DOMINGO
XVI ORDINARIO CICLO 8 2018
Lecturas:
Jer 23,1-6; Salmo 23; Ef 2,13-18; Mc 6,30-34
El evangelio de hoy
solo contiene cinco versículos. Pertenecen al inicio de una nueva sección del
evangelio de Marcos (6,30-8,30), conocida con el nombre de sección de los
panes, por ser el banquete, la comida el pan y la levadura uno de los ejes de
su lectura e interpretación. Los cinco versículos de hoy están situados entre
dos banquetes: el organizado por Herodes y dentro del cual Juan Bautista será
degollado y el organizado por Jesús para dar de comer a una muchedumbre
hambrienta.
Estos pocos
versículos nos ponen en contacto con un Jesús que cuida de sus discípulos,
dedica tiempo a su formación y está atento a su descanso y su buena
alimentación. El relato se inicia con el retorno de los discípulos de la misión
que el Señor les había encomendado llevar a cabo de dos en dos por las aldeas
circunvecinas y la consiguiente revisión de la tarea encomendada (6,7-13).
El Señor quería
atender a los futuros pastores del rebaño y pasar con ellos un buen tiempo, en
un lugar tranquilo y apartado, pero he aquí que el rebaño se le viene encima.
La multitud se ha dado cuenta que Jesús no es un líder como todos los demás
para los cuales ellos no son más que unos ignorantes de la Ley, llenos de
impurezas y por consiguiente inaptos para rendir culto a Dios.
Jesús en cambio los
valora de un modo totalmente distinto, les dedica tiempo, los instruye, escucha
con atención sus problemas y angustias, los reafirma en la fe, expulsa el mal
que los acosa, los sana de sus enfermedades, los integra a sus familias y a su
comunidad. El evangelio de hoy nos revela el núcleo novedoso de esta manera de
ser y de actuar del Señor: nos dice que al ver la multitud Jesús “se compadeció
de ella porque estaban como ovejas sin pastor”.
Esta expresión es
prácticamente un diagnóstico del estado en que se encontraba la sociedad y el
pueblo de Israel en tiempos de Jesús. Era un pueblo abandonado, desatendido,
olvidado por todos sus dirigentes tanto políticos como sociales y religiosos. En
aquella época con la palabra pastos se designaban todos los que ejercían algún
tipo de liderazgo particularmente los dirigentes políticos y religiosos. Le
evaluación que hacen de todos ellos los profetas es muy crítica. Hemos
escuchado precisamente en la primera lectura la denuncia que hace el profeta
Jeremías de esos malos pastores. Los acusa particularmente no solo de haber
desatendido al pueblo sino de haberlo dividido, dispersado y hasta expulsado
por las naciones. Y seguidamente anuncia
que, ante tanto abandono y desidia, Dios mismo vendrá en persona a pastorear a
su pueblo y a escoger nuevos pastores que lo atenderán debidamente. Para los
evangelistas Jesús lleva a cabo esta profecía. Él es el Hijo de Dios hecho
hombre. A través de él y de sus discípulos es Dios mismo que sale en busca de
todas sus ovejas extraviadas y las va reuniendo en el nuevo redil de la
Iglesia.
En tiempos de Jesús había
muchos líderes, muchos dirigentes que llevaban el nombre de pastores, pero no
actuaban como tales y no se ocupaban del rebaño. Ya hemos visto en el episodio
anterior cómo se comportó Herodes cobardemente con Juan Bautista; cómo Jesús
sufrirá un creciente rechazo y hostigamiento por parte de las autoridades
religiosas; como al final el mismo Pilato se lavará las manos y será incapaz de
liberarlo, aunque sabía que era inocente.
El pueblo sencillo se
dio rápidamente cuenta que el pastoreo de Jesús se sustentaba en otro tipo de
autoridad muy distinta a la que ostentaban sus jefes religiosos. En varias
oportunidades los evangelios recalcan que Jesús no se contentaba con enseñar,
sino que actuaba en conformidad con lo que enseñaba. Que su público predilecto
eran los leprosos, los publicanos, las prostitutas, los tullidos, los
paralíticos, los extranjeros. Por eso no
lo quieren perder y salen presurosamente en busca de él, rodeando el lago a
pie, mientras Jesús lo atraviesa con los suyos en barca.
