IX AULA JULIÁN GÓMEZ DEL CASTILLO
MOVIMIENTO CULTURAL CRISTIANO
SAN FELIX. 17-21 DE AGOSTO 2015
La Iglesia frente al Imperialismo:
Una visión desde el Magisterio Social de la
Iglesia.
Introducción
Muchas gracias por invitarme a participar en
esta novena Aula guayanesa del Movimiento Cultural Cristiano. Me es muy grato
volver a esta querida diócesis y re-encontrarme con esta asociación laical de
tanto raigambre eclesial y compromiso concreto con los pobres.
Hago memoria agradecida de sus inspiradores, Tomás
Malagón y Guillermo Rovirosa y de su
fundador Julián Gómez del Castillo. De Julián guardo particular recuerdo ya que tuve la dicha de conocerlo y de compartir
con él y su esposa en la austeridad y sencillez de su casa en Madrid. Fue con
él y con Don José Villaplana, obispo de
Santander para ese entonces, con quienes
concerté la venida del Movimiento a la diócesis guayanesa en 1998. Tanto los
inspiradores como Julián son tres significativas figuras sin duda del
cristianismo obrero de la post- guerra y militantes totalmente resteados con lo que
desde Latinoamérica llamamos “la opción evangélica y preferencial por los
pobres”.
Se me ha
pedido que en esta intervención abordara el tema de la Iglesia y el
Imperialismo. He intitulado este texto
“La Iglesia frente al Imperialismo: una visión del Magisterio Social de la
Iglesia”. Los que vivimos en Venezuela hemos oído con mucha frecuencia, en
estos últimos años, esta palabra, cargada de una fuerte connotación ideológica.
Forma parte, de manera insistente y
repetitiva, casi como un slogan publicitario, de la discursiva política
nacional. Diversos sectores influyentes de la vida nacional lo esgrimen como un
argumento apodíctico a la hora de buscar
las causas profundas de la problemática social y económica actual del país.
¿Qué entienden por ello cuando lo utilizan? Manifiestan
su preocupación por la influencia que puedan tener las potencias mundiales de
Norteamérica sobre los destinos de nuestra Nación, particularmente su impacto
en el desarrollo y la calidad de vida de las mayorías y la progresiva pérdida
de la soberanía. Esta injerencia imperialista da pie para exaltadas
declaraciones de defensa a ultranza de
la soberanía patria, apelando a un nacionalismo demagógico, superficial,
meramente discursivo. Actitudes excluyentes de este corte no se pueden llevar a
posiciones radicales porque se corre el
riesgo de aislar al país, cerrándose a las dinámicas de integración
multilateral y al necesario intercambio comercial y cultural con otras
naciones, propios de estos tiempos de la
globalización. Antes de continuar hagámonos una pregunta clarificadora:
¿Qué entendemos por
imperialismo?
El término “imperialismo” viene del latín y está derivado del verbo imperare,
que significa dominar, reinar o gobernar; y del sustantivo imperium, que
significa área de dominio.
Para François Houtart, connotado estudioso de la
sociología latinoamericana, “el imperialismo es la dominación política de un Estado sobre varios
otros para establecer una hegemonía política, económica, y cultural”.
Interesante
también la definición que da el Diccionario de la Real Academia Española
(DRAE): “Actitud y doctrina de un Estado o nación, o de personas o fuerzas
sociales o políticas, partidarios de extender el dominio de un país sobre otro
u otros por medio de la fuerza o por influjos económicos y políticos abusivos.”
En el sentido más amplio y general de la palabra, imperialismo denota
la política de expansión territorial de un gobierno o un estado por motivos
demográficos, económicos o inclusive de prestigio, que implica la subyugación
y dominación de otras regiones y otros pueblos bajo un mando centralizado,
imperial.
Se trata de un tema de la Doctrina Social de la
Iglesia, de una realidad que pertenece al ámbito de las relaciones
internacionales y que ha estado presente desde que la humanidad empezó a
organizarse en naciones soberanas. Es un pecado social, de carácter
estructural, que hunde sus raíces en los dos primeros pecados capitales: el
orgullo y la avaricia.
El Antiguo
Testamento da cuenta, a través del Pentateuco y de los Libros Históricos, de
los diversos imperios que, desde los egipcios en el siglo XIII antes de Cristo
hasta los griegos en el siglo II A.C., sometieron sucesivamente bajo su yugo, al pueblo de Israel. Jesús vivió y murió bajo
el dominio del imperio romano. La Iglesia surgió y se desarrolló bajo ese mismo
imperio y, a lo largo de su historia, le tocó vivir bajo diversos regímenes
imperiales. Muchos de ellos quisieron someterla a sus dictámenes y, en varios
casos, lo lograron, trayendo consigo serios daños para su identidad y su
misión.
