EL
SACERDOTE MINISTERIAL UN SER TOTALMENTE RELATIVO
Solo Dios es
absoluto, Sin principio ni fin. Nosotros los sacerdotes, como todas las criaturas,
nosotros somos relativos.
Ser relativos
significa en nuestro caso que estamos en estrecha relación, bajo régimen de
dependencia, de cuatro instancias o realidades: de Dios creador, de Cristo
pastor y cabeza de la Iglesia, su cuerpo; de una Iglesia concreta a la que
somos incardinados por la misma ordenación en un presbiterio; finalmente al
pueblo al que somos enviados a pastorear. Esta condición está muy claramente
expresada en el texto clásico de la carta a los Hebreos: “Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto al servicio
de los hombres en las cosas que se refieren a Dios” (Heb 5,1). Alguien nos
ha tomado; alguien nos ha colocado y nos encomendado una clara misión. Nada de
eso lo escogimos nosotros por nuestra propia y sola cuenta.
Existimos porque Dios
nos ha creado. “En Él vivimos, nos
movemos y existimos” (Hech 17,28). Hemos elegido la vocación sacerdotal
porque Jesús nos llamó primero: “No me
eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que
vayan y den fruto que permanezca “(Jn 15, 16). Esa elección y ese llamado
se concretaron por medio de la Iglesia. No nos auto-ordenamos, ni nos
auto-elegimos ni nos auto-enviamos.
Representantes de la
Iglesia discernieron la autenticidad de nuestra vocación y nuestra idoneidad y,
una vez confirmadas, un obispo debidamente autorizado nos confirió el
sacramento del Orden. En el mismo rito sacramental de la ordenación fuimos
incorporados a un presbiterio. Para manifestarlo todos los presbíteros
presentes fueron pasando, uno por uno, nos impusieron las manos y luego nos
acogieron dentro del colegio con un abrazo fraternal. Y finalmente fuimos
enviados por un obispo al pueblo de Dios para asumir, con y para él, nuestra
misión.
Desde cada una de
esas dimensiones se viven todas las demás. En la vivencia fiel, gozosa y
perseverante de estas cuatro dimensiones está el secreto de nuestra
santificación y del sentido de toda nuestra vida. El diablo nos tentará para
romper esos cuatro vínculos fundamentales. En el fondo es la misma tentación
que enfrentó la primera pareja humana: la tentación de desgajarse de Dios, de
independizarse de Él y hacerse a sí mismos dioses: “Se les abrirán los ojos y serán como como Dios” (Gen 3,5). Ya
sabemos que la ruptura de este vínculo fundamental dividió la pareja humana,
envenenó las relaciones fraternas y sometió a ruda esclavitud la creación entera.
Volverse auto-referentes. Es el primer pecado capital: el orgullo, padre y raíz
de todos los demás pecados.
Somos presbíteros
según el corazón del Gran Pastor en la medida que vivimos en lo concreto de lo
cotidiano esas cuatro dependencias. Vivir, existir y movernos en nuestro Padre
Dios para glorificar y santificar su nombre. Permanecer en Cristo. Somos
ramitas de la gran vid y solo unidos a ella damos fruto: “Separados de mí no pueden hacer nada” (Jn. 15,4).
Pertenecemos a un
presbiterio. El presbiterio no es una entelequia, una simple estructura. Es la
realidad donde puedo vivir concretamente la incorporación a nueva familia
diocesana. Vivir intensamente la realidad de la incardinación: la comunión, la
fraternidad sacerdotal, el fortalecimiento de nuestro presbiterio y la práctica
de la solidaridad y la comunión de bienes. Un presbítero que vive desgajado de
su presbiterio, que hace todo por su cuenta, es un presbítero en riesgo, que
funciona a medio o a cuarto de máquina.
Finalmente somos enviados
a una porción de pueblo. No escogemos nosotros la porción que más nos gusta. Somos
don de Cristo Jesús para esa comunidad eclesial a donde me envía el Obispo.
Vamos allí como simples servidores, no como dueños (Cf 1 Co 3,5-9). No llegamos
a tumbar lo que los anteriores hicieron y a dejar nuestra propia huella.
Llegamos para continuar la obra emprendida y dar nuestro aporte para que allí
los bautizados avancen y, a partir de lo ya caminado, se constituyan en sujetos
vivos y activos del pueblo de Dios. “Unos
siembran y otros cosechan. Yo los envié a cosechar donde no han trabajado;
otros trabajaron ustedes recogen el fruto de sus trabajos” dice el Señor
(Jn 4,38). Esa porción de pueblo no me pertenece y debo estar pronto a salir a
otro sitio cuando el Obispo nos lo pida (Cf Mc. 1,38). ¡Qué triste cuando un
presbítero se aferra a una parroquia y no la quiere soltar! ¡Qué inmadura
aquella comunidad que quiere a toda costa retener un sacerdote a su exclusivo
servicio y dedicación!
LA EUCARISTÍA, EL
VINCULO DE LOS VINCULOS
¿Cómo vivir fiel y alegremente
este cuádruple nudo? Esos cuatro vínculos están todos atados por la fuerza del
amor contenida en la eucaristía. La eucaristía es el culmen y la síntesis de la
historia de amor de Dios por la humanidad y que se ha manifestado en Cristo
Jesús su hijo. Es el horno ardiente, el manantial de donde brota nuestra
identidad y de nuestra misión.
Hoy, jueves santo,
Jesús, antes de ir al sacrificio redentor, nos entrega primero la eucaristía,
luego nos instituye como sus ministros calificados y finalmente entrega el
mandamiento del amor, pidiéndonos que, siguiendo su ejemplo, lo vivamos en una
dimensión servicial y samaritana. El mandamiento cristiano, dentro de la
comunidad eclesial, solo es posible vivirlo y comunicarlo a partir de la
eucaristía y si nos nutrimos de ella.
Solo desde ella se
vuelve una carga ligera y un yugo llevadero. Es en la eucaristía donde
encontraremos la fuerza y la pasión de amor necesarios para ser fieles a esas
cuatro dimensiones fundamentales de nuestra identidad y vocación. Amor filial
al Padre, amor fraternal con Cristo, amor familiar con la Iglesia y el
presbiterio; amor esponsal con el pueblo.
Y solo hay eucaristía
si hay sacerdotes ministeriales para presidirla. Contar con candidatos al sacerdocio no es
asunto ante todo de campañas o pastorales vocacionales. No es que eso este mal,
no. Pero es ante todo un asunto que atañe las comunidades cristianas en cuanto
tales. Cuando el pueblo de Dios llegue a valorar realmente lo que significa la
eucaristía para poder vivir el mandamiento del amor pedido por Jesús, según el
modelo de Jesús y hacer presente su Reino, se empeñará entonces a fondo para
lograr que Dios envíe esos operadores, esos pastores que la puedan celebrar.
Los
primeros cristianos perseguidos que sus adversarios trataban de apartar de la
misa dominical respondían: “Sin
eucaristía no podemos vivir”. Una comunidad eclesial sin presbíteros, que
no promueve dentro de si las vocaciones, es una comunidad que no ha llegado aún
a su madurez eucarística y se encuentra en grave estado de desnutrición
evangelizadora.
Jueves santo 2108.
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de Maracaibo
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