lunes, 22 de septiembre de 2014

Homilía Del Domingo XXV Ordinario Del Año Ciclo A: Jesús nos Revela la lógica de Su Padre…

Muy queridos hermanos y hermanas
El evangelio de hoy pertenece a la sección del viaje de Jesús a Jerusalén, donde vivirá su pasión, muerte y resurrección. Presenta la particularidad de estar enmarcado entre dos frases idénticas (Mt 19,30 y 20,16): donde Jesús afirma que “los primeros serán los últimos y los últimos los primeros”. Esta inclusión nos ofrece la clave de la interpretación de la enseñanza del Señor. Jesús es el Reino de Dios, el Reino de los cielos. Él es el mundo nuevo, al cual él me invita a entrar. Pero el suyo es un mundo al revés, completamente distinto al nuestro, que choca frontalmente con nuestra lógica de poder, ganancia, recompensa, habilidad, esfuerzo. En su lugar nos ofrece otra lógica, la de la gratuidad absoluta, del amor misericordioso y sobreabundante. Esta invitación y este cambio radical en el modo de ver el mundo, las cosas, la vida y la misma relación con Dios, Jesús nos la hace descubrir a través de la narración de una parábola.

Se trata del dueño de una hacienda que sale él mismo, en persona, a contratar trabajadores para su viña y sorprendentemente no lo hace solo en las horas de la mañana, que es lo normal, sino que también sale a mediodía, a las 3pm e incluso a las 5pm, cuando ya la jornada está por finalizar. A todos los invita a trabajar en su viña y les ofrece pagarle lo justo. Cuando la jornada de trabajo concluye, el monto del pago causa desconcierto porque, a todos, el administrador les paga el mismo denario que había convenido solo con los trabajadores de la primera hora. Estos se quejan y murmuran porque esperaban recibir más, aduciendo que habían llevado “el peso del día y del calor”, pero el mismo dueño de casa en persona les explica  que él no ha sido injusto con ellos; que no se tienen que molestar: “si yo quiero dar a estos últimos lo mismo que a ti, ¿no puedo hacer lo que quiera con lo mío? ¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?” En la lógica del dueño de la viña, “los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
El dueño de casa es el mismo Jesús, quien se hace hombre, presente en esta tierra y está en salida permanente, recorriendo nuestras calles y plazas para invitarnos a trabajar en su viña. No se cansa de salir. No se cansa de invitar, sin importarle la hora a trabajar en su viña. En la Escritura la viña condensa una realidad, muy rica y profunda. Isaías 5 dice claramente que la viña,  significa el pueblo de Israel: “La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel: los habitantes de Judá, su plantación favorita” (Is 5,7).
 