Pero como bien sabemos, por las palabras que Cristo
le dirigió a Pedro en el momento en que le confió el timón de la Iglesia: “los
poderes del abismo no la vencerán” (Mt 16,18). En el libro del Apocalipsis,
por ejemplo, encontramos una gran exhortación que Jesús resucitado y glorioso
le dirige, a través del vidente, a siete comunidades cristianas del Oriente
Medio de finales del siglo primero, para que no tengan miedo, den valiente
testimonio de su fe y se mantengan unidas en medio de la persecución del emperador
Diocleciano.
Guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia, “experta
en humanidad”, como la llamó el Beato Pablo VI en su famoso discurso ante la
ONU el 4 de octubre de 1965, ha ido discerniendo, a lo largo de estos 20 siglos
de navegación en medio de las aguas procelosas de la historia, cómo debe
situarse frente a estas pretensiones hegemónicas de los poderes humanos, y lo
ha expresado en sus documentos conciliares y el magisterio pontificio. Como expresa la Constitución pastoral sobre la
Iglesia en el mundo contemporáneo “Alegría y Esperanza”, nada verdaderamente
humano le es ajeno ya que se siente llamada a compartir los gozos, las
esperanzas y también los sufrimientos de los pueblos y a anunciarles, desde
dentro, la Buena Nueva de Nuestro Señor Jesucristo (Cf GS 1).
¿Cómo se comportó Jesús
frente al imperio romano?
Jesús rechazó el poder opresivo y despótico de
los jefes sobre las Naciones (cf. Mc 10,42) y su pretensión de hacerse llamar bene- factores (cf. Lc 22,25). En la
diatriba con los fariseos y partidarios de Herodes sobre el pago del tributo al
César, el Nazareno afirmó que es necesario “dar
a Dios lo que es de Dios”, condenando implícitamente cualquier intento de
divinizar y absolutizar el poder temporal: sólo Dios puede exigir todo del
hombre (cf. Mc 12,13-17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26).
Jesús, el Mesías prometido, antes de iniciar su
ministerio público, rechazó la tentadora oferta de Satanás de implantar un
mesianismo político, caracterizado por la resistencia violenta a los invasores
romanos, la liberación del territorio palestino por medio de la guerra y la
imposición de su dominio por la fuerza sobre las Naciones circundantes (Cf. Mt 4,8-11; Lc 4,5-8). A los discípulos que discutían
sobre quién es el más grande, el Señor les enseñó a hacerse los últimos y a
servir a todos (cf. Mc 9,33-35), desactivando así toda
pretensión de organizar la comunidad sobre conceptos como la superioridad y la
escalada del poder.
¿Cuál es entonces la posición de la Iglesia
sobre el imperialismo?
El Papa Pio XI en la
Encíclica “Quadragesimo Anno”, alerta sobre el “imperialismo internacional del dinero” (No 212), término reasumido
luego por Pablo VI en su Encíclica social “Populorum Progressio” (PP 26). Uno
de los documentos magisteriales que más ampliamente aborda esta temática y más menciones hace de esta realidad es la
“Sollicitudo Rei Socialis” SRS) de San Juan Pablo II (Cf entre otros NN 19-22,39). En el Magisterio latinoamericano y caribeño
de las Conferencias Generales de sus episcopados, encontramos alusiones
directas a este grave pecado social.
Medellín en su Documento sobre la Paz denuncia “el imperialismo de cualquier signo ideológico que se ejerce en América
Latina en forma indirecta y hasta con intervenciones directas” (M
2,10). Puebla, cuando analiza las
diversas visiones sobre el hombre, presenta la visión economicista y las
expresiones imperiales tanto del liberalismo económico (P 312) como del
colectivismo marxista (P 313). Santo Domingo denuncia la cultura de la muerte y
“el imperialismo anticonceptivo que
consiste en imponer a pueblos y culturas toda forma de contracepción,
esterilización y aborto “(SD 219). Aparecida finalmente señala las bondades
del fenómeno globalizador pero también alerta sobre sus graves amenazas en el
campo financiero y cultural (DA 66).
