“LLAMADOS PARA LLAMAR”.
Desafíos para la Pastoral Vocacional
en tiempos de Nueva
Evangelización.
INTRODUCCION.
Vivimos tiempos de Nueva Evangelización. Desde sus
primeros anuncios con Pablo VI en EVANGELII
NUNTIANDI, su ratificación por Juan Pablo II y Benedicto XVII se ha
asegurado con la invitación de Francisco a anunciar el Evangelio de la alegría.
El Papa Francisco nos renueva la invitación a asumir un nuevo estilo
evangelizador en cualquier actividad que se realice (cf. E.G 18).
El II Sínodo
Diocesano ha permitido darle a nuestra acción pastoral un sentido de
renovación en espíritu y verdad al trabajo pastoral en nuestra Iglesia
Diocesana. Una de las claves del éxito apostólico para nosotros es la
preocupación por el futuro de la misma Iglesia. En este sentido, la Pastoral Vocacional juega un papel
predominante: está destinada a provocar la respuesta de tantos hermanos y
hermanas que han sido llamados por Dios para un compromiso laical, para una
experiencia testimonial en la vida consagrada y para una guía pastoral de
ministros configurados a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Con motivo de los 90
años de fundación de nuestro Seminario
SANTO TOMAS DE AQUINO se ha organizado el II Congreso Vocacional de nuestra Diócesis de San Cristóbal. Además
de constituir un momento de gracia para la oración, la reflexión, la evaluación
y la acción de gracias, nos va a permitir engranar toda la acción de promoción
y acompañamiento vocacional en el marco de la Nueva Evangelización.
Entre otros frutos a conseguir, éste es muy
importante: nuestra pastoral vocacional se debe seguir realizando en el marco
de una acción evangelizadora integral e integradora. Ella, a la vez, debe
convertirse en la vocación para todas las pastorales: en comunión con las demás
acciones eclesiales, tiene una finalidad muy peculiar, cuando se lanza a abrir
las puertas de los corazones de todos los creyentes para que sepan responder a
la llamada de Dios. Aunque en las diversas exposiciones se vaya dibujando la
especificidad de toda vocación, tiene como punto de partida la primera y gran
vocación: la llamada de Dios a la Vida Nueva de la Santidad. Por eso, con Pablo
VI podemos y debemos decir que TODA VIDA ES UNA VOCACIÓN.
Tarea inicial que constituye el hilo conductor de toda
pastoral vocacional es la conciencia de que hemos sido “llamados para llamar”. Cualquiera que sea nuestro puesto dentro de
la Iglesia hemos sido llamados para convocar a otros hermanos a la santidad, a
participar en la vida eclesial, a conocer el Evangelio. De entre ellos, nos encontraremos
con algunos que recibirán la invitación del Señor para un servicio muy
peculiar: la vida consagrada y la vida de ministros ordenados para el servicio
del Pueblo de Dios.
Para llamar, desde la experiencia de nuestra propia
llamada y respuesta, hemos de tener plena conciencia de la misión de la
Iglesia. Ésta hoy se reviste de ribetes especiales por las exigencias del
momento: vivimos en tiempos de nueva evangelización. Esto requiere “aceptar este llamado: salir de la
propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la
luz del Evangelio” (E.G. 20). Hoy, la Iglesia debe ir al encuentro de
todos: no sólo de quienes están cercanos, sino de los alejados y de los que aún
no conocen a Cristo y su evangelio. Por eso, la Iglesia misma está “llamada para llamar a otros”.
Sin dejar a un lado otras recomendaciones, la pastoral
vocacional debe imbuirse del dinamismo propio de la “nueva evangelización”. El Papa Francisco nos indica con cinco
verbos cómo se debe desarrollar eso. No se trata de un recurso pedagógico, sino
algo más. Más bien es la presentación de algo que está en tensión permanente y en
camino hasta conseguir el objetivo y así poder realizar la tarea de “llamar desde la experiencia de ser llamados”.
Estos cinco verbos nos permitirán ver cómo podemos
realizar una pastoral vocacional en tiempos de “nueva evangelización” (Este
dinamismo también lo podemos aplicar y reconocer en las diversas acciones de la
Iglesia misionera). Además nos ayudarán a ver que no se trata de una acción
coyuntural, que se hace de vez en cuando o en tiempos de crisis.
