miércoles, 23 de marzo de 2016

MEDITACION DE SEMANA SANTA ¡TANTO AMÓ DIOS!



MEDITACION DE SEMANA SANTA
¡TANTO AMÓ DIOS!
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16)
“Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él que siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)
“Este es mi mandamiento: ámense los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 13, 12-13)
“En esto hemos conocido lo que es el amor, en que él dio su vida por nosotros. Por eso nosotros también debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16)
Hemos entrado en esta semana de gracia en la que brilla más esplendorosamente la inmensidad del amor de Dios para con nosotros. Ese “tanto amó” de San Juan 3,16, que el Señor puso de manifiesto desde el mismo momento de la concepción inmaculada de María, alcanza ahora, en sus últimos días, el colmo de su expresión humana: “él que siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”: cumplir el designio salvador de su Padre y derramar hasta la última gota de sangre para arrancar a los suyos  de las garras del pecado y de la muerte y abrir nuevamente las puertas de la  vida eterna.
Solo Jesús pudo amar hasta ese extremo. Muchas personas pueden dar la vida por otros. Lo han hecho muchos, tanto dentro como fuera del cristianismo. Pero solo el Señor Jesús la ha dado por toda la humanidad de una sola vez y para siempre. Todos los pecados de la humanidad, desde los de Adán y Eva hasta el último terrestre, desde los más pequeños hasta los más espantosos, han quedado sepultados  por el torrente de agua viva que ha brotado de su costado abierto (Cf Jn 19, 33-34). Nadie queda exento de su amor redentor y misericordioso. Ni siquiera los abominables masacres del Grupo terrorista del Estado Islámico.
Este es el misterio de amor que estamos llamados a contemplar con gozo en estos días santos. Que Dios destape  nuestros oídos para que escuchemos de nuevo maravillados los relatos de la Pasión del cordero inocente y nos sintamos involucrados en ellos. Abra nuestros ojos para fijarnos en  cada uno de los gestos de misericordia del Señor: paciencia con sus discípulos, perdón para sus acusadores, consuelo para sus acompañantes, consignas claras para sus amigos. De acceso a nuestra mente obtusa a la inteligencia de las Escrituras y descubramos que toda la Biblia está referida a él.
Entremos con un corazón disponible y dejémonos inundar, en esta  Semana Mayor,  por el mayor de los amores. No hay noticiero que nos dé a conocer una noticia tan importante para nuestra vida como la buena noticia que es Jesús. Las horas que dediquemos  en estos  días santos para compenetrarnos con esta historia de amor siempre resultarán insuficientes y nos quedaremos como el salmista clamando:” Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente”. “Mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca, sin agua” (Salmos 42 y 63)
Si no conocemos y compartimos en algo el amor de Jesús,  no conoceremos nada de Dios. Nos enseña San Agustín, el doctor del amor de Cristo: “El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,13). Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: “Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3,16), amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros”.
Esta es la puerta para compartir el amor de Jesús: dar la vida por sus hermanos. Juan dice que si no amamos así, seríamos unos grandes mentirosos y farsantes. “Si alguien dijera: Amo a Dios pero aborrece a su hermano, sería un mentiroso, porque quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn 4,20). Podemos decir que el cristianismo no tiene otra misión en esta tierra que el de experimentar hacia adentro y dar a conocer hacia afuera el amor de Dios revelado en la persona, el mensaje, la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Si los cristianos no nos empeñamos en amar a Jesús, en amar como Jesús y dar la vida por los demás como Jesús, no podemos llamarnos propiamente cristianos. Sería un título que nos quedaría muy grande.
Hay infinitas formas de dar la vida por los hermanos. Podemos hacerlo de una vez, como el Señor, en un solo acto de entrega absoluta y definitiva. Así ha ocurrido con  los mártires, que han derramado en estos dos milenios de cristianismo su sangre por él; con las cuatro hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta y sus acompañantes, masacradas recientemente en el Yemen por terroristas yihadistas.  Pero también podemos dar esa vida  “por goteo”: es decir con fidelidad y perseverancia, traduciendo ese amor en “entregas” cotidianas, dejando caer en los surcos de las relaciones humanas de cada día, las semillas de su amor. Ese fue el pequeño camino espiritual del amor que descubrió, por ejemplo, Santa Teresita del Niño Jesús, y lo practicó sin desfallecer hasta el término de su corta existencia.
Desgastarse en el amor de Jesús por los demás es sin duda la mejor forma de vivir. Vivir desviviéndose por los hermanos. Despojarse de sí mismo, de la soberbia, de los títulos y prerrogativas para servir a los demás, eso fue lo que Jesús quiso darnos a entender cuando se despojó de su dignidad divina para hacerse hombre (Cf Fil 2, 7-8); cuando se quitó la túnica de Maestro y Señor y se arrodilló para la lavarles los pies a sus discípulos, como un simple esclavo doméstico (Cf Jn 13, 2-11).  San Juan nos comunica que amando de esta manera es cómo podemos alcanzar la verdadera plena alegría (Cf 1 Jn 1,1-4).