Examinaremos a
continuación la posición de la Iglesia y sus enseñanzas y postulados sobre las
diferentes formas que ha ido adoptando el imperialismo en los campos de la
política, de la economía y de la cultura en esta era globalizada. En su
argumentación se apoya en principios propios y en los derivados del Derecho
internacional, principalmente en el reconocimiento y respeto de la soberanía de
cada nación al mismo tiempo que el ineludible deber de cooperar entre si y el de promover todas las
formas legítimas de integración que propendan a la consecución del bien común
universal, de la fraternidad y de la paz.
Estos temas han sido
abordados por la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II, “Gaudium et
Spes” (GS) y el Magisterio de san Juan XXIII, el beato Pablo VI, San Juan Pablo
II y Benedicto XVI. Toda esta rica enseñanza se encuentra condensada en el
“Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” (2004) del Pontificio Consejo
Justicia y Paz. El Papa Francisco le ha
otorgado amplio espacio en su Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (2013)
y su Encíclica “Laudato Si” sobre el
cuidado de la casa común (2015).
Reglas fundamentales de la posición de la Iglesia en
esta materia:
Hay que afirmar sin
ambages, desde el principio, que la Iglesia condena al IMPERIALISMO que
invade y somete militarmente a las naciones y todas las formas de NEOCOLONIALISMO económico
o cultural, que son un rostro moderno del imperialismo (Cf. Compendio de la DSI
Nº 366).
El
principio rector para apreciar la posición de la Iglesia es el siguiente: cuando
el poder humano se extralimita del orden querido por Dios y no lo coloca a Él
en primer lugar y por encima de todo, se ve entonces tentado de ocupar su
lugar, de auto-divinizarse y reclamar de los más débiles absoluta sumisión: se
convierte entonces en la Bestia del Apocalipsis, imagen del poder imperial
perseguidor, ebrio de « la sangre de
los santos y la sangre de los mártires de Jesús » (Ap 17,6).
He aquí las principales reglas que
presenta el Compendio (NN 433-439):
ü La Centralidad de la persona humana y
la natural tendencia de los pueblos a estrechar relaciones entre sí.
ü La convivencia entre las naciones se
funda en los mismos valores que deben orientar la de los seres humanos entre
sí: la verdad, la justicia, la solidaridad y la libertad.
ü La Comunidad internacional es una
comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros,
sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia.
ü Se reconoce el valor de la soberanía
nacional pero no es sin embargo un bien absoluto. Las Naciones pueden renunciar
libremente a algunos de sus derechos en orden a lograr un objetivo común, con
la conciencia de formar una familia.
ü Para realizar y consolidar un orden
internacional que garantice eficazmente la pacífica convivencia entre los
pueblos, la misma ley moral que rige la vida de los hombres debe regular
también las relaciones entre los Estados.
ü “En definitiva, el derecho internacional «debe evitar que prevalezca la ley del más fuerte”.
ü
“Una
política internacional que tienda al objetivo de la paz y del desarrollo
mediante la adopción de medidas coordinadas, es más que nunca
necesaria a causa de la globalización de los problemas” (442).
ü “Necesitamos fortalecer la conciencia de que
somos una sola familia humana” (LS 52)
Imperialismo político
La
Doctrina Social de la Iglesia destaca que el “sujeto
de la autoridad política el es PUEBLO, considerado en su totalidad como
titular de la soberanía” (CDSI Nº 395).
Ahora bien, “El pueblo no es
una multitud amorfa, una masa inerte para manipular e instrumentalizar, sino un
conjunto de personas, cada una en su propio puesto y según su manera propia”
(CDSI Nº 385).
En
ese sentido uno de los principios rectores de la Doctrina Social de la Iglesia
es el Bien Común, entendido como el “conjunto de condiciones de la vida social
que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro
más pleno y más fácil de su propia
perfección (GS Nº 26)” (CDSI Nº 164).
Por
tanto, “la
responsabilidad de edificar el Bien Común compete a las personas particulares y
también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad
política” (CDSI
Nº 168), sea nacional o internacional.
Destaca la DSI que
“para lograr el Bien Común, el gobierno
de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos
intereses sectoriales” (CDSI
Nº 168).
La
GS reseña: “Todos los cristianos
deben tener conciencia de la vocación propia que tienen en la política. En
virtud de esa vocación están TODOS
OBLIGADOS a dar ejemplo de
responsabilidad y de servicio al BIEN COMÚN” (CDSI Nº 75).
