martes, 22 de marzo de 2016

MISA CRISMAL 2016 - HOMILIA



MISA CRISMAL 2016
HOMILIA


Muy querido Mons. Ángel Caraballo, Obispo Auxiliar, Muy querido Mons. Hernández, Vicario General, muy amados hermanos en el sacerdocio ministerial y en el diaconado, queridos religiosos y religiosas, queridos fieles pertenecientes a los distintos movimientos de apostolado seglar, cristianos que nos siguen a través de los MCS; amados hijos e hijas de esta Iglesia Marabina,

Ya en la antesala del Triduo Pascual, agradezco de corazón, a Dios, “Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo” (2 Co 1, 3-4), por el inmenso don de celebrar con ustedes por décima quinta vez  esta solemne eucaristía crismal  en la cual concelebran todos los presbíteros, se consagra el Santo Crisma y se bendice el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos. Esta celebración es una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo y de la comunión existente entre el pastor y sus presbíteros, en el único y mismo sacerdocio de Cristo (Cf. Directorio Arquidiocesano de Pastoral litúrgica No 47). Expresa además  la unión estrecha de los presbíteros entre sí, en un solo presbiterio, y con todo  el pueblo santo de Dios.

La Misa crismal de este año se enmarca en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, en el cual el  Papa Francisco nos invita a contemplar el misterio de misericordia, que “es fuente de alegría, de serenidad, de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la  Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (Bula Misericordiae Vultus, 2). ¡Alegrémonos y exultemos porque hemos sido alcanzados por la misericordia de Cristo y vivimos en   el Año de Gracia, proclamado por él, Ungido por el Espíritu Santo!

Nuestra asamblea eucarística expresa, en forma solemne y significativa, la unidad de la Iglesia Arquidiocesana. Expresa por un lado lo que ya somos en Cristo y por otro lo que estamos llamados a ser plenamente. La unidad de nuestra Iglesia marabina es a la vez una vocación y una misión.  En efecto, el Señor nos ha reunido, “como raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar sus maravillas, pues él nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1Pe. 2,9).

Llevamos ya dentro de nosotros el germen indefectible de la unidad y, al congregarnos hoy en esta santa Eucaristía, asumimos el compromiso de traducir esta unidad de manera visible en nuestra Iglesia local y de abrir los espacios para que se den y se expresen la multiplicidad de dones y carismas que el Espíritu ha derramado entre nosotros (Cf Ef 4,11-13). Es la propuesta fundamental del Proyecto Arquidiocesano de Renovación Pastoral (PARP), traducida en la siguiente Idea-fuerza: “La Arquidiócesis de Maracaibo, Pueblo de Dios conducido por el Espíritu Santo, a través de ministerios, carismas, dones, y acompañado por la Chinita, vive, celebra y anuncia su experiencia de Cristo en comunión, participación y misión permanente como signo y presencia del Reino”.

Para nosotros sacerdotes, esta Santa Misa, es un momento importante de nuestra ruta vital porque hacemos memoria de la institución del sacerdocio y la liturgia nos invita a renovar las promesas sacerdotales. Esta renovación la hacemos delante del Obispo y de todo el pueblo santo de Dios, destinatarios inmediatos de nuestra acción pastoral. Este pueblo, que ama a sus sacerdotes a pesar de sus debilidades, se alegra con sus progresos, llora sus caídas, reza por su fidelidad y rectitud de corazón, y comparte con entusiasmo con ellos  la edificación de la Iglesia.

La renovación de nuestras promesas está conectada con el día de nuestra ordenación, cuando prometimos que nos entregaríamos plenamente al servicio de Dios y de la Iglesia. Y, al final de los ritos, el obispo ordenante dijo: “El Señor que comenzó en ti esta buena obra, el mismo la lleve a feliz término”. Hoy nuestro “Si”, con sabor mariano, se ha enriquecido con la experiencia de los años, con los éxitos y fracasos, con la alegría y tristeza, con todo lo que comporta “tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, sostenidos por la fuerza de Dios” (2 Tim. 1, 6).

