viernes, 25 de marzo de 2016

MEDITACION DEL VIERNES SANTO 2016



MEDITACION DEL VIERNES SANTO 2016

Cuando María le dijo SI a Dios,  concibió en su seno al Mesías por obra y gracia del Espíritu Santo. Ella fue la primera ovejita de esta humanidad pecadora que el Buen Pastor cargó anticipadamente sobre sus hombros y con la cual abrió de nuevo las puertas del Paraíso, que permanecía cerrada desde el pecado de los primeros padres.  Hoy 25 de marzo, fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María, cantamos con el Salmista y toda la cristiandad las Misericordias del Señor y proclamamos su fidelidad por todas las edades (Cf Sal 88,1).
Cuando nació Jesús, en Belén,  aparecieron unos ángeles y le anunciaron a los pastores la buena noticia del advenimiento del Salvador cantando: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Desde el mismo momento de la concepción, desde el pesebre, Jesús ya nos estaba salvando.
Hoy desde la cruz, en la que  ha sido elevado (Jn 12,32), el Crucificado nos anuncia dos buenas noticias: la derrota del poder de las tinieblas y la salvación de la humanidad entera.  Se cumple de modo perfecto la primera parte del Padrenuestro: El nombre de Dios es definitivamente santificado, su Reino manifestado,  la voluntad de Dios cumplida.  El canto de los ángeles de Belén se hace plenamente realidad: Dios es glorificado y  la paz entre los humanos y con la creación entera deja de ser un sueño inalcanzable. Todos estos bienes nos han venido por “aquel que murió en la cruz”.  Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.
Nunca se había acumulado tanto mal sobre un hombre inocente como en la Pasión de Jesús. Pero Dios, en su infinita misericordia, sabe cómo darles la vuelta, desde Adán, Eva y Caín, a todas nuestras maldades y traiciones. Sabe cómo  transformar la inmensa avalancha de injusticias, sentencias amañadas, abusos de poder, injurias, torturas y humillaciones, que nos infligimos los unos a los otros sin conmiseración alguna, en portentosa avalancha de amor, perdón y redención. Así lo profetizó Isaías en el texto que acabamos de escuchar: “Soportó nuestros sufrimientos, cargó nuestras dolencias, fue traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestras iniquidades. Por sus heridas fuimos sanados… Llevaba el pecado de muchos e intercedía a favor de los culpables (Is 53,4. 5.6.12). Y San Pablo lo resumió con esta preciosa sentencia: “Donde abundó el pecado, sobreabundo la gracia.” (Rm 5,20). Por eso cuando en cada viacrucis rememoramos lo que ocurrió el viernes santo, exclamamos: ¡Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos porque por tu santa cruz, redimiste el mundo!
Del evangelio según S. Juan que acabamos de escuchar, me llama la atención que  la Pasión del Señor comienza en un huerto (Jn 18,1), Getsemaní, y al expirar, lo bajan de la cruz y lo sepultan en un huerto (19,41). Clara referencia al huerto genesíaco  del origen de la humanidad (Gen 2,8-17),  a la rebeldía de nuestros primeros padres (Gen 3,1-3), por la cual fueron expulsados del huerto y a cuyas puertas Dios puso un ángel, con una espada de fuego en la mano, para custodiar el acceso al árbol de la vida (Ibid 3,23-24). Cuando Jesús resucita, la piedra del sepulcro quedará definitivamente rodada y el huerto, abierto para siempre, se volverá un lugar de encuentro con los pecadores redimidos y de envío para predicar la buena nueva de la vida nueva que Jesús trae para los suyos. 
Dejemos que esta buena noticia retumbe hoy en medio de nuestra asamblea y resuene con gran fuerza y también dentro de nuestros corazones. ¡Anúncianos, Señor, grítanos, desde lo alto de tu cruz, que todo está consumado! ¡Que ya has cumplido la misión para la cual tu Padre te había enviado a esta tierra! ¡Atráenos a todos hacia ti y déjanos refugiarnos en las ramas de tu árbol frondoso (Cf Jn 12,33). Llénanos, Jesús, de gozo y alegría. ¿Sentimos de verdad esa alegría, ese gozo por haber sido alcanzados por tan gran misericordia?
La cruz, donde pende nuestro Señor  Jesucristo, es el nuevo árbol de la vida, de cuyos frutos ya no nos está prohibido comer. Al contrario él nos dice: “He deseado mucho comer con ustedes esta cena de Pascua antes de mi pasión. (Lc 2215). Este es mi cuerpo. Vengan y coman. Esta es mi sangre. Vengan y beban”.  La cruz es la nueva roca de donde brota, a raudales, el agua que sacia la sed para siempre: “El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, porque el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua que mana hasta la vida eterna” (Jn 414). La cruz es el nuevo templo de la visión de Ezequiel, debajo de cuyos cimientos irrumpen torrentes de agua medicinal que van saneando todo por el camino (Cf Ez 47). La cruz es el nuevo árbol de vida, descrito al final del libro del Apocalipsis, “que da doce cosechas, una cada mes, cuyas hojas sirven para sanar a la gente (Ap 22,2).
Hagamos nuestra la exhortación de San Pablo, que invita a todos los cristianos no tener otro motivo de orgullo que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6,14). La semilla de amor del Padre Misericordioso, cayó en el buen terreno de la humanidad de Jesús y dio fruto al cien por ciento. Jesús sembró a su vez puro amor y entrega servicial y gratuita a favor de los pobres, de los afligidos, de los enfermos y por eso cosechó vida eterna.” Uno de los soldados romanos le atravesó el costado con su lanza y al instante salió sangre y agua”  (Jn 1934). Por todas las llagas del crucificado, por su costado abierto, sigue manando su sangre preciosa, medicina poderosa que cura todas nuestras heridas, sana nuestras enfermedades, nos devuelve la vida y es cátedra viva donde aprendemos a ser sus discípulos y lo qué significa amar al prójimo como él  nos amó.
Concluyo compartiendo con ustedes este hermoso texto de Santo Tomás de Aquino: “¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado. La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció.
En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes. Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo en la cruz. Y por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él. 

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera para nosotros preparada. Llevemos los ojos fijos en Jesús, caudillo y consumador de la fe, quien, para ganar el gozo que se le ofrecía, sufrió con toda constancia la cruz, pasando por encima de su ignominia (He 12,1-3).
Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir. Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Como por la desobediencia de un solo hombre -es decir, de Adán- todos los demás quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos. Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.  No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se reparten mi ropa; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que, entretejiendo una corona de espinas, la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.” (Conferencia No 6 sobre el Credo)
Maracaibo 25 de marzo de 2016
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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