jueves, 29 de marzo de 2018

EL SACERDOTE MINISTERIAL UN SER TOTALMENTE RELATIVO


EL SACERDOTE MINISTERIAL UN SER TOTALMENTE RELATIVO


Solo Dios es absoluto, Sin principio ni fin. Nosotros los sacerdotes, como todas las criaturas, nosotros somos relativos.
Ser relativos significa en nuestro caso que estamos en estrecha relación, bajo régimen de dependencia, de cuatro instancias o realidades: de Dios creador, de Cristo pastor y cabeza de la Iglesia, su cuerpo; de una Iglesia concreta a la que somos incardinados por la misma ordenación en un presbiterio; finalmente al pueblo al que somos enviados a pastorear. Esta condición está muy claramente expresada en el texto clásico de la carta a los Hebreos: “Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios” (Heb 5,1). Alguien nos ha tomado; alguien nos ha colocado y nos encomendado una clara misión. Nada de eso lo escogimos nosotros por nuestra propia y sola cuenta.
Existimos porque Dios nos ha creado. “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28). Hemos elegido la vocación sacerdotal porque Jesús nos llamó primero: “No me eligieron ustedes a mí, sino que yo los elegí a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto que permanezca “(Jn 15, 16). Esa elección y ese llamado se concretaron por medio de la Iglesia. No nos auto-ordenamos, ni nos auto-elegimos ni nos auto-enviamos.
Representantes de la Iglesia discernieron la autenticidad de nuestra vocación y nuestra idoneidad y, una vez confirmadas, un obispo debidamente autorizado nos confirió el sacramento del Orden. En el mismo rito sacramental de la ordenación fuimos incorporados a un presbiterio. Para manifestarlo todos los presbíteros presentes fueron pasando, uno por uno, nos impusieron las manos y luego nos acogieron dentro del colegio con un abrazo fraternal. Y finalmente fuimos enviados por un obispo al pueblo de Dios para asumir, con y para él, nuestra misión.
Desde cada una de esas dimensiones se viven todas las demás. En la vivencia fiel, gozosa y perseverante de estas cuatro dimensiones está el secreto de nuestra santificación y del sentido de toda nuestra vida. El diablo nos tentará para romper esos cuatro vínculos fundamentales. En el fondo es la misma tentación que enfrentó la primera pareja humana: la tentación de desgajarse de Dios, de independizarse de Él y hacerse a sí mismos dioses: “Se les abrirán los ojos y serán como como Dios” (Gen 3,5). Ya sabemos que la ruptura de este vínculo fundamental dividió la pareja humana, envenenó las relaciones fraternas y sometió a ruda esclavitud la creación entera. Volverse auto-referentes. Es el primer pecado capital: el orgullo, padre y raíz de todos los demás pecados.
Somos presbíteros según el corazón del Gran Pastor en la medida que vivimos en lo concreto de lo cotidiano esas cuatro dependencias. Vivir, existir y movernos en nuestro Padre Dios para glorificar y santificar su nombre. Permanecer en Cristo. Somos ramitas de la gran vid y solo unidos a ella damos fruto: “Separados de mí no pueden hacer nada” (Jn. 15,4).
Pertenecemos a un presbiterio. El presbiterio no es una entelequia, una simple estructura. Es la realidad donde puedo vivir concretamente la incorporación a nueva familia diocesana. Vivir intensamente la realidad de la incardinación: la comunión, la fraternidad sacerdotal, el fortalecimiento de nuestro presbiterio y la práctica de la solidaridad y la comunión de bienes. Un presbítero que vive desgajado de su presbiterio, que hace todo por su cuenta, es un presbítero en riesgo, que funciona a medio o a cuarto de máquina.
Finalmente somos enviados a una porción de pueblo. No escogemos nosotros la porción que más nos gusta. Somos don de Cristo Jesús para esa comunidad eclesial a donde me envía el Obispo. Vamos allí como simples servidores, no como dueños (Cf 1 Co 3,5-9). No llegamos a tumbar lo que los anteriores hicieron y a dejar nuestra propia huella. Llegamos para continuar la obra emprendida y dar nuestro aporte para que allí los bautizados avancen y, a partir de lo ya caminado, se constituyan en sujetos vivos y activos del pueblo de Dios. “Unos siembran y otros cosechan. Yo los envié a cosechar donde no han trabajado; otros trabajaron ustedes recogen el fruto de sus trabajos” dice el Señor (Jn 4,38). Esa porción de pueblo no me pertenece y debo estar pronto a salir a otro sitio cuando el Obispo nos lo pida (Cf Mc. 1,38). ¡Qué triste cuando un presbítero se aferra a una parroquia y no la quiere soltar! ¡Qué inmadura aquella comunidad que quiere a toda costa retener un sacerdote a su exclusivo servicio y dedicación!

