MISA CRISMAL 2016
HOMILIA
Muy
querido Mons. Ángel Caraballo, Obispo Auxiliar, Muy querido Mons. Hernández,
Vicario General, muy amados hermanos en el sacerdocio ministerial y en el
diaconado, queridos religiosos y religiosas, queridos fieles pertenecientes a
los distintos movimientos de apostolado seglar, cristianos que nos siguen a
través de los MCS; amados hijos e hijas de esta Iglesia Marabina,
Ya en la antesala del Triduo Pascual,
agradezco de corazón, a Dios, “Padre de
nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo” (2
Co 1, 3-4), por el inmenso don de celebrar con ustedes por décima quinta
vez esta solemne eucaristía crismal en la cual concelebran todos los presbíteros,
se consagra el Santo Crisma y se bendice el óleo de los catecúmenos y el de los
enfermos. Esta celebración es una de las principales
manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo y de la comunión existente
entre el pastor y sus presbíteros, en el único y mismo sacerdocio de Cristo
(Cf. Directorio Arquidiocesano de Pastoral litúrgica No 47). Expresa además la unión estrecha de los presbíteros entre sí,
en un solo presbiterio, y con todo el
pueblo santo de Dios.
La Misa crismal de este año se enmarca en
el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, en el cual el Papa Francisco nos invita a contemplar el
misterio de misericordia, que “es fuente
de alegría, de serenidad, de paz. Es condición para nuestra salvación.
Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto
último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es
la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con
ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia:
es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de
ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (Bula Misericordiae
Vultus, 2). ¡Alegrémonos y exultemos porque hemos sido alcanzados por la
misericordia de Cristo y vivimos en el Año de Gracia, proclamado por él, Ungido
por el Espíritu Santo!
Nuestra asamblea eucarística expresa, en
forma solemne y significativa, la unidad de la Iglesia Arquidiocesana. Expresa
por un lado lo que ya somos en Cristo y por otro lo que estamos llamados a ser
plenamente. La unidad de nuestra Iglesia marabina es a la vez una vocación y
una misión. En efecto, el Señor nos ha
reunido, “como raza elegida, un reino de
sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar
sus maravillas, pues él nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable”
(1Pe. 2,9).
Llevamos ya dentro de nosotros el germen
indefectible de la unidad y, al congregarnos hoy en esta santa Eucaristía, asumimos
el compromiso de traducir esta unidad de manera visible en nuestra Iglesia
local y de abrir los espacios para que se den y se expresen la multiplicidad de
dones y carismas que el Espíritu ha derramado entre nosotros (Cf Ef 4,11-13). Es
la propuesta fundamental del Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral
(PARP), traducida en la siguiente Idea-fuerza: “La Arquidiócesis de Maracaibo, Pueblo de Dios conducido por el
Espíritu Santo, a través de ministerios, carismas, dones, y acompañado por la
Chinita, vive, celebra y anuncia su experiencia de Cristo en comunión,
participación y misión permanente como signo y presencia del Reino”.
Para nosotros sacerdotes, esta Santa
Misa, es un momento importante de nuestra ruta vital porque hacemos memoria de
la institución del sacerdocio y la liturgia nos invita a renovar las promesas
sacerdotales. Esta renovación la hacemos delante del Obispo y de todo el pueblo
santo de Dios, destinatarios inmediatos de nuestra acción pastoral. Este
pueblo, que ama a sus sacerdotes a pesar de sus debilidades, se alegra con sus
progresos, llora sus caídas, reza por su fidelidad y rectitud de corazón, y comparte
con entusiasmo con ellos la edificación
de la Iglesia.
La renovación de nuestras promesas está
conectada con el día de nuestra ordenación, cuando prometimos que nos entregaríamos
plenamente al servicio de Dios y de la Iglesia. Y, al final de los ritos, el
obispo ordenante dijo: “El Señor que
comenzó en ti esta buena obra, el mismo la lleve a feliz término”. Hoy
nuestro “Si”, con sabor mariano, se ha enriquecido con la experiencia de los
años, con los éxitos y fracasos, con la alegría y tristeza, con todo lo que
comporta “tomar parte en los duros
trabajos del Evangelio, sostenidos por la fuerza de Dios” (2 Tim. 1, 6).
