DOMINGO
DE PENTECOSTES 2016
Jesús le había pedido a
los suyos, antes de subir al cielo, que se reunieran en oración, en la espera
del cumplimiento de su promesa: “Ustedes
serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días…Ese Espíritu vendrá
sobre ustedes y recibirán su fuerza para que sean mis testigos en Jerusalén, en
toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hech 1,5.8).
El cumplimiento de esta
promesa se produjo, cincuenta días después de la Pascua, en la fiesta de
Pentecostés o fiesta de las Semanas. Es una de las fiestas más importantes del
calendario celebrativo judío (Dt 16,9-10). Se encuentra reseñada en el AT y
está dedicada a recordar la estancia del pueblo de Dios, recién liberado de la
esclavitud egipcia, en el monte Sinaí. Allí, con gran despliegue de ruido fuego, Dios hizo solemne alianza con las doce
tribus de Israel y les entregó el
decálogo, síntesis de la Ley, signo mediante el cual hacía de ellas un solo
pueblo. De allí en adelante Dios sería su Dios y ellos serían su pueblo.
Aquel Pentecostés, quedó
como una figura profética que ahora se cumple. En un día como aquel, cincuenta
días después de la Pascua de la Resurrección de Jesús de entre los muertos,
estando los doce discípulos reunidos en oración en el cenáculo, junto con María
la Madre de Dios, y 120 discípulos más, se desata un viento recio, aparecen
llamaradas de fuego que se posan sobre las cabezas de los apóstoles. De esta
manera, Dios forma un nuevo pueblo, que no está constituido solo por doce
tribus, sino por todas las naciones que hablan idiomas diversos pero se pueden
entender entre sí. Todas quedan unidas entre sí, no ya por una Ley escrita
sobre tablas de piedra, sino por el don del Espíritu Santo.
Si los judíos celebraron
en aquella oportunidad, al pie del Monte santo, la fiesta de la alianza y el
surgimiento de un pueblo unificado por un solo Dios y el cumplimiento de una
sola Ley, ahora en Jerusalén, tiene lugar la fiesta de la nueva y definitiva
alianza que había sido profetizada por el profeta Jeremías (Cf Jer 31,31ss). Si
con Caín se introdujo la civilización del odio y de la muerte, y con la
construcción de la torre de Babel la de la división y dispersión de la
humanidad, ahora con el Espíritu, pedido por Jesús y enviado como don por el
Padre, se inicia una nueva ruta para la humanidad: la ruta abierta por Cristo y
que la Iglesia está llamada a recorrer y hacer descubrir a toda la humanidad.
Hay posibilidad de poner fin a los conflictos y a las guerras, de entenderse a
pesar de la diversidad de lenguas y culturas, de reunificar a todos los seres
humanos en una sola gran familia de hermanos que ponen todas sus
potencialidades al servicio de los unos y de los otros con total
desinterés.
Ya queda presente en el
corazón de la humanidad una fuerza poderosa que habla el lenguaje universal del
amor mutuo y desinteresado que todos los seres humanos pueden entender. Nosotros formamos parte de esa comunidad
animada por la fe en Jesucristo e impulsada por la fuerza fraternizadora que se
llama Iglesia. A nosotros nos toca, impulsados por ese Espíritu, hacer ver que
es posible superar la civilización de Caín y crear la civilización de la
fraternidad fundada en el modelo presente en la persona y el mensaje de
Jesucristo.
La enseñanza cristiana nos
presenta al Espíritu de Jesús construyendo la comunidad eclesial y dotando a
los discípulos de Cristo de fuerza valentía, a través de siete dones. Así lo
cantamos en un himno litúrgico de la Iglesia:
Tú te
infundes al alma en siete dones,
Sabemos que en el lenguaje
bíblico el número 7 significa plenitud. Siete son las virtudes: tres teologales
y cuatro cardinales. Siete son los sacramentos de la Iglesia. Siete las Obras
de Misericordia corporales y siete las espirituales. A través de sus dones el
Espíritu nos quiere insertar en la comunión eclesial, hacernos partícipes de la
vida trinitaria y capacitarnos para dar testimonio valiente, auténtico y fiel
de Jesús en el mundo.
El
Espíritu Santo, super master chef.
El don de la sabiduría tiene más que ver con el sabor que con
el saber. Lo encontramos en aquel salmo que dice: “Gusten y vean que bueno es
el Señor” (Salmo 33). Este don le da sabor a la vida. Vuelve al cristiano sal
de la tierra, que sabe gustar las cosas de Dios y hacérsela gustosas a los
demás. El don de la sabiduría es el don
de vivir, de apreciar y sentir la
presencia de Dios en la vida, en la realidad, en los seres humanos, en la
naturaleza. La sabiduría del Espíritu nos da el don del asombro ante las
múltiples manifestaciones de Dios. Este don nos dota de una nueva visión. Ya no
vemos en tres dimensiones sino en cuatro. La cuarta dimensión es mirar las
cosas desde Dios.
El
Espíritu Santo, autor de las diosidencias.
El don del entendimiento
que proviene del Espíritu nos lleva a la verdad completa. Nos abre de par en
par las puertas de las Sagradas Escrituras. Nos introduce en la comprensión y
conocimiento de lo que realmente vale la pena conocer: la persona, la mente, el
corazón y el mensaje de Jesús, entrar en el conocimiento de Dios como nuestro
Padre y vivir en comunión con el Espíritu de amor. Entender las cosas por
dentro, en profundidad y no por encimita, a la carrera. Para el que posee este
don, no hay coincidencias sino “diosidencias”.
El
Espíritu Santo, GPS de nuestras vidas.