LA EUCARISTÍA, EL VINCULO DE LOS VINCULOS

¿Cómo vivir fiel y alegremente este cuádruple nudo? Esos cuatro vínculos están todos atados por la fuerza del amor contenida en la eucaristía. La eucaristía es el culmen y la síntesis de la historia de amor de Dios por la humanidad y que se ha manifestado en Cristo Jesús su hijo. Es el horno ardiente, el manantial de donde brota nuestra identidad y de nuestra misión.
Hoy, jueves santo, Jesús, antes de ir al sacrificio redentor, nos entrega primero la eucaristía, luego nos instituye como sus ministros calificados y finalmente entrega el mandamiento del amor, pidiéndonos que, siguiendo su ejemplo, lo vivamos en una dimensión servicial y samaritana. El mandamiento cristiano, dentro de la comunidad eclesial, solo es posible vivirlo y comunicarlo a partir de la eucaristía y si nos nutrimos de ella.

Solo desde ella se vuelve una carga ligera y un yugo llevadero. Es en la eucaristía donde encontraremos la fuerza y la pasión de amor necesarios para ser fieles a esas cuatro dimensiones fundamentales de nuestra identidad y vocación. Amor filial al Padre, amor fraternal con Cristo, amor familiar con la Iglesia y el presbiterio; amor esponsal con el pueblo.
Y solo hay eucaristía si hay sacerdotes ministeriales para presidirla.  Contar con candidatos al sacerdocio no es asunto ante todo de campañas o pastorales vocacionales. No es que eso este mal, no. Pero es ante todo un asunto que atañe las comunidades cristianas en cuanto tales. Cuando el pueblo de Dios llegue a valorar realmente lo que significa la eucaristía para poder vivir el mandamiento del amor pedido por Jesús, según el modelo de Jesús y hacer presente su Reino, se empeñará entonces a fondo para lograr que Dios envíe esos operadores, esos pastores que la puedan celebrar.
Los primeros cristianos perseguidos que sus adversarios trataban de apartar de la misa dominical respondían: “Sin eucaristía no podemos vivir”. Una comunidad eclesial sin presbíteros, que no promueve dentro de si las vocaciones, es una comunidad que no ha llegado aún a su madurez eucarística y se encuentra en grave estado de desnutrición evangelizadora.
Jueves santo 2108.
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Arzobispo de Maracaibo