La pastoral vocacional es el alma de todas las
pastorales. Y, por otro lado nos propiciará los medios humanos y sobrenaturales
para hacer de ella una acción eminentemente misionera y evangelizadora. Con
estos verbos, descriptivos de una acción de comunión y con sentido unitario,
les propongo revisar el desafío que la “nueva evangelización” coloca ante la
pastoral vocacional: “PRIMEREAR-INVOLUCRARSE- ACOMPAÑAR-FRUCTIFICAR- FESTEJAR”.
“PRIMEREAR”
Es un neologismo que nos da a conocer el Santo Padre
(E.G 24). Quizás no nos resulta fácil al sernos presentado. Pero Francisco
mismo nos indica qué significa: “La comunidad evangelizadora experimenta que
el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1Jn 4,10); y, por
eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro,
buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los
excluidos” (E.G. 24).
Está claro este primer paso del dinamismo de la acción
evangelizadora y pastoral: inspirados por la iniciativa de Dios, los discípulos
de Jesús deben tomar también la iniciativa para el encuentro y la realización
de la obra evangelizadora con sentido misionero. Como bien nos lo indicara el
Documento de Aparecida, se trata de un cambio: pasar de una pastoral de
conservación a una pastoral decididamente misionera: Con creatividad y
parrhesía, con perseverancia y confianza en el Espíritu. Mejor todavía, es
lanzarse “mar adentro” y allí
buscar, proponer, conseguir y hacer sentir la fuerza del Señor, en cuyo nombre hay que lanzar las redes.
Tomar la iniciativa, pero sin temores ni
aprehensiones: con la seguridad de la ayuda de Dios. Es arriesgarse a salir al
encuentro de los demás, sin desanimarse y sin prejuicios ni condiciones: es ser
instrumentos de la llamada de Dios a los demás. Por eso, una pastoral
vocacional debe distinguirse por esta cualidad: “primerear”, tomar la iniciativa, entusiasmar a los demás desde la
propia experiencia de una respuesta a la llamada de Dios.
Veamos ahora cómo podemos y debemos vislumbrar esta
cualidad en el marco de la pastoral vocacional en nuestra Diócesis y en otros
lugares.
VERNOS
Podríamos, sin temor a equivocarnos, pensar y
reconocer que uno de los carismas propios de esta Diócesis nuestra es lo
vocacional. Desde siempre Papá Dios nos ha bendecido con numerosas vocaciones
sacerdotales y a la vida consagrada, así como muchísimos apóstoles laicos que
entregan su vida por la edificación del Reino. Esta realidad fue captada desde
los inicios de la Diócesis por el I Obispo, el Siervo de Dios Tomás Antonio
Sanmiguel Díaz: no sólo animó el proceso de una obra por las vocaciones, sino
que incluso fundó el Seminario SANTO
TOMAS DE AQUINO. Los otros Obispos continuaron “in crescendo” esta
iniciativa. Y para ello, ciertamente se
ha contado con la oración y el acompañamiento de familias y comunidades. Se
puede afirmar que son numerosas las familias que han sentido la experiencia de
la vocación de uno de sus miembros.
También la vida consagrada ha encontrado una fuente
particular en nuestras comunidades. Además del reconocimiento y aprecio hacia
la misma, son numerosos los jóvenes que han ido a engrosar las comunidades de
vida consagrada tanto masculinas como femeninas. El número de seminarios
religiosos presentes en nuestra Diócesis es un indicativo.
En los últimos tiempos, animados por la experiencia y
herencia recibida, así como por los impulsos recibidos del Concilio Plenario de Venezuela y el II Sínodo Diocesano, la
pastoral vocacional ha asumido seriamente la tarea de “primerear”. Es decir, se ha abierto a las invitaciones a ir al
encuentro de los demás: con espíritu creativo y con decisión, se ha tomado
iniciativa de ir a hablar claramente acerca de la vocación, sobre todo en los
ambientes donde se consiguen los niños, adolescentes y jóvenes (escuelas,
liceos, universidades, donde se realiza cada año la “toma vocacional” para hablar e invitar a dar una respuesta a una
posible llamada de Dios; grupos juveniles parroquiales, etc.). Se emplean
diversos medios que no dejan a un lado las nuevas tecnologías y que incluyen el
acompañamiento en los diversos centros vocacionales parroquiales y vicariales,
así como las convivencias periódicas en el seminario. Incluso se ha intentado
realizar este “primereo” en comunión
con los religiosos y religiosas de nuestra diócesis (la respuesta de las
religiosas ha sido más bien tímida).