Ha sellado con él una alianza inviolable; lo cuida, como el  viñador  su viña, haciendo de todo para que de sus frutos más bellos. Israel somos cada uno de nosotros, toda la Iglesia: el Padre nos ha encontrado como tierra abandonada, reseca, devastada, rellena de piedras y nos ha cultivado, regado a cada instante; nos ha plantado como viña escogida, toda de cepas genuinas (Jer 2,21). ¿Qué más pudo hacer por nosotros, que no lo haya hecho? (Is 5,4).
 En su anonadamiento infinito Él mismo se ha hecho viña de nuestro suelo; se ha convertido en la verdadera vid (Jn 15,1ss), se ha unido a nosotros como la viña está unida a sus sarmientos. El Padre, como buen viñador, continúa su obra de amor con nosotros y espera pacientemente a que demos fruto; Él poda, cultiva y luego nos envía a todos a trabajar en su viña, a recoger los frutos. Unos al amanecer, otros a media mañana, otros a mediodía, otros a media tarde y por fin otros casi al término de la jornada. Para todos hay una invitación, para todos, una oportunidad de trabajar y de producir frutos buenos y abundantes que le den vida a su pueblo. Somos enviados a SU viña; no nos podemos echar para atrás, porque estamos hechos para esto: para ir, trabajar, producir fruto y un fruto que  permanezca (Cf Jn 15,16)
El dueño de la viña establece como recompensa del trabajo de la jornada un denario. Es el pago único. Pero en el relato evangélico el dueño le da otro nombre a este denario; dice de hecho: “os daré lo que es justo” (v.4). El Señor nos invita a su viña y nuestro pago será sin duda lo justo. No nos pagará en dinero sino en especie. El pago será el justo, el mejor que haya, un pago inimaginable: será el mismo Señor Jesús. Él, en efecto, no da, no promete otra cosa que a sí mismo. Dios no tiene otro salario que dar que El mismo. Dios es nuestro don, seamos de la primera o de la última hora.  Pero esa recompensa ya la recibimos desde esta misma tierra: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
En el texto del evangelio encontramos repetidos los verbos “salir”, “enviar”, mandar”, “recibir”, “dar”; unos se refieren al dueño de la viña, otros a nosotros. Todos nos llaman, nos impulsan a ponernos en movimiento. Es el Señor Jesús el que envía, haciendo de nosotros sus apóstoles: “He aquí que yo los envío” (Mt 10,16). Cada día Él nos llama para su misión y repite sobre nosotros aquello de “¡Vayan!” y nuestra felicidad precisamente está escondida aquí, en la realización de estas palabras suyas. Andar donde Él nos manda, en el modo que Él lo indica, hacia la realidad y las personas que Él nos pone delante. ¡No nos equivoquemos de viña, no nos equivoquemos de trabajo! ¡No nos equivoquemos de destinatarios! Nunca es tarde para encontrarnos con Jesús, el dueño de la viña, para recibir su invitación, salir a trabajar en su viña.
Pero, mucho cuidado: tenemos que aprender a trabajar y a valorar el trabajo en la viña, que es el mundo y también la Iglesia, al estilo del dueño de la viña. Hay una nueva mentalidad que adquirir. Una nueva mirada que descubrir. No refunfuñemos. No murmuremos contra el dueño de la viña. Jesús nos invita a una profunda conversión para aceptar a Dios Padre tal como él nos lo revela. Dios no se relaciona con los seres humanos según sus méritos y cualidades sino según su bondad, su compasión, su inconmensurable amor. Así como el llamado a trabajar con él es pura gracia, también es pura gracia, puro don, el pago que nos quiera dar. Ninguno se lo merece. Solo nos podemos apoyar para ello en su infinita misericordia. Estamos ante el gran y desconcertante misterio- no porque no se pueda explicar sino porque es imposible agotarlo- de la bondad infinita de Dios. El tiene otras medidas muy distintas a las nuestras. Como dice Isaías: “sus planes no son nuestros planes”. Tenemos que aprender a movernos, a pensar, a trabajar de acuerdo a los planes de Dios y no a los nuestros. Se trata, como dice S Pablo en la segunda lectura, de aprender a llevar una vida regida por la voluntad de Dios, no por la nuestra que resulta muy mezquina, pobre, humillante e injusta. 

San Pedro nos dice que en el fondo se trata de un asunto de hospitalidad. Esa es la vía que él propone: “Practiquen la hospitalidad los unos con los otros, sin murmurar” (1 Pe 4,9). Y practiquémosla en primer lugar con el mismo Dios. Dice Juan que “el vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Esperaban un Dios distinto, un Mesías distinto y rechazaron el que Dios les presentó y la forma cómo se presentó. Démosle hospitalidad a Dios tal como Él se presenta. Esta acogida nos cambiará los ojos, el corazón y nos preparará poco a poco a ser receptivos de las maneras desconcertantes y hasta escandalosas cómo El quiere presentarse en los acontecimientos, en los “últimos” de la sociedad.

Acojamos a Jesús como Él es y tal como él quiera  llegar: como un bebé en un pesebre, como un campesino galileo montado en un burrito, como un sedicioso clavado en una cruz, escondido en un pedazo de pan, bajo la apariencia de un pobre niño abandonado. Pidamos ardorosamente en esta misa que nos dejemos enviar por él a trabajar en esa viña completamente distinta a los demás lugares de trabajo que se rigen por patrones egoístas e injustos; que aceptemos trabajar con los  operarios distintos a nosotros, enviados por él a horas diferentes de la jornada. Que abra nuestros ojos con su ungüento sanador para que veamos con claridad su presencia amorosa allí donde otros ven un ser despreciable. Que el trabajo en su viña nos vaya haciendo semejantes a él: buenos, pacientes y compasivos.  Que su gracia insistente rompa por fin el caparazón de egoísmo con el que nos blindamos y nos inunde con su infinita misericordia.


Maracaibo 21 de septiembre de 2014

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