domingo, 13 de septiembre de 2015

DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO: EL CAMINO DE JESÚS ES TAMBIÉN NUESTRO CAMINO

DOMINGO 24 DEL TIEMPO ORDINARIO
EL CAMINO DE JESÚS ES TAMBIÉN NUESTRO CAMINO

Muy queridos hermanos y hermanas
Con el texto de hoy se inicia la segunda parte del evangelio de Marcos. En la primera parte Marcos nos presenta al Señor Jesús manifestando su identidad, anunciando el Reino de Dios y su misión y las distintas reacciones que provocan sus palabras y sus actuaciones. Las autoridades religiosas lo rechazan, sus paisanos y parientes se escandalizan, sus discípulos están confundidos y dudan. Ante estas actitudes cerradas Jesús decide instituir la familia de la nueva alianza y salir de los linderos de su país para anunciar el evangelio del Reino a pueblos paganos.
Llama la atención que el evangelista coloca esta nueva sección en la que Jesús se dedica a la enseñanza de sus discípulos, mientras camina hacia Jerusalén, entre dos relatos de curaciones de ciegos (8, 22-26; 10,46-52). Justo antes del primer relato, Jesús reprocha severamente a sus discípulos su ceguera: “¿Todavía no comprenden ni entienden? ¿Tan endurecido tienen su corazón que teniendo ojos no ven y oídos no escuchan?”(8,18).
En esta nueva sección se pone en evidencia el tipo de ceguera que obstaculiza la visión de sus discípulos. La ceguera simboliza en la Biblia al hombre obstinado de corazón, sin dirección en su vida, y sin capacidad de creer. El ciego representa la situación de los discípulos, incapaces  de seguir a Jesús como Mesías por su falta de fe y sus miedos. No basta una formulación formal de la identidad de Jesús. Es menester involucrarse en su estilo de vida, en su misión y aceptar con él las consecuencias que trae esta adhesión.
Al verlos tan confundidos y ciegos, el Señor se va a dedicar a impartirles largas enseñanzas, contarles parábolas y mostrarles signos que les ayuden a abrir sus ojos y descubrir no sólo la verdadera identidad de Jesús sino el camino por donde él quiere cumplir su misión y ver transitar también a los suyos.
Ante la pregunta de Jesús: “¿Y ustedes quién dicen que soy yo?” Pedro, en nombre de los doce, contesta correctamente pero de manera aún incompleta. Lo pondrá de manifiesto cuando en el momento en que Jesús les anuncia, por primera vez, el cumplimiento de su misión mesiánica a través del sufrimiento, del dolor y de la muerte, recibe un fuerte rechazo precisamente del mismo Pedro que acababa de profesar su identidad mesiánica. Ante esta tentación, Jesús  lo reprende duramente, le pide que ocupe su puesto de discípulo detrás de él y no se haga vocero de Satanás.
Pedro no entiende la propuesta de Jesús sobre la cruz y el sufrimiento y los episodios venideros nos mostrarán cuánto le costará renunciar a su visión y a adoptar la de su Señor. Él aceptaba a Jesús Mesías, pero no como Mesías sufriente. Pedro estaba condicionado por la propaganda del gobierno de la época que hablaba del Mesías sólo en términos de rey glorioso. Pedro parecía ciego. No entreveía nada y quería que Jesús fuese como él. El y los demás discípulos, que esperan en Jerusalén un desenlace glorioso, por el carisma taumatúrgico de Jesús, su dominio sobre el mar, el viento y los demonios, tienen que cambiar de mentalidad.
Si el Mesías va a inmolar la vida e obediencia filial al Padre para rescate de todos, ellos, sus discípulos, deben seguirlo, recorriendo ese mismo camino, haciendo suyo el sentido de su vida y su entrega total a los designios de Dios. El seguimiento de este camino requiere una fe bien enraizada que suscite un seguimiento confiado, aunque no se comprenda nada o casi nada; valeroso aunque existan temores; valientes aunque haya brotes sorpresivos de huida y cobardía. El camino que emprende el Mesías debe ser el de sus discípulos.
Por dos veces más Jesús anunciará su Pasión, su muerte redentora y su Resurrección y en cada ocasión tendrá que insistir en las exigencias que sus discípulos tienen que cumplir si quieren caminar detrás de él y acompañarlo en el camino que los lleva a Jerusalén. Pedirá adhesión íntima a su persona y a su nueva comunidad y, ya en las puertas mismas de la ciudad, capacidad de servicio incondicional y desinteresado hasta dar la vida por él.
Ante el intento de Pedro de disuadirlo de su misión, Jesús centra su primera enseñanza en dos exigencias fundamentales para poder andar con él por el camino que lleva: la renuncia a sí mismo y el seguimiento personal cargando con la cruz. Renunciar a si mismo significa romper con lo más propio, con aquellas realidades a las que estamos profundamente amarrados y de las que somos tremendamente dependientes: la familia, la honra, los títulos, el oficio, cuando se vuelven obstáculos para adherirnos estrechamente al Mesías, integrarnos a la nueva familia del Reino y cumplir con la misión que se nos confía, la de pescar hombres para el Reino de Dios.
Cargar con la cruz significa soportar las calumnias, las maledicencias, el hostigamiento, la persecución y el desprecio que se presentan a raíz de la opción por el seguimiento del Mesías. En una palabra la vida y misión del discípulo se define a partir de los criterios que Jesús nos va revelando con su personalidad, su enseñanza, su vida y su identidad. Según quién sea Jesús así ha de ser su discípulo y su comunidad.
Pero Pedro no es el único ciego, el único confundido y engañado. Todos somos como él y por eso todos necesitamos pasar por todo un camino de sanación, declararnos ciegos para que el Señor se acerque a nosotros y nos devuelva la luz de la fe. Hoy todos creemos en Jesús, pero no todos lo entendemos en la misma forma. El gobierno, la publicidad, la moda, los investigadores tienen su propia idea sobre la identidad y misión de Jesús y nos la quieren imponer. Por eso tengo que aprovechar el evangelio de este domingo para renovar mi fe y adquirir mis propias convicciones y  preguntarme: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Cuál es hoy la imagen más común que la sociedad de hoy y la opinión pública me quiere imponer sobre Jesús? ¿Existe hoy una propaganda que intenta interferir nuestro modo de ver a Jesús e imponernos su interpretación y visión?
El ciego del primer relato se lo presentaron amigos compasivos, el ciego de Jericó se puso a gritar: “Ten compasión de mi” y cuando el Señor le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Le contestó sin vacilar: “Maestro, que vea”. Que nosotros también sea por los amigos o por la conciencia de nuestra miseria busquemos con ansia a Jesús y le gritemos: “Señor, ¡ten compasión de mi! Haz que vea”. Y con los ojos de la fe bien abiertos sigamos con alegría a Nuestro Señor Jesús hasta el final.
Maracaibo 13 de septiembre de 2015

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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