domingo, 29 de marzo de 2015

HOMILIA DEL DOMINGO DE RAMOS 2015

HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS 2015


Queridos hermanas y hermanos,
La Cuaresma llega a su punto culminante con la celebración del domingo de Ramos y el inicio de la Semana Mayor. Los cuarenta días de Cuaresma tenían precisamente por finalidad conducirnos, a través de una intensa vida de oración, de ayuno, de caridad y de escucha atenta de la Palabra de Dios, a la renovación de nuestra fe bautismal.  Ahora al mirar hacia atrás nos preguntarnos si de verdad hemos aprovechado ese tiempo favorable  de gracia (2 Co 6,1) que Dios nos ha dado para darle un giro radical a nuestra vida y enrumbarla por los caminos de la conversión.
Hoy les pregunto a todos ustedes: ¿cómo vemos la Semana Santa? ¿Como una semana más, igual a las demás? ¿Como una semana de vacaciones dedicada a la diversión? Es importante, en este domingo de ramos, puerta grande para entrar en los demás días santos, que advirtamos el valor decisivo que tiene esta semana para nosotros los cristianos. Hermanos, hermanas, ¡no nos dejemos robar el valor y el significado de la Semana Santa!  Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para vivirla con intensidad. Preocupémonos también por ayudar a otros hermanos nuestros a descubrir su verdadero sentido.  Cada semana mayor es una oportunidad que se le ofrece a muchos hermanos alejados o indiferentes para volver a la Iglesia, por medio de una buena confesión, y re encontrarse con el Señor Jesús.
Hemos de tener bien claro que el corazón, el meollo de esta semana es el encuentro con la persona, la vida, la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Los invito, por consiguiente, con palabras de la Carta a los Hebreos a “correr con perseverancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor  y perfeccionador de nuestra fe, el cual, animado por la alegría que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Fíjense pues en aquel que soportó en su persona tal contradicción de parte de los pecadores a fin de que no se dejen vencer por el desaliento” (He 12,1-3).
Este domingo es popularmente conocido como el domingo de Ramos. Por eso es importante que entiendan qué significan esas palmas o ramos que tienen en sus manos y se van a llevar a sus casas. Hace poco se bendijeron y vinimos con ellos, en procesión, hacia la catedral entonando vivas y cantos en honor a Jesús, el Mesías, el Bendito que viene en nombre del Señor.  Esta procesión es la más antigua de todas las procesiones, es la madre de todas las procesiones. Todas las demás, inclusive las devocionales que se originaron hace algunos siglos en honor a la Virgen María o de los Santos, se deben interpretar a la luz de esta procesión en honor a Jesús Redentor.  El significado profundo de esta procesión es la entrada triunfal de Jesús Resucitado en la nueva Jerusalén. Una entrada que no realiza Jesús solo. Entra con su trofeo, es decir con nosotros los redimidos en su sangre preciosa, con todos aquellos que hoy como ayer lo reconocen como el Hijo de David, el Mesías anunciado por los profetas. Desde el pórtico de la semana santa debe calar muy hondo en nosotros aquellas palabras de Jesús a los discípulos de Emaús: “era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria” (Lc 24,26).
Esta procesión no es pues un mero acto de piedad popular ni menos aún un escenificación del ingreso del Mesías en la ciudad santa; tampoco un simple acto conmemorativo de aquel  acontecimiento histórico. Es un acto profundo de fe en el poder salvador de Cristo Jesús;  es la reafirmación de  nuestra disposición de ir con él hasta el final en nuestro camino como discípulos suyos, aunque nos resulte difícil comprenderlo y aceptarlo. Siempre debemos tener presentes las palabras que  Jesús dirigió a sus discípulos de ayer y de hoy: “Si alguno quiere venir en pos de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mc 8,34). “Si alguien quiere servirme que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel que me sirva será honrado por mi Padre” (Jn 12,26).
Con nuestra procesión expresamos la firme convicción de la validez del camino de Jesús para nuestra Iglesia. Cristo camina delante de nosotros,  está al lado de cada una de las ovejas de este rebaño y con su palabra y su ejemplo nos anima a afrontar con gran fortaleza espiritual todas las vicisitudes y pruebas que se presenten y lleguemos, con la fuerza de su luz y de su amor, a la plenitud de la salvación.  Nuestras palmas no son adornitos ni amuletos para la buena suerte. En el libro del Apocalipsis las llevan en sus manos los cristianos martirizados que bañaron sus túnicas en la sangre del cordero inmolado (Cf Ap 7,9). Llevémoslas bien en alto, como  antorchas de vida, de justicia, de amor y esperanza. Nos recordarán, allí donde las coloquemos, nuestro deseo de que Cristo Jesús camine también al frente de nuestros hogares, de nuestras familias, de nuestros trabajos, porque sólo con él podemos encontrarle verdadero sentido a lo que somos, vivimos, sufrimos y gozamos.


