MEDITACION DEL VIERNES
SANTO 2016
Cuando
María le dijo SI a Dios, concibió en su
seno al Mesías por obra y gracia del Espíritu Santo. Ella fue la primera
ovejita de esta humanidad pecadora que el Buen Pastor cargó anticipadamente
sobre sus hombros y con la cual abrió de nuevo las puertas del Paraíso, que
permanecía cerrada desde el pecado de los primeros padres. Hoy 25 de marzo, fiesta de la Encarnación del
Hijo de Dios en el seno virginal de María, cantamos con el Salmista y toda la
cristiandad las Misericordias del Señor y proclamamos su fidelidad por todas
las edades (Cf Sal 88,1).
Cuando
nació Jesús, en Belén, aparecieron unos
ángeles y le anunciaron a los pastores la buena noticia del advenimiento del
Salvador cantando: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres
de buena voluntad”. Desde el mismo momento de la concepción, desde el pesebre,
Jesús ya nos estaba salvando.
Hoy
desde la cruz, en la que ha sido elevado
(Jn 12,32), el Crucificado nos anuncia dos buenas noticias: la derrota del
poder de las tinieblas y la salvación de la humanidad entera. Se cumple de modo perfecto la primera parte
del Padrenuestro: El nombre de Dios es definitivamente santificado, su Reino manifestado, la voluntad de Dios cumplida. El canto de los ángeles de Belén se hace
plenamente realidad: Dios es glorificado y la paz entre los humanos y con la creación
entera deja de ser un sueño inalcanzable. Todos estos bienes nos han venido por
“aquel que murió en la cruz”. Por el
madero ha venido la alegría al mundo entero.
Nunca
se había acumulado tanto mal sobre un hombre inocente como en la Pasión de
Jesús. Pero Dios, en su infinita misericordia, sabe cómo darles la vuelta,
desde Adán, Eva y Caín, a todas nuestras maldades y traiciones. Sabe cómo transformar la inmensa avalancha de
injusticias, sentencias amañadas, abusos de poder, injurias, torturas y
humillaciones, que nos infligimos los unos a los otros sin conmiseración
alguna, en portentosa avalancha de amor, perdón y redención. Así lo profetizó
Isaías en el texto que acabamos de escuchar: “Soportó nuestros sufrimientos, cargó nuestras dolencias, fue traspasado por
nuestras rebeldías, triturado por nuestras iniquidades. Por sus heridas fuimos
sanados… Llevaba el pecado de muchos e intercedía a favor de los culpables”
(Is 53,4. 5.6.12). Y San Pablo lo
resumió con esta preciosa sentencia: “Donde
abundó el pecado, sobreabundo la gracia.” (Rm 5,20). Por eso cuando en cada
viacrucis rememoramos lo que ocurrió el viernes santo, exclamamos: ¡Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos
porque por tu santa cruz, redimiste el mundo!
Del
evangelio según S. Juan que acabamos de escuchar, me llama la atención que la Pasión del Señor comienza en un huerto (Jn
18,1), Getsemaní, y al expirar, lo bajan de la cruz y lo sepultan en un huerto
(19,41). Clara referencia al huerto genesíaco del origen de la humanidad (Gen 2,8-17), a la rebeldía de nuestros primeros padres (Gen
3,1-3), por la cual fueron expulsados del huerto y a cuyas puertas Dios puso un
ángel, con una espada de fuego en la mano, para custodiar el acceso al árbol de
la vida (Ibid 3,23-24). Cuando Jesús resucita, la piedra del sepulcro quedará
definitivamente rodada y el huerto, abierto para siempre, se volverá un lugar
de encuentro con los pecadores redimidos y de envío para predicar la buena
nueva de la vida nueva que Jesús trae para los suyos.
Dejemos
que esta buena noticia retumbe hoy en medio de nuestra asamblea y resuene con
gran fuerza y también dentro de nuestros corazones. ¡Anúncianos, Señor,
grítanos, desde lo alto de tu cruz, que todo está consumado! ¡Que ya has
cumplido la misión para la cual tu Padre te había enviado a esta tierra! ¡Atráenos
a todos hacia ti y déjanos refugiarnos en las ramas de tu árbol frondoso (Cf Jn
12,33). Llénanos, Jesús, de gozo y alegría. ¿Sentimos de verdad esa alegría,
ese gozo por haber sido alcanzados por tan gran misericordia?
La
cruz, donde pende nuestro Señor
Jesucristo, es el nuevo árbol de la vida, de cuyos frutos ya no nos está
prohibido comer. Al contrario él nos dice: “He
deseado mucho comer con ustedes esta cena de Pascua antes de mi pasión. (Lc
2215). Este es mi cuerpo. Vengan y coman.
Esta es mi sangre. Vengan y beban”. La cruz es la nueva roca de donde brota, a
raudales, el agua que sacia la sed para siempre: “El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua
que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua que mana
hasta la vida eterna” (Jn 414). La cruz es el nuevo templo de la visión de
Ezequiel, debajo de cuyos cimientos irrumpen torrentes de agua medicinal que van
saneando todo por el camino (Cf Ez 47). La cruz es el nuevo árbol de vida,
descrito al final del libro del Apocalipsis, “que da doce cosechas, una cada mes, cuyas hojas sirven para sanar a la
gente (Ap 22,2).
Hagamos
nuestra la exhortación de San Pablo, que invita a todos los cristianos no tener
otro motivo de orgullo que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6,14). La
semilla de amor del Padre Misericordioso, cayó en el buen terreno de la
humanidad de Jesús y dio fruto al cien por ciento. Jesús sembró a su vez puro
amor y entrega servicial y gratuita a favor de los pobres, de los afligidos, de
los enfermos y por eso cosechó vida eterna.” Uno de los soldados romanos le atravesó el costado con su lanza y al instante
salió sangre y agua” (Jn 1934). Por
todas las llagas del crucificado, por su costado abierto, sigue manando su
sangre preciosa, medicina poderosa que cura todas nuestras heridas, sana nuestras
enfermedades, nos devuelve la vida y es cátedra viva donde aprendemos a ser sus
discípulos y lo qué significa amar al prójimo como él nos amó.
Concluyo
compartiendo con ustedes este hermoso texto de Santo Tomás de Aquino: “¿Era necesario que el Hijo de Dios
padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de
deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo
de cómo hemos de obrar.
Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado. La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció.
Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado. La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció.
En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.
Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene
más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo
en la cruz. Y por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos
considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.
Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera para nosotros preparada. Llevemos los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia (He 12,1-3).
Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera para nosotros preparada. Llevemos los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia (He 12,1-3).
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al
crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato
y morir. Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo
obediente al Padre hasta la muerte: Como por la desobediencia de un solo hombre
-es decir, de Adán- todos los demás quedaron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos. Si
buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es
Rey de reyes y Señor de señores, en el cual están escondidos todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia, desnudo en la cruz, burlado, escupido,
flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre. No te aficiones a los vestidos y
riquezas, ya que se reparten mi ropa; ni a los honores, ya que él experimentó
las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que, entretejiendo una corona de espinas,
la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron
vinagre.” (Conferencia No 6 sobre el Credo)
Maracaibo 25 de marzo de 2016
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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