MISA EXEQUIAL EN SUFRAGIO
DE MARIA AUXILIADORA TORRES DE DUARTE
HOMILIA
Excmos. Monseñores Roberto Luckert, arzobispo de Coro y Ángel Caraballo
Muy querido Padre Ovidio y familia Duarte Torres,
Muy queridos hermanos y hermanas,
La partida de nuestra
hermana María Auxiliadora, mamá del padre Ovidio Duarte, ocurrida en pleno
camino cuaresmal, nos hace gustar anticipadamente de la gloria de la Pascua de
Jesucristo. Los cristianos creemos
firmemente lo que acabamos de escuchar en el evangelio de esta misa: “Es la voluntad de mi Padre: que todo el que
ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”. En el Catecismo de la Iglesia Católica
encontramos esta afirmación: “Creemos
firmemente y así lo esperamos que del mismo modo que Cristo ha resucitado
verdaderamente de entre los muertos y que vive para siempre, igualmente los
justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El
los resucitará en el último día” (CAIC No 989).
Desde el mismo
bautismo fuimos injertados en Cristo Jesús (Cf Rm 6,1-3) con la unción del
Espíritu Santo. Y ese mismo Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos,
es el que pondrá toda su potencia de vida al servicio de los fieles cristianos
para “dar vida a sus cuerpos mortales”
(Cf Rm 8,11).
Si, queridos
hermanos, al reunirnos aquí para despedir a nuestra hermana en la fe, sabemos
que no le estamos diciendo un adiós definitivo sino un “hasta luego”, un “hasta
pronto”, porque vivimos con una certeza profundamente incrustada en lo más
profundo de nuestro ser: que también nosotros, si somos fieles y amamos a Dios
y a nuestro prójimo, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza
y con toda nuestra mente, resucitaremos como
Cristo, con Cristo, por Cristo y nos re-encontraremos en su gloria en la
comunión amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Cada vez que nos
congregamos ante los restos de un bautizado y celebramos sus exequias
cristianas hacemos solemne profesión de fe en la resurrección de Cristo y en la
resurrección de los muertos: “Si morimos
con Cristo, viviremos con él; si permanecemos firmes, reinaremos con él” (2
Tim 2,11-12). Enseña el Papa León Magno
que “si avanzamos por el camino de sus
mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra
salvación en la humanidad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su
gloria, ya que no puede dejar de cumplir lo que prometió: A todo aquel que
me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está
en los cielos”. (Oficio de lectura del miércoles de la IV semana de
Cuaresma)
Sabemos por la historia de nuestra Iglesia,
por experiencia propia que la profesión de este punto de nuestra fe ha
encontrado muchas oposiciones tanto dentro como fuera de nosotros. Se acepta
muy comúnmente que después de la muerte, la vida de la persona humana continúa
de forma espiritual. Pero “¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente
mortal puede resucitar a la vida eterna?” (CAIC 996).
Es importante que tengamos bien claro qué es
resucitar: “En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del
hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en
espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará
definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras
almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús” (CAIC 997).
También afirmamos, en nuestra fe, que esa
resurrección ya ha empezado en esta vida terrena. En cierto modo ya hemos
resucitado con Cristo y estamos llamados a vivir según esta condición en las
diversas situaciones y circunstancias de esta vida terrenal. Por eso, inundados
por esta certeza, aunque no se manifieste aún con todo su esplendor y potencia
y se mantenga oculta, podemos enfrentar todas las adversidades que trae el mal
uso de la libertad humana y las malas tendencias de nuestra misma
concupiscencia.
Gracias a Cristo, la muerte, con todo el dolor
y los traumas que causa en nosotros, tiene un sentido positivo. Morir en Cristo
Jesús se vuelve una ganancia. Es una gran puerta que se abre hacia la luz y el
esplendor del amor de Dios. Por eso proclamamos en el prefacio de la misa
exequial: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se
transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión
eterna en el cielo”.
Por eso, podemos hacer nuestra la gran
aclamación de Pablo en la carta a los romanos: “Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? (…) ¿Quién nos condenará? Acaso Cristo Jesús,,
el que murió, más aún, resucitó y está a
la derecha del Dios y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará
del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la
desnudez, el peligro, la espada? (…)
Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha
amado” (Rm 8,31 ss)
Hoy, como miembro del
pueblo
cristiano, nuestra amada hermana María Auxiliadora, está invitada a gozar de
las riquezas del paraíso, y todos nosotros, en medio del dolor de toda
despedida, sobre todo de un ser tan entrañablemente amado como es una mamá, nos
gozamos, porque a todos nosotros, los regenerados en Cristo, nos ha quedado abierto el regreso a la patria
perdida.
Hoy también
finalmente estamos cumpliendo, en este Año jubilar extraordinario de la
misericordia con dos obras de la misericordia: una espiritual y otra corporal:
Rogar a Dios por los vivos y difuntos y darle sepultura cristiana a los
muertos. Mantengámonos firmes en la oración por esta mamá, a la que unimos las
mamás de los padres Lenín Naranjo, Isidro Alburguez y Gerald Cadieres,
fallecidas recientemente.
Es este también un
momento apropiado para recordar que los cuerpos de los difuntos deben ser enterrados con respeto y
caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Por eso, con mucha razón claman
al cielo y ante los gobernantes tantos padres y madres, esposos y esposas,
hijos e hijas cuyos parientes y seres queridos han desaparecido, no han podido recuperar sus
cuerpos y por consiguiente no le han
podido dar digna, humana y cristiana sepultura. Los casos más clamorosos,
ocurridos en México y más recientemente en nuestro propio país, no hacen sino
poner de relieve este justo reclamo de la dignidad humana. Asimismo en el caso
de que se proceda a la incineración, la Iglesia pide que las cenizas sean
depositadas en un lugar digno y apropiado y no sean de ninguna manera arrojadas
o dispersadas en el medio ambiente.
Nuestra
hermana llevaba el dulce nombre de María Auxiliadora, una de las invocaciones
más queridas entre nosotros. Por eso nos volteamos hacia ella y colocamos
nuestra mirada en sus ojos misericordiosos, pidiéndole acoja con gran amor
maternal a su tocaya y le abra el camino para llegar a la plena visión de la
Santísima Trinidad.
Maracaibo,
Templo parroquial de S. Antonio Ma. Claret, 10 de marzo de 2016
+ Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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