domingo, 22 de julio de 2018

HOMILÍA DEL DOMINGO XVI ORDINARIO - CICLO B - 2018


DOMINGO XVI ORDINARIO CICLO 8 2018
Lecturas: Jer 23,1-6; Salmo 23; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34

El evangelio de hoy solo contiene cinco versículos. Pertenecen al inicio de una nueva sección del evangelio de Marcos (6,30-8,30), conocida con el nombre de sección de los panes, por ser el banquete, la comida el pan y la levadura uno de los ejes de su lectura e interpretación. Los cinco versículos de hoy están situados entre dos banquetes: el organizado por Herodes y dentro del cual Juan Bautista será degollado y el organizado por Jesús para dar de comer a una muchedumbre hambrienta.
Estos pocos versículos nos ponen en contacto con un Jesús que cuida de sus discípulos, dedica tiempo a su formación y está atento a su descanso y su buena alimentación. El relato se inicia con el retorno de los discípulos de la misión que el Señor les había encomendado llevar a cabo de dos en dos por las aldeas circunvecinas y la consiguiente revisión de la tarea encomendada (6,7-13).
El Señor quería atender a los futuros pastores del rebaño y pasar con ellos un buen tiempo, en un lugar tranquilo y apartado, pero he aquí que el rebaño se le viene encima. La multitud se ha dado cuenta que Jesús no es un líder como todos los demás para los cuales ellos no son más que unos ignorantes de la Ley, llenos de impurezas y por consiguiente inaptos para rendir culto a Dios.
Jesús en cambio los valora de un modo totalmente distinto, les dedica tiempo, los instruye, escucha con atención sus problemas y angustias, los reafirma en la fe, expulsa el mal que los acosa, los sana de sus enfermedades, los integra a sus familias y a su comunidad. El evangelio de hoy nos revela el núcleo novedoso de esta manera de ser y de actuar del Señor: nos dice que al ver la multitud Jesús “se compadeció de ella porque estaban como ovejas sin pastor”.
Esta expresión es prácticamente un diagnóstico del estado en que se encontraba la sociedad y el pueblo de Israel en tiempos de Jesús. Era un pueblo abandonado, desatendido, olvidado por todos sus dirigentes tanto políticos como sociales y religiosos. En aquella época con la palabra pastos se designaban todos los que ejercían algún tipo de liderazgo particularmente los dirigentes políticos y religiosos. Le evaluación que hacen de todos ellos los profetas es muy crítica. Hemos escuchado precisamente en la primera lectura la denuncia que hace el profeta Jeremías de esos malos pastores. Los acusa particularmente no solo de haber desatendido al pueblo sino de haberlo dividido, dispersado y hasta expulsado por las naciones.  Y seguidamente anuncia que, ante tanto abandono y desidia, Dios mismo vendrá en persona a pastorear a su pueblo y a escoger nuevos pastores que lo atenderán debidamente. Para los evangelistas Jesús lleva a cabo esta profecía. Él es el Hijo de Dios hecho hombre. A través de él y de sus discípulos es Dios mismo que sale en busca de todas sus ovejas extraviadas y las va reuniendo en el nuevo redil de la Iglesia.
En tiempos de Jesús había muchos líderes, muchos dirigentes que llevaban el nombre de pastores, pero no actuaban como tales y no se ocupaban del rebaño. Ya hemos visto en el episodio anterior cómo se comportó Herodes cobardemente con Juan Bautista; cómo Jesús sufrirá un creciente rechazo y hostigamiento por parte de las autoridades religiosas; como al final el mismo Pilato se lavará las manos y será incapaz de liberarlo, aunque sabía que era inocente.
El pueblo sencillo se dio rápidamente cuenta que el pastoreo de Jesús se sustentaba en otro tipo de autoridad muy distinta a la que ostentaban sus jefes religiosos. En varias oportunidades los evangelios recalcan que Jesús no se contentaba con enseñar, sino que actuaba en conformidad con lo que enseñaba. Que su público predilecto eran los leprosos, los publicanos, las prostitutas, los tullidos, los paralíticos, los extranjeros.  Por eso no lo quieren perder y salen presurosamente en busca de él, rodeando el lago a pie, mientras Jesús lo atraviesa con los suyos en barca.
