domingo, 20 de septiembre de 2020

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

 DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020

LECTURAS: Is 55,6-9; Salmo 144; Fil 1,20-24.27; Mt 20,1-16

HOMILIA

Muy amados hermanas y hermanos,

Una vez más el Señor Jesús quiere, con la parábola de hoy, colocarnos ante las puertas del reino de Dios, que es él mismo, para invitarnos a entrar y vivir con él, y poder a decir como Pablo en la segunda lectura: “Para mí la vida es Cristo”. La parábola está dividida en tres partes. La primera nos narra las cinco salidas que realiza el dueño de la viña, en distintas horas del día, para contratar trabajadores a su viña y el contrato de pago acordado con los primeros. La segunda, nos lleva al final de la jornada y narra la forma peculiar en que se realiza el pago de los trabajadores, con el reclamo de los primeros contratados. La tercera encierra la clave de interpretación de la parábola y su correspondiente aplicación a las comunidades discipulares que la escuchan.

El texto se abre propiamente en el final del capítulo anterior con la misma frase con que concluye: “Muchos de los primeros serán los últimos y muchos de los últimos serán los primeros” (Mt 19,30). En la perícopa anterior Mateo narra la historia de un joven de buen corazón, pero fuertemente apegado a sus abundantes posesiones materiales, y, por eso, incapaz de desprenderse de esos tesoros terrenos para compartirlos con los pobres y seguir a Jesús (Mt 19,16-30).  Frente a su mezquindad materialista, Jesús invita a los suyos a entrar en el reino de Dios, manifestado en su persona y su modo de vivir, que no se rige por nuestra lógica de poder, de ganancia, de dominio, sino por otra lógica, totalmente distinta: la de la gratuidad absoluta, del amor incondicional, la bondad y la generosidad sobreabundante.

Los humanos de la civilización actual, azuzados permanentemente por la sociedad del bienestar, del placer y del consumo egoísta, ciframos nuestra felicidad en la posesión y el goce individualista de cosas, animales y artilugios, sin importarnos la pobreza de millones de seres humanos, ni cuestionarnos ante nuestra dureza de corazón. El Reino que Jesús propone, en nombre de su Padre, viene a revelarnos que la felicidad no está en la posesión, ni en la acumulación, ni en el disfrute individualista, sino en el desprendimiento generoso en favor del prójimo y del compañero de camino.

En la parábola, Jesús se compara al dueño de una viña que sale desde temprano a reclutar trabajadores, acuerda con ellos el pago del jornal y se los lleva a su viña. Pero no contento con eso, vuelve a salir a las nueve, a las doce, a las tres e increíblemente también, a las cinco, una hora antes del fin de la jornada laboral, para buscar más trabadores y llevárselos a su viña. Ya esto es una gran felicidad para un jefe de familia, encontrar trabajo, recibir el trato y el salario justo.

Todos conocemos el drama de los alto índices de desempleo, de los salarios insuficientes que padece Venezuela y el mundo actual, agudizado de forma tremenda por la pandemia. Ya sabemos cuánto se reduce un ser humano en su dignidad, su autoestima, su capacidad relacional y creativa cuando carece de empleo cuando el trabajo que realiza es inhumano, cuando el sueldo es irrisorio y no puede sustentar convenientemente a su familia.

Jesús, dueño de la casa y de la viña, sale insistentemente al alba, a media mañana, a mediodía, a las tres de la tarde, a la cinco, cuando ya el sol declina, para llamarnos y darnos trabajo. No se cansa. El mismo sale en nuestra búsqueda. Pedro lo encontró temprano. Pablo mucho más tarde. Ambos fueron a trabajar en su viña y descubrieron que estar con él “es con mucho lo mejor”. Tu lo habrás ya experimentado. Yo también. En la primera lectura Isaías nos exhorta a buscar a Dios mientras lo podemos encontrar. En el evangelio es al revés, en el reino de Dios las cosas son al revés, es Jesús mismo quien sale a buscarnos, a ofrecernos la viña de su amor, a estrechar un pacto con cada uno de nosotros, a tratarnos con dignidad y respeto infinito.

