SEXTO
DOMINGO DE PASCUA CICLO A 2017
HOMILÍA
Muy amados hermanos y hermanas,
La Conferencia Episcopal
Venezolana en su última exhortación nos ha pedido que dedicáramos este día,
domingo 21 de mayo, a la oración, al ayuno y a la solidaridad por la paz en Venezuela
y entre todos los venezolanos.
La exhortación deja muy en
claro los motivos por los cuales es de gran necesidad que entremos en una
oración intensa, profunda, insistente; que le ofrezcamos al Señor alguna
privación personal o familiar y que nos prodiguemos en gestos de hermandad y
fraternidad solidaria en favor de los más necesitados.
Nuestro país está envuelto
en una tremenda convulsión social y estamos al borde de entrar en una espiral
irreversible de violencia que podría provocar mayores derramamientos de sangre entre
hermanos, mayor desolación y pobreza. Hemos de orar para que nuestros
gobernantes abran los ojos y vean el sufrimiento de su pueblo; destapen sus
oídos para que les llegue el clamor de un número creciente de sus conciudadanos
que padecen hambre, carencia de medicamentos, indefensión casi total ante el
hampa, y toda clase de atropellos y represiones por parte de los cuerpos que
debieran defenderlos y protegerlos.
Esta misma oración la
debemos elevar por las demás expresiones políticas para que lleven a cabo sus
actuaciones y protestas de modo pacífico, colocando por encima de sus
apetencias particulares, las grandes necesidades del pueblo que aspiran en
algún momento conducir. La historia nos ha enseñado que las verdaderas
soluciones no están en el cambio de gobernantes sino en el cambio de los corazones.
El Evangelio de hoy nos
ubica en el lugar santo donde el Señor celebró la última cena con los suyos
antes de entrar en la Pasión, puerta grande que lo conducirá hacia su
Resurrección. Fue allí donde Jesús terminó de manifestarles plenamente su
identidad, la profunda conexión existente entre él y su Padre; nos entregó su
mandamiento supremo de amor incondicional y servicial hasta la muerte y nos
invitó a participar con él de todos esos tesoros. “Yo quiero-dijo en esa ocasión- que
donde yo esté, estén también ustedes” (Jn 14.
Por eso podemos estar
sentados hoy aquí con él a su mesa, para escuchar sus palabras, compartir su
cuerpo que nos rescata de las garras de la muerte, su sangre para que estemos
unidos para siempre con él y tengamos vida en abundancia. Mientras llega el
momento definitivo de la unión total con él, con el Padre y el Espíritu Santo,
nos invita a anticipar esa comunión profunda, con la práctica intensa y
apasionada del mandamiento del amor. Si amamos con la fuerza del amor de Jesús
que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones, todo nuestro ser se
transformará en morada habitual de Dios Trinidad Solo el don del Espíritu Santo
puede hacer posible que adelantemos de este modo el cielo en la tierra.
El evangelio de hoy nos
prepara para la próxima fiesta de Pentecostés y se centra en la primera de las
cinco veces en que Jesús habla en el coloquio con los suyos, del Espíritu
Santo. Lo presenta como el gran Don que Jesús le pide a su Padre, antes de
poner fin a su presencia física y subir a su derecha. ¿Qué pide Jesús a su
Padre en esta oración? Le pide, que derrame sobre los suyos ese sublime don. No
solo sobre los que están allí en torno a él, sino también sobre los que en el
futuro serán sus seguidores, es decir sobre aquellos que querrán en verdad
vivir practicando el mandamiento del amor mutuo y estarán dispuestos a regir su
vida según el Evangelio, llevando una conducta acorde con su condición
cristiana.
Oigamos nuevamente esas
palabras: “Si se aman cumplirán mis
mandamientos y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté
siempre con ustedes”. Es el Espíritu de la Verdad. Ese el gran regalo que
Jesús le ofrece a los suyos a modo de despedida. Más adelante les dice: “Yo no los voy a dejar huérfanos”. Es
decir, no los voy a dejar solos, abandonados, indefensos. Yo me voy a quedar
con ustedes. Pero para que puedan descubrir mi presencia, darse cuenta de que
de verdad camino a su lado, necesitan de la luz especial y de la fuerza
renovadora del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es por
consiguiente indispensable para que podamos vivir como discípulos de Jesús,
comportarnos en todo momento como seguidores suyos, descubrir el sentido del
mensaje que él nos ha dejado en el evangelio y tener la fuerza necesaria para
llevarlo a cabo a pesar de todas las dificultades que se presenten. El Espíritu
es un Don necesario del cual no podemos prescindir. Dice que Jesús que el
Espíritu tendrá tres modos de estar presente: como Consolador que estará con nosotros, como Cohesionador entre nosotros, como Fuerza recreadora
en lo más íntimo de nosotros.
