HOMILIA EN LA ORDENACIÓN PRESBITERAL DEL DIAC.
DILMER BAEZ.
Sábado 29 de Noviembre de 2014
(Isaías 61, 1-3; Salmo 88; Heb 5, 1-10; Jn. 20, 19-23)
Querido
Diácono Dilmer y familia
Queridas
hermanas y queridos hermanos en Cristo Jesús,
Con gran
alegría les saludo a todos ustedes, familiares y amigos que han venido de
diversas partes del territorio arquidiocesano y de otras diócesis, para
acompañar al diácono Dilmer en este acto trascendental y único que lo
transformará en “sacerdote para siempre”. Bendigamos al Señor Jesús quien, en su infinita
misericordia, lo ha ido a buscar entre los jóvenes de Guarero, en su tierra
goajira, para ponerlo, como dice la Carta a los Hebreos “a su servicio en favor
de los hombres a fin de ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Heb 5,1).
Están presentes
en esta celebración los feligreses de la parroquia Sagrado Corazón de Guarero,
parroquia que lo vio nacer y descubrir su vocación, de la parroquia Cristo
Redentor de Tamare, donde realizó su etapa pastoral y ejerció su ministerio diaconal, y de la Parroquia Santa María de Guana donde
ejercerá como su ministerio sacerdotal. Agradecemos la fraterna acogida que nos
dispensa esta comunidad parroquial de
San Rafael Arcángel.
Un pensamiento muy especial dirijo a los
padres de Dilmer que donan este hijo a Dios y a la Iglesia. Los hijos, son
hijos de Dios. Ustedes le han dado lo mejor a Dios, y Dios que, no se deja
ganar en generosidad, los recompensará largamente. Todos sus hijos son
estupendos, pero Dilmer, dentro de algunos minutos, será Cristo vivo, actuante
y presente en medio de su pueblo. Él les
dará, estoy seguro de ello, las mayores alegrías. Pediré, y pido que me
acompañen en esta petición, al dueño de la Iglesia, a Dios, que nos envíe más
sacerdotes, que nos envíe sacerdotes santos, espejos refulgentes de Jesús en esta tierra.
En varias
partes de la liturgia de esta solemne celebración, mencionaremos al Espíritu
del Señor. En la primera lectura, hemos escuchado una profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí"
(Is 61,1). El evangelio nos narra cómo, la tarde misma del día de su
resurrección, Jesús se presenta en el cenáculo, donde, llenos de miedo, están
encerrados sus apóstoles y, después de saludarlos, los envía en misión, les confiere su espíritu y les da poderes
para perdonar pecados en su nombre (Cf Jn 20,22). Dilmer, cuando estés postrado en tierra, pediremos al Padre celestial
que “por la efusión del Espíritu Santo te
libre de todo mal”. Y en la oración consecratoria, después de la imposición
de las manos, pediré al Señor: “Renueva “en
su corazón el Espíritu de Santidad; reciba de Ti el sacerdocio de segundo grado
y sea, con su conducta, ejemplo de vida” (Ritual de Ordenación de Presbíteros).
Mis queridos
hermanos y hermanas, el Espíritu Santo es el que preside hoy esta Eucaristía. Él
es quien dona a la Iglesia hoy un nuevo presbítero wayuu para formar parte del presbiterio que está
colaborando conmigo y Mons. Ángel Caraballo en el pastoreo de esta
Arquidiócesis. El Espíritu Santo sigue sembrando en los corazones de los jóvenes
de esta tierra goajira la semilla de la vocación sacerdotal. No nos cansemos de
orar, en familia y en parroquia; en grupos apostólicos y asociaciones
misioneras para que todos los llamados respondan con generosidad, sin titubeos,
sin miedos, con gran alegría y disponibilidad, como lo hizo el profeta Isaías
cuando el Señor se le manifestó y preguntó: “¿A
quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” Y él respondió: “Aquí estoy yo envíame” (Is 6,8).
Querido Dilmer,
dentro de pocos minutos, con la imposición de mis manos y la oración
consecratoria, el Espíritu del Señor te invadirá, tomará posesión de ti, te ungirá,
te consagrará y, sin cambiar tu identidad y tu naturaleza, te vaciará de ti
para llenarte de Él. Te convertirá en una persona “dedicada” total y exclusivamente
al servicio de la misión divina; serás enviado por El para actuar en nombre de
Jesús, ser signo de su presencia,
anunciar su evangelio a los pobres,
vendar los corazones rotos, liberar a los esclavizados por el pecado, anunciar la alegría de la salvación.
