miércoles, 14 de febrero de 2018

MIERCOLES DE CENIZAS CICLO B - HOMILÍA - ENFILA, TRAS CRISTO Y CON LA IGLESIA, TU VIDA HACIA LA PASCUA


MIÉRCOLES DE CENIZAS CICLO B
HOMILIA
ENFILA, TRAS CRISTO Y CON LA IGLESIA, TU VIDA HACIA LA PASCUA
“El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, desatar las coyundas de los yugos, dejar libres a los oprimidos, romper todas las cadenas; partir tu pan con el que tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo; cuando veas a alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies a tu semejante” (Isaías 58)


Muy amados hermanos,
Comenzamos hoy, con este miércoles de cenizas, el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo fuerte que nos ofrece la Madre Iglesia para prepararnos personal, familiar y comunitariamente a la celebración de la fiesta más importante del cristianismo: la Pascua, es decir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Esta fiesta es el eje central sobre el que gira toda la fe cristiana. Tiene una duración de cuarenta días y concluye, el jueves santo, con la celebración del Triduo Pascual. Para que este tiempo sea altamente provechoso y lleguemos renovados a la meta, la Iglesia llama a todos los fieles a la penitencia y a la conversión.
Todos somos pecadores. Todos estamos necesitados de conversión. La convocatoria que hace el profeta Joel, en la primera lectura, no deja a nadie afuera. Todos podemos ser mejores. No estamos llamados a vivir en la mediocridad sino en la santidad, siguiendo el modelo de vida y de comportamiento de Jesucristo.
Este tiempo de conversión y penitencia nos permite revisar a fondo cómo estamos llevando adelante nuestra vida cristiana y examinar si estamos viviendo de acuerdo a la gracia que recibimos en el bautismo. Se trata de ver si estamos caminando en la buena dirección, o si estamos estancados, o, peor aún, si estamos retrocediendo y dándole la espalda a Dios y a todos nuestros compromisos cristianos. Cuaresma es pues el tiempo propicio para poner orden en nuestra vida, revisar cuáles son las prioridades por las que nos guiamos en nuestras decisiones y comportamientos. Se impone un escaneo profundo para chequear la calidad de nuestras relaciones con Dios, con los hermanos, con nosotros mismos y con la creación.
Ustedes me dirán, que están muy metidos tratando de resolver las mil y unas dificultades de esta vida que se presentan diariamente una tras otra y que no dan ningún tipo de tregua. Y que, por consiguiente, su prioridad es conseguir comida, medicamentos, mantenerse lo más saludables posibles. Y eso está bien. Pero una cosa no quita la otra. Más aún, pienso que, si estamos bien conectados con Dios y contamos con su luz y su fuerza, más ánimo y vigor tendremos para enfrentar las luchas y pruebas de esta vida.
Porque tengamos bien claro, mis hermanos, hoy las dificultades son las necesidades que estamos padeciendo, pero mañana serán otras las que nos agobiarán.  Y no podemos vivir de agobio en agobio, desgastándonos en la atención de las vicisitudes diarias que no se pueden postergar. Para resolver los problemas diarios no basta sumergirse en ellos, hay que aprender a trascenderlos.
Así que nos hace falta centrarnos en Dios, organizar nuestra vida en torno y a partir de Él. El Señor no es ningún estorbo, ni tampoco un elemento extra en nuestras vidas, que atendemos de refilón, en nuestros tiempitos libres. Dios es el eje fundamental de nuestra existencia, es la columna vertebral que sostiene lo que somos y vivimos. San Pablo nos enseña que “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). Sin El no somos absolutamente nada. Si él no nos sostiene vamos perdiendo calidad humana y nos transformamos en lobos voraces que nos devoramos los unos a los otros.
Este es precisamente el significado que tiene la imposición de la ceniza en nuestra frente el día de hoy. La ceniza no es un amuleto de buena suerte, ni una protección contra el mal de ojo, ni tampoco un escudo de defensa contra cualquier daño que nos quieran hacer. Es un reconocimiento de la fragilidad de nuestra condición humana y de la absoluta necesidad que tenemos de buscar a Dios y colocarlo en el corazón de nuestras vidas. Con la recepción de la ceniza aceptamos la invitación que la Iglesia nos hace, en nombre de Dios, de tomar en serio nuestra conversión y volver de todo corazón al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso. 
Sigamos el consejo de San Pablo en la segunda lectura de hoy. No podemos perder la oportunidad que se nos ofrece ya que la vida es corta y hoy estamos y mañana no. Solo Dios, y nadie más, nos puede salvar y ofrecernos la participación en su vida eterna y amorosa después de nuestra muerte. Y él lo ha hecho realidad a través de su Hijo Jesucristo, quien nos ofrece realizar con él el camino de la cruz, que es el único camino que conduce a la salvación. Nos toca pues darle un vuelco al timón y enderezar el velero de nuestra vida mar adentro, hacia Dios, asumiendo con libertad y decisión nuestra cruz y caminando tras Jesús.
Para que podamos llevar a cabo este cambio profundo de vida, la Cuaresma pone a nuestra disposición tres poderosas herramientas que se alimentan todas de la Palabra de Dios: la oración, la mortificación y la caridad. Con la oración nos reconectamos directamente con Dios, sea a través de la oración personal, familiar y comunitaria. Necesitamos intensificar la oración, bajo la forma que más alimente nuestra fe.  Con la mortificación aprendemos a dominarnos, a asumir el control de nosotros mismos, a atacar de frente nuestras debilidades, pasiones descontroladas y pecados capitales. Con la caridad, que antes se señalaba con el nombre de limosna, hacemos realidad el mandamiento del amor mutuo que Cristo nos ha dejado y le ofrendamos a nuestros hermanos nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes. Estas prácticas forman parte de nuestro entrenamiento esencial como cristianos para correr en el estadio de esta vida y llegar a resucitar con Cristo: “Todos los atletas, nos enseña S. Pablo, se imponen una dura disciplina. Ellos lo hacen para llevarse una corona (de laureles) que se marchita. Nosotros en cambio, una que no se marchita. ¡Corramos pues de tal manera que la obtengamos!” (1 Co 9,25).
La basura que se amontona aún en nuestras calles y avenidas, nos lleva a poner nuestra mirada en la basura que se acumula en nuestros corazones y que necesitamos recoger y sacar para tener una vida moral y espiritual más saludable. Esta basura compuesta de violencias, odios, rencores y resentimientos acumulados es altamente contaminante y nos impide vivir en paz con nosotros mismos, con Dios y con el prójimo. Debemos luchar contra esos males que nos amenazan con las armas del perdón, de la reconciliación, de la convivencia y de la práctica insistente e incansable de la solidaridad. Ni el mal ni la violencia se vencen reaccionando con mayores males y violencias sino a fuerza de bien (1 Tes.5,14-15; Rom 12,17-21). El sacramento de la reconciliación es uno de los dones que el Señor Jesús ha puesto a nuestro alcance para entrar en la órbita de Dios y enrumbar nuestras vidas por los senderos de Cristo.
Cuaresma he de transformarse en una escuela intensiva de amor incondicional y solidaridad desinteresada. Para ayudarnos a tomar consciencia de la vocación cristiana y de los compromisos adquiridos con el bautismo, se lleva a cabo, tanto en Maracaibo como en Cabimas, la Semana de Doctrina Social de la Iglesia. Este año estará centrada en la conmemoración de los 50 años de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Medellín y reflexionar sobre el compromiso cristiano ante las nuevas pobrezas. Formémonos todos en el conocimiento y práctica de la Doctrina Social de la Iglesia.

