domingo, 27 de septiembre de 2020

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020 - HOMILIA - EL ASUNTO ES CONVERTIRSE DE CORAZON Y HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

 


DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

HOMILIA

EL ASUNTO ES CONVERTIRSE DE CORAZON Y HACER LA VOLUNTAD DE DIOS

 

Muy queridos hermanos,

¿Qué les parece? Así empieza Jesús, con una pregunta provocativa, la parábola de hoy. Nos tocará entonces estar muy atentos a su enseñanza para darle nuestra respuesta. Jesús acaba de entrar solemnemente a lomo de borrico en Jerusalén, para enfrentar, tal como los él lo venía anunciando reiteradamente, los ineludibles eventos de su pasión, muerte y resurrección. Desde su misma llegada el ambiente se vuelve tenso y peligroso, sobre todo a partir de la expulsión de los mercaderes del templo. Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo cuestionan la autoridad con la que llevó a cabo ese gesto. Jesús les responde con la parábola que acabamos de escuchar y otras, de sabor escatológico, que tendremos oportunidad de escuchar en los domingos siguientes.

¿Qué les parece? Un padre pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le dice que no va, pero luego se arrepiente y va. El segundo le contesta ceremoniosamente: “Ya voy, Señor”, pero no se traslada a la viña. Finalizada la parábola, Jesús les pregunta a sus oyentes cuál de los dos hizo la voluntad del padre. Todos concluyen unánimemente que fue el primero porque, aunque de palabra, dijo que no iba, de hecho, fue a la viña.

Con sus respuestas sus acusadores quedaron, sin darse cuenta, en evidencia porque inmediatamente Jesús les hará ver que ellos actúan como el segundo hijo. Dicen que SI a Dios, de manera muy solemne y ceremoniosa, pero no van a la viña, no hacen la voluntad de Dios. Son los supuestos obedientes oficiales a los ojos del pueblo, pero que no le obedecen a Dios, quien dijo innumerables veces: “Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios no holocaustos” (Os 6,6).

Y entonces ¿quiénes son los que están representados en el primer hijo? Los publicanos y las prostitutas, los profesionales del NO, que llevan una vida pública y notoriamente reprobable, pero no están blindados en su maldad, tienen rendijas por donde se cuelan remordimientos, deseos de una vida distinta, y por eso son capaces de acoger el llamado que Cristo les hace, a la conversión y a la fe. Para Jesús no queda duda: “los publicanos y las prostitutas se les han adelantado (a ustedes doctores y ancianos del pueblo) en el camino del Reino de los cielos”.

Los doctores de la ley, los sumos sacerdotes no creyeron en Juan el Bautista mientras que los recaudadores de impuestos y las prostitutas si reconocieron en él un enviado de Dios, lo buscaron, aceptaron su mensaje y le creyeron. La preferencia de Jesús por estos pecadores públicos no se ha de interpretar como un elogio al pecado, como si este fuera una virtud. El vino a sacar el pecado de la vida del mundo y de los hombres. Así lo presentó Juan el Bautista: como “el cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús está en Jerusalén para el enfrentamiento definitivo con el pecado. Le va a costar dolor, tortura, sufrimiento, cruz y muerte, pero lo va a vencer.

Pero una cosa es el pecado y otra el pecador.  Para ellos derrochará bondad y misericordia Su primera victoria, su primer fruto, será uno de los ladrones crucificados con él. Uno de esos que se pasó la vida diciendo NO, NO, NO, pero al final fue vencido por la bondad, la inocencia, la fuerza del amor misericordioso de un crucificado. San Pablo, que experimentó en carne propia la fuerza transformadora de la misericordia de Jesús, nos apremia en nombre de Cristo, en la segunda lectura, a hacer nuestros los mismos sentimientos que tuvo Jesús. Sentimientos de humildad, de compasión y de bondad y perdón. 