Luego, ya ordenados y revestidos,
recibimos un abrazo del Obispo y de nuestros hermanos sacerdotes como señal de
nuestra incorporación al Presbiterio Diocesano. El Presbiterio es una realidad
en la que nos sumerge el mismo sacramento del Orden. Así nos lo recuerda el Directorio para la Vida
y Ministerio de los Obispos: “En virtud
del sacramento del Orden <<cada sacerdote está unido a los demás miembros del
presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de
fraternidad>> (PDV, 17). El presbítero solo, aislado, no existe.
Existe el co-presbítero. Existe el presbítero en fraternidad sacerdotal. “Está unido al Orden de los Presbíteros:
así se constituye una unidad, que puede considerarse como verdadera familia, en
la que los vínculos no proceden de la carne o de la sangre, sino de la gracia
del Orden” (DVMP, 34).
Es una realidad que se da en germen en el
momento de la ordenación y que se transforma seguidamente en tarea permanente. La
Iglesia local de Maracaibo debe regocijarse porque cuenta con un presbiterio
propio y a la vez debe orar para que estos sacerdotes conformen, en espíritu y
en verdad, una familia, una fraternidad.
Nuestro Proyecto de renovación pastoral aspira a contar con presbíteros “garantes de la unidad, que viven en
comunión con el Obispo, promueven la integración y participación de todas las
diversidades. Son formadores y animadores. Testigos de la fe. Conocen y
participan en el Plan Pastoral Arquidiocesano. Promueven y cuidan las diversas
pastorales en la Arquidiócesis. Orientan a los feligreses en sus dificultades
materiales y espirituales”.
En este año de la Misericordia, quiero,
mis hermanos y hermanas, explicitar el perfil del presbítero marabino como hombre de la
misericordia y de la caridad. En su Bula “El rostro de la Misericordia” (MV),
el papa Francisco invita a los sacerdotes a ser “signos vivos de cómo el Padre acoge a cuantos están en busca de perdón (…);
serán misioneros de la misericordia porque serán los artífices ante todos de un
encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad,
para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del bautismo” (MV, 18).
El sacerdote es el hombre de Dios. Y Dios en las Sagradas Escrituras se revela
a Moisés, y a los demás patriarcas y profetas, como un “Dios rico en clemencia y misericordia” (Ex 30,4). El presbítero ha
de ser por consiguiente, el hombre de la misericordia.
Con Jesús, rostro visible del Dios
invisible (Cf Jn 1,18; Col 1,15), descubrimos, de manera única y definitiva, el
ser misericordioso del Padre. El sacerdote también es otro Cristo y no puede
sino tener los mismos sentimientos que su Señor (Cf Fil 2,5), a quien
representa y hace presente en esta tierra. Al ser configurado sacramentalmente
a Cristo, ha de revestirse de Jesucristo (Rm 13, 14) debe andar como él anduvo;
y el Señor, como lo describe San Mateo, se conmovía en lo más profundo de sus
entrañas, al ver a la muchedumbre que lo rodeaba “porque estaban cansadas y abandonadas como ovejas sin pastor” (Mt
9,36; Gal 2,20).
Esa misma compasión, lo impulsa a curar a
numerosos enfermos (Mt. 14, 4); a multiplicar
los panes para los hambrientos (Mt 15, 32); a detenerse ante los ciegos, los
leprosos, la mujer sorprendida en flagrante adulterio y a actuar sin dilación
para sanarlos. Esa fuerza compasiva lo lleva a participar en el dolor de la pobre
viuda de Naím, que ha perdido a su hijo (Lc 7,11-17), en el desamparo de Marta
y María ante la muerte de su hermano Lázaro (Jn 11, 1-44). El Señor se identifica
plenamente con el padre de la parábola del hijo pródigo, manifestando que su
amor no tiene límites (Cf Lc 15). Declara que no fue enviado a este mundo para
condenarlo sino para salvarlo (Cf Jn 3,17); que “no
tienen necesidad de medico los sanos sino los enfermos y que no ha venido a
llamar a justos sino a pecadores” (Mc 317); recrimina a sus adversarios por
no comprender que esta actitud proviene de su mismo Padre, el cual quiere
misericordia y no sacrificios.