martes, 27 de marzo de 2018

MISA CRISMAL 2018 - HOMILÍA


MISA CRISMAL 2018
HOMILÍA

 
Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús,
Todos los que estamos aquí congregados, estamos conscientes de la gran importancia de la fiesta de hoy y muchos de nosotros deseamos ardientemente estar en ella y vivirla con gran fervor. De manera especial para mi, por ser la última misa crismal que presidiré como arzobispo.  En efecto la Misa crismal es única en toda la arquidiócesis y constituye un momento de máxima expresión visible de lo que es nuestra Iglesia local marabina.
Dos son los aspectos relevantes de esta celebración que vamos a vivir juntos esta mañana: la manifestación de la Iglesia como Pueblo Santo de Dios y Cuerpo de Cristo, totalmente ministerializado, y el significativo lugar que ocupa, dentro de ese Cuerpo, el sacerdocio ministerial. Fiesta de la Iglesia local. Fiesta del sacerdocio: supremo y único en Cristo, pleno en el Obispo, bautismal en el pueblo y ministerial en los presbíteros.
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO
Toda la arquidiócesis se encuentra, hoy aquí, simbólicamente presente en las naves de nuestro vetusto templo catedralicio. Aquí están las parroquias de la Guajira con toda su realidad  cultural indígena y fronteriza; las comunidades antiguas y nuevas, llenas expectativas y esperanzas, de San Francisco y La Cañada; las viejas parroquias históricas y las nuevas realidades cristianas de la gran ciudad de Maracaibo, que brotan, llenas de vida y grandes desafíos evangelizadores, en su expansión por el oeste y el norte; las extensas comunidades misioneras esparcidas por los municipios Jesús Enrique Lossada y Almirante Padilla.
Aquí está toda la riqueza ministerial del cuerpo marabino de Cristo Jesús, en constante crecimiento: la gran familia de los presbíteros seculares y religiosos, los diáconos permanentes, los bautizados de especial consagración, los candidatos al sacerdocio ministerial y al diaconado permanente, los laicos y laicas que han recibido delegaciones ministeriales diversas, la polícroma gama de asociaciones, movimientos apostólicos y realidades eclesiales de ayer y de hoy.
Todos, con los que nos siguen por los medios de comunicación social, las redes sociales, conformamos un solo pueblo, el pueblo santo de Dios. Todos formamos una gozosa y abigarrada multitud llena de amor mariano chiquinquireño. Por todos nosotros Cristo Jesús, Alfa y Omega, murió y resucitó y nos ha asociado a él por el agua, la Palabra y el Espíritu Santo. Exultamos jubilosos porque Cristo Jesús ha pagado con su preciosa sangre nuestra redención definitiva. Ahora somos, partícipes de su misma unción, linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo adquirido por Dios; en otro tiempo no éramos pueblo; ahora somos pueblo de Dios (1 Pe 2,9-10). ¡Que viva Cristo Jesús, nuestra cabeza!





