DIÓCESIS DE CARORA
EUCARISTÍA DE ENVÍO DIOCESANO DE CATEQUISTAS
HOMILÍA
Es un gran gozo para mi
presidir esta eucaristía diocesana en el marco de la Semana Nacional de la
Catequesis, evento eclesial que convoca todos los años a los catequistas y a
sus formadores esparcidos por todas las Iglesias locales que peregrinan en
Venezuela. Este año la hemos vivido inspirados por el lema: “Renovados y enviados anunciemos la esperanza
de ser discípulos en Venezuela”.
El Señor escogió a otros
setenta y dos y los mandó de dos en dos”
El envío que celebramos hoy se
coloca dentro del dinamismo del envío que Jesús hizo de setenta y dos
discípulos “para que fueran de dos en dos,
delante de él, a todos los pueblos y lugares por donde él iba a pasar”.
Ya Jesús, conmovido hasta en
sus entrañas, por el abandono en que se encontraba su pueblo, “porque estaban maltratados y abatidos como
ovejas sin pastor” (Mt 9,36), había enviado anteriormente en misión a los
Doce apóstoles. Ellos habían recorrido los pueblos anunciando la Buena Noticia
y sanando enfermos por todas partes. Pero se dio cuenta que no era suficiente
porque “la cosecha era abundante pero los
trabajadores seguían siendo muy pocos”.
Por eso pide que “rueguen al dueño de los campos que envíe
trabajadores para recoger la cosecha” y decide enviar una nueva oleada de
setenta y dos misioneros pregoneros de la Buena Noticia y portadores de
sanación. Se trata de una cifra
simbólica. Así como el envío de los doce simbolizaba la evangelización de
Israel, los setenta y dos simbolizan el anuncio del Reino de Dios al mundo
entero. Así lo dará a entender cuando antes de ascender a la derecha de su
Padre, hace el envío final: “Vayan y
hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y
al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he
mandado” (Mt 28,18-19).
Hoy elevamos nuestra acción de
gracias a Cristo, el primer y gran catequista, que nos ha llamado por nuestro
nombre y nos ha incluido en los incesantes y renovados envíos que hace en todas
partes y a través de los siglos, para que el Evangelio del Reino se siga
esparciendo y se vaya haciendo más visible en todas las estructuras del mundo y
de la sociedad, la vigencia de la civilización del amor.
Porque su amor es eterno
Con el mismo gozo que
experimentamos desde el primer día en que fuimos llamados en nuestras
comunidades y aceptamos enrolarnos entre los trabajadores de esta gran cosecha,
hoy queremos renovar todos juntos nuestro compromiso y proclamar: “El amor del Señor es eterno y siempre está
con nosotros”,
Ser catequista es un servicio
discipular. Solo un discípulo ardiente y convencido de Jesús puede ser enviado
por el Señor y asumir con pasión esta misión. Es un servicio pastoral que el
obispo comparte con cada uno de ustedes. Dice S. Agustín que todos los que
pastoreamos la grey somos como los miembros del único pastor. “Si hubiera muchos pastores, continúa el
obispo de Hipona, habría división” pero como estamos llamados a construir
la unidad debe quedar siempre en claro que todos los catequistas y demás
servidores y ministros trabajan bajo la conducción y guía de un único pastor,
representado en la diócesis por el obispo conjuntamente con su presbiterio.
Hemos de procurar por
consiguiente ayudarnos unos a otros para formar una sola cosa con Jesucristo,
de tal modo que cuando cumplamos nuestro servicio se vea claro que no somos
nosotros los que apacentamos, catequizamos, evangelizamos, sino que es el Único
Pastor quien realiza todas esas acciones.
Catequizar significa servir de
eco para que resuene la verdadera voz no la nuestra. Como decía Juan el
Bautista, titular de esta Catedral, somos simples amigos del esposo; cuando lo
voceemos, no busquemos que se oiga nuestra voz sino la voz del amigo, del
Esposo. Nuestros catequizandos, a medida
que van avanzando en el itinerario catequístico de iniciación cristiana, han de
ir descubriendo con creciente alegría, que la voz de la caridad de sus
catequistas es la voz y la caridad del mismo Señor.
El servicio catequístico es un
servicio de amor.