Tal Cristo. Tal sacerdote. Tal ha de ser
siempre el sacerdote. Ese es nuestro perfil. Y no hay otro. Y lo podemos vivir
con mayor transparencia y sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados
porque, como enseña la Carta a los Hebreos, hemos sido tomados “de entre los hombres y puesto(s) a favor de
los hombres” (Heb 5, 12). Nosotros, como dichosos pastores del pueblo de
Dios, miembros nosotros mismos de ese pueblo, gustosos de pertenecer a él (EG
268-274), llamados a ser “otros Cristos”
en medio de la comunidad, debemos esmerarnos, en ser “misericordiosos como el Padre”, en el ejercicio de nuestro ministerio
sacerdotal. Lugar y tiempo privilegiado para ejercer este gran ministerio es la
administración generosa del sacramento de la misericordia, del perdón en el
confesionario.
En las fuentes magisteriales de la Iglesia universal,
latinoamericana y venezolana encontramos reiteradamente las actitudes que deben distinguir al
sacerdote de hoy para llegar a ser rostro vivo de la misericordia del Padre:
Acoger con bondad a los que vienen cargados de angustias; escuchar con
paciencia a quienes le comparten sus penas y aflicciones; estar siempre
dispuestos a atender a los pobres y a
orientar a los afectados por crisis espirituales o económicas.
Todo esto les exige a los miembros de
este presbiterio ayudarse los unos a los otros para colocar bien en alto la
lámpara de los dones y talentos recibidos y practicar aquellas virtudes que inciden
fuertemente en el crecimiento cualitativo de las relaciones personales y
sociales. Escuchemos cómo las presenta San Pablo: “Apréciense unos a otros con amor fraterno; honren a los demás más que a
ustedes mismos. Sirvan al Señor con fervor de espíritu. Estén alegres en la
esperanza, sean pacientes en el sufrimiento y perseverantes en la oración. Bendigan a quienes los persiguen. ¡Bendigan y
nunca maldigan! Alégrense con los que están alegres y lloren con los que
lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros sin pretensiones de
grandeza, dejándose llevar por los humildes. No se crean sabios. No devuelvan a
nadie mal por mal y procuren el bien ante toda la gente. (…) No se dejen vencer
por el mal, sino venzan el mal con el bien” (Rm 12,10-21). Este velar y
cuidarse los unos a los otros queremos expresarlo hoy con la colecta para el
Fondo de Solidaridad Sacerdotal.
En estos tiempos tan calamitosos y difíciles,
se necesitan pastores en salida, amables, serviciales; capaces de trabajar en equipo y generar equipos de aliento y ánimo que ofrezcan guía
y auxilio a las víctimas más golpeadas por estos tiempos de escasez, de
enfermedad, de inseguridad, de corrupción y de violencia. Acordémonos esa gran
máxima que nos repiten los últimos pontífices: la Iglesia progresa y comunica
el evangelio no por imposición sino por atracción.
Queridos fieles, dentro de algunos
minutos, les pediré que oren por sus sacerdotes a fin de que ellos, no sólo
sacramentalmente sino, en toda su conducta, sean una transparencia viva, real y
eficaz de Jesús, el rostro misericordioso del Padre. Les pido que amen a sus
sacerdotes y los apoyen en su ministerio. Si les ven fallas y malos
comportamientos, no les den la espalda, ni vayan a pedir al obispo de una vez
que se los cambie por otro mejor: sean comprensivos, pacientes con ellos; corríjanlos fraternalmente como nos mandó el
Señor (Cf Mt 18, 11-35) colocando, en esas correcciones, potentes dosis de amor
y de respeto. Siempre admiro a esas
comunidades que saben ingeniárselas para ir moldeando a sus pastores para que
lleguen a ser más apostólicos, entregados y santos. ¡Qué bueno sería que en
cada parroquia existiera un Grupo Ars, dedicado a la oración por sus sacerdotes
y por las vocaciones, a la ayuda y al apoyo de cada uno de ellos!