Si algo podemos ver como positivo es el haber asumido
este “primereo” con entusiasmo lo
cual nos ha venido dando excelentes frutos de respuestas y compromisos tanto
para las vocaciones sacerdotales y religiosas como para el apostolado laical.
Una característica también positiva ha sido darle a las diversas pastorales
(juvenil, universitaria, infantil y familiar, así como a la catequesis) una
dimensión vocacional. Forma parte de ese “primereo”:
Dios nos pide que tomemos la iniciativa y, en esta línea, la delantera para
ofrecerle a los demás la llamada que viene de Dios.
Si algo ha estado en este “primereo” continuo en nuestra Diócesis es la oración por las
vocaciones y los sacerdotes. Desde la llegada del primer Obispo hasta ahora es
común ver cómo la oración siempre ha sido un motor de lo vocacional, pues se ha
ido tomando conciencia de que el Señor da a quien pide… y acá pedimos porque
siga habiendo numerosos obreros para la viña del Señor.
No faltan los obstáculos y las desmotivaciones.
Obstáculos los conseguimos en el ambiente nada fácil donde viven nuestros
niños, adolescentes y jóvenes: la sociedad de hoy ofrece muchas tentaciones
ilusorias a ellos y les invita a sumergirse en un desierto materialista que va
secando la espiritualidad de tantos muchachos. Hablar con entusiasmo de la
vocación hoy, ante tantas propuestas deslumbrantes del mundo, no resulta fácil.
De allí la exigencia de tomar la iniciativa y de ser creativos. La pastoral
vocacional, en este sentido, debe tener muy en cuenta que “está en el mundo pero sin ser del
mundo”, como lo enseñó el Maestro.
Hay situaciones que pueden resultar tentadoramente
desmotivadoras: la poca resonancia vocacional en algunas instancias eclesiales,
particularmente las escuelas católicas. Cada vez parece ser menor el número de
jóvenes que se deciden al sacerdocio, a la vida consagrada y al compromiso
laical, provenientes de nuestras escuelas. Es algo cuestionador. Muchos de
nuestros jóvenes de esas escuelas sucumben ante el relativismo ético y se
contagian de la descomposición moral existente en nuestra sociedad. Se requiere
una conversión pastoral ante la emergencia educativa y hacer de nuestras escuelas
también un focolar de vocaciones.
No deja de influir en todas partes el triste fenómeno
de la desintegración familiar. Es un reto que debe ser asumido global e
integralmente; incluso con una perspectiva vocacional.
Junto a esto la visión pesimista y mesiánica ante el
problema vocacional: pensar que estamos en una situación que nos agobia y
esperar a ver quién o quiénes nos ayuden. Se oyen lamentos (“ya no tenemos
personal”…”antes venían de Europa…”) y se descubren desalientos (“qué irá a
pasar…”)…. Pero no se asume el reto del “primereo”
y la creatividad se deja a un lado. Quienes tienen esta sensación hablan de
hacer algo, pero no terminan de arriesgarse ni siquiera de organizar jornadas
de oración por las vocaciones…El desaliento abre paso a la mediocridad.
Estas y otras circunstancias que rodean el “primereo” desde un punto de vista
positivo o negativo, deben recibir la iluminación de la Palabra y del
Magisterio eclesial para poder conducirnos a un compromiso de acción.
ILUMINARNOS
En los diversos relatos de vocación que nos
encontramos en la Biblia, siempre aparece la iniciativa de parte de Dios. Él es
quien llama, aunque se pueda valer de otros cooperadores. Es el caso de Samuel
(cf. 1 Sam 3). También Jesús toma la iniciativa de llamar a sus discípulos (cf.
Mc 1,16-20; 2, 13-17) al inicio de su ministerio Jesús no se queda solo ni
aislado, sino que en su caminar va llamando a quienes elige. Es importante
comprobar, por otro lado, que la iniciativa de Dios conlleva dos elementos:
elección-invitación para una misión y consagración para ella. Es una llamada
para cooperar estrechamente con Él.
La Iglesia misma retoma esta idea de la llamada para
una misión. El Beato Pablo VI en el Mensaje con motivo de la V Jornada Mundial
de oración por las vocaciones nos indica que se necesitan personas que se
consagren para ayudar en la obra de la salvación. En esta línea, como lo afirma
el mismo Pontífice en el mensaje de la VI Jornada enmarca la invitación a
discernir la llamada en el horizonte de la gloriosa Resurrección de Jesucristo.
