DOMINGO
XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020
HOMILIA
EL ASUNTO ES CONVERTIRSE
DE CORAZON Y HACER LA VOLUNTAD DE DIOS
Muy queridos hermanos,
¿Qué les parece? Así empieza Jesús,
con una pregunta provocativa, la parábola de hoy. Nos tocará entonces estar muy
atentos a su enseñanza para darle nuestra respuesta. Jesús acaba de entrar
solemnemente a lomo de borrico en Jerusalén, para enfrentar, tal como los él lo
venía anunciando reiteradamente, los ineludibles eventos de su pasión, muerte y
resurrección. Desde su misma llegada el ambiente se vuelve tenso y peligroso,
sobre todo a partir de la expulsión de los mercaderes del templo. Los sumos
sacerdotes y los ancianos del pueblo cuestionan la autoridad con la que llevó a
cabo ese gesto. Jesús les responde con la parábola que acabamos de escuchar y
otras, de sabor escatológico, que tendremos oportunidad de escuchar en los
domingos siguientes.
¿Qué les parece? Un padre
pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le dice que no
va, pero luego se arrepiente y va. El segundo le contesta ceremoniosamente: “Ya voy, Señor”, pero no se traslada a la
viña. Finalizada la parábola, Jesús les pregunta a sus oyentes cuál de los dos
hizo la voluntad del padre. Todos concluyen unánimemente que fue el primero
porque, aunque de palabra, dijo que no iba, de hecho, fue a la viña.
Con sus respuestas sus
acusadores quedaron, sin darse cuenta, en evidencia porque inmediatamente Jesús
les hará ver que ellos actúan como el segundo hijo. Dicen que SI a Dios, de
manera muy solemne y ceremoniosa, pero no van a la viña, no hacen la voluntad
de Dios. Son los supuestos obedientes oficiales a los ojos del pueblo, pero que
no le obedecen a Dios, quien dijo innumerables veces: “Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios no
holocaustos” (Os 6,6).
Y entonces ¿quiénes son los
que están representados en el primer hijo? Los publicanos y las prostitutas,
los profesionales del NO, que llevan una vida pública y notoriamente reprobable,
pero no están blindados en su maldad, tienen rendijas por donde se cuelan
remordimientos, deseos de una vida distinta, y por eso son capaces de acoger el
llamado que Cristo les hace, a la conversión y a la fe. Para Jesús no queda
duda: “los publicanos y las prostitutas
se les han adelantado (a ustedes doctores y ancianos del pueblo) en el camino del Reino de los cielos”.
Los doctores de la ley, los
sumos sacerdotes no creyeron en Juan el Bautista mientras que los recaudadores
de impuestos y las prostitutas si reconocieron en él un enviado de Dios, lo
buscaron, aceptaron su mensaje y le creyeron. La preferencia de Jesús por estos
pecadores públicos no se ha de interpretar como un elogio al pecado, como si
este fuera una virtud. El vino a sacar el pecado de la vida del mundo y de los
hombres. Así lo presentó Juan el Bautista: como “el cordero que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús está en
Jerusalén para el enfrentamiento definitivo con el pecado. Le va a costar
dolor, tortura, sufrimiento, cruz y muerte, pero lo va a vencer.
Pero una cosa es el pecado y
otra el pecador. Para ellos derrochará bondad
y misericordia Su primera victoria, su primer fruto, será uno de los ladrones
crucificados con él. Uno de esos que se pasó la vida diciendo NO, NO, NO, pero
al final fue vencido por la bondad, la inocencia, la fuerza del amor
misericordioso de un crucificado. San Pablo, que experimentó en carne propia la
fuerza transformadora de la misericordia de Jesús, nos apremia en nombre de
Cristo, en la segunda lectura, a hacer nuestros los mismos sentimientos que
tuvo Jesús. Sentimientos de humildad, de compasión y de bondad y perdón.
