domingo, 17 de septiembre de 2017

DOMINGO XXIV ORDINARIO CICLO A HOMILIA SIN PERDON NO HAY FRATERNIDAD POSIBLE

DOMINGO XXIV ORDINARIO CICLO A
HOMILIA
SIN PERDON NO HAY FRATERNIDAD POSIBLE

Amados hermanas y hermanos,
En el evangelio de hoy prosigue la enseñanza de Jesús sobre la vida en comunidad fraterna. El domingo pasado se centro en la correccion fraterna. Esta vez se enfoca en la absoluta necesidad del perdón para poder construir comunidad. Todo parte con una pregunta de Pedro: Cuantas veces tengo que perdonar? Hasta siete veces? Con su doble pregunta Pedro nos deja claro que ha captado las enseñanzas anteriores del Maestro sobre la importancia del perdón, particularmente la contenida en la oración del Padrenuestro y su consiguiente comentario. El numero siete en la Biblia tiene el sentido de globalidad, de plenitud, de perfección. Para Pedro entonces hay que perdonar siempre.
Pero con su respuesta el Señor va a ir mas allá todavía: “No solo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. Es decir has de perdonar setenta veces siempre! Es decir infinitamente, inconmensurablemente. Y para que quede más claro aun en qué consiste este perdón, Jesús narra la parábola del rey misericordioso y del servidor cruel.
La parábola está basada en un contraste entre la inmensa misericordia de un rey que perdona a un siervo suyo una deuda incalculable y la tacaña y miserable crueldad de ese mismo siervo incapaz de perdonar, a un compañero suyo, una deuda mínima. La parábola narra como un rey que empieza a ajustar cuentas, le es presentado un servidor suyo que le debe una suma considerable. Diez mil talentos de plata seria algo asi como 164 toneladas de oro! El servidor se arroja a los pies del rey y le pide que tenga paciencia con él, que él se lo va a pagar. Se trata de una cantidad tan exorbitante que es practicamente imposible que este a su alcance pagarla. El rey, movido de compasión, no solamente lo deja marchar sino que lo exime del pago de la deuda.
La deuda es grande sin duda, pero la magnanimidad de corazón del rey es aún mayor. Con esta primera parte de la parábola, Jesús quiere poner de manifiesto como es el corazón de su Padre Dios y cuan infinita es su ternura y su compasión hacia nosotros los seres humanos. El salmo 103 expresa con admiracion esta manera de ser de Dios u como su amor se desboca para perdonarnos.
Nuestros pecados y crueldades personales y sociales, individuales y estructurales. Son inmensos. Desde el inicio mismo de la creacion venimos cometiendo toda clase de crímenes y abominaciones contra nuestros hermanos. Cain mata a Abel, los hermanos de José lo maltratan y lo venden como esclavo. La ley que parece regir entre los seres humanos es la que Lame, un descendiente de Caín, lleno de agresividad y venganza, instauro: se vengara setentaveces siete de quien lo agreda a el o a su familia!
La segunda parte de la parábola en cambio pone de manifiesto la dureza de corazón  del servidor perdonado. No más salir de la presencia del rey, este servidor se encuentra con un comapñero suyo que le debe cien denarios, una suma ridiculamente pequeña en comparacion con la deuda que se le acaba de condonar. Encontraste con la magnanima benevolencia del rey, su actitud es extremadamente cruel. Su compañero le pide que tenga paciencia, que él le va a pagar. Son exactamente las mismas palabras que el uso con el rey para implorar su clemencia. Pero hizo caso omiso de esa suplica. No quiso perdonarlo y lo echo a la cárcel hasta que pagase lo que debía. No eseso tambien lo que sucede cuando nos negamos a perdonar las ofensas que recibimos?
Las cosas no se quedan ahí. Cuando el rey se entera de tan mezquino comportamiento lo llama y le encara su maldad: “Siervo malvado, te perdone toda aquella deuda porque me lo suplicaste. No debías tu tambien haber tenido compasión de tu compañero como yo tuve compasion de ti?” Esa es la pregunta fundamental de la parábola. Esa misma pregunta va dirigida a cada uno de nosotros. El tema del perdón se plantea aquí a partir de una doble relacion. Por una parte, de la relación de cada uno de nosotros con nuestro Padre Dios y por otra de la relación de cada uno de nosotros con nuestro projimo. El perdón que recibimos del Padre Dios da la medida del perdón que debemos dar los hermanos. La actitud y la medida del perdón para un cristiano no la pone Pedro, la pone Dios.
