domingo, 22 de octubre de 2017

DOMINGO XXIX ORDINARIO CICLO AHOMILIADEVOLVER A DIOS LO QUE ES SUYO

DOMINGO XXIX ORDINARIO CICLO A
HOMILIA
DEVOLVER A DIOS LO QUE ES SUYO

El texto del evangelio que acabamos de escuchar forma parte de los fuertes enfrentamientos que Jesús tuvo con diversos dirigentes en las cercanías del templo. Surgieron a raíz de la entrada triunfal del Señor en Jerusalén y la expulsión de los vendedores y cambistas del templo. Los sacerdotes y ancianos comienzan la discusión cuestionando la autoridad de Jesús para actuar de esa manera. Después vienen las fuertes denuncias que el Señor les dirige, bajo formas de parábolas. La de los dos hijos en la que el Señor deja al descubierto la hipocresía de la dirigencia religiosa. Luego sigue la de los viñadores homicidas y la de los invitados que se niegan a participar en el banquete nupcial. 
Dice el evangelista que, “cuando los sumos sacerdotes y fariseos se dieron cuenta de que las había dicho por ellos, quisieron apresarlo, pero no se atrevieron por temor a la gente, que lo consideraban un profeta” (Mt 21,45). Entonces se pusieron de acuerdo fariseos y herodianos, funcionarios de Herodes y colaboradores de los romanos, para tenderle una trampa con preguntas tramposas que le hicieran perder su popularidad ante el pueblo y lo indispusieran ante las autoridades imperiales. La primera pregunta sobre el impuesto que se le tiene que pagar a los romanos: “Qué te parece ¿es lícito o no pagar el tributo al César?”  
La cuestión de si se debía pagar o no el impuesto al imperio romano era un asunto polémico que dividía a la opinión pública. Pregunta insidiosa, llena de malicia, formulada con la aviesa intención de meter a Jesús en problemas. Si contesta: “Se debe pagar”, tendrán un motivo para acusarlo como partidario de la invasión romana. Si contesta “No se debe pagar”, lo acusarán de subversivo ante los romanos. ¡Un callejón sin salidas!
En tiempos de Jesús el pueblo estaba abrumado por el peso de muchos impuestos, tasas, tributos, diezmos. Había impuestos directos sobre las personas, las propiedades, la producción agrícola, el número de esclavos. Impuestos indirectos sobre transacciones, la sal, la compraventa, el ejercicio de una profesión, sobre el uso de servicios públicos. También se pagaba peaje en pasos fronterizos. Una red de cobradores y fiscales, como los publicanos, se encargaban del cobro puntual Cualquiera podía ser obligado a prestar un servicio al Estado, como fue el caso por ejemplo de Simón de Cirene, forzado a ayudar a Jesús a llevar su cruz hasta el Calvario. Luego estaban los impuestos para el culto y el mantenimiento del Templo, (El Shekalim), los diezmos y las primicias. 
Muchos judíos rechazaban el pago del impuesto al emperador romano en nombre de la exclusiva soberanía de Dios sobre Israel. Jesús detecta la maldad escondida detrás de sus falsos elogios y su capciosa pregunta. Por eso, de una vez pone el dedo en la llaga, desenmascarando su hipocresía y va directo al grano. Les pide le muestren la moneda del tributo, la moneda romana, la única válida para pagar impuestos, en este caso un denario romano que lleva la imagen del emperador endiosado, con inscripciones que lo equiparan a Dios. ¡Y se la entregan! porque la llevan con ellos, prueba ya irrefutable de la inutilidad de la pregunta porque, al presentársela, reconocen ellos que si hay que pagar el tributo. 
La moneda no tenía solo valor económico sino también valor de sumisión y respeto al poder político allí representado. Jesús quiere hacerles caer en la cuenta que ya ellos, al utilizar esa moneda con símbolos políticos y religiosos del poder romano, están reconociendo su soberanía absoluta, es decir, le han dado el lugar de Dios a alguien que no lo es.  Le están dando al César lo que es del César, pero le están quitando a Dios lo que es Dios!
Ahora es Jesús quien pregunta: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? “Del César”, le respondieron. Entonces Jesús les dijo: “Devuelvan al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios!”. La frase es muy conocida. ¿Quién no la ha oído? Y su interpretación inmediata, equivocada también: Los cristianos, y sobre todo los curas, deben ocuparse de las cosas espirituales y otros, generalmente los gobiernos, de los demás asuntos materiales, políticos y económicos. Como suelen decir algunos dirigentes políticos nuestros: ¡Los curas a la sacristía! ¡La Iglesia no debe meterse en política!