Luego, ya ordenados y revestidos, recibimos un abrazo del Obispo y de nuestros hermanos sacerdotes como señal de nuestra incorporación al Presbiterio Diocesano. El Presbiterio es una realidad en la que nos sumerge el mismo sacramento del Orden.  Así nos lo recuerda el Directorio para la Vida y Ministerio de los Obispos: “En virtud del sacramento del Orden <<cada sacerdote está unido a los demás miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad>> (PDV, 17). El presbítero solo, aislado, no existe. Existe el co-presbítero. Existe el presbítero en fraternidad sacerdotal. “Está unido al Orden de los Presbíteros: así se constituye una unidad, que puede considerarse como verdadera familia, en la que los vínculos no proceden de la carne o de la sangre, sino de la gracia del Orden” (DVMP, 34).

Es una realidad que se da en germen en el momento de la ordenación y que se transforma seguidamente en tarea permanente. La Iglesia local de Maracaibo debe regocijarse porque cuenta con un presbiterio propio y a la vez debe orar para que estos sacerdotes conformen, en espíritu y en verdad, una familia, una fraternidad.  Nuestro Proyecto de renovación pastoral aspira a contar con presbíteros “garantes de la unidad, que viven en comunión con el Obispo, promueven la integración y participación de todas las diversidades. Son formadores y animadores. Testigos de la fe. Conocen y participan en el Plan Pastoral Arquidiocesano. Promueven y cuidan las diversas pastorales en la Arquidiócesis. Orientan a los feligreses en sus dificultades materiales y espirituales”.


En este año de la Misericordia, quiero, mis hermanos y hermanas, explicitar el perfil del  presbítero marabino como hombre de la misericordia y de la caridad. En su Bula “El rostro de la Misericordia” (MV), el papa Francisco invita a los sacerdotes a ser “signos vivos de cómo el Padre acoge a cuantos están en busca de perdón (…); serán misioneros de la misericordia porque serán los artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del bautismo” (MV, 18). El sacerdote es el hombre de Dios. Y Dios en las Sagradas Escrituras se revela a Moisés, y a los demás patriarcas y profetas, como un “Dios rico en clemencia y misericordia” (Ex 30,4). El presbítero ha de ser por consiguiente, el hombre de la misericordia.

Con Jesús, rostro visible del Dios invisible (Cf Jn 1,18; Col 1,15), descubrimos, de manera única y definitiva, el ser misericordioso del Padre. El sacerdote también es otro Cristo y no puede sino tener los mismos sentimientos que su Señor (Cf Fil 2,5), a quien representa y hace presente en esta tierra. Al ser configurado sacramentalmente a Cristo, ha de revestirse de Jesucristo (Rm 13, 14) debe andar como él anduvo; y el Señor, como lo describe San Mateo, se conmovía en lo más profundo de sus entrañas, al ver a la muchedumbre que lo rodeaba “porque estaban cansadas y abandonadas como ovejas sin pastor” (Mt 9,36; Gal 2,20).

Esa misma compasión, lo impulsa a curar a numerosos enfermos  (Mt. 14, 4); a multiplicar los panes para los hambrientos (Mt 15, 32); a detenerse ante los ciegos, los leprosos, la mujer sorprendida en flagrante adulterio y a actuar sin dilación para sanarlos. Esa fuerza compasiva lo lleva a participar en el dolor de la pobre viuda de Naím, que ha perdido a su hijo (Lc 7,11-17), en el desamparo de Marta y María ante la muerte de su  hermano  Lázaro (Jn 11, 1-44). El Señor se identifica plenamente con el padre de la parábola del hijo pródigo, manifestando que su amor no tiene límites (Cf Lc 15). Declara que no fue enviado a este mundo para condenarlo  sino para  salvarlo (Cf Jn 3,17);  que “no tienen necesidad de medico los sanos sino los enfermos y que no ha venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mc 317); recrimina a sus adversarios por no comprender que esta actitud proviene de su mismo Padre, el cual quiere misericordia y no sacrificios.  

