domingo, 2 de octubre de 2016

DOMINGO 27 ORDINARIO. CICLO C - DIOS MISMO ES NUESTRA RECOMPENSA



DOMINGO 27 ORDINARIO. CICLO C
DIOS MISMO ES NUESTRA RECOMPENSA

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy nos llevan a descubrir un nuevo perfil de quien quiere seguir a Jesús y transformarse en su discípulo.
En la segunda parte del viaje que conduce a Jesús a Jerusalén, donde consumará su pasión y su regreso al Padre, Jesús ha ido poniendo de manifiesto los rasgos que deben identificar a sus seguidores y las comunidades en las que se agrupan. Seguirlo a él implica enfrentar dificultades y renuncias (entrar por la puerta angosta), no dejarse arrastrar por las corrientes de presión por más fuertes que sean; estar dispuestos a regir su vida por la voluntad del Padre Dios y la fuerza de su amor; darle siempre la primacía a la dignidad humana por encima de las leyes; ser humildes, no correr tras honras y glorias terrenales; hacer el bien sin esperar ninguna retribución; colocar la búsqueda del Reino de Dios por encima de la familia y de otros afanes materiales; colocar el amor a Jesús por encima del amor a su propia familia; cargar con el oprobio y el sufrimiento que puede traer escoger a Jesús y colocarlo en el primer lugar;  renunciar a posesiones o bienes que impidan seguirlo y estar con él; no negociar nunca su condición de discípulo(ser sal de la tierra); seguir el modelo de misericordia que el Padre Dios tiene para con los humanos; ser incondicionalmente misericordiosos con todos como El.
 En los evangelios de estos últimos domingos Jesús ha centrado su enseñanza en el peligro que representa la codicia del dinero. Hemos de hacer un sabio uso de los bienes de este mundo para que no nos impidan alcanzar la salvación. Los bienes y las riquezas de esta tierra están hechos para asegurar una digna y sobria existencia, eliminar la miseria del planeta y hacer el bien particularmente a los más pobres.   
Antes de llegar al texto del evangelio de hoy Lucas registra una terrible advertencia de Jesús contra aquellas personas que con su ejemplo, consejos, negocios o acciones arrastran a otros al pecado, en particular aquellos que son más vulnerables e indefensos por su edad, simplicidad o condición social.  Es tal el mal y tal el castigo que Jesús invita a su comunidad a estar siempre atenta para prevenir oportunamente el abuso de los pequeños. Por eso la Iglesia ha adoptado severas sanaciones a los que han abusado sexualmente de menores de edad.
El evangelio de hoy el Señor recalca que en las relaciones con Dios y con los hermanos en comunidad, debe prevalecer siempre la gratuidad y no el interés. Jesús nos advierte que no podemos transformar nuestra relación con Dios en una relación mercantilista. En latín decimos una relación basada en el “do ut des”. Traducido al lenguaje popular: te doy si tu me das o también ¿“cuanto hay pa’ eso?”.
La sociedad en que vivimos está particularmente contaminada por lo que en Venezuela se ha venido en llamar el comportamiento “bachaquero”: hay quienes quieren vivir a costillas de la explotación de los demás; sacar abusivos y exagerados beneficios de la compra de productos regulados, de un dato, de una palanca. Se ha instalado en muchos estamentos de las organizaciones oficiales y privadas el cobro de la comisión. Muchos funcionarios públicos viven  de las comisiones, cobros, vacunas que le sacan a cualquier transacción o negociación. Se ha perdido el sentido de la honestidad. El robo se ha oficializado. Con mayor razón hemos perdido el sentido de la gratuidad. La corrupción se ha metido en todas las esferas sociales. Hoy Jesús nos interpela: ¡Alerta! Porque ese vicio  puede también contaminar nuestra vida de fe y nuestros encargos pastorales.
Esta advertencia vale tanto para nuestra relación con Dios, como para nuestra devoción a los santos y actos de piedad. Muchas novenas, cadenas, oraciones, sacrificios y penitencias están viciados porque están inspirados en el interés de tipo comercial.  Esa misma actitud puede estar presente en los servicios que prestamos en nuestras comunidades eclesiales. Entendemos así la misión que nos confían en la parroquia como un “encargo” al que debemos de sacar alguna ganancia o por el que nos tienen que estar agradecidos: darnos una recompensa, subirnos de categoría, otorgarnos un título honorífico.