Este es el sentido de la respuesta de Jesús a Pedro. No siete, sino setentaveces siete. En otras palabras lo que Dios hace conmigo es la medida de cuanto debo hacer por mi hermano. Acordémonos de aquellas luminosas palabras de Jesús que tanto meditamos en el año de la Misericordia: “Sean misericordiosos como el Padre es misericordioso” (Lc 6,35). La misericordia que el Padre derrama sobre nosotros sin medida y acojemos contanta alegria en nuestro corazon, debe llegar por desborde, hacia los que conviven con nosotros para que se transformen en verdad en nuestros hermanos. No hay fraternidad posible sin perdón.  Lo que gratuitamente hemos recibido gratuitamente debemos darlo.
Con esta parábola Jesús quiere dejar bien claro la importancia capital que tiene el perdón como herramienta de pacificación para el ser humano y para la convivencia positiva de los seres humanos en este planeta. El perdón y sus múltiples expresiones es la única manera de romper el círculo vicioso de la venganza, de la crueldad y de la violencia que imposibilitan, en todos los niveles, la convivencia y la fraternidad. El perdón, dado y recibido, es la única fuerza capaz de recomponer las relaciones familiares, las amistades rotas, la confrontación y los conflictos entre los seres humanos. El perdón no es una tregua es un camino de sanación.
El perdones el puente necesario para pasar de la civilización de Caín a la civilización de Jesús. El perdones un poder que Jesús le ha dado a los suyos para recomponer las relaciones fraternas rotas por el egoísmo, la prepotencia y el orgullo. Oímos en el evangelio del domingo pasado estas palabras: “Lo que ustedes aten en la tierra, quedara atado en el cielo y lo que ustedes desaten en la tierra quedara desatado en el cielo” (Mt 18,18). La primera misión que Jesús le confió a sus discípulos, en la tarde del día de su resurrección, después de comunicarles su Espíritu, fue el devolverle la paz al mundo mediante el anuncio del evangelio del perdón: “A quienes les perdonen los pecados les quedaran perdonados; a quienes se los retengan les quedaran retenidos” (Jn 20, 23).
Comparto con ustedes estas palabras que el Santo Padre Francisco les dirigió a  obispos de América Latina en su reciente viaje a Colombia: “La Iglesia, sin pretensiones humanas, respetuosa del rostro multiforme del continente, que considera no una desventaja si no una perenne riqueza, debe continuar prestando el humilde servicio al verdadero bien del hombre latinoamericano. Debe trabajar sin cansarse para construir puentes, abatir muros, integrar la diversidad, promover la cultura del encuentro y del diálogo, educar al perdón y a la reconciliación, al sentido de justicia, al rechazo de la violencia y al coraje de la paz. Ninguna construcción duradera en América Latina puede prescindir de este fundamento invisible pero esencial”.
Estamos juntos no porque no nos equivocamos y no nos ofendemos sino porque somos capaces con la gracia divina de perdonamos y ser perdonados. No hay otra fuerza capaz de recomponer nuestra unidad interior y de consolidar todas las relaciones humanas. Gracias al perdón nuestras limitaciones humanas y defectos, en lugar de dividirnos y aislarnos, se transforman en caminos para fortalecer nuestra comunión eclesial y la unidad entre pueblos, razas y culturas.
En una palabra, mis queridos hermanos y hermanas, no podemos vivir humanamente si no somos capaces de valernos permanentemente de esa poderosa herramienta que Dios ha puesto a nuestro alcance.  No hay otra actitud que nos asemeje tanto a El que la de estar nosotros también siempre dispuestos a perdonar. Nos hemos preguntado alguna vez porque nos cuenta tanto perdonar y pedir perdón? Porque es el nudo gordiano que tenemos que romper para darle otro cauce a nuestras vidas y a otros hermanos nuevas oportunidades de vivir y crecer. Perdonar una vez no es fácil. Perdonar como Pedro es muy exigente. Perdonar como Dios inalcanzable, si no nos dejamos enseñar por él. Es un proceso. Una escuela. Un lento aprendizaje que exige paciencia y humildad. No debemos cansarnos ni darnos nunca por vencidos, aunque nos cueste sangre, dolor y lágrimas. No le costó menos a Jesús.
Ahora bien, tengamos en cuenta la última palabra de Jesús a los suyos. El perdón que Jesús nos pide es un perdón que ha de brotar del corazón. No perdonar esquitarle a mi hermano el amor que el Padre misericordioso le quiere dar y que solo le puede llegar a través de mi, su hermano. Por eso, debemos empeñarnos persistentemente en alimentar, dentro de nuestro corazón, esa reserva de perdón y misericordia compasiva, mediante la lectura de la Palabra, de la oración y de la eucaristía. Así la mantendremos siempre viva y podremos sacar de ella, cuando la necesitemos, y será probablemente todos los días, no mi mezquino rencor humano, por la pequeña ofensa recibida, sino la sobreabundante corriente de amor de nuestro amado Padre.

Calgary 17 de septiembre de 2017

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo



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