martes, 2 de diciembre de 2014

HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL DEL DIAC. DILMER BAEZ.

HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL DEL DIAC. DILMER BAEZ.
Sábado 29 de Noviembre de 2014
(Isaías 61, 1-3; Salmo 88; Heb 5, 1-10;  Jn. 20, 19-23)

Querido Diácono Dilmer y familia
Queridas hermanas y queridos hermanos en Cristo Jesús,
Con gran alegría les saludo a todos ustedes, familiares y amigos que han venido de diversas partes del territorio arquidiocesano y de otras diócesis, para acompañar al diácono Dilmer en este acto trascendental y único que lo transformará en “sacerdote para siempre”. Bendigamos al  Señor Jesús quien, en su infinita misericordia, lo ha ido a buscar entre los jóvenes de Guarero, en su tierra goajira, para ponerlo, como dice la Carta a los Hebreos “a su servicio en favor de los hombres a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Heb 5,1).
Están presentes en esta celebración los feligreses de la parroquia Sagrado Corazón de Guarero, parroquia que lo vio nacer y descubrir su vocación, de la parroquia Cristo Redentor de Tamare, donde realizó su etapa pastoral  y ejerció su ministerio diaconal, y de  la Parroquia Santa María de Guana donde ejercerá como su ministerio sacerdotal. Agradecemos la fraterna acogida que nos dispensa  esta comunidad parroquial de San Rafael Arcángel.
 Un pensamiento muy especial dirijo a los padres de Dilmer que donan este hijo a Dios y a la Iglesia. Los hijos, son hijos de Dios. Ustedes le han dado lo mejor a Dios, y Dios que, no se deja ganar en generosidad, los recompensará largamente. Todos sus hijos son estupendos, pero Dilmer, dentro de algunos minutos, será Cristo vivo, actuante y presente  en medio de su pueblo. Él les dará, estoy seguro de ello, las mayores alegrías. Pediré, y pido que me acompañen en esta petición, al dueño de la Iglesia, a Dios, que nos envíe más sacerdotes, que nos envíe sacerdotes santos, espejos refulgentes  de Jesús en esta tierra.
En varias partes de la liturgia de esta solemne celebración, mencionaremos al Espíritu del Señor. En la primera lectura, hemos escuchado una profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí" (Is 61,1). El evangelio nos narra cómo, la tarde misma del día de su resurrección, Jesús se presenta en el cenáculo, donde, llenos de miedo, están encerrados sus apóstoles y, después de saludarlos, los envía en misión,  les confiere su espíritu y les da poderes para perdonar pecados en su nombre (Cf Jn 20,22). Dilmer, cuando estés  postrado en tierra, pediremos al Padre celestial que “por la efusión del Espíritu Santo te libre de todo mal”. Y en la oración consecratoria, después de la imposición de las manos, pediré al Señor: “Renueva “en su corazón el Espíritu de Santidad; reciba de Ti el sacerdocio de segundo grado y sea, con su conducta, ejemplo de vida” (Ritual de Ordenación de Presbíteros).
Mis queridos hermanos y hermanas, el Espíritu Santo es el que preside hoy esta Eucaristía. Él es quien dona a la Iglesia hoy un nuevo presbítero wayuu  para formar parte del presbiterio que está colaborando conmigo y Mons. Ángel Caraballo en el pastoreo de esta Arquidiócesis. El Espíritu Santo sigue sembrando en los corazones de los jóvenes de esta tierra goajira la semilla de la vocación sacerdotal. No nos cansemos de orar, en familia y en parroquia; en grupos apostólicos y asociaciones misioneras para que todos los llamados respondan con generosidad, sin titubeos, sin miedos, con gran alegría y disponibilidad, como lo hizo el profeta Isaías cuando el Señor se le manifestó y preguntó: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” Y él respondió: “Aquí estoy yo envíame” (Is 6,8).