Tal Cristo. Tal sacerdote. Tal ha de ser siempre el sacerdote. Ese es nuestro perfil. Y no hay otro. Y lo podemos vivir con mayor transparencia y sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados porque, como enseña la Carta a los Hebreos, hemos sido tomados “de entre los hombres y puesto(s) a favor de los hombres” (Heb 5, 12). Nosotros, como dichosos pastores del pueblo de Dios, miembros nosotros mismos de ese pueblo, gustosos de pertenecer a él (EG 268-274), llamados a ser “otros Cristos” en medio de la comunidad, debemos esmerarnos, en ser “misericordiosos como el Padre”, en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal. Lugar y tiempo privilegiado para ejercer este gran ministerio es la administración generosa del sacramento de la misericordia, del perdón en el confesionario.

En las fuentes  magisteriales de la Iglesia universal, latinoamericana y venezolana encontramos reiteradamente  las actitudes que deben distinguir al sacerdote de hoy para llegar a ser rostro vivo de la misericordia del Padre: Acoger con bondad a los que vienen cargados de angustias; escuchar con paciencia a quienes le comparten sus penas y aflicciones; estar siempre dispuestos a atender a  los pobres y a orientar a los afectados por crisis espirituales o económicas.

Todo esto les exige a los miembros de este presbiterio ayudarse los unos a los otros para colocar bien en alto la lámpara de los dones y talentos recibidos  y practicar aquellas virtudes que inciden fuertemente en el crecimiento cualitativo de las relaciones personales y sociales. Escuchemos cómo las presenta San Pablo: “Apréciense unos a otros con amor fraterno; honren a los demás más que a ustedes mismos. Sirvan al Señor con fervor de espíritu. Estén alegres en la esperanza, sean pacientes en el sufrimiento y perseverantes en la oración.  Bendigan a quienes los persiguen. ¡Bendigan y nunca maldigan! Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos para con los otros sin pretensiones de grandeza, dejándose llevar por los humildes. No se crean sabios. No devuelvan a nadie mal por mal y procuren el bien ante toda la gente. (…) No se dejen vencer por el mal, sino venzan el mal con el bien” (Rm 12,10-21). Este velar y cuidarse los unos a los otros queremos expresarlo hoy con la colecta para el Fondo de Solidaridad Sacerdotal.

En estos tiempos tan calamitosos y difíciles, se necesitan pastores en salida, amables, serviciales;  capaces de trabajar en equipo y generar  equipos de aliento y ánimo que ofrezcan guía y auxilio a las víctimas más golpeadas por estos tiempos de escasez, de enfermedad, de inseguridad, de corrupción y de violencia. Acordémonos esa gran máxima que nos repiten los últimos pontífices: la Iglesia progresa y comunica el evangelio no por imposición sino por atracción.

Queridos fieles, dentro de algunos minutos, les pediré que oren por sus sacerdotes a fin de que ellos, no sólo sacramentalmente sino, en toda su conducta, sean una transparencia viva, real y eficaz de Jesús, el rostro misericordioso del Padre. Les pido que amen a sus sacerdotes y los apoyen en su ministerio. Si les ven fallas y malos comportamientos, no les den la espalda, ni vayan a pedir al obispo de una vez que se los cambie por otro mejor: sean comprensivos, pacientes con ellos;  corríjanlos fraternalmente como nos mandó el Señor (Cf Mt 18, 11-35) colocando, en esas correcciones, potentes dosis de amor y de respeto.  Siempre admiro a esas comunidades que saben ingeniárselas para ir moldeando a sus pastores para que lleguen a ser más apostólicos, entregados y santos. ¡Qué bueno sería que en cada parroquia existiera un Grupo Ars, dedicado a la oración por sus sacerdotes y por las vocaciones, a la ayuda y al apoyo de cada uno de ellos!

