DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020
LECTURAS: Is 55,6-9; Salmo
144; Fil 1,20-24.27; Mt 20,1-16
HOMILIA
Una vez más el Señor Jesús
quiere, con la parábola de hoy, colocarnos ante las puertas del reino de Dios,
que es él mismo, para invitarnos a entrar y vivir con él, y poder a decir como
Pablo en la segunda lectura: “Para mí la
vida es Cristo”. La parábola está dividida en tres partes. La primera nos
narra las cinco salidas que realiza el dueño de la viña, en distintas horas del
día, para contratar trabajadores a su viña y el contrato de pago acordado con
los primeros. La segunda, nos lleva al final de la jornada y narra la forma
peculiar en que se realiza el pago de los trabajadores, con el reclamo de los
primeros contratados. La tercera encierra la clave de interpretación de la
parábola y su correspondiente aplicación a las comunidades discipulares que la
escuchan.
El texto se abre propiamente
en el final del capítulo anterior con la misma frase con que concluye: “Muchos de los primeros serán los últimos y
muchos de los últimos serán los primeros” (Mt 19,30). En la perícopa
anterior Mateo narra la historia de un joven de buen corazón, pero fuertemente
apegado a sus abundantes posesiones materiales, y, por eso, incapaz de
desprenderse de esos tesoros terrenos para compartirlos con los pobres y seguir
a Jesús (Mt 19,16-30). Frente a su
mezquindad materialista, Jesús invita a los suyos a entrar en el reino de Dios,
manifestado en su persona y su modo de vivir, que no se rige por nuestra lógica
de poder, de ganancia, de dominio, sino por otra lógica, totalmente distinta:
la de la gratuidad absoluta, del amor incondicional, la bondad y la generosidad
sobreabundante.
Los humanos de la
civilización actual, azuzados permanentemente por la sociedad del bienestar, del
placer y del consumo egoísta, ciframos nuestra felicidad en la posesión y el
goce individualista de cosas, animales y artilugios, sin importarnos la pobreza
de millones de seres humanos, ni cuestionarnos ante nuestra dureza de corazón.
El Reino que Jesús propone, en nombre de su Padre, viene a revelarnos que la
felicidad no está en la posesión, ni en la acumulación, ni en el disfrute
individualista, sino en el desprendimiento generoso en favor del prójimo y del
compañero de camino.
En la parábola, Jesús se
compara al dueño de una viña que sale desde temprano a reclutar trabajadores,
acuerda con ellos el pago del jornal y se los lleva a su viña. Pero no contento
con eso, vuelve a salir a las nueve, a las doce, a las tres e increíblemente
también, a las cinco, una hora antes del fin de la jornada laboral, para buscar
más trabadores y llevárselos a su viña. Ya esto es una gran felicidad para un
jefe de familia, encontrar trabajo, recibir el trato y el salario justo.
Todos conocemos el drama de
los alto índices de desempleo, de los salarios insuficientes que padece
Venezuela y el mundo actual, agudizado de forma tremenda por la pandemia. Ya
sabemos cuánto se reduce un ser humano en su dignidad, su autoestima, su
capacidad relacional y creativa cuando carece de empleo cuando el trabajo que
realiza es inhumano, cuando el sueldo es irrisorio y no puede sustentar
convenientemente a su familia.
Jesús, dueño de la casa y de
la viña, sale insistentemente al alba, a media mañana, a mediodía, a las tres
de la tarde, a la cinco, cuando ya el sol declina, para llamarnos y darnos
trabajo. No se cansa. El mismo sale en nuestra búsqueda. Pedro lo encontró
temprano. Pablo mucho más tarde. Ambos fueron a trabajar en su viña y descubrieron
que estar con él “es con mucho lo mejor”.
Tu lo habrás ya experimentado. Yo también. En la primera lectura Isaías nos
exhorta a buscar a Dios mientras lo podemos encontrar. En el evangelio es al
revés, en el reino de Dios las cosas son al revés, es Jesús mismo quien sale a
buscarnos, a ofrecernos la viña de su amor, a estrechar un pacto con cada uno
de nosotros, a tratarnos con dignidad y respeto infinito.