Jesús se conmueve tanto al ver tanta necesidad en aquellos que lo siguen, que cambia radicalmente sus planes y en vez de dedicarse a sus discípulos atiende primero a la gente. La atiende con compasión. Compasión significa compartir el sufrimiento del otro, sufrir con el que sufre. Algo semejante le pedía el apóstol Pablo a los cristianos de Roma cuando les escribió: “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros” (Rm 12,15). Sus discípulos han de continuar su misión con esta capacidad empática.
Anteriormente los había enviado de dos en dos y les había pedido que evangelizaran en las casas, expulsaran los demonios de la vida de los pobres y curaran a la gente de sus enfermedades (6,12). Ahora les pide que se vuelquen a toda misión que emprendan en su nombre, con pasión por el bien de las muchedumbres abandonadas y con entrañas de compasión, de misericordia, de ternura. De nada sirve dirá siglos más tarde un gran padre de la Iglesia, San Gregorio Magno, tener un gran número de pastores si éstos no se dedican con pasión y compasión a atender al pueblo en todas sus necesidades espirituales, morales y materiales.
Estamos ante una gran emergencia. No es precisamente la compasión y la misericordia la característica relevante de las gobernanzas actuales. Desde las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo y muchos de los grandes centros transnacionales de poder se promueve el aborto, la eutanasia, la eliminación de los discapacitados. Son millones los niños sometidos a toda clase de explotación y esclavitud. Se cierran las fronteras y los puertos a los centenares de miles de migrantes que buscan fuera de sus patrias una vida mejor. Se invierte más en armamentismo que en educación. Es alarmante el índice de mujeres y niños sometidos en todos los países del mundo al maltrato y a la violación.  En los tiempos actuales pululan, en todos los continentes jefes de estado corruptos, sedientos de poder y decididos a eliminar con la fuerza bruta a todos sus opositores.
En el evangelio de hoy Jesús nos llama a todos los que hemos sido constituidos pastores de su rebaño, para que no solamente demos ejemplo del verdadero liderazgo cristiano, con valentía y audacia, sino para que también formemos discípulos misioneros libres y conscientes, que se empeñen en formar muy bien a todos los creyentes y a sus comunidades para que no se dejen engañar ni manipular a la hora de elegir a sus gobernantes. Es doloroso ver cómo países habitados por un porcentaje mayoritario de católicos están en manos de bandidos, mercenarios y delincuentes a quienes no les importa la vida de su pueblo y ven con indiferencia cómo se matan entre sí, o huyen despavoridos a otras partes del mundo buscando una nueva esperanza. ¿Será que aún los pastores no hemos sabido formar verdaderos seguidores de Jesucristo? ¿O qué nos hemos tomado muy a la ligera eso de llevar el nombre de cristianos o de pastores en nombre de Jesús?
Estamos aún muy lejos del ideal que nos presenta Pablo en la carta a los Efesios y que hemos escuchado en la segunda lectura. Acercar a los que están lejos. Unir pueblos divididos.  Derribar muros de enemistad y de odio. Construir con la fuerza de la paz una nueva humanidad reconciliada con Dios y entre sus distintas naciones y pueblos. Hermanos, hermanas, hay muchos puentes que construir, muchos barrancos que rellenar, muchos senderos nuevos que abrir para que todos podamos confluir, incluir, aceptarnos y respetarnos. Todo esto es posible si aprendemos a congregarnos todos los cristianos, llenos de compasión, bajo la sombra salvadora de la cruz de Jesús. Con Cristo Jesús muerto y resucitado todo eso es posible.
Maracaibo 22 de julio de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico de Maracaibo

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