VIGILIA
PASCUAL 2016
HOMILIA
Esta noche estamos en vela,
aguardando la resurrección del Señor de entre los muertos. Así como estaban de
guardia los pastores en la noche de Belén y fueron sorprendidos por el anuncio
de los ángeles del cielo; asimismo fueron sorprendidas las mujeres que se
dirigieron al alba del domingo, hacia el sepulcro, con perfumes, por dos seres
resplandecientes, que les comunicaron la resurrección del Señor.
La Vigilia de esta noche
es la más importante de todas las vigilias. Es un momento sagrado que celebran
con gran júbilo todas las comunidades cristianas en el mundo entero. En una
noche como esta, hace miles de años, atrás, ocurrió un acontecimiento inédito,
único, que cambió definitivamente la historia del mundo. Jesús de Nazaret, que
fue sentenciado a muerte como un vil criminal por su propios hermanos,
entregado cobardemente al suplicio por Poncio Pilatos, crucificado entre dos
ladrones, que se salvó de ser arrojado en la fosa común del Gólgota gracias a
la valiente intervención de José de Arimatea, ese Jesús, al tercer día,
¡resucitó!
La Resurrección del Señor
no es un hecho aislado; es el punto culminante de un ministerio que “empezó en Galilea” (Hech 10, 37), más
aún de toda su vida, desde el mismo momento de la Encarnación. Desde su primera
aparición en el Jordán, su Padre “lo
ungió con el poder del Espíritu Santo” (Hech 10,38) y lo presentó como su
Hijo amado, “en quien ponía toda su
complacencia” (Cf Mt 3,16-17), y en el monte de la Transfiguración, invitó a los suyos a escucharlo (Cf Mt 17,5).
Jesús por su parte, en todos los momentos de su vida, puso toda su confianza en
su Padre Dios y manifestó repetidamente que había venido a cumplir su voluntad
(Cf Jn 8,42).
El Maligno se interpuso en
su camino de muchas formas para disuadirlo de su misión pero Jesús siempre
rechazó sus engañosas propuestas y optó por cumplir la Palabra que salía de la
boca de su Padre. Experimentó momentos
terribles en que se llegó a sentir sólo y abandonado, no solo por los suyos
sino también por su propio Padre (Mc 14,50; 15,34). Pero nada lo detuvo, bajó
todos los escalones de la condición humana: se hizo hombre, asumió la condición
de esclavo, se hizo semejante a cualquier ser humano; se humilló a sí mismo
hasta la muerte y muerte de cruz, como un criminal más. Por obediencia. Su último grito en la cruz fue: “Padre, todo está cumplido. ¡En tus manos
encomiendo mi espíritu!” (Jn 19,30, Lc 23,46).
Por eso Dios “lo exaltó y
le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre” (Fil 5-9). La Resurrección de Jesús fue la respuesta de
amor del Padre al amor y a la obediencia incondicional de su Hijo amado. Queda claro, mis hermanos, que el don de la
salvación es una vida que brota para siempre del amor de Dios, a través del
cuerpo glorioso de Cristo y del don supremo de su amor en la cruz. ¡Al “tanto amó” de Dios Padre (Jn 13,16),
correspondió “el amor al extremo” del
Hijo! (Jn 13,1).
¡En ese manantial de amor del
Padre y del Hijo, con la potencia del Espíritu Santo, nacimos nosotros! Por eso,
con el mandato del amor mutuo, El Señor nos entregó la clave de todo su ser y
de la razón de su presencia en esta tierra: “Cómo el Padre me amó, así lo he amado yo, así los he amado a ustedes.
Ámense los unos a los otros con ese mismo amor y participarán de la vida plena
que yo comparto con mi Padre”.
Los ángeles de luz que
anunciaron la resurrección a las mujeres del alba, nos anuncian a nosotros
también esta noche, que el camino escogido por Jesús y al cual se atuvo hasta
el final, contra viento y marea, es el camino verdadero que lleva a la vida y
que, por consiguiente, no hay otra manera mejor de vivir la vida humana que la
que él nos reveló: amar a Dios y al prójimo, servir sin esperar recompensa
humana, entregarse con pasión a sembrar el bien entre los hombres, buscar
ardorosamente la voluntad de Dios y cumplirla con fidelidad. “Acuérdense,
les anuncian los mensajeros celestes,
“que el hijo del hombre debía ser entregado en manos de los pecadores, debía
ser crucificado y que resucitaría al tercer día” (Evangelio de la Vigilia).
Esta noche celebramos
estos dos grandes acontecimientos. Cristo ha resucitado y nosotros, los
creyentes y discípulos suyos, también resucitamos con él. Hemos de
considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. Si esa es nuestra
condición, esa ha de ser también nuestra forma de vivir y de comportarnos en
este mundo. Ese ha de ser nuestro modo de dar razón de la resurrección de
Cristo.
No damos cuenta de la
Resurrección del Señor, solo con nuestras palabras o nuestras predicaciones.
Damos cuenta de su Resurrección con nuestro testimonio, con nuestro modo de
vivir, que refleje en nuestras vidas su
victoria sobre el mal y la muerte. Así lo expresa a magnífica oración del Papa
Francisco, al final del viacrucis del Viernes Santo, en el Coliseo de Roma y de
la cual tomo una parte, adaptándola a esta celebración:
Oh Cruz de Cristo
Oh Cruz de Cristo, imagen del amor sin límite y vía de la
Resurrección, aún hoy te seguimos viendo en las personas buenas y justas que
hacen el bien sin buscar el aplauso o la admiración de los demás.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
ministros fieles y humildes que alumbran la oscuridad de nuestra vida, como
candelas que se consumen gratuitamente para iluminar la vida de los últimos.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en el
rostro de las religiosas y consagrados –los buenos samaritanos– que lo dejan
todo para vendar, en el silencio evangélico, las llagas de la pobreza y de la
injusticia.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la
justicia y de la fe.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en las
personas sencillas que viven con gozo su fe en las cosas ordinarias y en el fiel
cumplimiento de los mandamientos.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
arrepentidos que, desde la profundidad de la miseria de sus pecados, saben
gritar: Señor acuérdate de mí cuando estés en tu reino.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
beatos y en los santos que saben atravesar la oscuridad de la noche de la fe
sin perder la confianza en ti y sin pretender entender tu silencio misterioso.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en las
familias que viven con fidelidad y fecundidad su vocación matrimonial.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
voluntarios que socorren generosamente a los necesitados y maltratados.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
perseguidos por su fe, que con su sufrimiento siguen dando testimonio auténtico
de Jesús y del Evangelio.
Oh Cristo Resucitado, aún hoy te seguimos viendo en los
soñadores que viven con un corazón de niños y trabajan cada día para hacer que
el mundo sea un lugar mejor, más humano y más justo.
Oh Cristo Resucitado, en ti vemos a Dios que ama hasta el
extremo. Oh grito de amor, suscita en nosotros el deseo de Dios, del bien y de
la luz.
Oh Cristo Resucitado, enséñanos que el alba del sol es más
fuerte que la oscuridad de la noche. Enséñanos que la aparente victoria del mal
se desvanece ante la tumba vacía y frente a la certeza de la Resurrección y del
amor de Dios, que nada lo podrá derrotar u oscurecer o debilitar. Amén.
¡Oh Cristo Resucitado!
¡Resucítanos también a nosotros!
¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!
Maracaibo, 26 de marzo, Vigilia Pascual, 2016
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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