Lecturas: 1 Co 13,4-13; Salmo 127; Jn 2,1-11
Muy
queridos novios,
Muy
queridos hermanas y hermanos
Esta noche estamos reunidos en
esta hermosa Iglesia de Santa Ana para participar en la Santa Eucaristía y presenciar
la unión matrimonial de dos cristianos.
El matrimonio es una institución natural que data de la misma creación
del hombre y de la mujer (Cf Gen 2,23-24). Dios no creó a Adán y a Eva a imagen
y semejanza de los animales sino a semejanza de Él (cf Gen 1,26). No los creó
en solitarios ni para la soledad sino para la complementariedad y la compañía
mutua. Ya a este nivel se trata de una institución buena y benéfica para el
progreso y la unidad de todo el género humano. He tenido la oportunidad de
conocer ejemplos impresionantes de parejas que han vivido en esta dimensión en
sus uniones naturales y civiles.
Si ya el matrimonio tiene este
valor ¿por qué Cristo quiso entonces hacerlo un sacramento? Porque quiso que la
unión entre dos cristianos tuviera otra significación. Quiso que, además de su
sentido natural, también expresara el
ideal de vida que él había traído al mundo. Quiso revelar otra dimensión del
amor hasta ese momento desconocida de la humanidad. ¿Y cuál fue el ideal de
vida de Jesús? Unir la tierra con el cielo, Dios con los hombres, los seres
humanos entre sí y de todos con Dios. Una unión que no fuera desechable sino
irreversible, que no fuera transitoria sino eterna, que no fuera estéril sino
fecunda, que no fuera triste y agobiante sino alegre. Esa unión la llamó una
nueva alianza.
Y ¿qué fundamento le dio a esa
alianza para que tuviera todas esas características y cualidades? El fundamento del amor. No sobre cualquier
tipo de amor. Sino sobre el amor revelado en la vida, el mensaje y la actuación
de Jesucristo. Un amor total y absoluto a su Padre Dios, íntegramente dedicado
a cumplir sus designios; un amor total y absoluto a sus hermanos los hombres, exclusivamente
entregado a hacerles el bien, a hacerlos
hermanos, amigos unos de otros, a ofrecerles vida plena y salvación. Todos los
evangelios y los escritos del Nuevo Testamento están dedicados a mostrar cómo
Cristo Jesús nos dio a conocer ese amor único. Todos cuentan cómo el Señor lo
hizo realidad en todo momento pero más especialmente y con mayor intensidad en
su dolorosa pasión, muerte en cruz y resurrección gloriosa. Todo lo resumió en esta frase: “No hay mayor amor que el de dar su vida por
mis amigos” (Jn 15,13). En un
mandamiento: “Ámense los unos a los otros
como yo los he amado” (Jn 13,34).
En la vida y enseñanza de Jesús
la familia ocupó un lugar privilegiado. De los treinta tres años que estuvo
entre los hombres, 30 los pasó con su
familia en Nazaret (cf Lc 2,51-52). Se mudó luego para la casa de la familia de
Pedro en Cafarnaúm (cf Mc 1,29). Según san Juan inició su ministerio público
con un milagro a favor de una joven pareja en Caná de Galilea cf Jn 2,1-11).
Este milagro ocurrió porque la pareja tuvo el tino de invitar a María la madre
de Jesús y al mismo Jesús con sus discípulos a la boda. Acabamos de escuchar el relato.
Gracias a María que hizo intervenir a Jesús, la fiesta no se aguó, el vino
alcanzó y sobró, la fiesta y la alegría continuaron y muchos creyeron en
Cristo. Ojalá el Señor Jesús siga haciendo más milagros y atrayendo a otras
personas a la fe a través de este matrimonio que estamos presenciando esta
noche.
Si nos preguntaran cuál es el
mayor tesoro que el cristianismo tiene que entregar a la humanidad no
dudaríamos en contestar que es el amor. San Agustín decía que si se destruyera
la Biblia y solo se pudiese salvar un versículo, el se quedaría con Jn 13,34 en
el que Jesús le dice a sus discípulos después de la última cena: “Ámense los unos a los otros. Como yo los he
amado, así también ámense los unos a los otros. Por el amor que se tengan los
unos a los otros reconocerán todos que son discípulos míos”. Si nos
preguntarán cuál es la razón de ser del cristianismo en el mundo, tendríamos
que contestar que su razón de ser es recordar y hacer presente de modo efectivo
el mandamiento del amor dejado por Cristo. Ese es el mensaje de Pablo que hemos
escuchado en la primera lectura. Y en otra carta compara la presencia y el amor
de Cristo por su Iglesia a un matrimonio en el que el novio se entrega de lleno
a hacer feliz a su esposa y a embellecerla no con cosas o regalos sino con la
plena dedicación y entrega de su vida.