Afirma el Compendio de la DSI que las
orientaciones que deben inspirar la acción política de los cristianos son: “la búsqueda del bien común, el desarrollo de
la justicia con atención a las situaciones de pobreza y sufrimiento, el
principio de la subsidiariedad y la promoción del diálogo y de la paz en el
horizonte de la solidaridad” (CDSI Nº 564).
Para el papa Francisco en su encíclica “Laudato Si” en las condiciones
actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son
más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el
principio del bien común se convierte en un llamado a la solidaridad y en una
opción preferencial por los más pobres” (LS N 158).
La
Iglesia, a través de su Doctrina Social, apuesta por la DEMOCRACIA, pues
“asegura la participación de los
ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la
posibilidad de elegir y controlar a sus gobernantes, o bien de sustituirlos
oportunamente de manera pacífica” (Centesimus Annus Nº 46).
Para
la Iglesia una auténtica democracia solo es posible en un ESTADO DE DERECHO (Cf.
Centésimus Annus Nº 46).
Subraya
que en Democracia es imprescindible ALTERNANCIA DE LOS DIRIGENTES POLÍTICOS,
con el fin de evitar que se instauren privilegios ocultos.
De
igual manera, “responde a las exigencias de la misma naturaleza humana una
organización jurídico-política de las comunidades humanas, fundada en una
conveniente DIVISIÓN DE LOS PODERES” (Pacem in terris Nº 68).
Es muy importante
recordar, al hablar del Imperialismo político, el principio de la SUBSIDIARIEDAD, el cual establece que “no se puede quitar a los individuos y darlo
a la comunidad lo que ellos pueden realizar por su propio esfuerzo e industria,
así tampoco quitar a las comunidades menores e inferiores lo que ellas puedan
hacer y proporcionar y dárselo a una sociedad mayor” (CDSI
Nº186).
Este principio “protege
a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a
estas últimas a ayudar a los particulares y a los CUERPOS INTERMEDIOS a desarrollar su tareas” (CDSI
Nº187). Atenta por
ejemplo contra este principio la pretensión de las grandes potencias que bajo
el pretexto de cuidar la Amazonía continental pretenden atentar contra las
soberanías nacionales (Cf LS 38).
Todos
estos fundamentos básicos de la visión de la Iglesia sobre la política son
aplicables tanto a la vida nacional como a las relaciones internacionales.
Se trata
de construir el Bien Común entre las diversas naciones, respetando las
instituciones democráticas y las leyes, para armonizar los diversos intereses
particulares en función del bienestar de todos.
Imperios
enemigos de la Paz
Uno de los
efectos más perniciosos de la tentación imperialista es la promoción de la
violencia, con su más alta expresión en la guerra tal como lo estamos viendo por
ejemplo en la pretensión del ISIS de implantar un Califato Islámico mundial.
Se
sacrifica la paz de los pueblos en aras de conseguir tierras, recursos
minerales y hasta someter a poblaciones enteras para asegurar mano de obra y
materas primas a muy bajo costo. Surgen así incluso nuevas formas de esclavitud
que han sido también denunciadas por el magisterio católico. Habría que leer en
estas perspectivas las concesiones mineras omnímodas que se le han otorgado a
compañías chinas en el sur de nuestro país.
La
Doctrina Social de la Iglesia considera que “no se puede olvidar que una cosa es utilizar la fuerza militar para
defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otras Naciones“(CDSI
Nº500).
La potencia bélica no legitima cualquier uso
militar o político de ella. Y una vez estallada la guerra lamentablemente, no
por eso todo es lícito entre los beligerantes (Cf CDSI
ibídem).
En
la “Evangelii Gaudium” el Papa Francisco señaló que la PAZ no se reduce a una AUSENCIA DE GUERRA,
fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas” (EG Nº 219), tampoco es “una mera ausencia de violencia lograda por la imposición de un sector
sobre los otros” (EG Nº 218). Es por ello que una paz que “no surja como FRUTO DEL DESARROLLO
INTEGRAL DE TODOS (subrayado nuestro), tampoco tendrá futuro y siempre será semilla
de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia” (Cf EG Nº219).
Imperialismo económico
Junto al Imperialismo político es
necesario abordar también el impacto de los modelos económicos impuestos por
las empresas transnacionales y los países poderosos sobre la vida en las
naciones pobres, llamadas del Tercer Mundo.
Así
como la DSI rechaza la explotación de los pobres por los más ricos, de los
obreros por los patronos y de los sin tierra por los latifundistas y
terratenientes, aborda también el tema de las relaciones internacionales,
abogando a favor de los países subdesarrollados, sometidos al peso de la
explotación imperialista. Exige una distribución equitativa de los recursos.
