeno. Así como el Padre y el Hijo, impulsados y unidos por el potente amor del Espíritu, traspasaron todas las barreras que se interponían entre ellos y la humanidad, así también nosotros, como miembros de su pueblo, unidos en la misma alianza, estamos llamados a superar las barreras actuales que se levantan entre un ser humano y otro, entre un venezolano y otro venezolano. No nos hagamos cómplices de las trampas que enrejan, separan, contraponen y dividen. Todo hombre es nuestro prójimo porque Dios se hizo prójimo, se hizo camino, se hizo hermano, compartió todo con nosotros menos el pecado.
La Semana de Doctrina Social de la Iglesia que hoy inauguramos, bajo la fulgurante luz de la transfiguración del Señor, nos envuelve a todos en esa misma dinámica de amor. Tumbemos los muros, quitemos guarimbas, eliminemos barreras. Construyamos puentes, abramos caminos en las soledades de la desolación y de las nuevas pobrezas. Esa es la verdadera dirección en la que se desplaza la historia de la salvación y la historia de la humanidad. Es en esa dirección que la eucaristía de hoy nos invita a todos a entrar. Amén.
Parroquia San Antonio Ma. Claret, Maracaibo 25/02 2018                                          


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo



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