sábado, 1 de julio de 2017

ORDENACIÓN PRESBITERAL DE DIEGO XULIO RUIZ FMI - HOMILÍA

ORDENACIÓN PRESBITERAL DE DIEGO XULIO RUIZ FMI

HOMILÍA

LECTURAS: Gen. 18, 1-15; Lc 1,46-47.48-49.50.55; Heb, 10, 4-10; Mat 8, 5-17

Muy queridos hermanos concelebrantes,
Muy querido diácono Diego Xulio,
Muy querida familia, amigos y amigas de Xulio presentes
Amados hermanos y hermanas en el Señor,

Aquí estamos congregados, esta mañana, en este templo que me trae tantos hermosos recuerdos de mi infancia y del despertar de mi propia vocación, casa de los Hijos de María Inmaculada en Venezuela desde hace casi 100 años,, para cantar, con la madre de Jesús, las misericordias que el Señor ha hecho en favor de las generaciones pasadas y en favor de Diego Xulio, que se apresta a recibir la ordenación sacerdotal.
Como Abraham, bajo la encina de Mambré, le toca a Xulio hoy darle hospitalidad al Señor, bajo la encina de su propia vida. “Por algo han pasado junto a este servidor”, le sale decir del corazón a Abraham, ante aquella sorprendente visita de tres misteriosos personajes, a la hora de más calor. ¡Y fue por algo grande! Ese día le trajeron la gran bendición del cumplimiento de una promesa que con el paso de los años y la llegada de la ancianidad se le había hecho irrealizable: el nacimiento de su hijo Isaac, “en quien serían bendecidas todas las generaciones” (Gen 17,4-8).
Por algo han pasado junto a este servidor” dice hoy también Xulio, hijo él también de la bendición de Abraham. ¡Y es por algo grande! Este paso del Señor, esta pascua del Señor por este momento de su vida, le trae nada menos que la gran bendición del presbiterado a través del sacramento del Orden sacerdotal. Serás sacerdote para hacer presente a Cristo cabeza y pastor de su pueblo.
Abraham derrochó una gran generosidad con sus huéspedes y les preparó una   espléndida comida: un joven ternero guisado, una torta de harina, con cuajada y leche. Este espléndido gesto de acogida, nos remite a la ofrenda que hizo Jesús, a su Padre, al entrar en este mundo y recibir de los humanos la hospitalidad de la condición humana. Su propio cuerpo, su propia vida. Así lo acabamos de oír en el texto de la carta a los Hebreos: “Tu no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, o Dios, para hacer tu voluntad”.
Esta misma disposición es la que se te pide hoy, Xulio con más fuerza que nunca, al entrar en el orden sacerdotal. No has de traerle al Señor ofrendas y objetos externos a ti. Has de presentar tu propia vida, tu propio ser, para que el Señor disponga de ti y te configure definitivamente con él como un pastor-servidor.  La gracia sacerdotal, transmitida en este sacramento eclesial, te va a ir trabajando y cincelando, para que vaya apareciendo en tu vida y en tu ministerio la figura de Cristo-servidor, el gran pastor y diácono de la humanidad, quien, en una de sus presentaciones, dejó bien claro que “no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate de muchos” (Mc 10,45).
Bien valen para este elegido las palabras que el Papa Francisco, salvando por supuesto las distancias y las situaciones, dirigió el 28 pasado de junio, a los nuevos cardenales: “Jesús no los ha llamado para que se conviertan en príncipes de la Iglesia, sino que los llama para servir como él y con él. A servir al Padre y a los hermanos (…) Siguiéndolo, ustedes caminan delante del pueblo santo de Dios, teniendo fija la mirada en la cruz y en la resurrección del Señor”.
Se trata pues de iniciar un nuevo camino en una nueva condición que cambia radicalmente toda tu existencia. En la lectura del santo evangelio, que acabamos de escuchar, encontramos dos grandes ejemplos de un buen servidor; los protagonistas son un hombre y una mujer.
El centurión se apoya en el comportamiento de sus servidores para llevar a cabo inmediatamente lo que él les ordena, para darle entender a Jesús que no es necesario que vaya hasta su casa para curar a su servidor enfermo- él se sabe además indigno de ello-; puede curarlo a distancia: “¡Una sola palabra tuya bastará para sanarlo! Porque yo, que soy un simple subalterno, digo a uno de los soldados que están bajo mis órdenes: <Ve>, él va. <Ven>, y él viene y cuando le digo a mi sirviente: <Tienes que hacer esto>, él lo hace”. Podríamos completar el pensamiento del centurión: “Si yo, un pequeño subalterno logro eso, ¡con cuánta mayor razón tú, Jesús, lograrás curarlo, que eres el Mesías, el Señor! El evangelista recogió en su relato la gran admiración de Jesús ante la fe tan grande de aquel pagano y su sirviente quedó curado en el acto.
El segundo ejemplo nos lo da una mujer, la suegra del apóstol Pedro. Cuando Jesús llegó, por la tarde a la casa de Pedro, después de todo un día dedicado a la predicación y a las curaciones, encontró allí a la suegra de éste en cama con fiebre. Bastó que la tocara para que se le pasara el mal. Ella se levantó inmediatamente y se puso a servirlo. Es decir, se puso al servicio de Jesús. Se volvió servidora.