La
Populorum Progressio (1966) denuncia que las naciones altamente
industrializadas exportan productos elaborados y los subdesarrollados solamente
materias primas; y mientras que los primeros aumentan rápidamente de valor, los
precios de las materias primas sufren muy pocas variaciones y muy lejos de
aquellas. De igual forma, en el mismo documento Pablo VI alertó que los pueblos
pobres permanecen siempre pobres y los ricos se hacen cada más ricos.
El
pensamiento y la praxis sociales de la Iglesia señalan como causantes del
subdesarrollo, de la pobreza y de la degradación de los seres humanos, a las estructuras
de Pecado, que son las situaciones permanentes de injusticia (Sollicitudo Rei Socialis (SRS) Nº 36),
que se alimentan del Pecado Social, es decir del que se comete contra los
derechos humanos y el bien común (Compendio de la DSI Nº 117-119).
El Papa Francisco en la Encíclica “Laudato
Si’ “hizo un urgente llamado a transformar las estructuras sociales que en el
mundo están generando miseria, exclusión y depredando el medio ambiente:
“La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros,
y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales. Porque hay
una verdadera «deuda ecológica », particularmente entre el Norte y el Sur,
relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito
ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales
llevado a cabo históricamente por algunos países”
(LS N 51).
Con valentía el Papa Francisco denuncia
en su Encíclica Verde el impacto del modelo económico actual sobre la
preservación de la especie humana:
“El calentamiento originado por
el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares
más pobres de la tierra, donde el aumento de la temperatura, unido a la sequía,
hace estragos en el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños
causados por la exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos
y líquidos tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en
los países menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les
aportan capital” (LS N
51).
Añade
el papa Latinoamericano: “Constatamos que con frecuencia las empresas que
obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países
desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus
actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como
la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales,
deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres,
cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no
se pueden sostener” (LS N 51).
Esta comprobación tuve yo mismo la
oportunidad de hacerla en algunas áreas de Las Claritas cuando mineros ilegales
o empresas norteamericanas entregaron las concesiones o se retiraron del lugar.
Aquello me impactó tremendamente porque me parecía estar contemplando un
paisaje lunar.
Con claridad profética sentencia la Laudato Si’: “Mientras tanto,
los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde
priman la especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a
ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio
ambiente” (LS N 56).
Citando a Benedicto XVI en la “Caritas in Veritate” el Papa Francisco
afirma: “Tenemos un «súper desarrollo derrochador y consumista, que
contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria
deshumanizadora» y no se elaboran con
suficiente celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a
los más pobres acceder de manera regular a los recursos básicos”, afirma el
Papa Bergoglio (LS N 109).
Otra expresión del
neocolonialismo y el imperialismo económico es la Deuda Externa. En este particular,
la Iglesia exige aliviar o cancelar
la DEUDA EXTERNA de los países pobres pidiendo que se tenga presente la
situación de las naciones penalizadas por las reglas de un comercio
internacional injusto, en los que la persistente escasez de capitales se
agrava, con frecuencia por el peso de la citada deuda.
Precisa
el Magisterio Católico que la Deuda Externa se traduce en hambre, miseria,
gracias a un mecanismo perverso de explotación y usura, por medio del cual los
países pobres deben pagar en intereses mucho más de lo que recibieron en
préstamo y siempre siguen como deudores (Cf. Compendio de la DSI Nº 450).
También rechaza los
TRATADOS DEL COMERCIO INTERNACIONAL que a causa de políticas
proteccionistas, discriminan los productos procedentes de los países pobres y
obstaculizan el crecimiento de actividades industriales y la transferencia de
tecnología hacia esos países (Sollicitudo Rei Socialis Nº 43).
En
la Evangelii Gaudium el Papa Francisco expresó: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres,
renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación
financiera y atacando las CAUSAS ESTRUCTURALES DE LA INEQUIDAD, no se
resolverán los problemas del mundo” (EG
Nº 202; Cf 206).
Imperialismo
cultural
San
Juan Pablo II alertó a la humanidad sobre los riesgos de la ola global: “La Globalización no debe ser un nuevo tipo
de colonialismo: debe respetar la diversidad de la culturas y no tiene que
despojar a los pobres de lo que es más valioso para ellos” (Discurso a la Pontifica
Academia de Ciencias Sociales. 2002).