Nada más contrario a la conducta de un creyente seguidor de Jesús. La vida con Jesús en esta tierra y la eterna es un don, un regalo gratuito que Dios nos otorga y no un salario o un vale que nos permite reclamar como un privilegio, el acceso al cielo. Nosotros los discípulos de Jesús no tenemos derecho a exigir que Dios nos conceda tal o cual don a cambio de una vela, de una novena, de una cadena, de una oración, de un sacrificio o de una peregrinación. Hemos sido salvados gratuitamente por la muerte y resurrección de Jesús, independientemente de nuestras obras y méritos que nos queramos atribuir. Esta verdad la remacha San Pablo por activo y por pasivo en todas sus cartas (Cf Rm 5,8; Ef 2,4-5). Lo que recibimos de nuestro PADRE Dios no está en proporción alguna con lo que hacemos o dejamos de hacer. Lo que recibimos de él proviene de su infinita y gratuita bondad y es siempre mucho mejor  que lo que podemos anhelar.
Ante Dios sus discípulos son siempre servidores que solo cumplen sus obligaciones y encuentran su gozo y alegría en el mismo servicio que prestan sin esperar recompensa alguna. Lo que del Señor proviene por la riqueza de misericordia y compasión no es en pago a ningún tipo de mérito que hayamos acumulado por el deber cumplido. La gratuidad, el desinterés es un rasgo fundamental que todos los cristianos debemos cultivar en nuestras relaciones familiares, en nuestra comunidad de amistad. El Papa Benedicto en su hermosa encíclica “Caritas in Veritate” afirma que el principio de gratuidad ha de introducirse también en las relaciones entre las naciones para alcanzar la verdadera paz. Por eso hace años atrás la Iglesia, con motivo del advenimiento del nuevo milenio, la Iglesia abogó por la condonación de la deuda a favor de los países pobres.
Lo que han recibido gratis entréguenlo también gratis” (Mt 10,8). Estemos siempre alegres y agradecidos por todo lo que hacemos para glorificar a Dios y hacer más llevadera y digna la vida de los más necesitados. Nunca llegaremos a ponernos a la altura de todo lo que hemos recibido de Dios, así que debemos vivir en permanente y gozoso retorno agradecido. “Dios ama al que da con alegría” (2 Co 9,7). Tenemos mucho camino que recorrer en nuestra Iglesia para introducir esta consigna de Jesús en nuestras comunidades, parroquias y diócesis y desterrar todo lo que parezca que estamos comerciando con las cosas sagradas y con los sacramentos.
La conciencia del servidor de Jesús es la de una persona que, abandonada en la fe, con la vida centrada en su Señor, se da sin reservas y con gratuidad en el servicio aspirando siempre al cumplimiento cabal de su “deber”. ¡Cuánto repudió Jesús esa actitud de quien sirve a Dios y a los hermanos con la expectativa de la recompensa! ¡Los hombres no pueden pasarle facturas a Dios! ¡La relación con Dios no puede darse a partir de reclamos!
No olvidemos que la parábola está dirigida a los apóstoles, y como tal, nos pide a nosotros, los líderes de la Iglesia, que revisemos nuestra actitud: el servicio a Dios y a los hermanos –que tiene como fundamento la experiencia de la fe- no da ni adjudica derechos para alguna paga. Tampoco nos autoriza para andar proclamando a los cuatro vientos lo que  hacemos. Ni la pretensión ni la vanidad pertenecen al espíritu de Jesús.
El servidor de la comunidad puede sentirse feliz por el hecho de haber cumplido bien su tarea. Es aquí donde la fe –que se concreta en el vivir bajo el “Señorío” de Jesús- verdaderamente “crece”, no por vías de cantidad sino por la ruta cualitativamente cierta, que es la justa actitud con él, esto es, el abandono total y la confianza absoluta en Dios en quien “somos nos movemos y existimos” (Cf Hech 17,38) y lo tenemos todo. Es el reconocimiento humilde de que nuestra vida depende de él. Este es el mínimo, el granito de mostaza, de dónde proviene una fuerza sorprendente que nos hace aptos para animar la vida comunitaria y emprender la misión.

Maracaibo 2 de octubre de 2016
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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