Contamos también en Venezuela con la Campaña Compartir, programa que este año alcanza su XXXVIII edición y se centrará, como el año pasado, en aportar entre todos, nuestra colaboración solidaria para contrarrestar el problema de la desnutrición infantil, a través del sistema SAMAN y su programa de atención VIVERO. La campaña tiene también como finalidad fortalecer y ampliar en la arquidiócesis la red de nuestras Cáritas parroquiales con miras a sensibilizarnos sobre la problemática de las personas en situaciones de pobreza, de exclusión, de vulnerabilidad y de hambre y organizarnos mejor para atenderlas.
Unámonos todos para combatir el terrible flagelo del hambre y de la desnutrición que afecta a nuestros niños, inspirándonos en Cristo Jesús que vino a este mundo para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia (Cfr Jn 10,10) y nos asegura que todo lo que hagamos por uno de nuestros hermanos más necesitados y humildes, por él mismo lo estamos haciendo (Cfr. Mt 25.40).
El hambre es un terrible flagelo, un pecado social que atenta contra el derecho fundamental de todo ser humano a la vida y a su integridad física. Es una grave degradación moral y humana, enriquecerse con el bachaqueo, a costa del hambre de los pobres. Si los encargados de velar por la salud la vida de nuestros niños, no están en capacidad de asegurarla, tienen la grave obligación moral de facilitar cualquier mecanismo internacional de ayuda inmediata. Si bien los gobernantes tienen una particular responsabilidad, se trata de una tarea de todos. No basta señalar el mal y denunciarlo. Tenemos que formar parte de la solución. Tenemos que unir nuestras fuerzas para impedir que un solo niño muera o quede malogrado de por vida, por falta de comida adecuada y nutritiva, para que se fortalezca el principio de subsidiariedad y la valoración prioritaria del bien común.  
Hermanos, pongamos en camino llenos de ánimo y esperanza. No estamos solos. Cristo camino delante de nosotros. Caminar con él, llevar nuestra cruz, significa experimentar la fuerza del amor por la humanidad, que lo sostuvo y le permitió ser fiel hasta el final al proyecto de salvación que su Padre le encomendó. No caminamos solos. Él es un torrente inagotable de misericordia y perdón en el cual nos podemos sumergir. El viene de parte de Dios Padre a ofrecernos una vez más este tiempo de gracia y salvación. Recordemos las palabras del hermoso salmo 103:
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
Toda la Iglesia, se pone en movimiento. No perdamos de vista la meta: llegar a las fiestas de Pascua con un corazón plenamente limpio y renovado, listos y dispuestos para reasumir con nuestros hermanos los compromisos que adquirimos el día de nuestro bautismo, de ser, vivir, sentir y comportarnos como discípulos misioneros de Cristo Jesús.
Catedral de Maracaibo, 14 de febrero de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo


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