SOLEMNIDAD DE CRISTO
REY 2019
HOMILÍA
Lecturas: 2 Sam 5,1-3;
Sal 121; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43
Llegamos al fin del año
litúrgico y la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada en Nuestro Señor
Jesucristo. Con él iniciamos nuestro recorrido de fe hace un año, de la mano
del evangelio de S. Lucas y con él lo queremos concluir. El es el iniciador y
el consumador de nuestra fe (He 12,1).
Así como el pueblo de
Israel, con sus ancianos a la cabeza, se congregó para proclamar rey a David,
nosotros también nos congregamos hoy, como pueblo de Dios, como asamblea santa,
para proclamar a Jesucristo Señor de señores y Rey de reyes. Esta fiesta fue instituida por el Papa
Pío XI en 1925 con la intención de motivar a los católicos a llevar la vivencia
de su fe, con fuerza testimonial, a todas las dimensiones de la vida política,
económica, social y cultural. Por eso esta fiesta está estrechamente asociada
con el compromiso de los laicos por trabajar, a través de todas sus redes
asociativas organizadas, y en particular a través de la Acción Católica, en la
expansión del reino de Dios en el mundo.
Pero hemos de estar muy
atentos para entender en su recto sentido el reinado de Cristo. ¿Qué significa
que Jesucristo es Rey del Universo? Detrás de estas palabras grandiosas se
esconde una realidad que necesitamos asimilar bien y darle su debida aplicación
en nuestra vida privada y social.
El Cristo que proclamamos
rey inició su reinado al nacer, en un movimiento migratorio de sus padres,
fuera de su pueblo, en un pesebre de una gruta de Belén; fue reconocido como
rey mesías por los magos; lo fraguó en
silencio en la vida sencilla de un humilde carpintero durante 30 años con su
familia en Nazaret; lo hizo su programa de vida evangelizando a los pobres,
abriendo los ojos de los ciegos, haciendo oír a los sordos, caminar los
paralíticos, revivir a los muertos, en una palabra haciendo el bien; lo llevó a
término entregándose por nosotros en el patíbulo de la cruz.
Treinta años después de su
muerte y resurrección el apóstol Pablo nos dejó una profunda descripción de
cómo el Señor se ganó ese reinado: “Ese
Cristo que no se aferró a su igualdad con Dios, sino que renunció a lo que era
suyo y tomó naturaleza de esclavo, haciéndose como todos los hombres y
presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose
obediente hasta la muerte, hasta la muerte de cruz”. A ese Jesús, que pasó
por todos esos despojos, fue al que Dios Padre “le dio el más alto honor, y el más excelente de todos los nombres, para
que, ante ese nombre, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y debajo
de la tierra y todos reconozcan que Jesucristo es Señor para gloria de Dios
Padre” (Fil 2,5-11).
La suprema revelación de su
reinado ocurre en el Gólgota. Concluimos la lectura del evangelio de S. Lucas
con esta narración. Al ser clavado en la cruz, colocaron un letrero sobre su
cabeza que decía: “Este es el Rey de los
judíos”. Uno de los dos bandidos que han sido sometidos a la misma condena
que él, le pide que se acuerde de él cuando esté en su reino. A lo que Jesús le
contesta: “Te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso”. Queda así claro, que este rey tiene como trono una
cruz, como corona una corona de espinas, como cetro tres clavos, como corte dos
bandidos, un apóstol, su madre y tres discípulas más.
Poco antes de su pasión, ya el Señor había
anunciado cómo pretendía llevar a cabo su reinado: “Cuando yo sea levantado en lo alto de la cruz atraeré a todos hacia mí”.
Se cumple así las palabras del Salmo 2: «Yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.» El trono de Jesús
tiene un imán y ese imán es su amor vivido hasta el colmo, hasta el extremo. No
es pues un rey que se impone por la opresión, el dominio despótico, la
aniquilación de sus adversarios, la sumisión idolátrica de sus súbditos.
Es un rey-pastor que ha
venido a buscar a las ovejas extraviadas de su rebaño. Es un rey-servidor que no
he venido para ser servido sino para servir. Es un rey-médico que ha venido a
curar, y dar vida, a incendiar el mundo con el fuego de la misericordia, del
perdón y de la paz. Es un rey-pescador que no cansa de lanzar sus redes de
paciente misericordia para ver si en una de esas nos termina atrayendo hacia
él.
El modelo de civilización
propuesto por la globalización económica y la cultura post-moderna es
totalmente contrario al modelo que Cristo propone a los suyos. Vivimos en una
civilización que ha declarado que todo individuo es su propio rey, su propia
norma y que tiene derecho a realizar lo que se le venga en gana, piense, sienta
y quiera sin que nadie le ponga cortapisa y sin importar a quien tenga que
llevarse por delante, pues lo importante es que alcance su propia felicidad así
sea a costillas de los demás.
Es el imperio del
individualismo llevado a su máxima expresión. Nada se debe interponer a lo que
yo merezco, yo necesito, yo aspiro. Es decir, estamos totalmente de espaldas a
la forma en que Cristo entendió y vivió su propia existencia y nos la quiso
entregar. En vez del endiosamiento de sí mismo, para Jesús reinar es servir,
darse, entregarse por el bien de sus hermanos. Ese es el rey nuestro. Este es
el rey que hoy estamos llamados a contemplar y a imitar. Y así es también el
reino que quiere instaurar con su vida y con la presencia de sus discípulos y
de la Iglesia en este mundo y en la sociedad.
Hoy proclamamos por
consiguiente el reinado de un Dios que se hizo hombre entre los hombres, que se
hizo hermanos de sus semejantes, que nos dejó su palabra y su enseñanza para
iluminar nuevos senderos de vida, para hacernos crecer en dignidad, en servicio
mutuo, en nuevos estilos de relacionamiento, nuevos tratos profundamente
humanos hacia todas las categorías de seres humanos sin distinciones, sin
discriminaciones, sin exclusiones.
El
Reino que quiere instaurar lo describe magníficamente el prefacio de la misa de
hoy: reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y la gracia, reino
de la justicia, el amor y la paz. Proclamar
a Jesús como Rey requiere que descontaminemos ese término de toda significación
triunfalista y egoísta. Nada de lujos, de gastos superfluos, de vanidades
fatuas. Que promovamos la fraternidad entre pueblos, religiones, parcialidades
políticas democráticas, entre culturas y estilos de vida que humanicen y nos
hagan crecer en respeto y acogida de los más necesitados.
¡Cuánto tenemos que
aprender de nuestro rey! Cuanto necesitamos asimilar esos criterios suyos de
que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros, lo importante es
servir y no ser servidos, hay mayor alegría en dar que en recibir, el mal se
destruye a fuerza de bien, no vence el que más sabe, más tiene o más puede sino
el que más ama. Es todo esto que debemos desear, hermanos, cuando recitamos el
Padrenuestro y decimos: Venga a nosotros
tu reino. Si tal es el rey, tales han de ser sus súbditos.
Hermanos, a aquel que nos ama, que nos ha lavado de nuestros
pecados con su sangre, que ha hecho de nosotros un reino y sacerdotes para
Dios, su Padre: A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo
emérito de Maracaibo
Administrador apostólico sede plena de Carora
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