Querido Dilmer, dentro de pocos minutos, con la imposición de mis manos y la oración consecratoria, el Espíritu del Señor te invadirá, tomará posesión de ti, te ungirá, te consagrará y, sin cambiar tu identidad y tu naturaleza, te vaciará de ti para llenarte de Él. Te convertirá en una persona “dedicada” total y exclusivamente al servicio de la misión divina; serás enviado por El para actuar en nombre de Jesús,  ser signo de su presencia, anunciar su evangelio  a los pobres, vendar los corazones rotos, liberar a los esclavizados por el  pecado, anunciar la alegría de la salvación.
El Espíritu que descenderá sobre ti es el mismo Espíritu que “se cernía sobre las aguas” cuando Dios creaba todas las cosas (Cf Gen 1,2); el mismo que guió y protegió a Moisés en el desierto (Ex 33,12-17); el que descendió sobre la Virgen María en el momento de la encarnación del Hijo de Dios en su seno (Cf Lc 1,35); el que reveló la identidad y la misión de Cristo en el momento de su bautismo en el Jordán (Cf Lc 3,22); el mismo Espíritu que Cristo transmitió a los apóstoles en la tarde de Pascua y Pentecostés (Cf Jn 20,22; Hech 2,4).
Hoy, querido hijo, Cristo te dona su Espíritu, el cual te cubre, te llena, te fortalece, te anima, te ilumina, en resumen, te santifica, para que seas, delante de los hombres, su testigo fiel e idóneo,  pues, “aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal., 2, 20). (PO, 12). Está unción del Espíritu debe permanecer en ti y debes comunicarla a las personas que la Iglesia, en mi persona hoy y en mis sucesores más adelante, te encomiende. Debes cultivarla y aumentarla cada día con tu trato con Jesús en la oración, en la lectura asidua de la Palabra de Dios, en la recepción de los sacramentos de la eucaristía y confesión, y en la disponibilidad y apertura de corazón para  dejarte evangelizar por los pobres y sencillos.
El Papa Francisco ha insistido en las homilías que celebra diariamente en la casa Santa Marta, sobre la necesidad de que el sacerdote se tome en serio su vida espiritual. “La fuerza – dice el papa- de un sacerdote está en la relación con Jesús; éste, cuando crecía en popularidad, iba al Padre, se retiraba en lugares solitarios a rezar (CF Jn 6,15)”. En tus exámenes de conciencia, nunca debe faltar la pregunta siguiente: “¿cuál es el lugar que ocupa la oración en mi vida sacerdotal?, ¿tengo (con Jesús) una relación viva de discípulo a maestro, de pobre hombre a Dios, o es una relación artificial…que no viene de corazón?” 
Sigue diciendo el papa que “cuando un sacerdote se aleja de Jesús puede perder la unción”. En su vida no, pues está ontológicamente configurado a Cristo…”pero la pierde existencialmente. Y en vez de ser ungido termina por ser grasiento. Los que ponen la fuerza en las cosas artificiales, en las vanidades, en comportamientos impropios…en un lenguaje cursi…Cuantas veces hemos escuchado decir con dolor “éste es un cura vanidoso porque siempre habla de superficialidades…ha perdido la unción: es un grasiento
Por la presencia del Espíritu en ti, por su acción y gracia, podrás realizar gestos extraordinarios que superan infinitamente tus capacidades naturales: los hombres se convertirán en hijos de Dios, los pecadores encontrarán la misericordia del Padre, los prisioneros del mal encontrarán la vía de la conversión en la escucha de la palabra que salva. El Espíritu estará sobre ti, cuando, en cada misa, Cristo toma posesión de tu frágil humanidad para hacerse presente en su cuerpo y Sangre  en las especies eucarísticas. Saber todo esto, debe llenarte por un lado de temor y de temblor, pero por otro de alegría y de responsabilidad todos los días de tu vida.
La presencia del Espíritu sobre ti no te hace miembro de una clase que debe ser homenajeada o venerada; no te convierte en un huésped o un extranjero al servicio  de la Iglesia, sino en un familiar de Dios. El huésped y el extranjero son servidos y homenajeados; los familiares sirven, acogen, son responsables del buen andar de la familia, no son señores y propietarios, sino siervos y administradores alegres y fieles (Cf Mt 24,45-47). 
