domingo, 20 de noviembre de 2016

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO - CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR DE LA MISERICORDIA - HOMILIA

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
CLAUSURA DEL AÑO  JUBILAR DE LA MISERICORDIA
HOMILIA

Muy apreciados sacerdotes concelebrantes, queridas religiosas, miembros de la directiva del Consejo Arquidiocesano de Laicos, Miembros de la Comisión del Jubileo, Amado pueblo santo de Dios.
¡Que la paz de Jesús, rostro misericordioso del Padre, Rey y Salvador nuestro, esté con todos ustedes!
Hacemos nuestras las palabras del Apóstol San Pablo que han sido proclamadas en la segunda lectura: “’Damos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.
Como hemos escuchado en la monición de entrada, estamos reunidos en esta Santa Iglesia Catedral Metropolitana para clausurar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. Un año de portentoso regocijo y crecimiento espiritual. En esta celebración, tenemos “ante todo sentimientos de gratitud y reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia”.
Hoy, domingo, fiesta de Cristo Rey del Universo, “encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir de todos en el próximo futuro” (MV, 5).
En modo particular  pedimos al Señor que derrame su infinita misericordia  en nuestro querido pueblo, el cual está atravesando una severa crisis económica, social, política y, especialmente, espiritual sin precedentes en nuestra historia.  Una crisis que se va acentuando al pasar de los días, y que va sumiendo en la desesperación y el desamparo a la población: alimentos escasos y caros, alza galopante en los precios de productos y servicios, inseguridad personal, crispación política.  Mons. Claudio María Celli, enviado del Papa Francisco, quien  está sirviendo de facilitador en la mesa de diálogo entre Gobierno y Oposición, a petición de ambas partes, afirmó días atrás: “si fracasa el diálogo nacional entre el gobierno venezolano y la oposición, no es el Papa sino el pueblo de Venezuela el que va a perder, porque el camino podría ser el de la sangre”. Ninguna persona sensata quiere eso para esta tierra. La buena voluntad, por encima de las banderías debe prevalecer, de forma que se construyan los necesarios acuerdos para ir superando la honda crisis que nos aflige y constriñe.
Por ello, pedimos a Jesús, Rey de Paz y de Justicia, en esta Eucaristía, que ilumine las mentes y los corazones de quienes están sentados en la mesa de diálogo, de manera que sientan el clamor, las angustias y preocupaciones del pueblo, y dejen de un lado los intereses particulares y partidistas; que dialoguen como gentes civilizadas, sin descalificaciones ni descréditos; que esa mesa sea un espacio de encuentro en cual se logren acuerdos y consensos consistentes y duraderos.
Los grandes líderes, aquellos que han trabajado por la paz del mundo, son unánimes al proclamar que la violencia trae más violencia, y que debe, como dijo San Pablo vencerse  “al mal a fuerza de bien” (Rom. 12, 21). El Papa, en el reciente encuentro con los Movimientos Populares en Roma, por ejemplo, citaba unas palabras de Martin Luther King. Ellas, nos pueden ser útiles para entender cuáles han de ser los frutos del diálogo en beneficio del país, sobre todo con el compromiso de abandonar todo tipo de violencia: “Odio por odio sólo intensifica la existencia del odio y del mal en el universo. Si yo te golpeo y tú me golpeas, y te devuelvo el golpe y tú me lo devuelves, y así sucesivamente, es evidente que se llega hasta el infinito. Simplemente nunca termina. En algún lugar, alguien debe tener un poco de sentido, y esa es la persona fuerte. La persona fuerte es la persona que puede romper la cadena del odio, la cadena del mal”.
Y hoy en Venezuela, se necesitan personas fuertes que puedan vencer la cadena del mal y construir, en diálogo fraterno, la Venezuela que todos de verdad queremos. En las horas de mayor calamidad en nuestra querida tierra es necesario el sacrificio, debemos recordar  siempre aquel adagio popular “a grandes males, grandes remedios”. Deben ponerse en juego lo mejor de nuestras habilidades y sentido común para construir los espacios, los cauces y escenarios que nos ayuden a superar la aguda crisis que se padece. Ello es impostergable y necesario.
¡Es necesario que Cristo reine!, no sólo en nuestros corazones ni en la Iglesia, sino en el mundo, pues su reinado nos trae verdad, justicia y amor. Nos trae, sobre todas las cosas, la salvación eterna, el grandioso y eterno testimonio del amor del Padre a través del sacrificio de su unigénito.
Las lecturas de este domingo nos hablan de las razones para que Cristo sea nuestro rey y cuáles son los beneficios de su reinado:
.  Jesús es un rey-servidor enviado por el mismo Dios, el cual lo adornó de todas las cualidades que necesitaba para tal puesto.
.  Jesús tiene todas las cualidades para ser el mejor de todos los reyes. Tiene poder para vencer el mal bajo todas sus formas, por muy poderosas que sean. Trae la paz, la libertad y la justicia.
.  Jesús consiguió ese título por su obediencia al Padre y su entrega amorosa a favor de los pecadores, de los enfermos, de los pobres y más abandonados.  