El don de consejo nos
ayuda a trazar la hoja de ruta que nos lleva a descubrir la voluntad de Dios
sobre nuestras vidas y tomar decisiones por consiguiente las decisiones
acertadas. Nos ayuda a movernos dentro de los laberintos de las dificultades de
la vida y a salir de ellos, a no equivocarnos de camino en las encrucijadas.
Nos dota para ayudar al hermano a encontrar su camino. La acogida de este don
desarrolla nuestra capacidad de escucha, de empatía y nos une unos a otros para
buscar conjuntamente el bien común y para sostenernos en el camino.
El
Espíritu Santo, energizante del maratón de la vida
El don de fortaleza, es
fuerza, parresía, valor, constancia, aguante.
No es un don para ocasiones excepcionales sino para correr hasta el
final las carreras de la vida cotidiana. Para llegar a la meta hay que ser
perseverantes y la gasolina de la perseverancia, además de la paciencia activa,
es la fortaleza. Nos blinda para enfrentar los múltiples desafíos de la vida
que a veces llegan como las olas del mar, unos tras otros sin darnos
tregua. Es la fuerza del Dios que nos
creó y nos puso en medio de este mundo.
Necesitamos este don para hacer frente a todo lo que nos quiera apartar
del proyecto de Dios, para atravesar túneles oscuros, para llevar a término lo
que empezamos aunque nos cueste. Es el don de la perseverancia en el camino arduo de la santidad cotidiana.
El
Espíritu Santo, constructor de la unidad
El don de ciencia es el
don que nos permite descubrir la presencia de Dios en este mundo, aunque
parezca que está escondido. Nos lleva a descubrir que no hay contradicción
entre razón y fe, ciencia y religión, tecnología y espiritualidad. Por este don el Espíritu ilumina nuestra
inteligencia y nos capacita para exorcizar el miedo y salir con los demás
hermanos, llenos de alegría, en la búsqueda de la verdad, hasta alcanzarla.
El
Espíritu Santo, autor de la partitura familiar
El don de la piedad es el
don que nos hace establecer la verdadera relación con Dios, la relación
hijo-Padre, que va más allá de la relación
creador-criatura. Es el don que
nos hace descubrir desde nuestra condición de hijos de Dios, a los seres
humanos como hermanos. De este don brota
mi comportamiento fraterno y no cainítico. Con este don crezco en ternura,
admiración y vinculación con Dios y con aquellos con quienes me ha
hermanado. Este don nos permite entrar
en la oración del Espíritu Santo y poder decir en espíritu y en verdad
Padrenuestro y no solo padre mío.
El
Espíritu Santo, exorcista del miedo
Don del temor de Dios. Que
no tiene nada que ver con tenerle miedo a Dios. El amor aleja el miedo dice san
Juan. Es descubrir ese amor en nuestras vidas, corresponderle. Lo que aquí está
en juego es el temor a perder a Dios, ofenderlo. Es saberse pequeño y frágil y
cultivar siempre el inmenso deseo de agradar a Dios en todo. Valoramos de tal
manera esta relación de amor que Dios nos da que buscamos evitar todo aquello
que lo pueda poner en riesgo de perderlo.
Pentecostés tiene sabor a
comunidad: Estaban todos juntos. Comunica fuerza del Espíritu: vino un viento
recio. Inicia el incendio del mundo con llamaradas de amor: lenguas de fuego se
posaron sobre las cabezas de los allí presentes. Llama al entendimiento y a la
universalidad: Todas las naciones allí presentes se unieron en un solo idioma:
el idioma de la fe en Cristo Jesús. Así se inició la andadura de la Iglesia en
este mundo. Esa ha de ser siempre la tónica de su misión. Esa es la razón de
ser de la Iglesia en este mundo: dar testimonio del destino final de la
humanidad, creando realidades que hagan vivir la unidad desde la comunidad y la
diversidad de dones.
El regalo que Jesús
resucitado da a sus discípulos es la
paz, la alegría, el poder de perdonar los pecados y la misión. Para recibir
esos dones y cumplir con la misión, el Señor nos da el don de los dones: el
Espíritu Santo. No podemos estar tristes, ni encerrados en nuestros miedos, ni
en nuestras casas o en el laberinto de nuestros problemas. Necesitamos salir,
romper los cercos que nos asfixian, los miedos que nos paralizan, los odios que
nos dividen. Esos son los dos grandes movimientos que una Iglesia llena del
Espíritu de Pentecostés debe emprender hoy en Venezuela: pasar del miedo a la
valentía; del estar parados y encerrados al ponerse en movimiento, en salida y sentirse
enviados.
Invoquemos todos unidos en
torno a María, la gracia de Pentecostés:
Envía,
Señor tu Espíritu, para romper nuestras ataduras y hacernos vivir en la
verdadera libertad de los hijos de Dios
Envía,
Señor tu Espíritu, para derribar las barreras que impiden la comunicación entre
venezolanos.
Envía,
Señor, tu Espíritu de fuego para derretir los prejuicios que intoxican nuestras
relaciones humanas.
Envía,
Señor tu Espíritu, para curar nuestros resentimientos
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que aprendamos el arte de la cultura de la paz y del
encuentro
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que podamos ver en el que opina diferente a mí a un
hermano y no un adversario a derribar
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que juntemos nuestros talentos diversos y trabajemos
juntos por la construcción de una sola Iglesia
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que se abran nuestros ojos y descubramos y valoremos
más lo que nos une que lo que nos separa.
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que nos
hermanemos en la solidaridad con los que más nos necesitan y tienen menos que
nosotros.
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que fomentemos la cultura de la reconciliación, del
perdón y del diálogo.
Envía,
Señor, tu Espíritu, para que superemos conflictos, guerras y desigualdades y
construyamos la casa común en justicia y derecho.
Maracaibo 15 de mayo de
2016
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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