Con esta frase, Jesús no está separando solo los campos sino sobre todo las actitudes. Es decir, estaba dejando claro en qué consistía el señorío del César y en qué el de Dios. Al César le corresponde la moneda. Él y sus allegados serviles eran sus dueños. Así que no había problema que se le restituya al César lo que le pertenece, como lo indica la efigie de la moneda y su leyenda. Lo importante para Jesús y para nosotros los cristianos no es solamente poner en evidencia los derechos del poder humano sino los de Dios. 
La soberanía de Dios está por encima de cualquier poder humano. Bien claro se lo dijo Jesús a Pilato que presumía de su poder para definir su destino: “No tendrías ningún poder sobre mí si Dios así no lo hubiera permitido” (Jn 19,11).  Para San Pablo, Cristo Jesús ejerce su señorío sobre todo poder humano (Cf Fil 2,9-11). Él es el único dueño y señor por encima de los señoríos terrenales. Es lo que nos da a entender claramente la primera lectura del profeta Isaías, que presenta al emperador Ciro como un elegido de Dios para liberar a los judíos del destierro (Is 45,1.4-6). 
¡Hay que devolverle por consiguiente a Dios lo que es de Dios! Ese es el tema. A los hombres les devolvemos con mucha facilidad y prontitud lo que les pertenece y lo que no también, por servilismo, intereses creados o por sumisión, pero ¡cuánto tardamos en reconocer el señorío soberano de Dios y devolverle lo que es suyo!
Dios es el único dueño de las personas. El las creó a su imagen y semejanza. Los seres humanos no llevamos la efigie de ningún rey, ni emperador, ni dictador. Llevamos la sagrada efigie de Dios grabada en nuestro corazón. Cristo Jesús ha venido precisamente a esta tierra para colocar las cosas en su lugar. Colocar de primero lo que va de primero y lo segundo lo que va de segundo. El orden de los 10 mandamientos y de las peticiones del Padrenuestro dictan la pauta. Primero Dios sus asuntos, su Reino, su voluntad, luego los humanos y sus necesidades. 
Cristo el Hijo de Dios hecho hombre, ha venido precisamente a nuestra casa a devolvernos nuestra verdadera imagen y semejanza que el pecado había enturbiado (Cf Lc 15,8-10).  El evangelio de hoy, mis queridos hermanos, es una fuerte invitación a evitar el endiosamiento sobre las personas y el culto de la personalidad. Nadie es dueño de los demás. La historia, gran maestra en esta materia, nos enseña cómo son derribados estatuas y monumentos de reyes, emperadores, jefes y dictadores que se han endiosado y se han dejado endiosar por sus adulantes seguidores. Ninguna autoridad o poder puede adueñarse de los seres humanos. 
Los primeros cristianos de Siria y Palestina, fieles a esta enseñanza del Maestro, fueron acosados por las autoridades romanas para le rindieran culto al emperador e incensaran su efigie. Ellos reconocieron su autoridad humana pero nunca se arrodillaron ante ellos como si fueran dioses. Cuando los arrastraban ante los tribunales y eran sometidos a maltratos y escarnios se recordaban de la vida y enseñanza de Jesús: “Busquen primero el Reino de Dios y lo dispuesto en su plan y él les añadirá todo lo demás” (Mt 6,33). Así lo declararon Juan y Pedro ante el Sanedrín, cuando trataron de callarlos: “¡Hay que obedecer a Dios ante que a los hombres!” (Hech 5,29). 
Devolver a Dios lo que es de Dios implica dedicarse con generosidad y empeño a los asuntos de su reinado, que son primero que todo ocuparse de los más débiles, de los marginados, de los indefensos. Que con la fuerza de esta eucaristía nos consolidemos cada vez más en nuestra fe y nos dediquemos, junto con nuestra familia, amigos y hermanos de comunidad, a darle siempre a nuestro Padre Dios y a sus hijos predilectos, el puesto que le corresponde en nuestra vida: el primero.
Maracaibo 21 de octubre de 2017


+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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