.  Jesús es un rey que quiere reinar. ¿Dónde? En nuestras palabras, en nuestras acciones y en nuestros pensamientos, en la familia, en el negocio y hasta en nuestra cartera, haciendo que dediquemos parte de nuestro dinero para extender su reino de misericordia.
El pago que les dará a sus servidores será decirle un día: ‘hoy estarás conmigo en el paraíso”. Mejor paga, mejor premio, nadie puede ofrecer.
Es rey porque tiene poder. El mismo lo dijo: “todo poder se me ha dado en cielo y en la tierra” (Mt 28,18). Tiene poder sobre la naturaleza: calma las olas, hace callar al viento. Tiene poder sobre las enfermedades: cura ciegos, sordos, paralíticos, leprosos.  Posee poder sobre los espíritus malos: bastaba que les dijera una palabra y dejaba libres a quienes tenían poseídos.  Y ese poder lo sigue ejerciendo día por día en todas partes en favor de los que tienen fe en él. Sin fe es imposible agradar a Dios, a Cristo que es Dios mismo y portentoso Rey.
Ante este rey, no podemos permanecer neutrales, pues, como él afirma: “quien no está conmigo, está contra mí”. Y no conviene estar contra Él, pues quien choca contra esa piedra angular se despedaza y se arruina.
Nuestro Rey tiene como trono la cruz. Su corona no es de oro, ni plata, ni bronce, sino de espina. Su capa, color purpura, es la sangre que brota de su espalda flagelada y por medio de la cual hemos recibido el perdón de nuestros pecados. Su bastón de mando es el servicio, porque vino a servir y dar su vida en rescate por muchos. Su programa es crear la civilización del amor, pues “’Él es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba” (Ef 2, 14-16)
Vale la pena servir a este gran rey que nos concederá la felicidad plena. Se cuenta que cuando San Francisco de Asís era joven, se fue a la guerra a servir bajo las ordenes de un capitán militar. Y una noche oyó que una voz del cielo le decía: ¿por qué dedicarse a servir al esclavo, en vez de dedicarse a servir al Señor y Dueño de todo? Desde entonces dejó las armas y se dedicó por completo a servir a Jesucristo que es el único rey que jamás pierde batallas ni puede fracasar nunca en sus empresas. ¿Haremos nosotros otro tanto? ¿A quién vamos a servir? ¿Encaminamos nuestras acciones a servir a los más pequeños del Rey Jesucristo?
A ese Rey hemos servido durante este Jubileo de la Misericordia en los pobres cumpliendo las obras de misericordias, corporales y espirituales. De ese Rey, hemos recibido copiosamente el perdón de los pecados principalmente a través del bautismo y del sacramento de la confesión. Ese Rey, nos ha mostrado con su actuar el verdadero rostro misericordioso del Padre. Y la Iglesia, que es el cuerpo místico de Cristo, nos ha administrado el don inestimable de la indulgencia, creando en nosotros un corazón nuevo, nos ha renovado interiormente, nos ha afianzado con un espíritu nuevo. Ese Rey, nos invita a que lo imitemos, siendo misericordiosos como el Padre y entregando nuestra vida al servicio de los más necesitados. Por todo ello, demos gracias a Dios.
En esta clausura del año del jubileo de la Misericordia pedimos a Dios que se cumpla en nuestro pueblo y en el mundo entero, aquellas sabias palabras del profeta Amós: “Que el derecho corra como el agua y la justicia como un torrente inagotable” (Am 5,24)”.   Que el Señor, en su infinita bondad toque corazones y almas, renueve esperanzas y siembre concordia, serenidad y bienestar físico y espiritual entre todos nosotros.
Esta Iglesia Catedral, madre de todas las Iglesias de la Arquidiócesis, ha sido testigo de excepción al acoger durante este año jubilar a los fieles que atravesaron la Puerta Santa, y se acercaron a la Fuente de la Salvación, que es Cristo, en su Palabra y en los sacramentos. Agradezco sinceramente a Mons. Jesús Antonio Quintero y al Padre Silverio Osorio con todo su equipo pastoral  su valiosa e inestimable ayuda. La celebración de este año ha contribuido sin duda alguna a devolverle a nuestra sede catedralicia la centralidad que le corresponde entre todos los templos arquidiocesanos y a mirar con renovado amor el rostro del Cristo Negro.
Agradezco, igualmente, a la Comisión Arquidiocesana del Jubileo presidida por Mons. Ángel Caraballo, su dedicación, desvelo y el amor puesto en la organización y realización del Jubileo. Dios sabrá recompensarles con creces.
Queridas hermanas, hermanos, nos corresponde actuar con los valores del reino: verdad, vida, santidad, gracia, libertad, justicia, amor, paz, para escuchar el día de nuestro encuentro definitivo con el Señor:  “vengan, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado desde la creación del mundo”.
Que María de Chiquinquirá, Reina y Madre de Misericordia, cuya fiesta acabamos de celebrar y que peregrina por nuestras calles, sectores y parroquias e instituciones, nos ayude a prolongar y hacer fructificar el año jubilar de la Misericordia en la aplicación del  Plan Global de renovación pastoral arquidiocesano. Amén.

Maracaibo 20 de noviembre de 2016

+ Ubaldo Ramón Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo.

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