Jesús se conmueve
tanto al ver tanta necesidad en aquellos que lo siguen, que cambia radicalmente
sus planes y en vez de dedicarse a sus discípulos atiende primero a la gente.
La atiende con compasión. Compasión significa compartir el sufrimiento del
otro, sufrir con el que sufre. Algo semejante le pedía el apóstol Pablo a los
cristianos de Roma cuando les escribió: “Alégrense
con los que están alegres y lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir
los unos para con los otros” (Rm 12,15). Sus discípulos han de continuar su
misión con esta capacidad empática.
Anteriormente los
había enviado de dos en dos y les había pedido que evangelizaran en las casas,
expulsaran los demonios de la vida de los pobres y curaran a la gente de sus
enfermedades (6,12). Ahora les pide que se vuelquen a toda misión que emprendan
en su nombre, con pasión por el bien de las muchedumbres abandonadas y con
entrañas de compasión, de misericordia, de ternura. De nada sirve dirá siglos
más tarde un gran padre de la Iglesia, San Gregorio Magno, tener un gran número
de pastores si éstos no se dedican con pasión y compasión a atender al pueblo
en todas sus necesidades espirituales, morales y materiales.
Estamos ante una gran
emergencia. No es precisamente la compasión y la misericordia la característica
relevante de las gobernanzas actuales. Desde las Naciones Unidas, el Parlamento
Europeo y muchos de los grandes centros transnacionales de poder se promueve el
aborto, la eutanasia, la eliminación de los discapacitados. Son millones los
niños sometidos a toda clase de explotación y esclavitud. Se cierran las
fronteras y los puertos a los centenares de miles de migrantes que buscan fuera
de sus patrias una vida mejor. Se invierte más en armamentismo que en
educación. Es alarmante el índice de mujeres y niños sometidos en todos los
países del mundo al maltrato y a la violación.
En los tiempos actuales pululan, en todos los continentes jefes de
estado corruptos, sedientos de poder y decididos a eliminar con la fuerza bruta
a todos sus opositores.
En el evangelio de
hoy Jesús nos llama a todos los que hemos sido constituidos pastores de su
rebaño, para que no solamente demos ejemplo del verdadero liderazgo cristiano,
con valentía y audacia, sino para que también formemos discípulos misioneros
libres y conscientes, que se empeñen en formar muy bien a todos los creyentes y
a sus comunidades para que no se dejen engañar ni manipular a la hora de elegir
a sus gobernantes. Es doloroso ver cómo países habitados por un porcentaje
mayoritario de católicos están en manos de bandidos, mercenarios y delincuentes
a quienes no les importa la vida de su pueblo y ven con indiferencia cómo se
matan entre sí, o huyen despavoridos a otras partes del mundo buscando una
nueva esperanza. ¿Será que aún los pastores no hemos sabido formar verdaderos
seguidores de Jesucristo? ¿O qué nos hemos tomado muy a la ligera eso de llevar
el nombre de cristianos o de pastores en nombre de Jesús?
Estamos aún muy lejos
del ideal que nos presenta Pablo en la carta a los Efesios y que hemos
escuchado en la segunda lectura. Acercar a los que están lejos. Unir pueblos
divididos. Derribar muros de enemistad y
de odio. Construir con la fuerza de la paz una nueva humanidad reconciliada con
Dios y entre sus distintas naciones y pueblos. Hermanos, hermanas, hay muchos
puentes que construir, muchos barrancos que rellenar, muchos senderos nuevos
que abrir para que todos podamos confluir, incluir, aceptarnos y respetarnos. Todo esto es posible si aprendemos a congregarnos todos
los cristianos, llenos de compasión, bajo la sombra salvadora de la cruz de
Jesús. Con Cristo Jesús muerto y resucitado todo eso es posible.
Maracaibo 22 de julio
de 2018
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico de Maracaibo
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