Nos presenta precisamente a Jesús revestido de estos rasgos y sentimientos. Se despojó de su divinidad, se anonadó a sí mismo haciéndose hombre, uno más entre los hombres, tomando la condición de servidor; se humilló a sí mismo y obedeció la voluntad de su Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Él es el tercer hijo que, al escuchar a su Padre que le pide: “Hijo, ve a trabajar a mi viña”, le respondió que sí de una vez y se vino, sin demora, a trabajar en ella. Es la viña de la humanidad pecadora.  El Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

Comenta hermosamente la Carta a los Hebreos, que, “al entrar en el mundo dijo: No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo. No te agradaron holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy, he venido a cumplir tu voluntad” (He 10,5-7). Por eso, como era un hombre sencillo y humilde entre los hombres, se pudo acercar a los recaudadores de impuestos, a las mujeres de la calle y ofrecerles la gracia del amor misericordioso, el evangelio del reino de Dios para los pobres, los pequeños, los despreciados, los marginados sociales de aquella época.

¡Cuánta falta nos hace dejar entrar el mensaje del evangelio de hoy en nuestras vidas! Porque, hermanos, es alarmante como se ha desvalorizado el valor de la palabra que se pronuncia y que se da. Antes no hacía falta papel, ni firma, ni sello, ni apostilla, ni nada de eso, para que dos personas se comprometieran en algo y cada uno lo cumpliera. Le doy mi palabra. Y eso bastaba. Hoy montamos grandes parafernalias religiosas y sociales, matrimonios, ordenaciones, votos religiosos perpetuos, donde hacemos grandes proclamas de cumplimiento y fidelidad, pero son palabras huecas sin ninguna consecuencia.

Hemos de temblar por el terrible mal que causa el pecado de la doble cara, de la incoherencia del decir ante Dios y la familia, la comunidad, la sociedad, una cosa de boca para fuera y actuar de modo contrario en la vida práctica, pues pone en peligro nuestra salvación eterna, pero hemos de saber que tenemos entre nosotros a Jesús, el manso y humilde de corazón, que, como su padre, es lento a la ira y rico en perdón. En una de sus pocas audiencias el Papa Juan Pablo I hizo este comentario: “Corro el riesgo de decir un despropósito. Pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que, a veces, permite pecados graves ¿Para qué? Para que quienes los han cometido-estos pecados digo- después de arrepentirse y ser perdonados en la confesión lleguen a ser humildes” y de allí en adelante, añado yo, aborrezcan con más fuerza aún esos pecados cometidos y busquen alejarse para siempre de ese mal.

Ojalá Jesús nos encuentre a todos entre los de la primera categoría, del lado de las prostitutas y publicanos.  Que encuentre en nosotros nuevos Mateos, Zaqueos, Magdalenas, adúlteros, Profesionales del NO, pero con un corazón de puertas abiertas, dispuestos a recibir su mensaje, a arrojarnos en sus brazos misericordiosos, pidiendo perdón con lágrimas de arrepentimiento sincero, decididos a empezar con él, una nueva vida de fe, de caridad, y de solidaridad con los más necesitados. No lo dudemos, de nada sirven los gargarismos piadosos si no traducimos la fe en obras (Mt 7,21). Pues obras son amores y no buenas palabras.  

Dejémonos buscar y encontrar por Jesús, que se cuele con la fuerza de su amor y de su misericordiosa paciencia, por alguna rendija de nuestras vidas y nos arranque para siempre de las garras del mal y de la muerte.  Él sabe que somos ovejas de su rebaño, enfermos necesitados de su sanación, personas sumidas en el mal, del cual no podemos salir, por nuestras propias fuerzas, pero si él se acerca, nos tiende la mano y nos atrae hacia sí, conoceremos los verdaderos y gozosos pastos de esta vida.

Señor, enséñanos a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón; guíanos por la senda de tus mandatos, porque ella es nuestro gozo”. (Adapt. Salmo 118)

Carora, 27 de septiembre de 2020

 

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede vacante de Carora

No hay comentarios:

Publicar un comentario