Cristo es nuestra cabeza. Como pueblo mesiánico, hemos sido revestidos de la dignidad y libertad de los hijos de Dios. En nuestros corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tenemos por ley el mandato de amar y de dar la vida los unos por los otros como el mismo Cristo nos amó y se entregó por nuestra salvación. Tenemos, últimamente, como fin la dilatación del reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra. Constituidos en Iglesia por Cristo, en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, somos instrumento de la redención universal y hemos sido enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (Cf LG 9).
Para cumplir con esta misión, el Espíritu Santo ha derramado sobre este pueblo santo toda clase de carismas, dones y servicios. Es la misma composición que Pablo nos describe: “Constituyó a unos apóstoles, y a otros profetas; a unos predicadores del Evangelio y a otros pastores y maestros, preparando así a su pueblo santo para el servicio eficaz de la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe” (Ef. 4,11-13).
Todo esto ha sido recogido en la Idea-Fuerza que mueve y dinamiza sinérgicamente en el Plan Global de Pastoral: “La Arquidiócesis de Maracaibo, Pueblo de Dios conducido por el Espíritu Santo a través de los ministerios, carismas, dones y acompañado por la Chinita, vive, celebra y anuncia su experiencia de Cristo en comunión, participación y misión permanente como signo y presencia del Reino de Dios”. ¡Que viva nuestra Iglesia arquidiocesana marabina!
LA FIESTA DEL SACERDOCIO MINISTERIAL
Hoy pues la Iglesia quiere que celebremos el supremo y único sacerdocio de Cristo. Que celebremos el sacerdocio bautismal. Él ha querido conferir el honor de este sacerdocio real a todo su pueblo santo, el llamado sacerdocio bautismal que todos compartimos. Hoy la Iglesia también quiere que celebremos el sacerdocio ministerial que Cristo Jesús con amor de hermanos ha querido compartir con los obispos y a través de estos con los presbíteros. Hoy es la fiesta del presbiterio marabino. Un sacerdocio ministerial al servicio de la construcción de una Iglesia plenamente ministerializada y misionera.
Como nos lo recuerda el prefacio de hoy, son varones llamados y elegidos, con amor de hermano, por el mismo Cristo Jesús, entre los bautizados del pueblo de Dios, hombres entre los hombres, para que, por la imposición de las manos, en el sacramento del Orden, participen de su sagrada misión y pongan la potestad sagrada que reciben al servicio de la formación y dirección del pueblo sacerdotal, lo alimenten con la eucaristía y los demás sacramentos. Cuiden del “del rebaño que el Espíritu Santo les ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo” (Hech 20,28).
Estos servidores serán reconocidos dentro de la comunidad cristiana como otros cristos, por la entrega de su vida por su Señor y la salvación de sus hermanos; por su permanente búsqueda de configuración con Cristo cabeza y pastor, y su constante, alegre y fiel testimonio de caridad en la construcción de comunidades fraternas, solidarias y misioneras.
No hay obispo sin presbiterio ni presbiterio sin obispo Este ministerio tan precioso para el crecimiento y fortalecimiento de las comunidades cristianas se presenta hoy estrechamente unido al ministerio del Obispo. La Liturgia presenta hoy al obispo como la cabeza visible de la Iglesia local y el garante de su unidad y comunión con la Iglesia universal. En este servicio recibe la indispensable colaboración de los presbíteros y de los diáconos permanentes. Este es el significado de la concelebración de todo el presbiterio.
La consagración del santo crisma y la bendición de los óleos, materia prima de los sacramentos, por parte del Obispo, rodeado de la corona presbiteral y diaconal diocesana, en presencia de toda la Iglesia local, pone de manifiesto que el Cuerpo de Cristo solo se construye en la medida en que el pueblo santo de Dios, gracias a la entrega servicial de sus ministros, se nutre de Cristo, se articula en Cristo, crece por medio de Cristo y hace a Cristo presente y actual hoy en Maracaibo y en el mundo.
El pueblo de Dios necesita a sus presbíteros. Los presbíteros necesitan de sus hermanos laicos y de sus comunidades. Hermanos. Ayuden a sus sacerdotes a ser santos, a cumplir con la vocación a la que han sido llamados, con las promesas que han hecho en el día de su ordenación y renuevan en cada misa crismal todos juntos ante su Obispo. ¿Qué prometen? Unirse más fuertemente a Cristo, configurarse con El, renunciando a sí mismos. ¿Qué prometen? Ser fieles dispensadores de los misterios de Dios principalmente en la eucaristía; desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como seguidores de Cristo, Cabeza y Pastor. Prometen ser desprendidos de los bienes temporales y tener por única motivación de su misión la evangelización integral de sus hermanos. El sacerdote no tiene otra fuente de felicidad que la de desgastarse para que sus hermanos vivan y vivan plenamente en Cristo Jesús.
Queridos hermanos, tanto los sacerdotes que están aquí como los que no pudieron venir o están fuera del país, ancianos, adultos mayores, adultos y jóvenes, han abandonado barcas, redes y familia, como los primeros apóstoles, para seguir a Cristo. Quieren sinceramente ponerse a tiempo completo al servicio de todos, sin buscar otra recompensa que el anuncio de Cristo muerto y resucitado, la salvación de su pueblo, en todo, la gloria de Dios. Ayúdenlos, apóyenlos.
No vienen empaquetados y hechos santos de una vez. Son hombres vulnerables y débiles como todos ustedes. Están sometidos a las mismas tentaciones que todos ustedes. Pasan por las mismas necesidades y carencias que todos ustedes. Si quieren tener pastores, cuídenlos, protéjanlos. El diablo los tienta como a Jesús, como a ustedes, con la tentación del pan. Y ante tantas carencias sienten el deseo de huir de este país, no seguir pasando hambre y necesidades, de buscar otra vida más cómoda y fácil fuera de las fronteras. Oremos por ellos, démosle nuestro apoyo, nuestros consejos. Estemos pendientes de ellos. No los dejemos solos ni dejemos que se aíslen de su obispo, de sus demás hermanos, de su comunidad, de su Iglesia diocesana.
Animémosles a seguir adelante, felicitémosles en sus fechas significativas, compartamos sus éxitos y fracasos, sus alegrías y sus penas. En una palabra, amémosles de corazón y hagámosles sentir cuanto apreciamos su ministerio, su entrega, su abnegación, su disponibilidad. Ayudémosles a vivir en estrecha comunión con su obispo, a aceptar de buen grado los cambios, a sostenerse en fraterna solidaridad entre ellos, a vivir con gozo el celibato por el Reino de Dios.
En esta Venezuela que nos toca vivir, nada es fácil. Todos los caminos están erizados de obstáculos y dificultades. Nunca ha sido fácil ser sacerdote de Cristo. Pero ahora, aquí en Venezuela, esta vocación es más difícil que nunca. Eso no debe desalentar a nuestros jóvenes ni a nuestros seminaristas. Necesitamos pastores heroicos, fuertes, capaces de acompañar a su pueblo para atravesar cualquier tempestad que se atraviese en el camino.
No quiero concluir esta homilía sin expresar mi más hondo y sentido agradecimiento a todos y cada uno de los sacerdotes y diáconos permanentes, presentes y ausentes, incluyendo a los que nos han precedido en el camino a la casa del Padre; a todos los equipos pastorales que han trabajado estrechamente a mi lado, tanto en la Curia como en las parroquias, cuasi parroquias y rectorías, cada uno según sus carismas y dones; a todos los laicos asociados y a la feligresía en general por el hermoso servicio evangelizador y misionero que han llevado a cabo junto a mí. Espero seguir contando con sus oraciones.
 Oremos también para que el Señor les depare el pastor según su corazón para que esta bella, mariana y promisoria Iglesia local marabina, se interne mar adentro o mejor lago adentro echando las redes con confianza, audacia y creatividad en nombre del Señor.
María Santísima, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, que realizó hasta el final su itinerario de fe, nos acompañe, anime y fortalezca durante estos días santos, a fin de que podamos recoger abundantes frutos de conversión y santidad. Amén.
Catedral de Maracaibo 27 de marzo de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo



domingo, 25 de marzo de 2018

DOMINGO DE RAMOS DE 2018 HOMILÍA


DOMINGO DE RAMOS DE 2018
HOMILÍA


Muy queridos hermanos,
Hoy Jesús llega a Jerusalén para cumplir la misión para la cual lo envió su Padre al mundo. Vamos a vivir con él la última semana de su ministerio, antes de enfrentar su pasión dolorosa, su cruz, su muerte y su sorprendente y admirable resurrección. Con el inicio de la Semana Santa, nosotros también estamos llegando al término de nuestro camino cuaresmal.
En el primer momento de esta liturgia, hemos contemplado a nuestro Señor entrar, a lomo de borrica, en la ciudad santa, al son de gritos y aclamaciones. La Iglesia desea que contemplemos bien al que entra. No es un personaje cualquiera. Las lecturas escogidas para este día nos dicen que se trata de una persona humilde y paciente, pero firme y tenaz en su entrega. Lo llama un siervo de Dios, bien dispuesto a llevar a cabo la misión encomendada y bien capacitado para ella. Posee la lengua de discípulo que sabe llevar, en nombre de Dios, consuelo al abatido. Cuenta con un oído despierto y atento a la voluntad de Dios y a los sufrimientos de su pueblo. Su confianza en Dios que lo envía es tal que acepta el sufrimiento que trae consigo el cumplimiento de su misión y enfrenta con valentía y abandono los ultrajes que le infligen para acallarlo.