Nos congratulamos con Fray Antonio
Avella, religioso mercedario, que cumple sesenta años de vida sacerdotal y se
encuentra entre nosotros. Nos congratulamos con Mons. Gustavo Ocando Yamarte y
el padre Dilmer Baez, que están de cumpleaños. Nos congratulamos con los sacerdotes que celebrarán este año sus
bodas de plata: los padres Leonardo López, Guillermo Sánchez, José Gregorio
Andrade, Pedro Colmenares y Mons. Ángel Caraballo. Rezamos por nuestros
hermanos enfermos: Hernán Portillo, Euro Colman, Patrick Skinner. Oramos por
los que están prestando sus servicios y estudian en el exterior: Padres Gerald
Cadieres, Eudo Rivera, José Gregorio Rincón, Richard Colmenares, Jesús Colina,
Eduardo Sulbarán, José G Villalobos y Freddy González. Tenemos presentes al
padre Jesús Rincón que ha debido salir de emergencia para acompañar a su
hermana enferma y a todos los demás sacerdotes ausentes por diversos motivos. Le
damos la bienvenida a nuestro presbiterio a los padres Andry Sánchez, Jorge
Pérez, Juan Crisóstomo svd, Iván Merino oar, Pedro Paredes, rosminiano, quienes
por primera vez concelebran esta misa crismal. Y desde ahora encomendamos
especialmente al acolito Eduardo Daboin, quien recibirá el orden sacerdotal, en
el grado del diaconado, el próximo 10 de abril en Carrasquero, su parroquia
natal.
Hoy, hermanos párrocos, se les hará
entrega de los santos oleos. Son caminos
reales a través de los cuales le abrirán
la puerta al Señor Jesús para que entre en la vida de los catecúmenos, de los
enfermos y de los bautizados niños, jóvenes y adultos, consagrándolos a todos
para que formen parte del Pueblo Santo de
Dios y sean para siempre miembros suyos, en calidad de sacerdotes, profetas y
reyes (1 Pe 2,3)). Les he hecho llegar el rito solemne para la introducción de los santos óleos en las parroquias,
para que, en el día que ustedes consideren oportuno, lo realicen e impartan una
catequesis sobre ello a los fieles (Cf DAPL No 48).
Les agradezco la colaboración que dentro de poco ofrecerán a la Iglesia,
como fruto de sus privaciones y generosidad de este tiempo de cuaresma. Esta XXXVI Campaña
Compartir, la cual tiene como lema “Alienta la Vida: Donde haya desesperación
que yo lleve alegría”, es una oportunidad singular que tenemos para ser misericordiosos con las víctimas de
la violencia, con los enfermos, con los
privados de libertad y con los niños y jóvenes en situación de riesgo. Nuestro
pueblo está muy agobiado, cansado y desalentado y necesita hombres y mujeres
que, de parte de Dios, les lleven estímulo, ánimo, consuelo, apoyo,
solidaridad.
Oren también por mí, por mi Obispo
Auxiliar y por esta Iglesia Metropolitana, que el próximo 30 de abril arribará
a sus 50 años de su elevación a Arquidiócesis y de la creación de la Provincia
de Maracaibo. Pidamos, para que, con la difusión del Proyecto de Renovación
Pastoral, nos pongamos todos decididamente en camino para construir juntos, con
la fuerza y la luz del Espíritu Santo y la guía de la Chinita, una Iglesia en
comunión, misión y solidaridad permanentes. Imploremos especialmente, lluvia
para nuestra tierra, medicinas para nuestros enfermos, comida para nuestras familias,
reconciliación entre los venezolanos,
entendimiento entre gobernantes, reapertura de nuestras fronteras, seguridad en
nuestras calles. Que todos aprendamos nuevamente a vivir en armonía, animados
por esa esperanza que nuestro Señor conquistó para nosotros con su gloriosa
resurrección.
Que esta misa crismal nos renueve como
comunidad de fe y nos haga descubrir que Jesús es el centro de nuestra fe y que
son muchos los beneficios que recibe nuestra familia arquidiocesana cuando nos
unimos a él y caminamos juntos tras sus huellas, sembrando evangelio por donde
pasamos. A Cristo el Señor, alfa y Omega de nuestras vidas, de nuestra historia
y de nuestro mundo, todo honor y gloria.
Amén.
Maracaibo, Martes Santo, 22 de marzo de
2016
+Ubaldo R Santana
Sequera FMI
Arzobispo de
Maracaibo
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