HOMILIA DE LA ORDENACIÓN DIACONAL DE EDUARDO DABOIN
PARROQUIA LA INMACULADA CONCEPCIÓN, CARRASQUERO
(Hch 5, 27; Sal. 29; 1Apc. 5, 11-14; Jn 21, 19)
Muy apreciados
sacerdotes concelebrantes, queridas religiosas, amados hijos e hijas en Cristo
Jesús,
¡La Paz del Señor
Resucitado de entre los muertos esté con ustedes!
El Señor Jesús,
nos congrega, en esta hermosa Iglesia Parroquial, para celebrar dos grandes
acontecimientos: la Apertura de la Visita Pastoral a esta parroquia de parte de
Monseñor Ubaldo y un servidor, y la ordenación diaconal de un hijo de esta
comunidad, Eduardo Daboin, quien está acompañado de su queridísima mamá
Marisela, su papá Jorge y su hermano Jean Daniel, y de esta comunidad que lo
vio crecer y madurar su vocación sacerdotal, pues ha sido “elegido de entre los
hombres y puesto a favor de los hombres”, no es un extraterrestre, ni un ángel,
tiene un historia personal, sentimientos y proyectos, y el Señor le ha dicho
“ven y sígueme.
Querido Eduardo:
me contaste que tu historia vocacional inició por una interpelación divina que
recibiste al asistir a una ordenación
sacerdotal en el Centro Don Bosco, especialmente durante el canto de las
letanías de los santos. Pero procurabas, por miedo, no hacerle caso al llamado
de Dios. Tenías una gran concepción de lo que era un sacerdote, a veces, creías
que estaban en comunicación directa con Dios y que subían al cielo para hablar
directamente con él y, de vez en cuando, bajaban para transmitirnos enseñanzas
espirituales. Tus abuelos te ayudaron mucho en el crecimiento de la fe. Los
sacerdotes que trabajaron en esta parroquia te acompañaron a discernir y
madurar el llamado; el padre Antonio Villasmil, el padre Lenín Naranjo, el
padre Nedward Andrade y el padre Alexis León. No fue fácil dar el paso para
entrar en el Seminario. El padre Nedward te dijo con firmeza: “Eduardo, estoy
hablando frente a un futuro sacerdote”, y se ha cumplido esa profecía. Y
entraste en el Seminario, teniendo como lema: “Señor concédeme la gracia de
responderte como tú quieres que te responda”
Ahora vas a dar
otro paso en este camino, pues quedarás configurado ontológicamente a Cristo
servidor. Has elegido un bello lema: “Nadie tiene amor más grande que dar la
vida por los amigos” (Jn 15, 13). Y al
preguntarte por qué elegiste ese lema, me respondiste: “He escogido este lema
porque es una invitación constante para mí, en desgastarme totalmente por
todos, dar la vida es donarse en totalidad por mis hermanos, seguir el ejemplo
de Cristo que se entrega por los demás, pues deseo ardientemente que mi
ministerio este siempre en vía a dar la vida por el otro. Sin ninguna
distinción”. Eduardo, oraremos para que el Señor te de la fuerza necesaria para
cumplir este propósito.
Agradezco a
Eduardo la deferencia que ha tenido conmigo al pedirme que fuera yo, quien le
impusiera las manos y recitara la oración consecratoria que lo configurará para
siempre a Cristo, que no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida por
muchos. Es para mí un momento de alegría. Recién llegado a Maracaibo, el otrora
rector del Seminario me dijo que me asignaría, para que me acompañara durante
los primeros meses, a un seminarista que sobresalía por su capacidad de
servicio, discreción, lealtad y amor a la Iglesia, y no se equivocó. Todas esas
virtudes, y otras más, las he visto en ti, querido Eduardo; y, si lo menciono
públicamente, por un lado, no es para que te enorgullezcas sino para que
dirijas tu corazón y tu mente al Señor, dándole gracias, pues de él has
recibido todo, como dice el Salmista “no
a nosotros, Señor, no a nosotros sino a tu nombre la gloria”, y por otro, para decirle a ustedes, comunidad
cristiana, que ordenaremos a un diacono integro, que ha sido considerado idóneo
como ha respondido el rector del seminario y que dará su vida en el ejercicio
de su ministerio diaconal y, posteriormente, en el sacerdocio
¡Qué mejor manera
de celebrar el Quincuagésimo aniversario de esta parroquia y de nuestra
Arquidiócesis que con esta ordenación diaconal! Eres, querido Eduardo, el
primer Carracarense, que entrará a formar parte, en un futuro próximo, al
presbiterio marabino. “Demos gracias al Señor, porque eterna es su
misericordia”. El Papa Juan Pablo II afirmaba que “una parroquia sin vocaciones sacerdotales y religiosas, es una
parroquia estéril”. Esta parroquia ha comenzado a dar sus primeros frutos:
tú eres el primero de muchos que vendrán detrás de ti. Carlos Moisés, otro hijo de esta tierra, ya
cursa el primer año de Teología. Recemos por él para que el Señor le conceda la
perseverancia.