Pablo, en la segunda lectura, le pone nombre a ese servidor. Es Jesús. Y nos pide que lo contemplemos primero en el trayecto que lo lleva desde el sublime sitial de su divinidad a la más sumisa condición de esclavo y luego en su ascensión gloriosa cuando su Padre lo levanta de la muerte y lo coloca en el puesto supremo que merece la adoración y la alabanza de toda la creación.  Este recorrido de Jesús, a la gloria por el vaciamiento de si mismo, es la manera de Dios de decirnos cuánto y hasta donde nos ama y nos quiere arrancar de lo más bajo de nuestra condición pecadora para hacernos entrar en su vida trinitaria.
El relato de la Pasión según S. Marcos tiene dos partes bien distintas: en la primera, Jesús lo acompañan sus discípulos; en la segunda, a partir de su prendimiento en el jardín de Getsemaní (Mc 14,50) cuando sus discípulos huyen, queda solo, a merced de sus adversarios. Todos los personajes que saldrán en su ayuda serán gente nueva: Simón de Cirene, el oficial romano, José de Arimatea y tres de sus seguidoras.
Con este relato, Marcos, fiel al propósito de su evangelio, nos quiere llevar al corazón de la fe cristiana. El encargado de proclamarla será el oficial romano encargado de llevar a cabo la ejecución del reo. De su boca sale cuál es la verdadera identidad del crucificado: “Realmente este hombre era Hijo de Dios” (Mc. 15,39). Esta profesión de fe no la hace ninguno de los discípulos. No la hacen las mujeres acongojadas y llorosas. La hace sorprendentemente un pagano.

Uno de los elementos fundamentales de la pasión del Señor es la soledad. Jesús va a vivir el abandono, la desolación espantosa.  Aquellos que lo debían de acompañar en Getsemaní se durmieron, en el Gólgota ya no estaban. En su momento más desolador Jesús está rodeado de enemigos que lo odian, lo desprecian y buscan, a como dé lugar, su ejecución y muerte.
Hay mucho que aprender en la pasión del Señor sobre la condición humana: la debilidad humana; la necesidad de orar y velar permanentemente para poder afrontar las pruebas “porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mc 14,38). El evangelio de hoy nos revela también la necesidad, para poder ser verdaderos discípulos de Jesús, de acompañarlo hasta el pie de la cruz. Sólo, allí, al pie del crucificado, es donde se puede descubrir, con el centurión romano, su verdadera identidad. No se puede ser discípulo a medias tintas, solo en la parte fácil del recorrido del Maestro y eximirse de seguirlo en sus horas amargas y oscuras.  Hay que ir con él hasta el final; hacer esa opción radical por él, que nos lleva donde quizá no queríamos ir, con quien quizá no queríamos estar y hacer lo que quizá no queríamos emprender.
Si nosotros también aceptamos hacer el camino completo de ese viacrucis, se nos abrirán los ojos y se nos ablandará el corazón para descubrir en ese siervo sufriente, anunciado por Isaías, que muere ignominiosamente como un vulgar asesino en la cruz, entre dos ladrones, al Hijo de Dios, al Mesías, al Señor. Entonces la Cuaresma habrá alcanzado en nosotros su cometido y nos habrá llevado al término del camino. El descarnado relato del evangelista nos lleva a nosotros también a medir la autenticidad de nuestra fe y la fuerza de nuestra determinación cuando nos declaramos cristianos, es decir discípulos y seguidores de Jesús. ¿Somos semi-discípulos o discípulos completos? ¿Seguidores en las maduras y “si te veo no te conozco” en las verdes?