El Espíritu
que descenderá sobre ti es el mismo Espíritu que “se cernía sobre las aguas” cuando Dios creaba todas las cosas (Cf
Gen 1,2); el mismo que guió y protegió a Moisés en el desierto (Ex 33,12-17); el
que descendió sobre la Virgen María en el momento de la encarnación del Hijo de
Dios en su seno (Cf Lc 1,35); el que reveló la identidad y la misión de Cristo
en el momento de su bautismo en el Jordán (Cf Lc 3,22); el mismo Espíritu que
Cristo transmitió a los apóstoles en la tarde de Pascua y Pentecostés (Cf Jn
20,22; Hech 2,4).
Hoy, querido
hijo, Cristo te dona su Espíritu, el cual te cubre, te llena, te fortalece, te
anima, te ilumina, en resumen, te santifica, para que seas, delante de los
hombres, su testigo fiel e idóneo, pues,
“aunque la gracia de Dios puede realizar
la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo,
Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de
quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima
unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: "Ya
no vivo yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal., 2, 20). (PO, 12). Está unción del Espíritu debe permanecer en ti y
debes comunicarla a las personas que la Iglesia, en mi persona hoy y en mis
sucesores más adelante, te encomiende. Debes cultivarla y aumentarla cada día
con tu trato con Jesús en la oración, en la lectura asidua de la Palabra de
Dios, en la recepción de los sacramentos de la eucaristía y confesión, y en la
disponibilidad y apertura de corazón para
dejarte evangelizar por los pobres y sencillos.
El Papa
Francisco ha insistido en las homilías que celebra diariamente en la casa Santa
Marta, sobre la necesidad de que el sacerdote se tome en serio su vida espiritual.
“La fuerza – dice el papa- de un sacerdote
está en la relación con Jesús; éste, cuando crecía en popularidad, iba al
Padre, se retiraba en lugares solitarios a rezar (CF Jn 6,15)”. En tus exámenes
de conciencia, nunca debe faltar la pregunta siguiente: “¿cuál es el lugar que ocupa la oración en mi vida sacerdotal?, ¿tengo
(con Jesús) una relación viva de discípulo a maestro, de pobre hombre a Dios, o
es una relación artificial…que no viene de corazón?”
Sigue diciendo
el papa que “cuando un sacerdote se aleja
de Jesús puede perder la unción”. En su vida no, pues está ontológicamente
configurado a Cristo…”pero la pierde
existencialmente. Y en vez de ser ungido termina por ser grasiento. Los que
ponen la fuerza en las cosas artificiales, en las vanidades, en comportamientos
impropios…en un lenguaje cursi…Cuantas veces hemos escuchado decir con dolor “éste
es un cura vanidoso porque siempre habla de superficialidades…ha perdido la
unción: es un grasiento”
Por la
presencia del Espíritu en ti, por su acción y gracia, podrás realizar gestos
extraordinarios que superan infinitamente tus capacidades naturales: los
hombres se convertirán en hijos de Dios, los pecadores encontrarán la
misericordia del Padre, los prisioneros del mal encontrarán la vía de la conversión
en la escucha de la palabra que salva. El Espíritu estará sobre ti, cuando, en
cada misa, Cristo toma posesión de tu frágil humanidad para hacerse presente en
su cuerpo y Sangre en las especies
eucarísticas. Saber todo esto, debe llenarte por un lado de temor y de temblor,
pero por otro de alegría y de responsabilidad todos los días de tu vida.
La presencia
del Espíritu sobre ti no te hace miembro de una clase que debe ser homenajeada
o venerada; no te convierte en un huésped o un extranjero al servicio de la Iglesia, sino en un familiar de Dios.
El huésped y el extranjero son servidos y homenajeados; los familiares sirven,
acogen, son responsables del buen andar de la familia, no son señores y
propietarios, sino siervos y administradores alegres y fieles (Cf Mt 24,45-47).
