domingo, 28 de junio de 2020

DOMINGO XII ORDINARIO A 2020 — HOMILIA


Mis amados hermanos y hermanas,

Una noticia largamente esperada y anhelada estalló la semana pasada en toda Venezuela. ¡Habemus beatum! El Papa Francisco, el día de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, nos hizo el gran anuncio de la beatificación del doctor José Gregorio Hernández, el médico de los pobres. ¡Qué mejor regalo para el día del Padre que la elevación a los altares de este gran hombre, que hace honor al gentilicio venezolano! 

El anuncio trae consigo una inmensa bocanada de esperanza para todos los venezolanos. Hace mucho tiempo ya que llevábamos este hombre santo en el altar de nuestro corazón. Ya su silueta, deja de ser solo parte del imaginario popular criollo, para agigantarse en un poderoso llamado que Dios nos hace a través de él, para que dejemos definitivamente atrás banderías, intereses egoístas, divisiones ideológicas, odios y rencores y nos pongamos a trabajar todos juntos en la construcción de un solo país, una sola Venezuela. 

En José Gregorio nos encontramos todos. Con él todos nos sentimos cobijados por una sola y misma bandera tricolor; sentimos correr por nuestras venas el brío del mismo caballito de la libertad. Sentimos que podemos entonar juntos el Himno Nacional, que nos podemos querer todos y construir algo que nos reconcilie, nos una, nos junte, nos hermane. ¡Eso es precisamente lo que esta Venezuela golpeada, maltratada y poco amada está esperando que suceda! ¡Hagámonos ese gran bien los unos a los otros! ¡No perdamos este tren de la esperanza, de la unidad y de la paz que la Providencia divina pone a nuestro alcance! 

Grandes lecciones de vida, vastos horizontes de esperanza, despliega ante nosotros el hijo de Benigno y de Josefa Antonia. Impresionantes sus sueños y admirable su capacidad para transformarlos en realidad. En la raíz de esa ceiba frondosa está Dios. Desde el principio quiso ser sólo de él. Quiso ser monje y allá fue a parar a la Cartuja de la Farnetta. Quiso ser sacerdote y allá fue a parar al Pontificio Colegio Pio Latino de Roma. Pero Dios le dio a entender que sí, que sería suyo, un consagrado, un santo, pero en el aula de clase, en el laboratorio, en el consultorio, en el Hospital, en la calle, en el campo. 

Cuando veamos a José Gregorio en los altares nunca se nos olviden sus correrías por las serranías y páramos de su estado natal; sus pasos apacibles por los pasillos de la UCV (¡Cuánto sufriría al recorrer hoy su Universidad y verla tan descalabrada, con sus pasillos derrumbados!); sus visitas domiciliarias por las empedradas calles de Caracas. No se nos olvide que no murió en una cama, de puro viejito, sino a los 55 años, llevándole medicinas a una abuela pobre. En la esquina de Amadores dejó sembrada para siempre su vida. ¡Qué premonición para él que fue, y sigue siendo un gran amador de los pobres! 

¡Qué grande y qué bueno que nuestro primer santo sea un civil, un médico, un profesor universitario, un investigador, un políglota, un filósofo! Los jóvenes becados que salen (o salían) a especializarse en el exterior tiene en él un ejemplo. Fue, estudió, se especializó y regresó. ¡No se quedó anclado en el primer mundo! Se devolvió a su patria para poner sus conocimientos al servicio de su pueblo. 

No hacen falta ni discursos ni argumentos para demostrar cuán fecundo puede ser el diálogo entre la fe y la ciencia. Basta mirar cómo supo armonizar su fe con sus conocimientos científicos. Trajo de Paris en su maleta el microscopio, y el santo rosario en su bolsillo. Su amistad con el eminente médico Luis Razetti, y colegas de la Universidad y del Hospital Vargas, como Domingo Luciani y Rafael Rangel, son un ejemplo de cómo, aunque se piense distinto, la gente sabia y sensata puede unirse para trabajar juntos por el progreso de su patria. 