La segunda parte, referida a la paga al final de la jornada, nos revela otra faceta inesperada y sorprendente del dueño de la viña. Les paga a todos sus jornaleros el mismo sueldo acordado con los primeros, incluso a los que solo trabajaron una hora. A todos, un denario. El reclamo de los primeros que esperaron recibir más, pone en evidencia un rasgo fundamental de Dios. Lo encontramos en el cuerpo del relato. Allí el denario viene designado con otro nombre. A los contratados a media mañana el dueño de la viña les dice: “Vengan a trabajar a mi viña y les pagaré lo que es justo”.

Un denario es el pago justo por una jornada laboral, pero Jesús no se refiere ya a la moneda del pago sino a él mismo, el Justo por excelencia. Nuestra herencia, nuestro salario justo y bueno, en el mundo del reino de Dios, es el mismo Señor Jesús. Él no nos promete otro bien, otro tesoro, que él mismo. Cuando dice “vengan a trabajar en mi viña”, nos está invitando no solo a trabajar con él sino sobre todo a estar con él, a vivir con él para él siempre. El Señor mismo es el denario bendito que recibiremos al final de la jornada cuando hayamos realizado la labor que nos ha confiado en su viña. El Señor no saca cuenta de la hora en que nos encontró, nos llamó, nos envió. Para todos, él no tiene sino un solo salario, un solo don: su persona, su gracia sobreabundante, su amor, su salvación.

La parábola nos está invitando por consiguiente a colocar nuestra mirada en la absoluta y soberana liberalidad de la actuación de Dios en favor de la humanidad. El salmo responsorial la describe espléndidamente: “Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus criaturas. Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”. Su actuación divina, examinada a través de prismas humanos, nos resulta incomprensible, pero cuando somos nosotros los agraciados, entonces caemos en la cuenta de cuán grande y sabia es su conducta.

La recompensa que el Padre nos otorga en Jesucristo su Hijo, será siempre pura gracia. En esos trabajadores de las diversas horas del día, y particularmente de la penúltima, de los que se compadeció el dueño de la viña y quiso que, sin merecerlo, llegase también a ellos un salario completamente desproporcionado, nos encontramos nosotros todos, mis hermanos. ¡Por pura gracia del Señor somos lo que somos! Si no hubiera salido esa cuarta t quinta bendita vez, ¿dónde estaríamos nosotros? Si. Nosotros somos esos que llegaron de último.

¡En el mundo de Jesús, llamado el Reino de Dios, los últimos tienen chance! Animémonos y sostengámonos firmes en nuestra fe, no decaigamos. Oremos por los que aún están esperando en la plaza a que pase el dueño de la viña y los contrate. Ahí están nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros gobernantes, nuestros vecinos. No lo saben. Puede ser que a ojos y parámetros humanos se encuentren satisfechos, pero a los ojos del reino, están desempleados. Necesitan que Jesús mismo pase por allí y les diga las mismas palabras que nos dijo a nosotros y que nos cambió la vida: “Vengan ustedes también a mi viña y les pagaré lo justo”.

¡Qué bueno, Señor que Tú no piensas calculada, interesada y mezquinamente como nosotros! ¡Qué bueno que tus planes no son nuestros planes! Que siguen otros parámetros, muy distintos a los nuestros. Tu amor, tu misericordia y tu bondad en nuestro favor empiezan donde nosotros no somos capaces de llegar. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente alguna pudo nunca imaginar quién eres Tú, ¡cuánto nos amas y lo que tienes reservado para nosotros tus hijos amados!

Carora 20 de septiembre de 2020

 

+Ubaldo R Santana Sequera FMI

Administrador apostólico sede vacante de Carora

 

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