viernes, 11 de septiembre de 2015

BODAS DE ORO DE MONS. JOSÉ ANTONIO QUINTERO...

BODAS DE ORO DE MONS. JOSÉ ANTONIO QUINTERO
SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO
HOMILÍA EN LA EUCARISTÍA JUBILAR
LECTURAS: Si 24,1-2.5-7; Salmo Responsorial Jdt 13; 1 Co 4, 1-5; Lc 2 22-40
Padres: José Prisciliano Quintero (+) y Ofelia del Carmen Albornoz (+)
Hermanos: Mons. Quintero es el mayor. Siguen Adelmo (+), Alfredo, José Celis, Pedro José, Elio José, Domiciano, Francisco Antonio
Bautizado el 24 de octubre de 1939 en la Iglesia parroquial del santo Cristo de Aricagua.


Muy querido Mons. Jesús Antonio Quintero,
Muy querido hermanos y hermanas,
 Nos encontramos reunidos en asamblea eucarística esta tarde en la Santa Iglesia Catedral, para celebrar las bodas de oro sacerdotales de Mons. Jesús Antonio Quintero. Efectivamente su ordenación tuvo lugar el 11 de septiembre de 1965 por imposición de manos de Mons. Domingo Roa Pérez, de grata memoria, en la basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá.  Esta celebración de hoy nos causa a todos una inmensa alegría porque amamos de corazón a este sacerdote que siempre hemos tenido a nuestro lado como un hermano y un amigo.
Los que estamos aquí, los que están unidos a nosotros a través de las redes sociales y de los MCS, llevamos por dentro, como María, un Magnificat por estar al lado de tan buen servidor y alabar y bendecir al Señor con él por el inmenso don del sacerdocio y por la fidelidad con la que le ha correspondido. A Dios que es Amor y fidelidad no se le puede corresponder si no es con amor y fidelidad. ¡Si, hermanos hermanas, nuestra alegría es grande porque tenemos ante nosotros un gran servidor de Cristo y un abnegado ministro de su misericordia! Bien podemos aclamar con el salmista: “¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Dichoso quien se acoge a Él! (Sal 34, 9)