Este es el amor al cual nos
referimos en el sacramento del matrimonio. Este es el amor que estos novios se prometen el uno al otro.
Tendrán que buscarlo, descubrirlo, aprenderlo, asimilarlo y comunicarlo. Amor incondicional,
unitivo, irreversible, fecundo y fiel
que Cristo elevó a la categoría de sacramento de la Iglesia. Son muchos los
cristianos que han asumido este modelo dejado por Cristo. Muchos de nosotros
provenimos de matrimonios que han vivido, hasta sus últimas consecuencias, esta
forma de unión. Son muchos los que creen hoy en este amor y lo han adoptado
como principio fundamental de su vida conyugal. Este es el modelo de amor que
Alberto Luis y Vanessa Carolina han elegido, quieren asumir públicamente ante
sus familias, amigos y seres queridos en la Iglesia. Y así se lo expresarán
dentro de unos momentos. Nos alegramos mucho por esta elección y esta noche estamos
aquí para manifestarles nuestra disposición y compromiso de orar por ambos y
apoyarlos a lo largo del camino.
Necesitarán permanentemente de
las oraciones y del apoyo de sus familias, de sus amigos, de su parroquia y de
su Iglesia porque están lanzándose en una empresa exigente y difícil. Eso se
llama querer navegar en las aguas profundas del verdadero amor. Tendrán que
navegar casi siempre a contra corriente, en un mundo paganizado, una
civilización hedonista y una cultura materialista. Lo que está de moda es el
divorcio, la infidelidad conyugal, la huida de todo lo que huela a sacrificio,
la búsqueda insaciable de placer sexual, la anticoncepción, el aborto y el
rechazo a tener hijos. La familia está en crisis. Se quiere imponer a punta de
lobbys millonarios modelos espurios de matrimonios y familias. No podremos
tener una nueva sociedad si no hay cónyuges dispuestos a dar su vida y a luchar
para que el ideal de familia que la Iglesia pregona se mantenga vivo y
actualizado. Necesitamos testimonios de
parejas de esposos que vivan alegres y felices, a pesar de todos los obstáculos
y dificultades que se presenten en el camino. Bien sabemos que la felicidad no
la produce nada que venga de afuera o se compre sino de lo más profundo de cada
uno de nosotros y del corazón de nuestras familias.
Por eso, nos alegramos que
Alberto Luis y Vanessa Carolina hayan invitado a Jesús y a sus discípulos a sus
bodas. Con Jesús presente se constituye el triángulo perfecto que asegura la
perdurabilidad de su amor. Un detalle de primerísima importancia. No dejen de
invitar a la Virgen María a sus bodas. Ella siempre se trae a su hijo Jesús y
si hace falta, si faltara el vino de bodas, ella se dará cuenta y remediará la
situación. Llamará a su Hijo para que les ofrezca en abundancia el amor y la
gracia que necesitan en ese momento para seguir adelante. No olviden nunca que
lo están llevando a cabo esta noche no es un asunto meramente individual o
personal. No es un acto social sino un acontecimiento eclesial. Esta noche se
están comprometiendo a ser, como nueva familia cristiana, una piedra viva
fundamental para edificar la Iglesia y difundir, en donde les toque vivir, el
evangelio de la familia cristiana, primer santuario de la vida y piedra sillar
de una sociedad más humana y fraterna.
Su matrimonio tiene lugar
dentro de la Eucaristía. No es un detalle accesorio. Es una dimensión
fundamental de su primera decisión como matrimonio cristiano. No dejen nunca de
participar en la eucaristía y sobre todo estar siempre en condiciones para
comulgar. La Eucaristía y la comunión son la materia prima de dónde sacarán,
como de una bodega bien aprovisionada, el vino mejor, el que necesitan en todo
momento para que el amor de Jesús se trasvase en ustedes (cf Jn 15,9); para ser
“uno” como él y su Padre son uno (cf Jn 17,21); para tener un solo corazón y una sola alma como las
comunidades cristianas de Jerusalén (cf Hech 24,32); para ser el uno para el
otro en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, en
la juventud y en la vejez y encontrar su gozo en hacerse felices mutuamente.
Maracaibo 11 de abril de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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