MISA CRISMAL 2018
HOMILÍA
Muy
queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,
Todos los que estamos aquí congregados, estamos conscientes
de la gran importancia de la fiesta de hoy y muchos de nosotros deseamos
ardientemente estar en ella y vivirla con gran fervor. De manera especial para
mi, por ser la última misa crismal que presidiré como arzobispo. En efecto la Misa crismal es única en toda la arquidiócesis
y constituye un momento de máxima expresión visible de lo que es nuestra
Iglesia local marabina.
Dos son los aspectos relevantes de esta celebración que
vamos a vivir juntos esta mañana: la manifestación de la Iglesia como Pueblo
Santo de Dios y Cuerpo de Cristo, totalmente ministerializado, y el significativo
lugar que ocupa, dentro de ese Cuerpo, el sacerdocio ministerial. Fiesta de la
Iglesia local. Fiesta del sacerdocio: supremo y único en Cristo, pleno en el
Obispo, bautismal en el pueblo y ministerial en los presbíteros.
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO
Toda la arquidiócesis se encuentra, hoy aquí, simbólicamente presente en
las naves de nuestro vetusto templo catedralicio. Aquí están las parroquias de la Guajira
con toda su realidad cultural indígena y
fronteriza; las comunidades antiguas y nuevas, llenas expectativas y esperanzas,
de San Francisco y La Cañada; las viejas parroquias históricas y las nuevas
realidades cristianas de la gran ciudad de Maracaibo, que brotan, llenas de
vida y grandes desafíos evangelizadores, en su expansión por el oeste y el
norte; las extensas comunidades misioneras esparcidas por los municipios Jesús
Enrique Lossada y Almirante Padilla.
Aquí está toda la riqueza ministerial del cuerpo marabino de
Cristo Jesús, en constante crecimiento: la gran familia de los presbíteros
seculares y religiosos, los diáconos permanentes, los bautizados de especial
consagración, los candidatos al sacerdocio ministerial y al diaconado
permanente, los laicos y laicas que han recibido delegaciones ministeriales
diversas, la polícroma gama de asociaciones, movimientos apostólicos y
realidades eclesiales de ayer y de hoy.
Todos, con los que nos siguen por los medios de comunicación
social, las redes sociales, conformamos un solo pueblo, el pueblo santo de
Dios. Todos formamos una gozosa y abigarrada multitud llena de amor mariano
chiquinquireño. Por todos nosotros Cristo Jesús, Alfa y Omega, murió y resucitó
y nos ha asociado a él por el agua, la Palabra y el Espíritu Santo. Exultamos
jubilosos porque Cristo Jesús ha pagado con su preciosa sangre nuestra
redención definitiva. Ahora somos, partícipes de su misma unción, linaje escogido,
sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios; en otro
tiempo no éramos pueblo; ahora somos pueblo de Dios (1 Pe 2,9-10). ¡Que
viva Cristo Jesús, nuestra cabeza!
Cristo es
nuestra cabeza. Como pueblo mesiánico, hemos sido revestidos de la dignidad y
libertad de los hijos de Dios. En nuestros corazones habita el Espíritu Santo
como en un templo. Tenemos por ley el mandato de amar y de dar la vida los unos
por los otros como el mismo Cristo nos amó y se entregó por nuestra salvación.
Tenemos, últimamente, como fin la dilatación del reino de Dios, incoado por el
mismo Dios en la tierra. Constituidos en Iglesia por Cristo, en orden a la
comunión de vida, de caridad y de verdad,
somos instrumento de la redención universal y hemos sido enviado a todo el
mundo como luz del mundo y sal de la tierra (Cf LG 9).
Para cumplir con esta misión, el Espíritu Santo ha derramado
sobre este pueblo santo toda clase de carismas, dones y servicios. Es la misma
composición que Pablo nos describe: “Constituyó
a unos apóstoles, y a otros profetas; a unos predicadores del Evangelio y a
otros pastores y maestros, preparando así a su pueblo santo para el servicio
eficaz de la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la
unidad de la fe” (Ef. 4,11-13).
Todo esto ha sido recogido en la Idea-Fuerza que mueve y
dinamiza sinérgicamente en el Plan Global de Pastoral: “La Arquidiócesis de Maracaibo, Pueblo de Dios conducido por el Espíritu
Santo a través de los ministerios, carismas, dones y acompañado por la Chinita,
vive, celebra y anuncia su experiencia de Cristo en comunión, participación y
misión permanente como signo y presencia del Reino de Dios”. ¡Que viva nuestra Iglesia arquidiocesana marabina!
LA FIESTA DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
Hoy pues la Iglesia quiere que celebremos el supremo y único sacerdocio
de Cristo. Que celebremos el sacerdocio bautismal. Él ha querido conferir el
honor de este sacerdocio real a todo su pueblo santo, el llamado sacerdocio
bautismal que todos compartimos. Hoy la Iglesia también quiere que celebremos
el sacerdocio ministerial que Cristo Jesús con amor de hermanos ha querido
compartir con los obispos y a través de estos con los presbíteros. Hoy es la
fiesta del presbiterio marabino. Un sacerdocio ministerial al servicio de la
construcción de una Iglesia plenamente ministerializada y misionera.
Como nos lo recuerda el prefacio de hoy, son varones llamados y
elegidos, con amor de hermano, por el mismo Cristo Jesús, entre los bautizados
del pueblo de Dios, hombres entre los hombres, para que, por la imposición de las
manos, en el sacramento del Orden, participen de su sagrada misión y pongan la
potestad sagrada que reciben al servicio de la formación y dirección del pueblo
sacerdotal, lo alimenten con la eucaristía y los demás sacramentos. Cuiden del “del rebaño que el Espíritu Santo les ha encargado
guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de
su Hijo” (Hech 20,28).
