domingo, 13 de mayo de 2018

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR 2018 DÍA DE LA MADRE


Y es que en realidad fue motivo de una inmensa e inefable alegría el hecho de que la naturaleza humana, en presencia de una santa multitud, ascendiera por encima de la dignidad de todas las creaturas celestiales, para ser elevada más allá de todos los ángeles, por encima de los mismos arcángeles, sin que ningún grado de elevación pudiera dar la medida de su exaltación, hasta ser recibida junto al Padre, entronizada y asociada a la gloria de aquel con cuya naturaleza divina se había unido en la persona del Hijo (S. León Magno).
Muy amados hermanos en nuestro Señor Jesucristo,
¡Felicitaciones a todas las madres en su día! La cincuentena pascual concluye con dos grandes fiestas: la Ascensión del Señor a los cielos y la venida del Espíritu Santo. Los dos acontecimientos están estrechamente ligados. En el coloquio después de la última cena, Jesús les había dicho a sus discípulos que era menester que él se fuera para que les pudiera enviar el Espíritu Santo (Jn. 16,7).
Celebramos hoy la primera de ellas. La Ascensión marca el final del ministerio terrestre de Jesús. “Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo al mundo y voy al Padre” (Jn 16, 28). Jesús llegó solo. Ahora regresa a la casa con su divinidad y su cuerpo glorioso. Con él es toda la humanidad la que vuelve definitivamente a la casa, el paraíso, de donde había sido expulsada tras el pecado de los primeros padres (Gen. 3,24).
Pablo anuncia a los efesios con entusiasmo desbordante este acontecimiento: “Pero, Dios, rico en misericordia, y por el inmenso amor con el que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros delitos, nos ha hecho revivir en Cristo. ¡Gratuitamente hemos sido salvados! Dios nos resucitó con Cristo Jesús y nos hizo sentar con él en el cielo”. (Ef 2,4-6). Ya estamos introducidos en la casa del Padre, como hijos adoptivos del Padre, hermanos unos de otros y coherederos del Reino de los cielos. Una larga caravana de retorno se ha iniciado que se prolongará a través del tiempo hasta la Parusía. 
La partida de Jesús a la derecha de su Padre, marca también el nacimiento de la Iglesia y su envío en misión. Nos encontramos en el tiempo de la Iglesia, del testimonio discipular y de la misión a realizar en nombre de Jesús. En la liturgia de la Palabra de hoy tenemos dos relatos de la Ascensión: uno de S. Lucas, en la primera lectura, y otro de S. Marcos en el evangelio.
El relato de Lucas se encuentra al inicio del libro de los Hechos de los apóstoles. Lucas le presenta a Teófilo, un lector imaginario que significa amigo de Dios, el mismo a quien le dirigió el evangelio, las claves de todo el libro. Después de recordarle el contenido del evangelio, inicia esta nueva etapa de la historia de la salvación con la ascensión de Jesús a los cielos y las últimas consignas entregadas a los discípulos.  Les hace una promesa: el bautismo con el Espíritu Santo, que va asociada a un don: “cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos”. Y concluye abriendo el horizonte universal de la misión: empezando por Jerusalén han de llegar hasta los confines del mundo.
Dios ama la humanidad y quiere que la salvación llegue a todos. Los discípulos de su Hijo han de llevar ese mismo amor y ese mismo empuje dentro del corazón. Por eso la misión no puede ser sino universal. Así aparece en el evangelio de hoy en el que podemos descubrir tres momentos. A pesar de su pesada incredulidad para aceptar la realidad de la resurrección, Jesús les hace confianza y envía a los Once como heraldos suyos al mundo para que proclamen el evangelio a todas las criaturas, la necesidad de la fe y del bautismo y los signos que permitirán reconocer la eficacia de la acción evangelizadora. Luego, en un solo versículo narra la ascensión del Señor junto a su Padre en el cielo; finalmente el cumplimiento del envío por parte de los discípulos asistidos por una nueva presencia de Jesús en sus vidas, que sabemos por Lucas que es el Espíritu Santo.
La fiesta de la Ascensión nos revela, queridos hermanos, que una nueva fuerza expansiva de salvación está en marcha. Es una fuerza indetenible, propulsada por el Espíritu Santo, que no conoce límites. La misión que está en marcha en este momento de la historia de la salvación es la del Espíritu Santo. Él tiene sus propios caminos y su modo de llevar a cabo la salvación universal. Pero Jesús ha querido asociar la Iglesia a su misión de manera especial, como gran signo de su salvación. A la Iglesia le corresponde ser signo sacramental de la voluntad salvífica universal de Dios en el mundo. Los que formamos parte de ella, sabemos que hemos recibido sin duda esta misión desde nuestro mismo bautismo y nos toca asumir la parte que nos corresponde.