Más adelante esta curación y esta inmediata disponibilidad para ponerse a servir al Señor y a sus acompañantes, será interpretada como la actitud fundamental de todo cristiano que es alcanzado por Jesús y queda tocado por él. Su vida se transforma. Ya su vida no queda regida por el mal y el pecado. La rige la gracia del Espíritu Santo.  Se pone de pie y decide consagrarse de una vez a Dios y entregar su vida a servir a sus hermanos. 
Esta es la actitud fundamental que esperamos ocurra hoy con Xulio: que ponga su sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio bautismal de sus hermanos. Debe ponerse totalmente al servicio de los laicos en la Iglesia para que estos puedan cumplir con su misión: ser hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. En el documento de Aparecida, que está cumpliendo diez años de su celebración, se explica que “la misión propia y específica de los laicos se realiza en el mundo, de tal modo que, con su testimonio y su actividad, contribuyan a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del evangelio” (DA 210).
Haz de buscar en la misión de Jesús el modelo que has de reproducir. Así lo presenta el Padre a su hijo Jesús: “Aquí está mi servidor, a quién elegí, mi amado en quien me he complacido. Sobre él pondré mi Espíritu (...) No peleará ni gritará, no romperá la caña resquebrajada ni apagará la mecha humeante (…) En su nombre las naciones pondrán su esperanza” (Mt 12, 18-21). Ojalá tu servicio ministerial sea un signo de vida y esperanza para el pueblo venezolano que te , Dios mediante, servir como sacerdote. Que tu entrega abnegada a los pequeños y humildes sea siempre tu su mejor ofrenda, tu gran servicio.
Esta es la mística que ha de animar a todos los que quieran caminar tras las huellas del Señor. Oigamos a Jesús: “El que quiera servirme, que me siga, y dónde yo esté estará también mi servidor. Al que me sirva mi Padre lo honrará” (Jn 12, 26). “El que quiera ser importante que se haga servidor de ustedes y el que quiera ser el primero que se haga esclavo, así como el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida para rescatar a todos” (Mt 20,27-28). Y el Señor alaba y declara dichoso que así vive, en permanente estado de servicio y así lo encuentra, sirviendo, activo, vigilante, a su retorno. Cumpliendo con alegría su tarea (Cf Mt 24,46). ¡Dichoso será ese servidor! ¡Dichoso serás, Xulio, si así te encuentra tu Señor!
La virtud fundamental de un servidor, para estar siempre disponible, es la obediencia. Para el padre Luis María Baudouin, esta era la virtud reina de la vida espiritual y ascética que el promovió entre los Religiosos y Religiosas del Verbo Encarnado. No se trata solamente de obedecer aquí y allá a indicaciones puntuales; se trata de alcanzar a vivir en una permanente actitud de obediencia, como María de Nazaret. O mejor dicho en una permanente actitud ofrenda. Así se lo pedimos al Padre en el Canon III: Haz de nosotros una ofrenda permanente.  Para ello, es menester dice el fundador, dejarse conducir por el Espíritu de Jesús, el Verbo Encarnado quien, como veterano piloto, lo llevará, a entregar su vida, como LMB, a través de pruebas, tribulaciones y persecuciones. Allí es cuando hemos de dejarnos encender, cual una tea, en el alma y en el cuerpo, por el Espíritu del Verbo Encarnado, “así como el fuego penetra el hierro al rojo vivo”.
Para transformarse en servidores de la causa del Reino y de los mandatos de Jesús, particularmente el del amor mutuo, los sacerdotes debemos dedicar tiempo a la lectura orante de la Palabra y hacernos oyentes atentos a su resonancia en nuestras vidas, siguiendo el camino de fe emprendido por María, desde Nazaret hasta el cenáculo, pasando por la ignominia de la cruz. Entonces la Palabra se volverá una luz que iluminará nuestro corazón, una fuerza que nos vaciará de proyectos fatuos para llevar a cabo solo aquellos que Dios quiere.
En la obediencia humilde y alegre, como María, los sacerdotes encontramos la verdadera libertad de corazón. Como ella, hemos de colocarnos totalmente al servicio del Plan de Dios para que el Verbo divino siga encarnando el amor de su Padre en este mundo y, a través de nuestras vidas sencillas, entregadas y alegres los hombres reconozcan que Dios sigue presente entre nosotros con toda la potencia de su amor redentor.
Después de dejar su bendición, los tres misteriosos visitantes de Abrhan, continuaron su camino. A ti también te toca continuar tu camino cristiano, ahora como sacerdote, pastor y servidor. Te dejo para tu ánimo e iluminación  estas palabras del padre Luis María Baudouin que le tocó iniciar un nuevo camino espiritual y apostólico en plena revolución francesa y se mostró un gran y fiel servidor:  
Para mí, mi maestro me ha enseñado el verdadero camino: andaré por este camino, caminaré por él hasta mi último suspira…Jesús, mi camino, conozco mi ruta, la sigo, la seguiré, la terminaré allí donde la terminó el Maestro, entonces ¡dejaré de ser peregrino! Allí descansaré… ¡Oh Jesús, mi camino!”
¡Dichoso serás, Xulio, si también logras vivir a plenitud, cada día, con la ayuda de María y de tu comunidad de hermanos, la gracia del sacerdocio que hoy Cristo en la Iglesia vierte sobre ti! Amén.

Caracas 1º de julio de 2017


+ Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo


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