Durante esta cincuentena
pascual estamos celebrando con alegría la Resurrección del Señor y proclamando,
por consiguiente, que él vive y tiene poder, a pesar de que, desde el punto de
vista humano, pareciera que el pecado, la escasez de alimentos, la indiferencia
de quienes tienen el deber de tomar decisiones y la lucha entre hermanos, han
llegado para no irse. El Papa Francisco, en su exhortación apostólica “La
Alegría del Evangelio” afirma. “la
resurrección de Cristo no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha
penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a
aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que
muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades,
indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de
la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce
un fruto…” (EG, 276). Ver como un hijo de esta tierra recibe la ordenación
diaconal es celebrar la resurrección, pues, a través de Eduardo, el Señor
actuará en las tres misiones que se le encomendará: la Predicación de la
Palabra, el Servicio al Altar y el ejercicio de la caridad.
Las lecturas que
han sido proclamadas ponen a nuestra consideración el tema de la virtud de la
obediencia en nuestro apostolado, tema propicio para esta celebración. En la
primera lectura, hemos escuchado que, ante la prohibición del sumo sacerdote,
Pedro replica “hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres”. Dentro de algunos minutos, colocaré tus manos
entre mis hermanos, y te preguntaré: Prometes obediencia a tu obispo y a sus
sucesores. Y tú responderás: Prometo. La obediencia es la disponibilidad total
y dichosa de cumplir la voluntad del Padre a través de las indicaciones de los
legítimos superiores. Cristo fue “obediente hasta la muerte y una muerte de
cruz” (Flp 2,8) y “aprendió sufriendo
a obedecer” (Hb. 5, 8). En el ejercicio de tu ministerio, actuarás “en la persona de Cristo”, y tendrás que
pedir a los fieles que se te encomiendan la “obediencia”. Sólo si eres
obediente, podrás exigir con caridad la obediencia a los fieles. “La obediencia cristiana (dice el
Directorio), motivada y vivida rectamente sin servilismos, ayuda al presbítero
a ejercer con transparencia evangélica la autoridad que le ha sido confiada:
sin autoritarismo y sin decisiones demagógicas. Solo el que sabe obedecer en
Cristo, sabe cómo pedir, según el Evangelio, la obediencia de los demás”
(DMVP, 28).
Obediencia a Dios
quien te habla desde lo más íntimo de tu conciencia. Obediencia a la Palabra y
a la Tradición de la Iglesia. Obediencia a tu Obispo. A este respecto, San
Ignacio de Antioquia dice “Es conveniente
obedecer sin ningún género de fingimiento, porque no es a éste o a aquel obispo que vemos a quien se
trataría engañar, son que el engaño, iría dirigido contra el Obispo invisible;
es decir, en este caso ya no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a
quien aún lo escondido está patente”.
El Evangelio nos
relata los frutos que se obtienen cuando somos obedientes al mandato de Señor.
Jesús ordena: “Echen las redes a la
derecha de la barca y encontrarán. La echaron, y no tenían fuerzas para
sacarla, por la multitud de peces”.
Recordemos que
poco antes, Pedro y los apóstoles habían pasado toda la noche trabajando, pero
no habían pescado nada. Algunos exegetas afirman que “por la noche” significa: por su cuenta, con sus propias fuerzas, habían
trabajado inútilmente. Han perdido el tiempo. Por la mañana, con la luz, cuando
Jesús está presente, cuando ilumina con su Palabra y su mandato, cuando orienta
la faena, las redes llegan repletas a la orilla.
En cada día
nuestro ocurre lo mismo. En ausencia de Cristo, el día es noche; el trabajo,
estéril: una noche más, una noche vacía, un día más en la vida. Nuestros esfuerzos
no bastan, necesitamos a Dios para que den fruto. Junto a Cristo, cuando le
tenemos presente, los días se enriquecen.
Un santo escribía
a su hijo espiritual “te empeñas en andar
solo, haciendo tu propia voluntad, guiado exclusivamente por tu propio juicio…y
¡ya lo ves!, el fruto se llama infecundidad. Hijo, si no rindes tu juicio, si
eres soberbio, si te dedicas a “tu apostolado”, trabajarás toda la noche. ¡toda
tu vida será una noche!, y al final amanecerás con las redes vacías” (San
Josemaría, Forja n. 574) Lamentablemente, quienes estamos aquí presente, hemos
visto a sacerdotes que no quieren recorrer el camino establecido por el Señor
para realizar un apostolado fecundo y conseguir la salvación, desconociendo lo
que nos enseña la Iglesia “que Jesús en
cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los
cielos, nos reveló su misterio y efectúo la redención con obediencia” (LG,
3).
