DOMINGO
XXVI ORDINARIO C 2019
HOMILÍA
Muy queridos hermanos,
Acabamos de escuchar la
parábola del pobre Lázaro que pasa su vida a la puerta de un hombre rico. Es
una historia de palpitante actualidad que nos lleva a todos a preguntarnos cómo
está organizada nuestra vida.
Hay muchas maneras de
vivir. Hay quienes no tienen capacidad alguna de hacer su vida propia. Están
sometidos, esclavizados, oprimidos. Hay quienes viven haciendo sufrir a sus
hermanos por medio del sometimiento opresivo, del maltrato, de la violencia.
Son agentes exterminadores. Son individuos depredadores. Hay quienes viven como
el trompo, girando en torno a sí mismos sin importarles absolutamente nada el
prójimo, tal como los describe en la primera lectura el profeta Amos. Hay otros
que viven y se desviven por ayudar a su prójimo, por tender la mano al
necesitado, por mejorar las condiciones de vida de sus semejantes.
En resumen, hay quienes
viven y llevan vida buena; otros que sobreviven tratando de mantener la cabeza
fuera del agua que los inunda; otros que se desviven por sus hermanos para que
vivan mejor. Hay quienes no viven, sino que la vida les pasa por encima, hay
quienes la vida los maltrata, los machaca; hay quienes asumen su vida y hacen
de ella un servicio para mejorar la vida del mundo y la de sus hermanos.
Jesús nos enseña hoy dos
cosas muy importantes sobre este tema. Nuestra manera de vivir en esta tierra
tiene importancia. De la manera como vivamos en esta tierra, nos preparamos
para vivir en la vida eterna. Quien escoge vivir sin Dios y sin el hermano, le
tocará una eternidad de soledad y abandono. Quien escoge vivir con Dios y con
sus hermanos, le tocará una eternidad con Dios y con sus hermanos. La vida
terrenal, dice S Pablo, es una siembra, una semilla. La vida eterna es una
cosecha. Lo que hayas sembrado en la vida terrenal, eso cosecharás en la eterna.
Sembraste vientos terrenales, cosecharás tempestades eternas. Sembraste
semillas terrenales de hermandad solidaria y compasiva, cosecharás una
eternidad de amor y comunión con el Dios amoroso y compasivo.
Nos enseña además el Señor
que su Padre Dios se hará cargo de aquellos seres humanos que en esta tierra no
les haya tocado más que maltrato, explotación, esclavitud, sufrimiento y dolor
incesante, causado por otros semejantes. En la parábola Abraham le contesta al
rico que se retuerce sediento entre las llamas: “Hijo- sigue siendo hijo- recuerda que en tu vida recibiste bienes y
Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras tú sufres
tormentos”.
El Salmo 145 de hoy como
muchos otros salmos, nos invita a alabar al Señor porque al final de todo, Dios
restablece la justicia, “hace justicia al
oprimido”. Por eso, nosotros sus hijos, los discípulos de su Hijo Jesús,
camino, verdad y vida, lejos de comportarnos pasivamente esperando que el Señor
intervenga, hemos de comportarnos en esta tierra como El y adelantar, en todo
lo que podamos, el restablecimiento de la justicia, el trato amoroso y
compasivo hacia los que tienen hambre, los que tienen sed, los descartados,
oprimidos y abandonados por la sociedad.
Los cristianos, los que
queremos seguir a Cristo, tenemos en él, en su madre un modelo y un espejo de
cómo hemos de vivir nuestro tiempo terrenal. El comportamiento de Jesús es muy
claro y límpido. Es una vida totalmente volteada y orientada hacia su Padre
Dios y hacia sus hermanos los hombres. Pedro resume en uno de sus discursos
después de Pentecostés la vida de Jesús, con estas simples palabras: “Pasó haciendo el bien”.
A nosotros se nos da pues
escoger cómo consideramos nuestra vida terrenal: un tiempo para pasarla bien,
entre rumbas, fiestas o farras o un tiempo para hacer el bien. Un tiempo para
fregar la vida del prójimo o un tiempo para hacerle la vida más llevadera a los
que tenemos a nuestro alrededor. Eso es lo que Pablo en la segunda lectura
intenta inculcarle a su discípulo Timoteo a quien acaba de dejar al frente de
una comunidad: “Tú, como hombre de Dios,
lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre”.
Este modo de vivir que nos
enseña Jesús es el único que vale la pena y que nos hace verdaderamente felices
y le da a nuestra existencia su verdadero sentido, Esa es la verdadera vocación
humana. Pero bien sabemos que no es un camino fácil. Es más bien un camino y
una forma de vivir a contra-corriente del mundo y de la sociedad. Por eso San
Pablo le recuerda a Timoteo y a todos nosotros que hay que luchar: “Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has
sido llamado y de la que hiciste una admirable profesión ante numerosos
testigos”.
Nosotros también, desde
nuestro bautismo, desde nuestra confirmación, guiados por nuestros padres,
adoctrinados por nuestros catequistas, ayudados por nuestros padrinos y amigos,
sostenidos y acompañados por nuestros pastores y nuestros hermanos en
comunidad, hemos optado por este modo de vivir.
Cada domingo en la
eucaristía profesamos nuestra fe en la vida eterna después de la muerte.
Creemos que, así como Cristo resucitó nosotros también resucitaremos. Afirmamos
nuestra convicción de que el Señor está con nosotros, vive en medio de
nosotros, nos ilumina con su Palabra, nos alimenta con sus sacramentos, por
medio de su Espíritu Santo, nos fortalece con su gracia, nos dota con sus
dones, para que vivamos como él, nos comportemos como hermanos con nuestros
semejantes, luchemos también por hacer un país mejor, una Iglesia más unida y
solidaria, seamos compasivos, buenos, misericordiosos.
No nos cansemos hermanos de
hacer el bien, venzamos el mal a fuerza de bien. Luchemos con Cristo y con
nuestros hermanos por hacer crecer la semilla de la verdadera vida humana en
donde nos toca realizar nuestra existencia.
El Empedrado 29 de
septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.
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