Esto motivará la propuesta e invitación a los jóvenes. La Iglesia, con sus
diversas expresiones, debe hacerse eco de la llamada de Dios a los jóvenes; por
tanto debe “primerear” y presentarles
a los jóvenes la vocación como una donación total al amor de Cristo (cf. Mt
12,29) y como consagración irrenunciable al servicio exclusivo del Evangelio.
Para ello, además del testimonio de los sacerdotes y religiosos, hay que
presentar la llamada como una invitación a participar en la Misión (cf. Rom
10,15): Dios es quien llama y espera una respuesta. (cf. Mensaje VII Jornada).
La iniciativa de la Iglesia a través de la pastoral
vocacional no debe ser tímida. Ha de ser una invitación directa y clara a los
jóvenes a fin de que tengan valentía de escuchar y seguir la voz del Maestro
(cf. MENSAJE III JORNADA). Los jóvenes están convocados a ser amigos de Jesús
(cf. Jn 15, 9) quien les habla al corazón (Os 2,16) y los reta (cf. Mt 20,6: “¿Por
qué están ociosos?”). La Iglesia alienta a los jóvenes para que se
conviertan en pescadores de hombres (cf. Mt 4, 18-22).
En la realización de esta tarea como iniciativa propia
de la Iglesia deben participar todos sus miembros. Aunque de manera particular
los pastores de almas (Obispos, sacerdotes y religiosos), las familias,
invitadas a ofrendar sus propios hijos, los educadores (cf. Mensaje V Jornada).
En cuanto a los educadores, Pablo VI resalta su papel primordial en esta
iniciativa de proponer la llamada de Dios a sus alumnos (cf. Mensaje VII
Jornada).
Es importante saber dónde están los posibles llamados
y elegidos: en las familias cristianas, en las parroquias, en las escuelas (cf.
Mensaje IV Jornada). Por lo que se refiere a las familias, además de ser el primer
lugar para el conocimiento de la fe y del seguimiento de Jesús, éstas tienen
una gran responsabilidad, pues han de crear una atmósfera para que se dé un
fructuoso diálogo interior con Dios (cf. Mensaje VII Jornada)
La comunidad cristiana, según O.T. 2, debe aprovechar el dinamismo de la iniciación cristiana
para presentar la vocación. La iniciación cristiana es eso: un camino en la las
sendas de la vida nueva y no sólo o meramente una preparación presacramental:
debe desembocar en el compromiso personal de seguimiento de Jesús, lo cual
incluye la posibilidad de diversas formas de llamada por parte de Dios. (cf.
Mensaje VII Jornada). Es interesante lo que nos plantea Benedicto XVI en su
Mensaje para la XLV Jornada: Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada
sólo florecen en un terreno espiritualmente bien cultivado. De hecho, las
comunidades cristianas que viven intensamente la dimensión misionera del
ministerio de la Iglesia nunca se cerrarán en sí mismas. La misión, como
testimonio del amor divino, resulta especialmente eficaz cuando se comparte
«para que el mundo crea» (cf. Jn 17,
21). El don de la vocación es un don que la Iglesia implora cada día al
Espíritu Santo. Como en los comienzos, reunida en torno a la Virgen María,
Reina de los Apóstoles, la comunidad eclesial aprende de ella a pedir al Señor
que florezcan nuevos apóstoles que sepan vivir la fe y el amor necesarios para
la misión.
Ya Pablo VI lo había enfatizado: las vocaciones surgen donde se
vive con generosidad en Evangelio (cf. Mensaje I Jornada); las vocaciones son un índice claro de las
comunidades parroquiales y diocesanas: una comunidad que no vive generosamente
según el Evangelio no puede ser sino una comunidad pobre de vocaciones. Allí
donde la fe despierta y se mantiene en alto el amor de Dios las vocaciones son
numerosas (cf. Mensaje VII Jornada).
Esto nos lleva a plantearnos un compromiso bien claro,
consecuencia del “primerear” de la pastoral vocacional: una CULTURA VOCACIONAL.
COMPROMETERNOS.
Un primer compromiso para nuestra acción eclesial
pastoral en nuestra Diócesis y en nuestro país es crear, donde no la haya, y
fortalecer relazándola, una CULTURA
VOCACIONAL. Es responsabilidad de toda la Iglesia y sus diversas
expresiones (comunidades, congregaciones, grupos apostólicos, etc.). Es cierto
que vivimos en un momento y en una sociedad donde nos hallamos con una cultura
anti-vocacional, con más urgencia hemos de dar el paso por crear y mantener
desde la Iglesia una cultura vocacional. Así se podrá responder a la situación
de anonimato, indefinición e indecisión a la cual están sometidos tantísimos
jóvenes. La cultura vocacional conlleva imitar a Jesús y hacer eco de la
llamada en forma personal.
En este contexto parece que el salto de cualidad de la pastoral vocacional
debería consistir en pasar a “llamar por el propio nombre”, a hacer oír una voz
exterior, que, pronunciando el nombre personal, abriese a cada uno a horizontes
amplios de ser, de vivir, de servir. Esta praxis bien se podría llamar “la
cultura del llamamiento”[1].
No es la praxis ordinaria ni común de la Iglesia.
Hacerlo y proponerlo va a causar admiración y hasta escozor; hasta se llegaría
a decir que es imposible. Es más fácil reducir la pastoral vocacional a actos
coyunturales y operativos apostólicos. Por eso, en este campo se necesita
también una conversión pastoral. Juan Pablo II nos lo ponía como un desafía en
el mensaje de la Jornada de 1979: “No tengan miedo de llamar. Introdúzcanse en
medio de sus jóvenes. Vayan personalmente a su encuentro y llamen”.
Debemos presentarnos como una Iglesia llamada que
llama. Este fue el desafío presentado por el Congreso Europeo de vocaciones en
1997:
La crisis vocacional de los llamados es hoy también una crisis de los
que llaman, muchas veces escondidos y poco valientes. Si no hay nadie que
llame, ¿cómo puede haber quien responda?
Ahí está un primer compromiso que hemos de asumir:
sentirnos una Iglesia llamada y que llame.
INVOLUCRARNOS.
Una primera consecuencia del primerear es INVOLUCRARSE: “Jesús lavó los pies a sus
discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de
rodillas para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: “Serán felices si
hacen esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos
en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente
de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así “olor a oveja” y éstas
escuchan su voz” (E.G. 24).
Si bien las palabras antes citadas de Francisco son
para todos los actores y todas las acciones de evangelización, no sólo las
podemos aplicar para nuestro quehacer vocacional, sino que afinan lo antes
expuesto. Involucrarse es ir al encuentro de los jóvenes, adolescentes y niños,
identificarse con ellos y hablarles de la llamada de Dios desde la propia
experiencia de ser llamados.
Es darle el sentido de encarnación a la pastoral
vocacional. Por una parte hemos de llamar, pero por otra parte la llamada no se
hace aisladamente o como si no se tuviera ningún relación con los posibles
llamados. Es dentro de la comunidad, en el contacto personalizado con los
jóvenes, niños y adolescentes, con sus familias y escuelas, donde viven y
trabajan… en medio de ellos. Jesús para eso nos dio un ejemplo concreto: no
puso ningún aviso para ver si había alguien que lo pudiera leer y animarse a
seguirlo. Fue a la orilla del lago, a donde estaban quienes recibieron la
llamada, les mostró dónde Él vivía y los llamó desde el compromiso adquirido
por su encarnación y misión.
Este INVOLUCRARSE
será factible si hay una cultura de la vocación, del llamamiento.
VERNOS
Mirar el camino realizado y los proyectos de futuro
nos permite comprobar que en nuestra Diócesis se ha ido tomando en serio la
pastoral vocacional en la perspectiva del “involucrarnos”.
Lo demuestran las acciones realizadas, el interés puesto por los pastores y
agentes de pastoral. No ha sido un conjunto de operativos coyunturales, sino
una acción orgánica que ha ido al encuentro de los jóvenes… quizás con altos y
bajos, pero sí de manera continua. Ha habido estilos y métodos, que pueden
haberse empleado. Pero podemos comprobar que, en línea de máxima, ha habido el
interés y la decisión por involucrarse.
Ejemplo de ello lo encontramos en el nuevo plan de
pastoral vocacional, sobre todo a partir del II Sínodo. No se ha reducido a simples mensajes esporádicos, o a
actividades compulsivas de vez en cuando. Se tiene un proyecto que impulsa a ir
al encuentro de los jóvenes, niños y adolescentes para compartir con ellos su
vida de fe y sus esperanzas y proyectos. Se les ha hablado directamente. Con
diversos medios y métodos: ya parece ser un estilo de muchos en medio de
nosotros. Y los resultados han venido siendo positivos.
Sin embargo no faltan elementos que pueden
distorsionar este panorama: la falta de interés de sacerdotes, religiosos y
religiosas por el tema vocacional, aunque se diga que es lo más importante. Hay
muchos lamentos porque no se consiguen vocaciones… Y quizás no se ha hecho un
contacto directo con los mismos jóvenes en sus lugares de vida y trabajo, para
hablarles, en primer lugar de Jesucristo y su Evangelio, y luego de la llamada
al servicio en diversos estados de vida.
A esto se une la tentación de no pocos agentes de
pastoral de querer manipular el proceso de la pastoral vocacional, queriendo
imponer criterios poco eclesiales, o rompiendo la comunión o anclándose en el
pasado con métodos ya extemporáneos.
Aunque se ha caminado en el campo de la catequesis, todavía
hay un vacío en este ámbito. La catequesis debería asumir esa dimensión
vocacional. Nos podría ayudar mucho el asumirla desde la dinámica de la
iniciación cristiana. Por otro lado, hay casi una ausencia total de interés
vocacional en muchos de nuestros centros educativos. Pablo VI insistía en la
importancia de este ámbito pues debería ser una cantera de vocaciones. Esto
tiene que ver con la opción de realizar una educación integral evangelizadora
por parte de las escuelas denominadas católicas.
Cuando la pastoral se realiza en comunión, adquiere un
sentido vocacional. No hay sino que ver los frutos que están dando en este
campo la pastoral juvenil, familiar y universitaria de nuestra Diócesis. Esto
expresa la conciencia de una Iglesia que busca asegurar el futuro de su
compromiso evangelizador. La existencia y consolidación de un secretariado de
pastoral vocacional es un paso importante que ha permitido involucrarse: una de
sus tareas es ir al encuentro de los llamados, en sus escuelas y liceos, en sus
grupos juveniles y ambientes de trabajo… Puede haber muchas excusas, pero no
puede haber desaliento ni decisiones que culminen en un conformismo o una
mediocridad.
ILUMINARNOS
Tanto la Palabra de Dios como el Magisterio de la
Iglesia nos dan luces para poder así hacer del INVOLUCRARNOS un estilo permanente de vida. Por supuesto que la
raíz de este INVOLUCRARNOS se halla
en la encarnación del Hijo de Dios. Su presencia en la historia de la humanidad
lo llevó a ser igual en todo a los hombres, menos en el pecado: por eso pudo
sentir, alegrarse, sufrir con su gente… y por eso, llamado a la MISION
salvífica, pudo llamar a quienes estaban cerca de Él y desde ellos y con ellos
al resto de la humanidad.
De esto tuvo conciencia la Iglesia desde sus inicios.
Los diversos discursos de los Apóstoles, reportados en el Libro de los Hechos,
nos dan noticia de un anuncio directo sobre Jesucristo y una llamada clara a
seguirlo. El efecto se hizo sentir: en unos porque optaron por Jesús; en otros
porque persiguieron a los anunciadores. Estos hablaban desde su sentido de
pertenencia a un pueblo que había sido transformado en nuevo.
Podemos mencionar variados ejemplos, pero presentamos
uno muy peculiar: el de Pablo. El perseguidor de los cristianos recibió la
llamada de Dios de una manera que podíamos definir asombrosa y espectacular. Se
convirtió de perseguidor en el más
decidido anunciador del Evangelio. El mismo se autoidentificó como un llamado
convertido para llamar y, por tanto involucrado en la tarea evangelizadora en
medio de los suyos. En el inicio de la carta a los Romanos encontramos una
clara manifestación de ello: “Los saluda Pablo, siervo de Cristo Jesús
llamado por Él para ser apóstol y apartado para anunciar el evangelio de Dios”
(Rom 1,1).
Pablo no fue apartado para separarse sino para
introducirse en medio de los suyos y especialmente de los gentiles a fin de
anunciar el evangelio: para llamar a los demás a la salvación, desde la propia
experiencia de llamado. En comunión con los suyos. Por eso “fue
griego con los griegos y judío con los judíos”.
En la misma carta a los Romanos, nos encontramos una
interrogante que habla de la necesidad de
involucrarse-encarnarse- codearse-meterse en medio de los demás para que el
anuncio pueda ser escuchado: “¿Cómo van a invocarlo si no han creído en
él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de Él? ¿Y cómo van a oír
si no hay quien les anuncie el Evangelio?” (Rom. 10, 14). Sólo podrán
conocer si hay alguien que les dirija el menaje de salvación: ello requiere encarnarse
en medio de ellos y no por un momento o espacio de tiempo determinado. Se trata
de una opción temporal permanente.
El Beato Pablo VI en su mensaje con motivo de la VII
Jornada insiste en que el tema vocacional es de vital importancia para la Iglesia,
ante el cual ninguno puede permanecer indiferente; más aún, sería un error caer
en el pesimismo o en el conformismo ya que el misterio de la vocación viene de
Dios. Se debe mostrar confianza en la juventud que no tiene menos generosidad
que ayer y está abierta a ideales. En ella hay, ciertamente, jóvenes capaces de
responder… pero hay que ir a ellos y llamarlos.
En su mensaje con motivo de la IX Jornada, Pablo VI vuelve
a insistir en la incumbencia total de parte de la Iglesia ya que se trata de un
compromiso serio, que exige disponibilidad, riesgo, ruptura con todo tipo de
cálculo. ¿Qué hacer? Estar dispuestos: convocar, acudir donde están los
jóvenes. Nos indica el Papa Pablo VI si estamos dispuestos a desarrollar un
encuentro e intimidad en la intimidad espiritual de los niños, adolescentes y
jóvenes. Entonces, desde ese continuo encuentro con ellos desafiarlos para que
miren a Cristo viendo a la Iglesia: ese desafío incluye la llamada o la
invitación a pensarla (cf. Mensaje XV Jornada).
A la vez, se necesita algo muy importante: para que
siempre haya vocaciones es preciso que nunca deje de haber en las comunidades
una continua educación en la fe y hacer crecer la responsabilidad misional. Una
Iglesia en pleno contacto con sus jóvenes, niños y adolescentes, al educarlos
en la fe, les animará al seguimiento de Jesús y a dar respuesta a su llamada
(Cf. Benedicto XVI, Mensaje XLV Jornada). De allí el compromiso por fortalecer
y realizar una auténtica pastoral vocacional.
COMPROMETERNOS.
Somos herederos de una rica tradición en pastoral
vocacional y no podemos darnos el lujo de confiarnos ni dormirnos, no sea que
nos suceda lo de las vírgenes necias. Si algo debemos fortalecer ahora más que
nunca es la PASTORAL VOCACIONAL.
Para ello, no sólo ir adecuándola a las exigencias de cada tiempo,
enriqueciéndola con la reflexión y aportes metodológicos, pero sobre todo
haciendo de ella la “vocación de la
pastoral”.
No se trata de un juego de palabras o de un slogan
publicitario. Considerarla como la vocación de la pastoral hace ver a la
Pastoral vocacional con algunos elementos novedosos, aunque permanentes (quizás
porque no nos habíamos dado cuenta de ello, no se había reflexionado al
respecto):
- Es la perspectiva originaria de la pastoral general o de conjunto.
- Es universal y permanente
- Es general y específica
- Es la perspectiva unitario-sintética de la pastoral[2].
Por eso, es urgente pasar de una pastoral vocacional
realizada por una persona o un pequeño grupo a una acción más eclesial y
concebida como una tarea permanente y comunitaria. Ello supone leerla como
pastoral de una Iglesia llamada que llama. La vocación define el ser profundo
de la Iglesia; de hecho el término original “EKKLESIA” tiene su raíz en el verbo griego “kaleo” (llamar). La Iglesia es convocación a los demás. Y esto se
debe hacer notar en la pastoral vocacional[3].
El futuro de la
misión de la Iglesia debe considerarse desde esta perspectiva vocacional. Nos
toca fortalecer, reafirmar y seguir impulsando la Pastoral vocacional, dentro
del marco de una pastoral de comunión. Así nos lo planteamos en el II Sínodo y
así debemos seguir haciéndolo. El ejercicio de la pastoral vocacional es una
manera de hacer realidad el “primereo”
involucrándonos con todos los destinatarios y agentes de la pastoral.
Cuando una Iglesia
local, una congregación no se lanza en este camino, los frutos a conseguir no
serán tan halagüeños. Involucrarse implica dialogar con los jóvenes y su
situación, conocerlos y dejarnos conocer. Por eso, este desafío requiere
también una conversión pastoral seria.
ACOMPAÑAR.