Para ello, es menester, como
les decía antes, que nos hagamos una sola cosa con él en el amor. El servicio
catequístico es un servicio de amor. Solo cuando estamos unidos a Jesús en el
amor, podemos recibir la encomienda de pastorear una porción de su rebaño. Así
como Jesús se aseguró por tres veces que Pedro lo amaba antes de encomendarle
el pastoreo de su rebaño, así el Señor quiere asegurarse que lo amamos para
entregarnos en la Iglesia, en la comunidad, el cuidado de una pequeña porción
de su rebaño. Solo fortaleciendo este amor, construimos la unidad en la
Iglesia, es decir en el cuerpo de Cristo.
Dejémonos pues abrazar por el
inmenso amor de Dios y, desde allí, hagámonos difusores en cada sesión, en cada
encuentro, en cada etapa del itinerario, de ese mismo amor. Nuestra gloria ha
de ser, citando nuevamente al santo pastor africano, “apacentar a Cristo, apacentar para Cristo, apacentar en Cristo”.
Que el Señor al posar sus ojos
en cada uno de ustedes, se sobresalte con el mismo gozo en el Espíritu que lo
estremeció cuando vio regresar a los setenta y dos de su misión y bendijo
jubiloso a su Padre, “porque quiso
ocultar las cosas del Reino a los sabios y a los entendidos y se las dio a
conocer a la gente sencilla” (Lc 10,21-22)
Este gozo, esta alegría que ha
sido depositado en nuestro corazón no nos quita la consciencia de las fuertes
interpelaciones que nos llegan de la realidad acuciante de nuestro país, de las
graves carencias de nuestros catequizandos, y de las mismas luchas que tenemos
que librar nosotros mismos para llevar a cabo nuestra tarea catequística.
Experimentamos con crudeza la advertencia del Señor cuando envío a los suyos: “Miren que los envío como corderos en medio
de lobos”.
Nos toca muchas veces
desempeñar nuestra misión con las mismísimas pautas que Jesús le dio a nuestros
antepasados: sin dinero, sin provisiones, con los zapatos gastados y
valiéndonos de la hospitalidad y generosidad de las familias que participan en
el itinerario para poder cumplir nuestra tarea. En medio de tanta penuria,
descubrimos sin embargo que la prioridad es entregar a Jesús pobre, sencillo,
acogedor y lleno de compasión y que es allí donde reside el motivo profundo de
la paz y del gozo que nos mantiene fuertes, fieles y unidos.
Amados catequistas, tienen en
sus manos y en su corazón como María, una tarea inmensa y hermosa: entregar a
Jesús a sus hermanos, hacer crecer cristianos hasta su madurez en el Espíritu,
contribuir a forjar comunidades cristianas unidas, misioneras, solidarias.
Citando a nuestro Santo Padre Francisco: “El
evangelio no es para algunos sino para todos. No es solo para los que parecen
más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de
ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales,
también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos,
quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor”.
Dejémonos hoy invadir por el
gozo que se apoderó de los setenta y dos discípulos cuando el Señor se fijó en
ellos, los llamó por su nombre, los dispuso en binas y los envió en su nombre,
a anunciar su mensaje y a comunicar su amor salvador. Déjense renovar y enviar,
déjense conformar por el Espíritu como discípulos pobres, pequeños, humildes y
sencillos de Jesús, háganse portadores con su vida, su ejemplo, sus gestos y
sus palabras del Evangelio del Señor.
Con el apóstol Pablo
crezcamos, gracias a la Palabra y a la Eucaristía con las que el Señor nos
nutre y sostiene, en los siete fundamentos esenciales de la unidad: Un solo
cuerpo que es la Iglesia visible, un solo Espíritu principio de la unidad
interna; una esperanza, destino final de nuestros desvelos; un solo Señor,
unidad de obediencia al único pastor y dueño de la comunidad; una sola fe,
unidad en el seguimiento de la única tradición apostólica, portadora a través
de los siglos de la memoria de Jesús; un solo bautismo, unidad en cuanto a
todos nos incorporar a un único Cristo; Y en el vértice de todo, un Dios Padre
que nos une a todos en una sola familia de hijos e hijas suyos.
El Señor está con nosotros, Su
misericordia es eterna. Amén.
Catedral de Carora, 28 de
septiembre de 2019
+Ubaldo R Santana Sequera fmi
Administrador apostólico sede
plena de Carora
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