El presbiterado de Mons. Jesús Antonio Quintero lleva una doble impronta mariana. Fue ordenado  el día de la fiesta de Ntra. Sra. de Coromoto, patrona de Venezuela, en la basílica de Ntra. Sra. de Chiquinquirá, patrona del Zulia. Es también heredero de la estrecha interconexión entre Los Andes y el Zulia, favorecido por ese gran canal de navegación natural que se llama el lago de Maracaibo.  Monseñor nació el 1º de septiembre de 1939 en Aricagua, uno de los pueblos anidados en los ásperos roquedales del sur en el Edo. Mérida. En aquellos ríspidos parajes,  aislados del resto del mundo, propicios para la meditación y el silencio, se aunaron a la sólida formación cristiana de sus padres, Don José Prisciliano Quintero y Doña Ofelia del Carmen Albornoz, y a la labor evangelizadora de los misioneros y  de los sacerdotes del lugar para que, desde temprana edad cayera, en los surcos de su corazón, la buena semilla de la vocación sacerdotal.  Detrás de él vinieron siete hermanos más: Adelmo, ya fallecido, y luego: Alfredo, José Celis, Pedro José, Elio José, Domiciano y Francisco Antonio.  Concluidos sus estudios de primaria, echó raíces en tierras zulianas. Sin saberlo el niño Jesús Antonio continuaba y enriquecía ese trasiego secular que ha existido entre ambas regiones del occidente venezolano, caminando en una sola Iglesia diocesana hasta la creación, en 1897, de la diócesis del Zulia.
Dos fechas importantes de su vida coinciden con dos fechas importantes de la historia del mundo y de la Iglesia. Nació en 1939, año del inicio de la segunda guerra mundial, cataclismo devastador que convulsionó la historia de la segunda parte del siglo XX. Por eso quizá, Dios dotó a este servidor suyo de un temperamento pacífico y sencillo aunque sincero y firme en sus convicciones.   Fue ordenado sacerdote en 1965, pocos meses antes de la conclusión del Concilio Vaticano II,  verdadero Pentecostés de la Iglesia en el siglo XX. Este magno evento, lo dejó inquieto como dice una canción del padre Zezinho,  forjó su fibra evangelizadora e  insufló en su corazón un gran amor por la Iglesia.
Desde muy joven, sus compañeros de estudio, lo apodaron cariñosamente “el viejo Quintero”. Este mote revela, por un lado el reconocimiento de la sabiduría que lo ha acompañado ya desde ese tiempo y que se ha ido acrecentando con el transcurrir de los años y por otro el llamado al presbiterado que desde muy pequeño Jesús Antonio, como el niño Samuel (Cf 1 Sam 3,1-21), sintió tintinear dentro de sí. Como sabemos la palabra presbítero designa en el NT a los “ancianos” de la comunidad a los cuales se confiaba el gobierno de la misma. El Concilio Vaticano II volvió a las fuentes antiguas y propuso la figura del presbítero como un cooperador indispensable del ministerio episcopal.   Mons. Quintero lleva estupendamente ese título; es de esas personas que trasuntan en su porte, su semblanza, sus actitudes lo que son desde las hondonadas de su ser.  Ha sido siempre y sigue siendo precisamente eso: un presbítero, un sacerdote, un hombre de Dios.
Lo que se le pide a un servidor, dice san Pablo en la segunda lectura de hoy, es que sea fiel. Monseñor, a lo largo de todos estos años, en el desempeño de los cargos y servicios solicitados por su Obispo, ha sido  un servidor fiel y prudente. Es larga la lista de cargos y responsabilidades que ha desempeñado con fidelidad: vicario parroquial párroco, capellán militar, vicario judicial, defensor del vínculo y juez del tribunal eclesiástico, capellán del Hospital central, director espiritual del Seminario Mayor, asesor de Movimientos Apostólicos, deán de la Catedral y párroco en dos oportunidades del Sagrario de Catedral, la primera vez nueve años y actualmente lleva ya diez. En estos 19 años ha sido un fiel custodio del Santo Cristo Negro de Maracaibo y de muchas devociones tradicionales, como la de la Virgen del Carmen.
El sacerdote es otro Cristo
Los cincuenta años de servicio de este ilustre y amado hermano es una hermosa oportunidad para recordar una de las dimensiones fundamentales de la identidad de un presbítero: el  presbítero es otro Cristo, “alter Christus”. Así lo pidió el mismo Señor en la noche del Cenáculo, al instituirlos: “Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes (…) ¡Felices serán si entienden esto y lo practican!” (Jn 13,15).
El presbítero participa, en razón de su ordenación, del sacerdocio pastoral y capital de Cristo y por ende de su potestad sacra, de sus virtudes y de su misión. A todos los sacerdotes nos amenaza la tentación de quedarnos solo en la potestad sacra y en la práctica pastoral aislarla de las actitudes y de la mentalidad de Cristo que son las que le dan su verdadero sentido y garantizan su buen uso. La potestad sacra solo se puede asumir desde una íntima compenetración con Cristo servidor;  con el delantal puesto, la jarra, la jofaina y el paño en la mano, arrodillado ante sus discípulos para lavarles los pies y mirándolos de abajo hacia arriba y no al revés (Cf Jn 13 1-15). El Papa Francisco nos ha alertado muchas veces del gran peligro de volvernos jeques, príncipes mandones y malhumorados, con caras de funeral y no pastores sencillos y acogedores.
No es en el poder que nos parecemos a Jesucristo sino en cómo ponemos esa autoridad al servicio de una entrega amorosa y abnegada. La autoridad sirve desde la mesa de la cruz. Estamos llamados a ser verdaderamente otros cristos. No imitadores teatrales, buenos escenógrafos, detrás de cuyos caparazones no hay más que vacío y vanagloria. Todo lo que Jesucristo ha sido, ha dicho de sí mismo y ha llevado a cabo desde el pesebre hasta el sagrario pasando por la cruz y por su presencia en el pobre, debe igualmente serlo, decirlo y llevarlo a cabo su discípulo sacerdote. Nuestra unión con Cristo debe ser tan íntima, tan visible, tan transparente que los hombres puedan decir la vernos: “Ahí va otro Cristo”.