Esa es la actitud
que nos pide el Papa Francisco en el capítulo V de su Exhortación apostólica
“El gozo del Evangelio”: que seamos “Evangelizadores con Espíritu”, es decir,
que nos abramos, sin temor, a la acción del Espíritu Santo, para que se
repita la escena que nos narra el libro de los Hechos, cuando los apóstoles, al
recibir la efusión del Espíritu, salen de sí mismos y se transforman en
anunciadores de las grandezas de Dios (Hech 2,1-11).
Es un gran
reto que tienes, querido hijo. Cuenta con mi oración y mi cercanía de Padre,
con el apoyo y la compañía fraterna de tu presbiterio al cual desde hoy te
incorporas y la entrega al lado tuyo de muchos laicos comprometidos. Tienes
todavía poco tiempo en la Misión del Guana, pero ya la amas y estás dando la
vida por ella. Estás en la periferia geográfica y existencial de nuestra
arquidiócesis. Allí has podido ver con tus propios ojos la pobreza, la carencia
de los productos de primera necesidad, el contrabando que está desangrando
nuestro país….Siéntete orgulloso de servir a estos hermanos tuyos de fe y de
etnia; ellos son los preferidos del Señor.
Ser
evangelizador con Espíritu te llevará a asumir la opción evangelizadora de
Jesús, que asumió la naturaleza humana menos el pecado, que no hizo alarde de
su categoría de Dios, que miraba a las personas con una profunda atención
amorosa, que era accesible a todos, no ponía barreras sino más bien las
quitaba, no excluyó a nadie de su corazón: pecadores públicos, prostitutas,
ricos, pobres, personas con diferentes ideologías, a pesar de la crítica de los
que lo tildaban de comilón, borracho y
no entendían su modo de actuar. Todos recibieron de Jesús: perdón, consuelo,
afecto, reprensión y guía.
Hace una
semana, la Iglesia Universal y nuestra Iglesia Arquidiocesana, inició el Año de
la Vida Consagrada decretado por nuestro querido papa Francisco. También
estamos preparándonos para celebrar el quinto centenario del Nacimiento de
Santa Teresa de Jesús, santa, mística, reformadora del Carmelo y doctora de la
Iglesia de cuya doctrina y experiencia espiritual se alimenta la Iglesia. Esta
mística afirmó que "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una
hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros
habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".
Que ese
Espíritu, especialmente a través de sus dones, te ayude en el cumplimiento de
tu misión: el don de la sabiduría para saber descifrar la presencia de Dios en
los acontecimientos de tu propia vida y de la Iglesia (Cf Rom 12,2); el don de
la inteligencia, para buscar con pasión la verdad revelada y sentir con la
Iglesia; el don de consejo para dejarte orientar en tu propia conducta según la
Providencia, sin dejarte condicionar por los prejuicios del mundo; el don de la
fortaleza para enfrentar con ánimo las dificultades del ministerio (Cf 2 Tim
2,3) y proclamar a tiempo y a destiempo, con « parresía » (audacia) apostólica,
el Evangelio de la salvación (cf. Hch 4, 29.31); el don de la ciencia “para que puedas comprender, junto con todos
los creyentes, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del
amor de Cristo” (Ef 3,18); el don de piedad que reavive en ti “el don de Dios que te fue conferido desde el
momento en que te impuse las manos” (2 Tim 1,6); finalmente, el don del temor de Dios, el último en la
jerarquía de los dones, para que vivas y actúes siempre consciente de que
llevas el tesoro del sacerdocio en un frágil vaso de barro (Cf 2 Co 4,7) y por
consiguiente de la inaplazable necesidad de la gracia divina (Cf 2 Co 12,9-10),
puesto que « ni el que planta es algo, ni
el que riega, sino Dios que hace crecer » (1 Co 3,7)”.
Sé que tienes
una gran devoción a Nuestra Señora de Guadalupe. Que ella que es modelo de
acogida, de escucha, de obediencia al Espíritu, te ayude en tu ministerio
sacerdotal, para que, con libre y consciente docilidad, dejes al Señor actuar a
través de ti, en favor de la salvación de los hombres. Que Dios y su Santísima
Virgen, “que comenzaron en ti esta buena
obra, ellos la lleven a feliz término”. Amén.
San Rafael de
El Moján, 29 de noviembre de 2014
+ Ubaldo Ramón
Santana Sequera
Arzobispo de
Maracaibo.
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