JESUS,
LA VIÑA, EL PADRE EL VIÑADOR, NOSOTROS LOS SARMIENTOS
Y EL ESPIRITU LA SAVIA
El texto del
evangelio de hoy nos introduce en otro momento del diálogo de sobremesa de
Jesús con sus discípulos después de la última cena (cf Jn 13,3-17). En esta
parte el Señor Jesús les revela el grado de relación que quiere establecer con ellos
y el modelo en que deben inspirarse. Se trata de un nuevo modo de
existir que los apóstoles no conocen aún aunque lo han podido ir vislumbrando
en la vida y enseñanza de su maestro.
Para revelarles este misterio el Señor se vale de la comparación de la
vid y los sarmientos.
Jesús se presenta
como una buena vid, que produce no uvas amargas como las denunciadas por el
profeta Isaías (Cf Is 5,1-7) sino de primerísima calidad que dan el vino de las bodas eternas (cf Lc
22,14-18). Además les revela otro
misterio maravilloso: que no quiere dar fruto solo. Quiere que ellos formen
parte de esa vendimia; que sean por consiguiente los sarmientos de la vid. Esta
unión es además indispensable para que ellos puedan producir el buen vino del
Reino de Dios. Insiste para que entiendan que no se trata de una unión
transitoria y pasajera sino de una unión permanente, para siempre. Una alianza
irreversible que nada pueda romper.
Para poder seguir
perteneciendo al grupo de Jesús los discípulos tienen la imperiosa necesidad de
mantenerse estrechamente unidos a su Señor y no permitir que nada los separa de
él. Esta exigencia de Jesús se les va a presentar muy pronto, al día siguiente,
en toda su crudeza y van a descubrir lo difícil de resulta llevarla a
cumplimiento. En el momento de la pasión y de la muerte en cruz, todos se
desgajarán de él; lo traicionarán, lo negarán, huirán y lo dejarán solo. Pero
el Señor, en su inmensa misericordia, los llamará, les mostrará sus llagas
gloriosas, los re injertará en él, les comunicará su Espíritu y les confiará la
misión de ir por el mundo con el mensaje de la salvación.
Ha de quedar claro
para todos, hermanos y hermanas, que para producir los frutos que el Señor
desea cosechar en su Iglesia, es absolutamente necesario permanecer en él y
someterse a una doble poda: la de la Palabra de Jesús, espada de doble filo que
penetra hasta los tuétanos de nuestro ser (Cf He 4,12) y la del Padre, el
Viñador, que corta lo que no sirve y limpia el sarmiento de todo lo que impide
el paso de la savia divina.
En aquel diálogo en
el Cenáculo, Jesús les dice claramente que él se va, que vuelve a su Padre pero
que ha ideado un modo maravilloso de colocar su vida dentro de cada uno de sus
discípulos para que ellos puedan continuar viviendo de la vida que él ha traído
al mundo y que, desde su resurrección de entre los muertos, tiene poder y
autoridad para comunicarla. La clave es
permanecer. Lo repite siete veces en este texto. Jesús quiere que así como él
vino a este mundo, se encarnó en el seno de María, se quedó con la humanidad
doliente y pecadora, asumió la condición humana, penetró en sus mentes y sus
corazones, así también sus discípulos entren en su mundo divino, se compenetren
con él, se familiaricen con su mentalidad, adquieran su modo de amar hasta el
extremo, hagan suya su familia del cielo.
El quiere que entre
él y sus discípulos, nosotros, se
establezca una comunión que llegue hasta un grado profundo de intimidad. Que
así como corre la misma savia entre la
vid y los sarmientos, corra la misma sangre entre Jesús y los suyos. No se
trata de una transfusión transitoria y pasajera sino de una consanguinidad
total y permanente. Permanecer. El, como
nuestro Señor; nosotros como sus discípulos. Para siempre. Solo de un tal grado de comunión e intimidad
puede brotar el buen fruto deseado por Jesús: el amor de Dios presente en el
mundo y circulando por todos los corazones humanos. En muchas situaciones Dios
no puede contar con nosotros para realizar las maravillas de su amor redentor
porque no somos fieles en el permanecer, nos cansamos, desistimos y nos
alejamos de su presencia.
El Señor nos da a
conocer también otros frutos que se derivarán de esta comunión: la oración y la misión.
Si permanecemos con Jesús seremos como él es, iremos dónde el vaya,
haremos presente de modo efectivo y concreto la potencia de su amor redentor.
Si permanecemos en esta comunión de amistad, nos haremos también cargo de
cumplir los designios divinos del Padre: dar vida y darla en abundancia
particularmente a los más débiles y abandonados. Así el Padre quedará glorificado y llegará la
salvación a los hermanos más necesitados.
Si permanecemos con Cristo estaremos como él en este mundo: como don y
servicio de amor humilde y desinteresado.
¿Estamos convencidos
que sin Jesús no podemos hacer nada? ¿Qué sólo con él mi vida puede dar frutos
buenos? ¿Qué yo no puedo alcanzar solo la plena realidad de mi ser y de mi
vocación en esta tierra sino es en Jesús, con Jesús y por Jesús Resucitado?
¿Dejo al Padre Agricultor trabajarme, limpiarme, podarme y arrancar todas las
ramas secas para fructificar? ¿A quién consigno los frutos de mi existencia?
Señor Jesús, vid
verdadera, soy tu sarmiento, sin ti no puedo hacer nada bueno. No me dejes que
me injerte en el primer matorral de gamelote que encuentre en mi camino. Que tu Padre el Viñador venga y corte, pode,
limpie y arranque todo lo que haga falta para que corra libremente por mis venas la savia de tu Espíritu Santo e
injertado para siempre en Ti, produzca los buenos frutos que tu esperas de mi
desde que me creaste. Amén.
+Ubaldo
R Santana Sequera FMI
Arzobispo
de Maracaibo
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