La obediencia del
servidor de Jesús debe ser pronta alegre; no puede tener límites., pues él nos
enseñó a obedecer en lo fácil y en lo heroico, pues obedeció en cosas
gravísimas y dificilísimas: hasta la muerte de Cruz. A veces nos cuesta
obedecer, pues somos débiles y nos cuesta actuar en contra de nuestra voluntad
para identificarnos con la voluntad de Dios, en esos momentos seguiremos el
consejo que le dio el Señor a Santa Teresa de Jesús: “muchas veces –dice Santa Teresa- me parecía no sufrir conforme a mi
bajo natural; me dijo el Señor: Hija la obediencia da fuerzas”. Es verdad,
la obediencia da fuerza, al inicio nos cuesta obedecer, pero si nos empeñamos y
ponemos lo mejor de nosotros mismos el Señor nos premia y podremos cumplir lo
que él nos manda con su gracia.
Suele suceder que en el ejercicio del ministerio podemos tener algunas
inspiraciones que creemos vienen del Señor, y, en no pocas ocasiones, pueden no
ser aceptadas ni comprendidas por la legítima autoridad. Los Santos, siempre
han aconsejado que actuemos con prudencia y dentro de la obediencia cristiana,
puesto que “todo
es seguro dentro de la obediencia y todo se vuelve sospechoso fuera de ella.
Cuando Dios concede sus inspiraciones a un alma, la primera es la de la
obediencia…” (San Francisco de Sales). Además, la obediencia es el camino
seguro para alcanzar la santidad, meta que obligatoriamente tenemos que
alcanzar los cristianos.
La Beata Madre
Teresa de Calcuta, cuya beatificación tendrá lugar el próximo mes de
Septiembre, daba este consejo a sus hijas, consejo que puede servirnos: “La obediencia es Palabra de Dios. Hay que
obedecer para ser santos. La santidad no está en un sentimiento, sino en la
obediencia… Créanme, la obediencia es seguro signo de santidad. Pregúntense a
Uds. mismas: ¿Soy santa? ¿Cómo sabré si soy santa? Fíjese cómo anda su
obediencia… Si la obediencia no va bien en nuestra vida religiosa, no somos más
que un número y ninguna de nosotras ha dejado casa, familia, etc., para ser un
número. Obedezcan cordialmente con una obediencia de alma y espíritu. Obedezcan
hasta en el más mínimo detalle. ¿En las cosas más pequeñas y más ridículas?
También en esas. Yo puedo cometer un error al destinarlas aquí o allá, y
después de seis meses a otro lugar. Pero ustedes jamás lo cometerán,
obedeciendo”.
La obediencia de
Pedro, su confianza en las palabras de Jesús
fue la última preparación de Pedro para recibir el llamamiento
definitivo: “apacienta mis ovejas”.
Parece como si el Señor hubiera dispuesto su llamada después de un acto de
obediencia y de confianza plena. Ya no lo llamó a ser un apóstol, sino lo
constituyó jefe del Colegio Apostólico, le dio las llaves del Reino de los
cielos.
Querido Eduardo,
la obediencia es camino seguro de santificación, de construcción de la unidad
de la Iglesia, de un apostolado fecundo, y garantía de salvación eterna.
Apreciado Padre
Alexis, queridos hermanas y hermanos, muchísimas gracias por la bienvenida que
me han dispensado, por su alegría y por el esmero con que han preparado esta
vista pastoral que hoy inauguramos.
Vengo en
representación de monseñor Ubaldo Santana, arzobispo de esta Iglesia
particular, para conocerlos, conocer sus zonas pastorales, sus proyectos,
inquietudes, fracasos e ilusiones. Tendremos la oportunidad de predicar el
mensaje de vida eterna, la Palabra de Dios, que es viva y eficaz; de
administrar los sacramentos, los canales a través de los cuales llega a
nosotros la gracia de Dios, especialmente la Eucaristía, la cual edifica la
Iglesia, y la confesión, el perdón de nuestros pecados; y de regir, con firmeza
y amor, el rebaño que nos ha sido encomendado. Véanme como el Padre que quiere
estar con sus hijos.
Encomendamos esta
visita pastoral y el ministerio diaconal de Eduardo a la tierna protección de la Inmaculada
Concepción, santa patrona de esta comunidad parroquial. Le pedimos que vuelva a
nosotros esos sus ojos misericordiosos, que se muestre siempre como madre,
llena de dulzura y piedad. Amén.
Monseñor Ángel
Caraballo
Obispo Auxiliar de Maracaibo
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