Hermanos míos, no desaprovechemos esta gracia inmensa que se nos otorga de celebrar esta semana mayor 2018. Cada uno de estos días santos, al rememorar lo que le tocó al Señor vivir, meditemos y reflexionemos sobre lo que significa nuestra condición discipular y tomemos muy en serio la respuesta que le vamos a dar. No nos vaya a pasar lo que le ocurrió al pueblo de Jerusalén, que el domingo coreó y alabó a Jesús como Mesías, en las puertas de la ciudad, y el viernes siguiente, instigado por infiltrados pagados por las autoridades religiosas del momento, pidieron su ejecución.  
Fíjense, que este comportamiento es muy parecido al de los discípulos. Mientras Jesús les hizo milagros y curaciones y se presentó triunfante y poderoso, lo vitorearon, pero en cuanto apareció débil y derrotado lo abandonaron. Ya el mismo Señor lo había anunciado en varias oportunidades y la visión anticipada de lo que iba a suceder, estando ya en las cercanías de la ciudad santa lo hizo llorar (Lc 13,41) y de su corazón brotó este amargo reproche: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te han sido enviados! ¿Cuántas veces quise reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no quisiste?” (Mt. 23,37).
Que a nosotros no nos pase lo mismo. La agobiante incertidumbre que vivimos en Venezuela, la búsqueda cotidiana de comida, de medicinas, de efectivo, de transporte; el dolor de ver partir lejos a nuestros seres queridos; la inseguridad de todo tipo que nos rodea, nos puede llenar el corazón de resentimiento, de odio y de malos deseos en contra de los que consideramos culpables de nuestra miseria y abandono. Es grande la tentación de buscar el pan a cualquier condición, de enfrentarnos unos contra otros, de crear más barreras y divisiones de las que ya existen. Corremos el riesgo de perder el tesoro más grande: la paz interior y la tranquilidad necesaria para ser receptivos a lo que Dios nos quiere decir a cada uno de nosotros.
La Pasión del Señor continúa hoy en la vida sufriente y dolorosa de los venezolanos y de tantos pueblos del mundo. Son muchas las personas y los lugares que hacen realidad lo que Jesús vivió en la última parte de su vida terrenal. La lista de sufrimientos es larga, las víctimas innumerables, Bien decía un escritor, la pasión de Cristo durará hasta el fin del mundo. Mucha maldad, mucho odio que redimir, muchos Caín que perdonar, muchos Pedro que rescatar. Que nuestra desolación no nos haga insensibles al grito de los que sufren más que nosotros: nuestros niños desnutridos y en grave peligro de muerte, nuestros ancianos abandonados por los que se van y los dejan solos, los presos por manifestar sus convicciones políticas.
Que los ramos que llevamos en las manos-que este año ha costado conseguir- y esta misa de la Pasión nos disponga a vivir esta semana santa, no como espectadores indiferentes sino desde dentro, desde el mismo corazón doliente del Señor. Que la fuerza de amor que brota del crucificado penetre hondo en nosotros, para que no nos devore el miedo, no nos asfixie la desesperanza, no nos divida el odio, no nos malee la desconfianza, no nos contamine la tristeza y no nos apague el amor y la solidaridad.

En esta semana mayor, del amor en mayúscula, como nos invita la Campaña Compartir, hagámonos cercanos, sensibles, de los que necesitan nuestra cercanía y amistad. Judas se valió de gestos tan entrañables como el abrazo y el beso para traicionar. Que nuestros besos y abrazos sean para hermanar, acoger, integrar. Ese fue el camino recorrido por el Beato Arnulfo Romero, arzobispo de S. Salvador, cuyo martirio recordamos ayer. Ese es el camino completo de quien quiere seguir del Señor. Vayamos con él juntos hasta el final.
Catedral de Maracaibo 25 de marzo de 2018

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo