Entre las grandes
gracias derramadas sobre Venezuela en el
siglo XX figuran, sin duda alguna, las dos visitas apostólicas del Papa San
Juan Pablo II. Este año conmemoramos el trigésimo aniversario de su primera
visita. Ocurrió entre el 26 y el 29 de enero de 1985. Tuvo numerosos encuentros
con todas las categorías del Pueblo de Dios. Peregrinó por cuatro ciudades:
Caracas, Maracaibo, Mérida y Ciudad Guayana.
A todos les dejó un mensaje centrado en la Nueva Evangelización, idea motora inspirada
para preparar la Iglesia al Tercer Milenio.
Celebró cuatro
eucaristías multitudinarias y en cada una de ellas, pronunció vibrantes y
memorables homilías. En Caracas abordó el tema del matrimonio y la familia; en
Maracaibo la Catequesis; en Mérida la creación y la fe; en Ciudad Guayana el
trabajo humano. Con motivo de este 1o de mayo quiero recordar su mensaje a los
guayaneses y a todos los venezolanos.
El Papa Wojtyla tenía
autoridad moral para hablar del trabajo manual. En 1939 su tierra natal,
Polonia, fue ocupada por alemanes y rusos. La parte sur del país quedó bajo el
dominio nazi. Una de las primeras medidas del invasor fue cerrar la Universidad de Cracovia. Karol tuvo que
buscar trabajo para conseguir una cartilla de racionamiento y poder comer él y
su padre que se hallaba enfermo. Durante tres años trabajó como obrero en unas
canteras y luego como maquinista y responsable de las calderas y del depurador
de la fábrica Solvay.
¿En qué consiste el
evangelio del trabajo para el Papa Juan Pablo? He aquí las afirmaciones
fundamentales contenidas en su homilía. El trabajo está en el centro mismo de
la creación de la pareja humana. El hombre trabaja no por castigo sino por ser
semejante a Dios creador. Entre todas
las criaturas del universo solo el hombre trabaja conscientemente. Trabajar es la vocación fundamental del
hombre mediante la cual colabora responsable y libremente con Dios en el
sometimiento o dominio de la tierra, con
todas las riquezas que contiene. Mediante el trabajo el hombre y la mujer
alcanzan su realización personal y completan la labor iniciada por Dios y que
voluntariamente dejó incompleta para que el hombre la perfeccionara y la
llevara a su plenitud.
El trabajo se ordena
al hombre y no el hombre al trabajo. Todas las herramientas que el ser humano
utilice para llevar a cabo su obra transformadora, como la ciencia, la técnica
y la tecnología, tienen un valor positivo si le permiten ser más humano y
mantener un dominio inteligente y responsable sobre la tierra y la creación
entera. Si se subvierte esta escala de valores el trabajo se deshumaniza, se
ideologiza y la materia impone un yugo opresor sobre el espíritu.
Por eso es tan
importante revisar constantemente las nociones de progreso y desarrollo para
asegurarse de que responsan a criterios y principios verdaderamente humanos. “¿Hasta cuándo, se pregunta el Papa, tendrá
que soportar injustamente el hombre y los hombres del Tercer Mundo, la primacía
de los procesos economicistas sobre los inviolables derechos humanos y, en
particular, de los derechos de los trabajadores y de sus familias?”.
El trabajo es para el
hombre y no el hombre para el trabajo. El trabajo es para la realización de su
humanidad, de su vocación de persona y de hijo de Dios. Todos los sistemas
industriales de producción y de todo proceso económico, político y social deben
regirse por el principio fundamental de la dignidad inviolable de la persona del trabajador. Es tan inhumano
un estatismo sofocante como un capitalismo salvaje que ponga el lucro y el
capital por encima del bien de las personas. El trabajo ha de llegar a ser un
bien del hombre, de todos los hombres y para todo el hombre. Un bien para la
familia; un bien para el desarrollo justo y equitativo de un país. A la Iglesia le corresponde hacerle descubrir
al trabajador la belleza y dignidad de este evangelio y darle a conocer a Jesús
que perteneció al mundo del trabajo durante 30 años y le ayudará a llevar el
peso de la cruz que surge en toda vida terrenal.
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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