Nos congratulamos con Fray Antonio Avella, religioso mercedario, que cumple sesenta años de vida sacerdotal y se encuentra entre nosotros. Nos congratulamos con Mons. Gustavo Ocando Yamarte y el padre Dilmer Baez, que están de cumpleaños. Nos congratulamos con  los sacerdotes que celebrarán este año sus bodas de plata: los padres Leonardo López, Guillermo Sánchez, José Gregorio Andrade, Pedro Colmenares y Mons. Ángel Caraballo. Rezamos por nuestros hermanos enfermos: Hernán Portillo, Euro Colman, Patrick Skinner. Oramos por los que están prestando sus servicios y estudian en el exterior: Padres Gerald Cadieres, Eudo Rivera, José Gregorio Rincón, Richard Colmenares, Jesús Colina, Eduardo Sulbarán, José G Villalobos y Freddy González. Tenemos presentes al padre Jesús Rincón que ha debido salir de emergencia para acompañar a su hermana enferma y a todos los demás sacerdotes ausentes por diversos motivos. Le damos la bienvenida a nuestro presbiterio a los padres Andry Sánchez, Jorge Pérez, Juan Crisóstomo svd, Iván Merino oar, Pedro Paredes, rosminiano, quienes por primera vez concelebran esta misa crismal. Y desde ahora encomendamos especialmente al acolito Eduardo Daboin, quien recibirá el orden sacerdotal, en el grado del diaconado, el próximo 10 de abril en Carrasquero, su parroquia natal.

Hoy, hermanos párrocos, se les hará entrega de  los santos oleos. Son caminos reales  a través de los cuales le abrirán la puerta al Señor Jesús para que entre en la vida de los catecúmenos, de los enfermos y de los bautizados niños, jóvenes y adultos, consagrándolos a todos para que formen parte del Pueblo Santo de Dios y sean para siempre miembros suyos, en calidad de sacerdotes, profetas y reyes (1 Pe 2,3)). Les he hecho llegar el rito solemne para la introducción de los santos óleos en las parroquias, para que, en el día que ustedes consideren oportuno, lo realicen e impartan una catequesis sobre ello a  los fieles (Cf DAPL No 48).

Les agradezco la colaboración que dentro de poco ofrecerán a la Iglesia, como fruto de sus privaciones y generosidad de este tiempo de cuaresma. Esta  XXXVI Campaña Compartir, la cual tiene como lema  Alienta la Vida: Donde haya desesperación que yo lleve alegría”, es una oportunidad singular que tenemos  para ser misericordiosos con las víctimas de la violencia, con los enfermos, con los  privados de libertad y con los niños y jóvenes en situación de riesgo. Nuestro pueblo está muy agobiado, cansado y desalentado y necesita hombres y mujeres que, de parte de Dios, les lleven estímulo, ánimo, consuelo, apoyo, solidaridad.

Oren también por mí, por mi Obispo Auxiliar y por esta Iglesia Metropolitana, que el próximo 30 de abril arribará a sus 50 años de su elevación a Arquidiócesis y de la creación de la Provincia de Maracaibo. Pidamos, para que, con la difusión del Proyecto de Renovación Pastoral, nos pongamos todos decididamente en camino para construir juntos, con la fuerza y la luz del Espíritu Santo y la guía de la Chinita, una Iglesia en comunión, misión y solidaridad permanentes. Imploremos especialmente, lluvia para nuestra tierra,  medicinas  para nuestros enfermos,  comida para nuestras familias, reconciliación  entre los venezolanos, entendimiento entre gobernantes, reapertura de nuestras fronteras, seguridad en nuestras calles. Que todos aprendamos nuevamente a vivir en armonía, animados por esa esperanza que nuestro Señor conquistó para nosotros con su gloriosa resurrección.

Que esta misa crismal nos renueve como comunidad de fe y nos haga descubrir que Jesús es el centro de nuestra fe y que son muchos los beneficios que recibe nuestra familia arquidiocesana cuando nos unimos a él y caminamos juntos tras sus huellas, sembrando evangelio por donde pasamos. A Cristo el Señor, alfa y Omega de nuestras vidas, de nuestra historia y de nuestro mundo, todo honor y gloria.  Amén.


Maracaibo, Martes Santo, 22 de marzo de 2016

+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo

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