sábado, 26 de marzo de 2016

VIGILIA PASCUAL 2016 - HOMILIA



VIGILIA PASCUAL 2016
HOMILIA

Esta noche estamos en vela, aguardando la resurrección del Señor de entre los muertos. Así como estaban de guardia los pastores en la noche de Belén y fueron sorprendidos por el anuncio de los ángeles del cielo; asimismo fueron sorprendidas las mujeres que se dirigieron al alba del domingo, hacia el sepulcro, con perfumes, por dos seres resplandecientes, que les comunicaron la resurrección del Señor.  
La Vigilia de esta noche es la más importante de todas las vigilias. Es un momento sagrado que celebran con gran júbilo todas las comunidades cristianas en el mundo entero. En una noche como esta, hace miles de años, atrás, ocurrió un acontecimiento inédito, único, que cambió definitivamente la historia del mundo. Jesús de Nazaret, que fue sentenciado a muerte como un vil criminal por su propios hermanos, entregado cobardemente al suplicio por Poncio Pilatos, crucificado entre dos ladrones, que se salvó de ser arrojado en la fosa común del Gólgota gracias a la valiente intervención de José de Arimatea, ese Jesús, al tercer día, ¡resucitó!
La Resurrección del Señor no es un hecho aislado; es el punto culminante de un ministerio que “empezó en Galilea” (Hech 10, 37), más aún de toda su vida, desde el mismo momento de la Encarnación. Desde su primera aparición en el Jordán, su Padre “lo ungió con el poder del Espíritu Santo” (Hech 10,38) y lo presentó como su Hijo amado, “en quien ponía toda su complacencia” (Cf Mt 3,16-17), y en el monte de la Transfiguración,  invitó a los suyos a escucharlo (Cf Mt 17,5). Jesús por su parte, en todos los momentos de su vida, puso toda su confianza en su Padre Dios y manifestó repetidamente que había venido a cumplir su voluntad (Cf Jn 8,42).
El Maligno se interpuso en su camino de muchas formas para disuadirlo de su misión pero Jesús siempre rechazó sus engañosas propuestas y optó por cumplir la Palabra que salía de la boca de su Padre.  Experimentó momentos terribles en que se llegó a sentir sólo y abandonado, no solo por los suyos sino también por su propio Padre (Mc 14,50; 15,34). Pero nada lo detuvo, bajó todos los escalones de la condición humana: se hizo hombre, asumió la condición de esclavo, se hizo semejante a cualquier ser humano; se humilló a sí mismo hasta la muerte y muerte de cruz, como un criminal más. Por obediencia.  Su último grito en la cruz fue: “Padre, todo está cumplido. ¡En tus manos encomiendo mi espíritu!” (Jn 19,30, Lc 23,46).
Por eso Dios “lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre” (Fil 5-9).  La Resurrección de Jesús fue la respuesta de amor del Padre al amor y a la obediencia incondicional de su Hijo amado.  Queda claro, mis hermanos, que el don de la salvación es una vida que brota para siempre del amor de Dios, a través del cuerpo glorioso de Cristo y del don supremo de su amor en la cruz. ¡Al “tanto amó” de Dios Padre (Jn 13,16), correspondió “el amor al extremo” del Hijo! (Jn 13,1).
¡En ese manantial de amor del Padre y del Hijo, con la potencia del Espíritu Santo, nacimos nosotros! Por eso, con el mandato del amor mutuo, El Señor nos entregó la clave de todo su ser y de la razón de su presencia en esta tierra: “Cómo el Padre me amó, así lo he amado yo, así los he amado a ustedes. Ámense los unos a los otros con ese mismo amor y participarán de la vida plena que yo comparto con mi Padre”.
Los ángeles de luz que anunciaron la resurrección a las mujeres del alba, nos anuncian a nosotros también esta noche, que el camino escogido por Jesús y al cual se atuvo hasta el final, contra viento y marea, es el camino verdadero que lleva a la vida y que, por consiguiente, no hay otra manera mejor de vivir la vida humana que la que él nos reveló: amar a Dios y al prójimo, servir sin esperar recompensa humana, entregarse con pasión a sembrar el bien entre los hombres, buscar ardorosamente la voluntad de Dios y cumplirla con fidelidad.  “Acuérdense, les anuncian los mensajeros celestes, “que el hijo del hombre debía ser entregado en manos de los pecadores, debía ser crucificado y que resucitaría al tercer día” (Evangelio de la Vigilia).
Esta noche celebramos estos dos grandes acontecimientos. Cristo ha resucitado y nosotros, los creyentes y discípulos suyos, también resucitamos con él. Hemos de considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Si esa es nuestra condición, esa ha de ser también nuestra forma de vivir y de comportarnos en este mundo. Ese ha de ser nuestro modo de dar razón de la resurrección de Cristo.
No damos cuenta de la Resurrección del Señor, solo con nuestras palabras o nuestras predicaciones. Damos cuenta de su Resurrección con nuestro testimonio, con nuestro modo de vivir, que refleje en nuestras vidas  su victoria sobre el mal y la muerte. Así lo expresa a magnífica oración del Papa Francisco, al final del viacrucis del Viernes Santo, en el Coliseo de Roma y de la cual tomo una parte, adaptándola a esta celebración:
Oh Cruz de Cristo
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en el rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la injusticia.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en las personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en las familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los perseguidos por su fe, que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico de Jesús y del Evangelio.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
Oh Cristo Resucitado, en ti vemos a Dios que ama hasta el extremo. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de la luz.
Oh Cristo Resucitado, enséñanos que el alba del sol es más fuerte que la oscuridad de la noche. Enséñanos que la aparente victoria del mal se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
¡Oh Cristo Resucitado!
¡Resucítanos también a nosotros!
¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Maracaibo, 26 de marzo, Vigilia Pascual, 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo


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