Hemos comenzado pues, la liturgia de la Semana Mayor con un gesto fuerte y contundente con el que reafirmamos nuestra certeza de que Cristo camina delante de nosotros abriéndonos caminos y hemos manifestamos nuestra disponibilidad de seguirlo, de ser sus discípulos, de asumir con mayor seriedad nuestro compromiso cristiano: implantar el Reino de Dios, su Padre y nuestro Padre, en nuestras vidas, en nuestros hogares, en nuestro país.
La celebración eucarística de este domingo está centrada en la narración de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos, precedida por las lecturas de una profecía de Isaías y de un himno de la carta de Pablo a los Filipenses. Ellas nos ayudan a comprender más a fondo que Jesús entró en Jerusalén para cumplir de manera completa y cabal, como siervo humilde y obediente los designios de su Padre.  Escogió el camino del abajamiento hasta la muerte de cruz, totalmente confiado en que, en ningún momento, su Padre lo abandonaría y lo conduciría a la victoria sobre la muerte. Al final del relato de la Pasión, Marcos coloca en boca del centurión, encargado de la ejecución de Jesús, una profesión de fe que debe brotar de nuestros labios y ser el timón de nuestras vidas: “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15,39).
Si desde hoy, en esta misa, proclamamos a Cristo como Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación, estamos  entrando con buen pie en la semana santa. Hermanos y hermanas, enfoquémonos en lo esencial de nuestra fe no andemos por las ramas. Y ¿qué es lo esencial de nuestra fe? el amor infinito que Dios que se revela en Jesús y sobre todo en la cruz gloriosa. Nunca llegaremos al fondo de este amor. Amor por nosotros, por nuestra salvación, por la remisión de nuestros pecados, la curación de nuestras heridas. Es un amor para los hombres y mujeres de hoy acosados por mensajes y acontecimientos de muerte, de violencia, de odio, de división, de fanatismos fratricidas. ¿Cuándo nos terminaremos de convencer de que no hay poder mayor para cambiar el mundo que el amor contenido en el hombre crucificado.  “Te adoramos, Oh Cristo, y te bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido el mundo”.
Hermanos, hermanas, es verdaderamente triste ver cómo los hombres y mujeres de hoy se están olvidando de Dios y cuán caro nos está costando este olvido. Mientras más de lado lo dejamos más lobos feroces nos volvemos  En este olvido, en esta indiferencia los cristianos tenemos una grave responsabilidad porque vivimos nuestra fe con mucha comodidad, con mucha tibieza, con mucho conformismo. Somos malos propagadores del incendio de amor que Dios encendió  en este mundo con la venida de su Hijo y por eso muchos, decepcionados,  se alistan en las filas de los que promueven la vida  pagana, sin valores, sin normas, sin principios. Todo esto trae consigo un grave deterioro de nuestra sociedad y sirve de caldo de cultivo para toda clase de calamidades.
Recibamos entonces esta Semana como un gran regalo para darle mayor  tonicidad a nuestra vida de fe. Busquemos más a Dios, sigamos más de cerca a Jesús, vivamos más a fondo de su Palabra, fortalezcamos más la fe en nuestras familias. No hagamos como los que recibieron a Jesús a las puertas de Jerusalén. Lo aclamaron, le pusieron sus túnicas como alfombra a su paso pero después se desentendieron de él cuando lo condenaron y a lo mejor hasta gritaron con los que pidieron su crucifixión.
Hermanos, hermanas, no seamos solamente católicos de palma bendita, católicos aclamadores que le cierran las puerta de sus vidas a Jesús, católicos de domingos de Ramos que no llegan ni al viernes santo ni al domingo de Pascua. Que esta celebración nos lleve a todos, con nuestras familias, nuestras comunidades a abrirle  de par en par las puertas al Redentor para que él entre e implante el estandarte de su cruz gloriosa y el Reino de su Padre,fuente de vida, de gracia y de paz se haga para una realidad.
Maracaibo 29 de marzo de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Arzobispo de Maracaibo

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