Para ello hace falta que nos compenetremos con Cristo, con sus sentimientos, con sus actitudes. Que nos familiaricemos con su manera de amar. Por eso en esta semana santa, cuando visitemos los siete monumentos, cuando hagamos la hora santa en el lugar de la reserva eucarística, fijémonos en todos sus gestos de amor: su humildad que lo lleva, todo Señor e Hijo de Dios que es,  a abajarse al nivel de nuestra pobre condición humana. Su entrañable misericordia que lo lanza por los caminos de los infiernos humanos para arrancarnos de las garras del Mal y del pecado, a precio de su sangre preciosa.  Su ardiente deseo de quedarse con nosotros para siempre en la Eucaristía para alimentarnos con su propio cuerpo y sangre.
Mis amados hermanos y hermanas, el amor del Señor Jesús no tiene límites. No tiene fin. Es más fuerte que el odio y que la muerte. Judas  lo entrega por 30 monedas de plata; él se entrega gratuitamente por él y por todos los traidores de la historia.  Pedro lo niega; él lo reafirma como roca de su Iglesia (Cf Lc 22,31-32). Sus discípulos huyen y lo dejan solo en el momento de su pasión y de su muerte; él escoge  a uno de ellos para entregarle su madre María y colocarla bajo su cuidado. María Magdalena una gran pecadora pública la transforma en acompañante de su madre María al pie de la cruz y luego  la hace la primera mensajera de su resurrección.  Un amor a toda prueba; un amor que recorre todos los caminos por donde pueden andar los humanos para que no quede ninguno que no sea bañado en su sangre redentora. ¡Un amor invencible. El amor mayor!
Vivamos santamente estos días. Son días para asumir con decisión obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.  Acerquémonos al Cristo llagado y doliente en los que sufren, en los que han perdido seres queridos, víctimas de la violencia, del sicariato y de la delincuencia cada vez mejor organizadas. Hagamos presente a Cristo misericordioso comportándonos nosotros también misericordiosamente con nuestro prójimo. Lloremos la pasión de Venezuela y de los venezolanos; aliviémonos la carga pesada los unos de los otros.
¿Saben cuál es la más bella Semana Santa? No es la de Jerusalén, ni la de Roma ni la de Sevilla ni la de tu parroquia. La Semana Santa más bella es aquella en la que  abreviamos las procesiones de dolor y sufrimiento de los que buscan comida, medicinas y protección; aquella en la que le quitamos alguna estación al doloroso viacrucis de tantas mujeres, abusadas, maltratadas, comerciadas; aquella en la que disminuimos las espinas de las  punzantes coronas  que taladran la vida de tantos niños abandonados, enrolados en la guerrilla, en grupos terroristas, en el sicariato y en las bandas callejeras. Aquella que tenga menos horas de agonía para tantos presos inocentes; menos expolios, menos crueldad y menos injusticias para tantos seres marginados.
La más bella  semana santa será siempre aquella en que surjan nuevos cirineos para ayudar a sus hermanos a llevar la pesada carga de sus sufrimientos y enfermedades; nuevos Nicodemos para reclamar con valentía los cuerpos de los nuevos crucificados; nuevos Juan Evangelistas dispuestos a llevarse a María a sus casas; nuevas Magdalenas que, arrepentidas y curadas, limpien las heridas de los que se creen irremisiblemente condenados;  nuevos José de Arimatea que descrucifiquen y  den digna sepultura a tantos cuerpos masacrados.
Nunca vamos a poder eliminar definitivamente, en esta tierra, los viernes santos de tantos inocentes. Cristo, en ellos,  está en agonía y muere en la cruz hasta el fin de la historia. Pero si podemos con la gracia redentora del Señor, con la fuerza de su amor, sembrar semillas de alivio, de consuelo, de ánimo y de esperanza en nuestros entornos familiares, vecinales, laborales y recreativos. No podemos abreviar las 24 horas de la Pasión del Señor pero si podemos poner nuestras vidas junto a la del Señor para que su Pasión, Muerte Resurrección sea conocida, proclamada y su gracia salvadora  llegue a todos los venezolanos, a nuestras familias y gobernantes.  Que la Semana Mayor de Jesús  sea también en ti la de una nueva humanidad. Más compasiva, más solidaria, Más misericordiosa. Esta es la Pascua que Cristo Jesús quiere compartir contigo este año jubilar de la Misericordia. Santa y Feliz Pascua de Resurrección.
Maracaibo 23 de marzo de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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