Esa es la actitud que nos pide el Papa Francisco en el capítulo V de su Exhortación apostólica “El gozo del Evangelio”: que seamos “Evangelizadores con Espíritu”, es decir, que nos abramos, sin temor,  a la acción del Espíritu Santo, para que se repita la escena que nos narra el libro de los Hechos, cuando los apóstoles, al recibir la efusión del Espíritu, salen de sí mismos y se transforman en anunciadores de las grandezas de Dios (Hech 2,1-11).
Es un gran reto que tienes, querido hijo. Cuenta con mi oración y mi cercanía de Padre, con el apoyo y la compañía fraterna de tu presbiterio al cual desde hoy te incorporas y la entrega al lado tuyo de muchos laicos comprometidos. Tienes todavía poco tiempo en la Misión del Guana, pero ya la amas y estás dando la vida por ella. Estás en la periferia geográfica y existencial de nuestra arquidiócesis. Allí has podido ver con tus propios ojos la pobreza, la carencia de los productos de primera necesidad, el contrabando que está desangrando nuestro país….Siéntete orgulloso de servir a estos hermanos tuyos de fe y de etnia; ellos son los preferidos del Señor.
Ser evangelizador con Espíritu te llevará a asumir la opción evangelizadora de Jesús, que asumió la naturaleza humana menos el pecado, que no hizo alarde de su categoría de Dios, que miraba a las personas con una profunda atención amorosa, que era accesible a todos, no ponía barreras sino más bien las quitaba, no excluyó a nadie de su corazón: pecadores públicos, prostitutas, ricos, pobres, personas con diferentes ideologías, a pesar de la crítica de los que lo tildaban de comilón, borracho  y no entendían su modo de actuar. Todos recibieron de Jesús: perdón, consuelo, afecto, reprensión y guía.
Hace una semana, la Iglesia Universal y nuestra Iglesia Arquidiocesana, inició el Año de la Vida Consagrada decretado por nuestro querido papa Francisco. También estamos preparándonos para celebrar el quinto centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús, santa, mística, reformadora del Carmelo y doctora de la Iglesia de cuya doctrina y experiencia espiritual se alimenta la Iglesia. Esta mística afirmó que  "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
Que ese Espíritu, especialmente a través de sus dones, te ayude en el cumplimiento de tu misión: el don de la sabiduría para saber descifrar la presencia de Dios en los acontecimientos de tu propia vida y de la Iglesia (Cf Rom 12,2); el don de la inteligencia, para buscar con pasión la verdad revelada y sentir con la Iglesia; el don de consejo para dejarte orientar en tu propia conducta según la Providencia, sin dejarte condicionar por los prejuicios del mundo; el don de la fortaleza para enfrentar con ánimo las dificultades del ministerio (Cf 2 Tim 2,3) y proclamar a tiempo y a destiempo, con « parresía » (audacia) apostólica, el Evangelio de la salvación (cf. Hch 4, 29.31); el don de la ciencia “para que puedas comprender, junto con todos los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo” (Ef 3,18); el don de piedad que reavive en ti “el don de Dios que te fue conferido desde el momento en que te impuse las manos” (2 Tim 1,6); finalmente,  el don del temor de Dios, el último en la jerarquía de los dones, para que vivas y actúes siempre consciente de que llevas el tesoro del sacerdocio en un frágil vaso de barro (Cf 2 Co 4,7) y por consiguiente de la inaplazable necesidad de la gracia divina (Cf 2 Co 12,9-10), puesto que « ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer » (1 Co 3,7)”.
Sé que tienes una gran devoción a Nuestra Señora de Guadalupe. Que ella que es modelo de acogida, de escucha, de obediencia al Espíritu, te ayude en tu ministerio sacerdotal, para que, con libre y consciente docilidad, dejes al Señor actuar a través de ti, en favor de la salvación de los hombres. Que Dios y su Santísima Virgen, “que comenzaron en ti esta buena obra, ellos la lleven a feliz término”. Amén.
San Rafael de El Moján, 29 de noviembre de 2014


+ Ubaldo Ramón Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo.


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