Debemos reproducir interior y exteriormente su pobreza, su pasión por llevar a cabo la voluntad de su Padre, su entrega incondicional y desinteresada, su entrañable misericordia y compasión con los pecadores y los enfermos, su comunicación filial y confiada en su oración al Padre, su paciencia y aguante en la cruz, su disposición de dejarse comer en la Eucaristía. Parecerse a Cristo y sembrar su Evangelio en el corazón y la vida de los hombres es la única gran pasión que tiene que arder en el corazón de un presbítero. Somos benditos y dichosos cuando tenemos la gracia de tropezarnos en el camino de la vida con sacerdotes que llevan con sencillez este talante y se han tomado en serio su vocación, como Mons. Jesús Antonio Quintero.  
El mensaje bautismal de la Virgen de Coromoto
Hoy, como el día de su ordenación, Venezuela entera celebra la fiesta de su Patrona, Nuestra Señora de Coromoto y la  canta como aurora jubilosa que al salir al encuentro de la familia indígena de Los Coromotos, abrió de par en par las puertas de esta patria soberana a Cristo Jesús nuestro Redentor. Venezuela es otra desde 1652 porque ha sido bañada en las aguas bautismales de la fe en Cristo y se abriga bajo el manto maternal de la madre de Jesús. Desde entonces y a lo largo de estos 463 años, el pueblo venezolano no ha cesado de bendecir y alabar a Dios por el don de tan excelsa misionera. Gracias a su predicación, iniciada con la familia del cacique de Los Cospes, en las límpidas aguas de una quebrada cercana al río Guanare, el evangelio del bautismo, de la fraternidad y de la convivencia pacífica entre nosotros ha ido penetrando cada vez más.
Es mucho sin embargo lo que nos falta aún por recorrer. El mensaje coromotano tanto en su esencia como en sus consecuencias es aún desconocido por la gran mayoría de los católicos venezolanos.  Una inmensa tarea nos toca a todos los evangelizadores actuales para anunciar a Jesucristo por el camino propuesto por la Virgen. Ella quiere ser la Madre educadora de nuestra fe. Desea que el evangelio penetre en nuestra vida valiéndonos de la familia y de la comunión eclesial producida por el bautismo. Estamos en deuda con nuestra Madre. Como lo enseña el magisterio del episcopado latinoamericano, ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en Venezuela. (Cf DP 290).
 No nos deben desanimar las dificultades y los escollos que se yerguen actualmente en el camino. No miremos con nostalgia el pasado. No nos angustiemos ante lo que será el futuro. Tenemos que asumir el mensaje del Salmo 118, 24: “Este es el día del Señor, éste es el tiempo de la misericordia”. El año jubilar de la misericordia, decretado por el Papa Francisco, cuyas puertas santas se abrirán prontamente en el mundo entero, es un valioso tiempo de gracia para trazar nuevas sendas en nuestros desiertos, enderezar los caminos torcidos, levantar puentes entre los valles, rellenar los barrancos, atravesar con túneles montañas y colinas, transformar cerros en planicies y no dejar rincón de Venezuela sin experimentar el evangelio de la paz y de la misericordia (Cf Is 40,4).
Es hora, hermanos y hermanas, de fortalecer las manos débiles,  robustecer las rodillas vacilantes, de cobrar ánimos y desterrar el miedo de nuestros corazones. María de Coromoto nos ha dejado su presencia y su mensaje. Nos anuncia que siempre es tiempo para acercarnos unos a otros con confianza, para superar nuestra mudez y dialogar; vencer nuestra sordera y escucharnos con respeto; despegar nuestros ojos ciegos y mirarnos como hermanos y hermanas, curarnos de nuestras parálisis y ponernos a caminar juntos en una misma dirección. (Cf Is 35,1-10).
Con la aparición de la Coromoto en Venezuela, que junto con la de Guadalupe, en México constituyen las dos únicas apariciones históricamente documentadas en América, se ha iniciado una nueva dinámica misionera y evangelizadora que no se debe interrumpir. La Virgen llanera utilizó el mismo verbo con el que su hijo Jesús resucitado se despidió de sus discípulos y los envió en misión: “Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos: bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, les dijo Jesús (Mt 28,19). “Vayan donde los blancos, les dice la Bella Señora, para que les echen agua en la cabeza y puedan ir al cielo”, en lengua autóctona, y con léxico sencillo y popular, asequible al entendimiento de los Coromotos.
En este gran servicio cristiano, los obispos, presbíteros y diáconos hemos de acompañar, fortalecer y animar a los laicos bautizados para que sean, desde sus familias, los principales protagonistas de esta transformación. En este campo, Mons. Quintero nos ha venido dando un gran ejemplo ya que desde hace muchos años descubrió la importancia decisiva del laicado asociado para evangelizar las realidades políticas, económicas, sociales y culturales de este mundo. Muchos movimientos particularmente la Legión de María, los Cursillistas y miembros de varias cofradías han contado con su sabiduría, sus consejos y su consejería espiritual
Vayamos pues, en nombre de Jesús, con el evangelio en el corazón, en la vida y en los labios, animados y llenos de alegría como María de la Visitación, como María de la Presentación, como María del Pesebre, como María de la cruz, como María del sagrario a entregar el don de Jesús y con él y con la fuerza del amor que nos infunde su Espíritu,   sembrar por doquier en Venezuela y en el mundo, la vida, la alegría y la esperanza.
¡Gracias, Madre bendita, por haberte tomado  la pena de acercarte hasta nosotros para recordarnos las palabras del mandato de tu hijo Jesús!
¡Salve aurora jubilosa de una patria soberana!
Que te bendice y te aclama con sus leyendas gloriosas.
¡Salve Virgen de los Llanos, siempreviva del amor!
Cautivas tú el corazón de cada venezolano

Flores de nieve en Los Andes, olas de azul en el mar,
todo me dice un cantar, para rimar tus bondades.
En los pliegues tricolores de la bandera señera
guarda Venezuela entera de su Virgen los amores. –

Catedral metropolitana de Maracaibo 11 de septiembre de 2015

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo




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