VIGILIA PASCUAL
HOMILÍA
Muy queridos hermanos,
Con la celebración de esta Vigilia Pascual llegamos
al corazón de esta semana mayor y a la culminación del Triduo Pascual. Hemos
recorrido toda la Cuaresma para prepararnos a esta fiesta. El pueblo de Israel
celebraba la Pascua para conmemorar la liberación de la esclavitud egipcia, el
paso del Mar Rojo y la Alianza con Dios en el Monte Sinaí, Nosotros los
cristianos, dispersos por el mundo, nos congregamos esta noche en Vigilia de
alabanza y oración para celebrar nuestra Pascua, haciendo memoria de la
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos. Creemos
firmemente que la Pascua de Jesucristo, es decir su Pasión, Muerte y
Resurrección, es un acontecimiento que no ocurrió para él solo, sino para todos
los que creemos en él, Cristo Jesús Resucitado es nuestra Resurrección.
¿Qué ocurrió en una noche como la de hoy hace más
de dos mil años, en aquel jardín donde se encontraba la tumba donde había sido
colocado el viernes el cuerpo inerte de Jesús de Nazaret? Todo lo que sabemos
es lo que nos narran los evangelios y los escritos del Nuevo Testamento. No hay
palabras humanas capaces de explicar claramente qué fue lo que pasó
exactamente. El hecho es que Jesús ya no está en el sepulcro, se hace reconocer
por las mujeres que vienen a embalsamarlo, les hace ver que no necesita eso.
Que vayan y anuncien a los apóstoles que él vive. De múltiples maneras se hace
presente, valiéndose de un cuerpo glorioso, en los lugares donde están reunidos
sus temerosos y asombrados discípulos, derriba sus dudas, abre sus ojos con la
luz de la Escritura, llena sus corazones de renovada alegría, les comunica su
Espíritu, les ratifica la misión que ya les había encomendado y los capacita
para ir como testigos suyos hasta los confines del mundo.
La Resurrección de Jesús no se quedó en el ayer.
Sus efectos y consecuencias tienen también hoy impacto sobre la creación, el
mundo y sobre cada uno de nosotros. Hoy nuestro Salvador rompe las puertas y
los cerrojos de la muerte. Rueda todas las piedras que nos encierran en las
tumbas del pecado. Hoy derriba los muros de las prisiones donde nos tienen
encerrados nuestras pasiones desordenadas y nuestros vicios. Hoy el Señor nos
fuerza para luchar contra todas las fuerzas del mal que nos acosan y nos
impiden vivir como hermanos. Él nos
ofrece su victoria para que se vuelva también nuestra victoria.
Ya no
estamos condenados a ser esclavos de nuestros pecados; a vivir sujetos a
nuestras pasiones; a dejarnos dominar por el odio o la violencia. Ya la
destrucción y la guerra no son nuestro fatal destino. No estamos destinados a
destruirnos unos a otros. Con Cristo Jesús, victorioso de la muerte, se han
abierto nuevos caminos para acabar con el modelo de vida impuesto por Caín,
modelo basado en la violencia, en la dominación del más fuerte y en la opresión
de los débiles.
Con Cristo Jesús Resucitado se inicia una nueva
humanidad hecha de hombres y mujeres, iguales en dignidad, capaces de construir
un modelo de humanidad basada en la aceptación mutua, el respeto de todo ser
humano, la cooperación entre todos para alcanzar el bien común, en la fraternidad
universal. Esta es la única bandera que podemos levantar los cristianos.
Así vivió Cristo Jesús desde que vino a este
mundo. Desde su hogar de Nazaret, de
mano de José y de la Virgen María, aprendió a darle a su vida un profundo sentido
de servicio, de entrega total en favor y beneficio de sus hermanos,
particularmente los más abandonados, despreciados, maltratados. Cuando leemos
los evangelios nos damos cuenta que así fue también todo su ministerio público.
Desde que se levantaba hasta bien entrada la noche, dedicaba su tiempo a animar
a los decaídos, a enseñar a los sencillos, a curar a los enfermos, a aliviar
las cargas, a consolar a los afligidos, a expulsar el demonio de este mundo, a
implantar el Reino de su Padre.
Su muerte en la cruz fue consecuencia de este modo
de vivir suyo. Su modo de entender la vida en este mundo molestó a las grandes
autoridades que vieron amenazados sus poderes y sus bienes terrenos. No
encontró la aprobación de los hombres de su tiempo, pero si la de su Padre Dios,
En sus manos se abandonó y siempre se fio de Él, en medio de las dificultades y
obstáculos. Así fue como se mantuvo firme y no abandonó nunca el camino que Él
le había señalado. Fue fiel a sus principios, valores e ideales hasta el final,
guiado por la luz poderosa de la Palabra de su Padre Dios y la fuerza de su Espíritu
de amor.
Todo lo que compartió en su peregrinar terrestre y
ministerio público no era más que un anticipo de la vida nueva que quería
compartir con los suyos una vez resucitado. Nunca vivió para sí sino para su
Padre y para sus hermanos. Tampoco resucitó para sí sino para glorificar a su
Padre y salvar a sus hermanos. No
resucitó solo para sí, sino que resucitó para que todos pudiéramos también
resucitar con él y como él. San Pablo clamaba: “Si con él morimos con el
resucitaremos”.
Es decir, si vivimos como Cristo vivió y morimos
como Cristo murió, resucitaremos como Cristo resucitó. Ese es el camino nuevo
que él nos ofrece y en el que nosotros hemos sido introducidos en el bautismo.
El Señor Jesús que salió victorioso del sepulcro, concede a todos sus fieles
seguidores que han sido sepultados con él en las aguas del bautismo salir de
ellas resucitados con la misma fuerza amorosa del Espíritu Santo que lo liberó
a él para siempre. Esta es la gran noticia que compartimos con todos los que
esta noche se bautizan en las aguas de la vida nueva. Esta es la gran noticia
que estamos decididos a vivir y a compartir y por eso con gran alegría ahora
nos disponemos a renovar nuestras promesas bautismales.
Vigilia Pascual, 15 de abril de 2017
+Ubaldo R Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo
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