Sin duda todos admiramos el limpio y ejemplar ejercicio de todos esos cargos y los notables servicios que le prestó al avance de la ciencia, a la formación y actualización del personal médico de Venezuela, gracias a lo cual pudo surgir, en los años treinta y cuarenta, esa gran generación de galenos sanitaristas, de la talla de Arnoldo Gabaldón, que erradicaron temibles enfermedades transmisibles como el paludismo, el sarampión, en Venezuela.  

Pero lo que más ha quedado grabado en la memoria colectiva de sus compatriotas es su entrega en cuerpo y alma, como médico, a la gente sencilla y pobre primero de su pueblo natal y luego de la capital. José Gregorio Hernández es por excelencia el médico de los pobres. En la limpia y clara sonrisa de Yaxuri Solorzano Ortega, la llanerita milagrosamente sanada por Dios, gracias a su intercesión, milagro que lo lleva hoy a los altares, deja en claro que así quiere que se le siga viendo, como el médico de los pobres.  

Este gran caballero viene a juntarse al hermoso trío de religiosas ya beatas: María de S. José, Candelaria de S. José y Carmen Rendiles. Cuatro gigantes de la caridad que Dios pone a nuestra disposición en uno de los momentos más críticos de la historia de Venezuela. Un hombre y tres mujeres sencillos, de familias iguales a las nuestras, que creyeron en Dios y en el poder que tiene el amor cuando se vive con Cristo Jesús. Cuatro modelos de vida. Envueltos totalmente en el amor de Dios, nos indican un camino, un horizonte, una salida hacia la vida, la libertad y la resurrección de Venezuela.  

En el evangelio de este domingo, Jesús al enviar a sus discípulos a anunciar la llegada del Reino de Dios “a las ovejas descarriadas del Israel”, les advierte que van “como ovejas en medio de lobos” y que van a tropezar con toda clase de asedios, presiones y persecuciones para impedir que lleven a cabo su misión. Por tres veces exhorta a los misioneros a no tener miedo. Han de poner al descubierto lo que hasta ahora está encubierto; divulgar lo que está escondido; difundir en los tejados a la luz del día lo que han aprendido con él y de él en las vigilias al descampado. La causa del evangelio no es una causa perdida, aunque a veces lo parezca; no es un proyecto humano, sino de Dios, quien dará fortaleza y confianza a los que se comprometen con ella. Él cuida a los suyos. De él son el mundo y la historia. El futuro pertenece a los que dedican su vida a hacer el bien. 

Eso lo entendió perfectamente el doctor José Gregorio Hernández. No se guardó nada para él. Todo lo que sabía, toda su vida, toda su fe, todo su valor lo puso al servicio de las jóvenes generaciones, de los pobres y sencillos. Le tocó actuar como profesional de la salud en la devastadora epidemia de la gripe española en 1918, y hoy, un siglo después, se hace nuevamente presente, para combatir con nosotros la contagiosa pandemia del COVID19. 

De esta manera una vez más Dios nuestro Padre nos manifiesta su amor y nos dice que no nos ha dejado solos, que está con nosotros, que contamos con grandes y fuertes intercesores que están a nuestro lado. Ese es el mismo mensaje que el Papa Francisco ha querido transmitirnos al escoger la fiesta del Corazón de Jesús para firmar el decreto de beatificación. Estoy con ustedes. No tengan miedo. Crean en la fuerza del amor tal como lo vivió el nuevo beato. Si se unen, se aceptan, se comprenden y ponen a su país y a su gente como único y apasionante objetivo, saldrán pronto del atolladero.  

Que la gracia de esta eucaristía y la próxima beatificación del médico de los pobres pongan fin a la pandemia, al confinamiento, abran de par en par las puertas y ventanas y entre indeteniblemente el aire puro de la esperanza y de la paz, de la justicia y de la vida, de la alegría y de la fraternidad.  Amén.

Carora, 21 de junio de 2020


+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede plena de Carora

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