Nos presenta precisamente a
Jesús revestido de estos rasgos y sentimientos. Se despojó de su divinidad, se
anonadó a sí mismo haciéndose hombre, uno más entre los hombres, tomando la
condición de servidor; se humilló a sí mismo y obedeció la voluntad de su Padre
hasta la muerte y muerte de cruz. Él es el tercer hijo que, al escuchar a su
Padre que le pide: “Hijo, ve a trabajar a
mi viña”, le respondió que sí de una vez y se vino, sin demora, a trabajar
en ella. Es la viña de la humanidad pecadora.
El Hijo de Dios se hizo hombre y
habitó entre nosotros (Jn 1,14).
Comenta hermosamente la Carta
a los Hebreos, que, “al entrar en el
mundo dijo: No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo. No
te agradaron holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces dije: Aquí estoy,
he venido a cumplir tu voluntad” (He 10,5-7). Por eso, como era un hombre
sencillo y humilde entre los hombres, se pudo acercar a los recaudadores de
impuestos, a las mujeres de la calle y ofrecerles la gracia del amor
misericordioso, el evangelio del reino de Dios para los pobres, los pequeños,
los despreciados, los marginados sociales de aquella época.
¡Cuánta falta nos hace dejar
entrar el mensaje del evangelio de hoy en nuestras vidas! Porque, hermanos, es
alarmante como se ha desvalorizado el valor de la palabra que se pronuncia y
que se da. Antes no hacía falta papel, ni firma, ni sello, ni apostilla, ni
nada de eso, para que dos personas se comprometieran en algo y cada uno lo
cumpliera. Le doy mi palabra. Y eso bastaba. Hoy montamos grandes parafernalias
religiosas y sociales, matrimonios, ordenaciones, votos religiosos perpetuos,
donde hacemos grandes proclamas de cumplimiento y fidelidad, pero son palabras
huecas sin ninguna consecuencia.
Hemos de temblar por el
terrible mal que causa el pecado de la doble cara, de la incoherencia del decir
ante Dios y la familia, la comunidad, la sociedad, una cosa de boca para fuera
y actuar de modo contrario en la vida práctica, pues pone en peligro nuestra
salvación eterna, pero hemos de saber que tenemos entre nosotros a Jesús, el
manso y humilde de corazón, que, como su padre, es lento a la ira y rico en
perdón. En una de sus pocas audiencias el Papa Juan Pablo I hizo este
comentario: “Corro el riesgo de decir un
despropósito. Pero lo digo: el Señor ama tanto la humildad que, a veces,
permite pecados graves ¿Para qué? Para que quienes los han cometido-estos
pecados digo- después de arrepentirse y ser perdonados en la confesión lleguen
a ser humildes” y de allí en adelante, añado yo, aborrezcan con más fuerza
aún esos pecados cometidos y busquen alejarse para siempre de ese mal.
Ojalá Jesús nos encuentre a
todos entre los de la primera categoría, del lado de las prostitutas y
publicanos. Que encuentre en nosotros
nuevos Mateos, Zaqueos, Magdalenas, adúlteros, Profesionales del NO, pero con
un corazón de puertas abiertas, dispuestos a recibir su mensaje, a arrojarnos
en sus brazos misericordiosos, pidiendo perdón con lágrimas de arrepentimiento
sincero, decididos a empezar con él, una nueva vida de fe, de caridad, y de
solidaridad con los más necesitados. No lo dudemos, de nada sirven los
gargarismos piadosos si no traducimos la fe en obras (Mt 7,21). Pues obras son
amores y no buenas palabras.
Dejémonos buscar y encontrar
por Jesús, que se cuele con la fuerza de su amor y de su misericordiosa
paciencia, por alguna rendija de nuestras vidas y nos arranque para siempre de
las garras del mal y de la muerte. Él sabe
que somos ovejas de su rebaño, enfermos necesitados de su sanación, personas
sumidas en el mal, del cual no podemos salir, por nuestras propias fuerzas,
pero si él se acerca, nos tiende la mano y nos atrae hacia sí, conoceremos los
verdaderos y gozosos pastos de esta vida.
“Señor, enséñanos
a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón; guíanos por la senda de
tus mandatos, porque ella es nuestro gozo”. (Adapt. Salmo 118)
Carora, 27 de septiembre de 2020
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico sede vacante de Carora
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