Durante
toda la historia de la humanidad, los pueblos han tenido una identidad propia,
caracterizada por su cultura, la cual ha implicado el reconocimiento de
expresiones propias en su relación con Dios, con los semejantes, con la
naturaleza y, en general, consigo mismos y con la vida.
El
intercambio globalizado que vivimos está transformando esta realidad; aunque se
despierta la voluntad de no perder la propia identidad (lo que suele llamarse
la glocalización frente a la globalización), la tendencia dominante busca una
homologación de visiones y actitudes. Es impresionante como por ejemplo el
lobby internacional quiere erradicar la ética judeo-cristiana e implantar a
rajatablas la salud reproductiva, nuevos conceptos de género, de matrimonio, la
adopción de niños por parejas homosexuales, el aborto sin restricción alguna,
la eutanasia y la manipulación genética con embriones entre otros. Es el
imperio inmoral o amoral del “tout est permis” junto con el “laissez faire
laissez passer”
América Latina y El Caribe es un continente
especialmente plural y una escuela de convivencia intercultural; la informática
hace más visibles las diferencias y, a la vez, facilita la defensa cultural de
muchas comunidades humanas que han sido maltratadas por siglos, aprovechando el
aislamiento en el que se encontraban; en este sentido, la informática se
convierte en un vehículo que enseña a respetar y a tolerar.
La tecnología aplicada a la información, la
comunicación y el entretenimiento están creando una nueva cultura. El cine, la
radio, la televisión y la red informática (internet), constituyen una de las
influencias sociales más expansivas de la historia que repercute, para bien o
para mal, en todas las áreas de la vida humana, tanto en los países prósperos,
como en nuestros países latinoamericanos.
CONCLUSION.
La
superación del imperialismo es la interdependencia e integración de las
naciones, en un mismo pie de igualdad y respeto de sus respectivas soberanías. Quiero
subrayar una vez más que la condena al Imperialismo no puede confundirse con
una actitud de negación al intercambio con otras naciones, al diálogo cultural,
al establecimiento de alianzas de cooperación y
a la integración entre los pueblos, que son por el contrario necesarios
para apalancar el desarrollo humano, integral y solidario.
Un mundo
interdependiente no significa únicamente entender que las consecuencias
perjudiciales de los estilos de vida, producción y consumo afectan a todos,
sino principalmente procurar que las soluciones se propongan desde una
perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos países. La
interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto
común. Como lo decíamos más arriba citando al Papa Francisco, con la conciencia
de que formamos una sola familia y de que la casa planetaria es común.
Debemos escuchar al
Papa Francisco, quien afirma que “para
afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de
países aislados, es indispensable un consenso mundial que lleve a programar una
agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas poco contaminantes
de energía, a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y
marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable” (LS N 164).
Las relaciones entre
Estados deben resguardar la soberanía de cada uno, pero también establecer
caminos consensuados para evitar catástrofes locales que terminarían afectando
a todos. Hacen falta marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y
que impidan acciones intolerables (CF LS N 173).
El horizonte final que ha de orientar todas nuestras reflexiones sobre
esta materia y los esfuerzos que como cristianos emprendamos en los diferentes
niveles asociativos en los que nos movamos así como en los diversos campos de
la actividad humana, ha de ser la vocación universal del cristianismo. Nuestro
cristianismo es católico, no generador de sectas, ni de ghettos, ni de clubes
exclusivos y excluyentes. Dice el No 432 del Compendio: “El mensaje cristiano
ofrece una visión universal de la vida de los hombres y de los pueblos sobre la
tierra, que hace comprender la unidad de la familia humana. Esta unidad no se
construye con la fuerza de las armas o de la prepotencia, es más bien el
resultado de aquel supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios.
Uno en tres personas…que los cristianos expresamos con la palabra “comunión” y
una conquista de la fuerza moral y cultural de la libertad”.
Que Santa María del “SI”, Madre de Dios y Madre nuestra, mujer
profética que cantó en su Magníficat la
misericordia salvadora de Dios “que derribó de su trono a los poderosos”
(cf Lc 1,52), camine como signo de esperanza en medio de nuestro pueblo que
sufre dolores de parto hasta que brote la justicia (EG 286). Que ella nos
comunique su disponibilidad incondicional y su presurosa y valiente disposición
para hacer presente a Jesús en nuestras realidades y ser nosotros también
alegres portadores de la buena nueva del Señor que construye la verdadera comunión
fraterna basada en el amor. Amén. Hasta mañana en el altar.
San
Félix, 19 de agosto de 2015
Arzobispo
de Maracaibo
No hay comentarios:
Publicar un comentario