La segunda parte, referida a
la paga al final de la jornada, nos revela otra faceta inesperada y
sorprendente del dueño de la viña. Les paga a todos sus jornaleros el mismo sueldo
acordado con los primeros, incluso a los que solo trabajaron una hora. A todos,
un denario. El reclamo de los primeros que esperaron recibir más, pone en
evidencia un rasgo fundamental de Dios. Lo encontramos en el cuerpo del relato.
Allí el denario viene designado con otro nombre. A los contratados a media
mañana el dueño de la viña les dice: “Vengan
a trabajar a mi viña y les pagaré lo que es justo”.
Un denario es el pago justo
por una jornada laboral, pero Jesús no se refiere ya a la moneda del pago sino
a él mismo, el Justo por excelencia. Nuestra herencia, nuestro salario justo y
bueno, en el mundo del reino de Dios, es el mismo Señor Jesús. Él no nos promete
otro bien, otro tesoro, que él mismo. Cuando dice “vengan a trabajar en mi viña”, nos está invitando no solo a
trabajar con él sino sobre todo a estar con él, a vivir con él para él siempre.
El Señor mismo es el denario bendito que recibiremos al final de la jornada
cuando hayamos realizado la labor que nos ha confiado en su viña. El Señor no
saca cuenta de la hora en que nos encontró, nos llamó, nos envió. Para todos,
él no tiene sino un solo salario, un solo don: su persona, su gracia
sobreabundante, su amor, su salvación.
La parábola nos está
invitando por consiguiente a colocar nuestra mirada en la absoluta y soberana
liberalidad de la actuación de Dios en favor de la humanidad. El salmo
responsorial la describe espléndidamente: “Bueno
es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus criaturas. Siempre
es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras”.
Su actuación divina, examinada a través de prismas humanos, nos resulta
incomprensible, pero cuando somos nosotros los agraciados, entonces caemos en
la cuenta de cuán grande y sabia es su conducta.
La recompensa que el Padre
nos otorga en Jesucristo su Hijo, será siempre pura gracia. En esos
trabajadores de las diversas horas del día, y particularmente de la penúltima,
de los que se compadeció el dueño de la viña y quiso que, sin merecerlo,
llegase también a ellos un salario completamente desproporcionado, nos
encontramos nosotros todos, mis hermanos. ¡Por pura gracia del Señor somos lo
que somos! Si no hubiera salido esa cuarta t quinta bendita vez, ¿dónde
estaríamos nosotros? Si. Nosotros somos esos que llegaron de último.
¡En el mundo de Jesús,
llamado el Reino de Dios, los últimos tienen chance! Animémonos y sostengámonos
firmes en nuestra fe, no decaigamos. Oremos por los que aún están esperando en
la plaza a que pase el dueño de la viña y los contrate. Ahí están nuestros
hijos, nuestros amigos, nuestros gobernantes, nuestros vecinos. No lo saben.
Puede ser que a ojos y parámetros humanos se encuentren satisfechos, pero a los
ojos del reino, están desempleados. Necesitan que Jesús mismo pase por allí y
les diga las mismas palabras que nos dijo a nosotros y que nos cambió la vida:
“Vengan ustedes también a mi viña y les
pagaré lo justo”.
¡Qué bueno, Señor que Tú no
piensas calculada, interesada y mezquinamente como nosotros! ¡Qué bueno que tus
planes no son nuestros planes! Que siguen otros parámetros, muy distintos a los
nuestros. Tu amor, tu misericordia y tu bondad en nuestro favor empiezan donde
nosotros no somos capaces de llegar. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente alguna
pudo nunca imaginar quién eres Tú, ¡cuánto nos amas y lo que tienes reservado
para nosotros tus hijos amados!
Carora 20 de septiembre de
2020
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico sede vacante de Carora
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