jueves, 10 de marzo de 2016

MISA EXEQUIAL EN SUFRAGIO DE MARIA AUXILIADORA TORRES DE DUARTE - HOMILIA



MISA EXEQUIAL EN SUFRAGIO
DE MARIA AUXILIADORA TORRES DE DUARTE
HOMILIA

Excmos. Monseñores Roberto Luckert, arzobispo de Coro y Ángel Caraballo
Muy querido Padre Ovidio y familia Duarte Torres,
Muy queridos hermanos y hermanas,

La partida de nuestra hermana María Auxiliadora, mamá del padre Ovidio Duarte, ocurrida en pleno camino cuaresmal, nos hace gustar anticipadamente de la gloria de la Pascua de Jesucristo.  Los cristianos creemos firmemente lo que acabamos de escuchar en el evangelio de esta misa: “Es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.  En el Catecismo de la Iglesia Católica encontramos esta afirmación: “Creemos firmemente y así lo esperamos que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que El los resucitará en el último día” (CAIC No 989).
Desde el mismo bautismo fuimos injertados en Cristo Jesús (Cf Rm 6,1-3) con la unción del Espíritu Santo. Y ese mismo Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos, es el que pondrá toda su potencia de vida al servicio de los fieles cristianos para “dar vida a sus cuerpos mortales” (Cf Rm 8,11).
Si, queridos hermanos, al reunirnos aquí para despedir a nuestra hermana en la fe, sabemos que no le estamos diciendo un adiós definitivo sino un “hasta luego”, un “hasta pronto”, porque vivimos con una certeza profundamente incrustada en lo más profundo de nuestro ser: que también nosotros, si somos fieles y amamos a Dios y a nuestro prójimo, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza y con toda nuestra mente, resucitaremos como  Cristo, con Cristo, por Cristo y nos re-encontraremos en su gloria en la comunión amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Cada vez que nos congregamos ante los restos de un bautizado y celebramos sus exequias cristianas hacemos solemne profesión de fe en la resurrección de Cristo y en la resurrección de los muertos: “Si morimos con Cristo, viviremos con él; si permanecemos firmes, reinaremos con él” (2 Tim 2,11-12).  Enseña el Papa León Magno que “si avanzamos por el camino de sus mandamientos, si no nos avergonzamos de confesar todo lo que hizo por nuestra salvación en la humanidad de su cuerpo, también nosotros tendremos parte en su gloria, ya que no puede dejar de cumplir lo que prometió: A todo aquel que me reconozca ante los hombres lo reconoceré yo también ante mi Padre que está en los cielos”. (Oficio de lectura del miércoles de la IV semana de Cuaresma)
Sabemos por la historia de nuestra Iglesia, por experiencia propia que la profesión de este punto de nuestra fe ha encontrado muchas oposiciones tanto dentro como fuera de nosotros. Se acepta muy comúnmente que después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de forma espiritual. Pero “¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal puede resucitar a la vida eterna?” (CAIC 996).
Es importante que tengamos bien claro qué es resucitar: “En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús” (CAIC 997).
También afirmamos, en nuestra fe, que esa resurrección ya ha empezado en esta vida terrena. En cierto modo ya hemos resucitado con Cristo y estamos llamados a vivir según esta condición en las diversas situaciones y circunstancias de esta vida terrenal. Por eso, inundados por esta certeza, aunque no se manifieste aún con todo su esplendor y potencia y se mantenga oculta, podemos enfrentar todas las adversidades que trae el mal uso de la libertad humana y las malas tendencias de nuestra misma concupiscencia.
Gracias a Cristo, la muerte, con todo el dolor y los traumas que causa en nosotros, tiene un sentido positivo. Morir en Cristo Jesús se vuelve una ganancia. Es una gran puerta que se abre hacia la luz y el esplendor del amor de Dios. Por eso proclamamos en el prefacio de la misa exequial: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.
Por eso, podemos hacer nuestra la gran aclamación de Pablo en la carta a los romanos: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (…) ¿Quién nos condenará? Acaso Cristo Jesús,, el que murió, más aún,  resucitó y está a la derecha del Dios y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? (…)  Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a Dios que nos ha amado” (Rm 8,31 ss)
Hoy, como miembro del  pueblo cristiano, nuestra amada hermana María Auxiliadora, está invitada a gozar de las riquezas del paraíso, y todos nosotros, en medio del dolor de toda despedida, sobre todo de un ser tan entrañablemente amado como es una mamá, nos gozamos, porque a todos nosotros, los regenerados en Cristo,  nos ha quedado abierto el regreso a la patria perdida.
Hoy también finalmente estamos cumpliendo, en este Año jubilar extraordinario de la misericordia con dos obras de la misericordia: una espiritual y otra corporal: Rogar a Dios por los vivos y difuntos y darle sepultura cristiana a los muertos. Mantengámonos firmes en la oración por esta mamá, a la que unimos las mamás de los padres Lenín Naranjo, Isidro Alburguez y Gerald Cadieres, fallecidas recientemente.
Es este también un momento apropiado para recordar  que los cuerpos de los difuntos deben ser enterrados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Por eso, con mucha razón claman al cielo y ante los gobernantes tantos padres y madres, esposos y esposas, hijos e hijas cuyos parientes y seres queridos han  desaparecido, no han podido recuperar sus cuerpos y por consiguiente  no le han podido dar digna, humana y cristiana sepultura. Los casos más clamorosos, ocurridos en México y más recientemente en nuestro propio país, no hacen sino poner de relieve este justo reclamo de la dignidad humana. Asimismo en el caso de que se proceda a la incineración, la Iglesia pide que las cenizas sean depositadas en un lugar digno y apropiado y no sean de ninguna manera arrojadas o dispersadas en el medio ambiente.
Nuestra hermana llevaba el dulce nombre de María Auxiliadora, una de las invocaciones más queridas entre nosotros. Por eso nos volteamos hacia ella y colocamos nuestra mirada en sus ojos misericordiosos, pidiéndole acoja con gran amor maternal a su tocaya y le abra el camino para llegar a la plena visión de la Santísima Trinidad.
Maracaibo, Templo parroquial de S. Antonio Ma. Claret, 10 de marzo de 2016

+ Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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