Estos servidores serán reconocidos dentro de la comunidad cristiana como
otros cristos, por la entrega de su vida por su Señor y la salvación de sus
hermanos; por su permanente búsqueda de configuración con Cristo cabeza y
pastor, y su constante, alegre y fiel testimonio de caridad en la construcción
de comunidades fraternas, solidarias y misioneras.
No hay obispo sin presbiterio ni presbiterio sin obispo Este ministerio
tan precioso para el crecimiento y fortalecimiento de las comunidades
cristianas se presenta hoy estrechamente unido al ministerio del Obispo. La
Liturgia presenta hoy al obispo como la cabeza visible de la Iglesia local y el
garante de su unidad y comunión con la Iglesia universal. En este servicio
recibe la indispensable colaboración de los presbíteros y de los diáconos
permanentes. Este es el significado de la concelebración de todo el
presbiterio.
La consagración del santo crisma y la bendición de los óleos, materia
prima de los sacramentos, por parte del Obispo, rodeado de la corona
presbiteral y diaconal diocesana, en presencia de toda la Iglesia local, pone
de manifiesto que el Cuerpo de Cristo solo se construye en la medida en que el
pueblo santo de Dios, gracias a la entrega servicial de sus ministros, se nutre
de Cristo, se articula en Cristo, crece por medio de Cristo y hace a Cristo presente
y actual hoy en Maracaibo y en el mundo.
El pueblo de Dios necesita a sus presbíteros. Los presbíteros necesitan
de sus hermanos laicos y de sus comunidades. Hermanos. Ayuden a sus sacerdotes
a ser santos, a cumplir con la vocación a la que han sido llamados, con las
promesas que han hecho en el día de su ordenación y renuevan en cada misa
crismal todos juntos ante su Obispo. ¿Qué prometen? Unirse más fuertemente a
Cristo, configurarse con El, renunciando a sí mismos. ¿Qué prometen? Ser fieles
dispensadores de los misterios de Dios principalmente en la eucaristía;
desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como seguidores de Cristo,
Cabeza y Pastor. Prometen ser desprendidos de los bienes temporales y tener por
única motivación de su misión la evangelización integral de sus hermanos. El
sacerdote no tiene otra fuente de felicidad que la de desgastarse para que sus
hermanos vivan y vivan plenamente en Cristo Jesús.
Queridos hermanos, tanto los sacerdotes que están aquí como los que no
pudieron venir o están fuera del país, ancianos, adultos mayores, adultos y
jóvenes, han abandonado barcas, redes y familia, como los primeros apóstoles,
para seguir a Cristo. Quieren sinceramente ponerse a tiempo completo al
servicio de todos, sin buscar otra recompensa que el anuncio de Cristo muerto y
resucitado, la salvación de su pueblo, en todo, la gloria de Dios. Ayúdenlos,
apóyenlos.
No vienen empaquetados y hechos santos de una vez. Son hombres
vulnerables y débiles como todos ustedes. Están sometidos a las mismas
tentaciones que todos ustedes. Pasan por las mismas necesidades y carencias que
todos ustedes. Si quieren tener pastores, cuídenlos, protéjanlos. El diablo los
tienta como a Jesús, como a ustedes, con la tentación del pan. Y ante tantas
carencias sienten el deseo de huir de este país, no seguir pasando hambre y
necesidades, de buscar otra vida más cómoda y fácil fuera de las fronteras. Oremos
por ellos, démosle nuestro apoyo, nuestros consejos. Estemos pendientes de ellos. No los
dejemos solos ni dejemos que se aíslen de su obispo, de sus demás hermanos, de
su comunidad, de su Iglesia diocesana.
Animémosles a seguir adelante, felicitémosles en sus fechas
significativas, compartamos sus éxitos y fracasos, sus alegrías y sus penas. En
una palabra, amémosles de corazón y hagámosles sentir cuanto apreciamos su
ministerio, su entrega, su abnegación, su disponibilidad. Ayudémosles a vivir
en estrecha comunión con su obispo, a aceptar de buen grado los cambios, a
sostenerse en fraterna solidaridad entre ellos, a vivir con gozo el celibato
por el Reino de Dios.
En esta Venezuela que nos toca vivir, nada es fácil. Todos los caminos
están erizados de obstáculos y dificultades. Nunca ha sido fácil ser sacerdote
de Cristo. Pero ahora, aquí en Venezuela, esta vocación
es más difícil que nunca. Eso no debe desalentar a nuestros jóvenes ni a
nuestros seminaristas. Necesitamos pastores heroicos, fuertes, capaces de
acompañar a su pueblo para atravesar cualquier tempestad que se atraviese en el
camino.
No quiero concluir esta homilía sin expresar mi más hondo y sentido
agradecimiento a todos y cada uno de los sacerdotes y diáconos permanentes,
presentes y ausentes, incluyendo a los que nos han precedido en el camino a la
casa del Padre; a todos los equipos pastorales que han trabajado estrechamente
a mi lado, tanto en la Curia como en las parroquias, cuasi parroquias y
rectorías, cada uno según sus carismas y dones; a todos los laicos asociados y
a la feligresía en general por el hermoso servicio evangelizador y misionero
que han llevado a cabo junto a mí. Espero seguir contando con sus oraciones.
Oremos también para que el Señor
les depare el pastor según su corazón para que esta bella, mariana y promisoria
Iglesia local marabina, se interne mar adentro o mejor lago adentro echando las
redes con confianza, audacia y creatividad en nombre del Señor.
María Santísima,
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que realizó hasta el final su
itinerario de fe, nos acompañe, anime y fortalezca durante estos días santos, a
fin de que podamos recoger abundantes frutos de conversión y santidad. Amén.
Catedral de Maracaibo
27 de marzo de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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