Estará presente con nosotros para conducirnos a
Jesucristo y hacernos descubrir su presencia: en la Palabra que escuchamos, en
la Eucaristía que celebramos, en el hermano pobre y desamparado que nos pide
ayuda. Sin su presencia, la Palabra que escuchamos en las celebraciones
dominicales nos resbalará, no pondrá nuestros corazones en ascuas, no la
entenderemos, no sabremos qué nos quiere decir no cómo se aplica a nuestra vida.
Si el Espíritu no está con nosotros
la misa será un aburrimiento. No seremos capaces de descubrir la presencia del
resucitado en la humildad y pequeñez de las especies del pan y del vino. Si el
Espíritu no nos asiste no seremos capaces de descubrir la presencia de Jesús en
el hermano nuestro, pobre y desamparado, y pasaremos indiferentes al lado de
sus miserias sin detenernos.
Jesús está dispuesto a ofrecernos
su Espíritu para que esté entre nosotros
como una fuerza aglutinante, que nos cohesione, nos una, y nos comportemos como
hermanos, creando esa nueva realidad que se llama nosotros, que se llama
comunidad. Tenemos que pedir entonces,
con mucha fuerza, que el Espíritu se haga presente en estos momentos, entre los
venezolanos y nos cohesione, nos vuelva a hacer hermanos, a respetarnos, a no
maltratarnos, a no matarnos. Nos confesamos y declaramos en su gran mayoría,
cristianos católicos. ¿Cómo es posible entonces, que, siendo hermanos nos
estemos enfrentando unos a otros? ¿Cómo es posible que haya venezolanos que atropellen,
disparen, torturen, condenen a otro hermano venezolano? ¿Qué hemos aprendido de
estos quinientos años que vivimos jun tos en un mismo territorio?
Necesitamos, como ven todos,
con urgencia elevar hacia Jesús una ferviente oración para que nos envíe el
Espíritu Santo. Necesitamos con urgencia su presencia, su luz, su fuerza para
que crear caminos de encuentro, derribar muros de incomprensión, colocar
puentes de comunicación entre todos. ¿Cómo es posible que una ideología vaya a
valer más que un hermano de carne y hueso que sufre? ¿Cómo es posible, que, por
encima del bienestar de un ser humano, pongamos nuestros apetitos de dominación,
de poder y de dinero?
Necesitamos que Jesús nos
envíe su Espíritu para que nos quite el corazón de piedra y coloque en su lugar
un corazón de carne. Un corazón verdaderamente humano, sensible, que le duela
el dolor de su hermano. Como lo cantamos tantas veces: Danos un corazón grande
para amar y fuerte para luchar. Un corazón como el de su padre adoptivo José,
como el de su madre María, que ame con sinceridad.
No temamos pedirle a nuestro
Señor que nos quite ese corazón de piedra y coloque, en su lugar, un corazón
compasivo, fraterno, misericordioso y humilde. Hemos sido muy orgullosos y
prepotentes creyendo cada uno que nuestra fórmula es la buena y que tiene que
imponérsela a los demás a como dé lugar. Cristo nos hizo libres para que
vivamos en libertad. Hemos pues de ser humildes y ponernos a buscar juntos lo que
más conviene no a un grupito, no a una élite sino a todos. A todos.
El Señor desea que lo que
les ocurrió a sus discípulos el día de Pentecostés, ocurra con todos, con
nosotros y con todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Y que estemos
dispuestos a salir como Felipe a anunciarlo más allá de nuestras zonas de
comodidad, corriendo riesgos, contando con su presencia y fortaleza.
¿Estamos dispuestos a entrar
en este tipo de relación con el Señor Jesús? ¿No hemos tenido hasta ahora una
relación un tanto formal, fría, con él? El Señor insiste en la necesidad de
inspirar todas nuestras relaciones con él, entre nosotros, con nosotros mismos
por la fuerza de su amor. ¿Hasta dónde he tomado en cuenta esta oferta del
Señor? ¿No lo habré dejado con la mano tendida sin recibir el don que nos está
ofreciendo?
Tenemos un magnífico ejemplo
en los habitantes de la ciudad de Samaría, quienes, al ver actuar a Felipe, al
escuchar su predicación sobre el Evangelio de salvación traído por Cristo al
mundo, se llenaron de alegría, se convirtieron, se bautizaron y luego
recibieron por la imposición de las manos de los apóstoles Pedro y Juan, el don
del Espíritu Santo.
Maracaibo 21 de mayo de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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