¿En qué consiste esa misión? Oigamos la enseñanza del Concilio Vaticano II: “Predicando el evangelio la Iglesia atrae a los oyentes a la fe, y a la confesión de la fe, los prepara al bautismo, los libra de la servidumbre del error, y los incorpora a Cristo para que por la caridad crezcan en El hasta la plenitud. Con su trabajo consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de estos pueblos, no solo no desaparezca, sino que se purifique, se eleve y perfeccione para la gloria de Dios, la confusión del demonio y felicidad del hombre. La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo en su parte.” (LG 17)
No es tiempo pues de quedarse parados como los discípulos, mirando al cielo. Como dice San Juan Pablo II, la misión acaba apenas de empezar. Aún queda mucho mundo sin conocer el mensaje de Jesús.  Es tiempo de ir, de salir, de moverse. El peligro de nosotros los católicos, y de otras confesiones religiosas, es el de quedarnos encerrados dentro de nuestros templos y organizaciones selectas y de olvidarnos que la misión está afuera, en la calle, en las periferias, en los laboratorios, en los medios de comunicación social. El Papa Francisco nos urge a llevar la Buena Noticia del Evangelio a las periferias, a las nuevas culturas, a las innumerables pobrezas que surgen en el planeta. Nuestra civilización moderna corre el grave peligro de materializarse y nosotros el de encerramos dentro de nuestros linderos de comodidad espiritual. Unos mirando al cielo y otros pegados a este suelo.
El mundo entero necesita conocer el amor de Dios revelado en Jesucristo. ¿Cuáles son los signos que han de ir autenticando nuestra misión? Hemos de proclamar la Buena Nueva en el mundo de la racionalidad ilustrada para que los avances de la ciencia y de la tecnología se coloquen al servicio del crecimiento en dignidad de todos los hombres y de todo el hombre, en su integralidad trascendente, empezando por los más pobres. Se ha proclamar en los infiernos humanos donde el demonio sigue aun campeando como gran señor. El infierno de la exaltación del poder abusivo y opresor, que siembra millones de muertes a su paso, a través del aborto, de la eutanasia, de la trata de niños y mujeres, del comercio de órganos, de la industria armamentista, del terrorismo nacionalista radical, del libertinaje sexual y la permisividad de la lujuria. Hemos de llegar hasta donde yacen millones de enfermos postrados con toda clase de enfermedades físicas, morales y mentales. El evangelio del amor y de la solidaridad ha de llegar a los millones de seres humanos totalmente abandonados, sin amor, sin reconocimiento de su dignidad, condenados a morir de hambre, de sed, de analfabetismo político y religioso, víctimas de toda clase de epidemias y pandemias.
Miles, millones de hombres, están esperando ansiosos de saber que son “Teófilos”, los amigos de Dios, dignos destinatarios de la Buena Nueva traída por Jesucristo a este mundo. A partir de la Ascensión, la Iglesia ha entendido que se le confía difundir lo que Jesús es, enseñó y hizo por las ciudades, aldeas y pueblos de su tiempo. Él lo hizo con pasión y dinamismo. Con entrañas de misericordia y un fuego ardiente en el corazón. Cada uno de nosotros está llamado a prolongar y hacer realidad ese fuego, esa pasión de amor, esa salvación.
Es cierto que no siempre hemos sido consecuentes con este envío. Nos hemos quedado dormidos. Peor aún lo hemos traicionado. Estamos abandonando espacios que han pasado a ocupar, como dice el Papa Francisco en el mensaje de este año para la jornada Mundial de la Comunicación social, toda clase de fake-news, de falsas noticias. Pero el Señor, mantiene su compromiso, nos sigue comunicando su Espíritu para que recobremos nuestras fuerzas testimoniales y nos lancemos con ganas al ruedo evangelizador. No hay mayor dicha para un cristiano y diría para un ser humano que ser y hacerse portador de una persona como Jesucristo y de difundir su mensaje por doquier. Muchos lo han hecho y otros muchos lo están realizando en el día de hoy. Hoy nos toca a nosotros.  Que esta santa eucaristía nos haga fuertes en la fe, animosos en la esperanza y fogosos en la caridad para llevar este evangelio de vida a tantos venezolanos y hermanos del mundo que lo están esperando.
Maracaibo 13 de mayo de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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