Esto también forma
parte del dinamismo de la Nueva Evangelización según Francisco. “La
comunidad se debe disponer a “acompañar”. Acompaña a la humanidad en todos sus
procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de
aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita
maltratar límites” (E.G. 24).
El mismo Pontífice le
da una gran relevancia al acompañamiento: “La Iglesia necesita la mirada cercana para
contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En
este mundo los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer
presente la fragancia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá
que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos- en este “arte del
acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante
la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5)”. (E.G.169).
Y si en algún ámbito
se debe desarrollar un serio acompañamiento es, precisamente, en el de la
pastoral vocacional. El acompañamiento no es algo temporal, sino permanente;
tampoco hay que verlo aisladamente de las otras dos fuerzas dinamizadoras de la
Nueva Evangelización: tomar la iniciativa –primerear- e involucrarse son
expresiones primeras del acompañamiento. Este debe ser la acentuación de las
consecuencias de aquellos dos. Una pastoral vocacional que no acompañe a los
vocacionados es un mero saludo a la bandera. Por eso, tomar la iniciativa,
involucrarse con los niños, adolescentes y jóvenes, va a suponer acompañarlos
siempre y animarles a dar una respuesta al Señor.
Para que el
acompañamiento sea efectivo y produzca sus frutos, ciertamente que se requiere
de varias cosas: una gran confianza en la ayuda del Espíritu, actuar en nombre
del Señor, a cercarse en comunión y fraternidad todos, no improvisar y valerse
de los diversos medios de que se dispone para hacerlo real. Y, por otra parte,
un gran sentido de comunión: “El acompañante sabe reconocer que la
situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie
puede conocer plenamente desde afuera” (E.G. 172).
Una pastoral
vocacional sin acompañamiento en las diversas etapas de su realización está
condenada a ser una acción estéril, productora de cansancio y desilusiones…
VERNOS
No podemos negar el
avance comprobado en esta área del acompañamiento vocacional, sobre todo en los
últimos años. El secretariado diocesano y su plan, asumido en el II Sínodo diocesano apunta a conseguir
dos cosas muy necesarias: la creación de centros vocacionales vicariales y
parroquiales. La otra, también necesaria, la promoción de animadores
vocacionales en cada parroquia.
Si bien en lo
referente a los animadores parroquiales la respuesta ha sido lenta, no por eso
podemos pensar que ha sido imposible. Todavía hay que crecer mucho en este
sentido y se requiere una toma de conciencia y una conversión pastoral en este
sentido.
Los centros
vocacionales ayudan a contactar, acompañar y seguir a los candidatos al
seminario y a la vida religiosa. Se han venido realizando y consolidando. Es
una opción válida de nuestra pastoral vocacional diocesana.
Sin embargo nos encontramos con algunas dificultades:
·
La indiferencia de
algunos sacerdotes, religiosos y religiosas y agentes pastoral.
·
La poca importancia
que algunos párrocos le dan a los centros vocacionales y a la promoción de
animadores vocacionales parroquiales.
·
El pensar que la obra
de las vocacionales y su acompañamiento es propia sólo del seminario.
·
La falta de una
cultura vocacional en nuestras escuelas católicas, que podrían ser un sitio
estupendo para el acompañamiento vocacional.
·
La acción
proselitista de alguna congregación que viene a buscar vocaciones con ánimo más
de reclutamiento y que acuden a nuestros centros vocacionales para captar
candidatos para su congregación.
Aunque el camino es
largo, podemos ver que se ha hecho andado un buen trayecto y la constitución de
estos centros vocacionales y animadores nos facilitan una visión de futuro en
el campo de la pastoral vocacional. A esto se añade el interés de muchos
sacerdotes de promover, acompañar y animar las vocaciones en sus comunidades.
ILUMINARNOS
La Palabra de Dios
nos enseña que la llamada de Dios no es algo aislado de la vida de la
comunidad. En el caso de Samuel, podemos descubrir el acompañamiento y
animación del Sumo Sacerdote que le inspiró a Samuel la respuesta a Dios. Pablo
mismo es un ejemplo: cuando recibe la gracia de la conversión, es acompañado
por alguien que le va a instruir y le va a aclarar la llamada de Dios y la
respuesta que debe darle. La respuesta fue consolidándose: no fue de un momento
para otro, ya que se tomó el tiempo, acompañado, ayudado e instruido por
quienes recibieron ese encargo de parte de Dios. Ese acompañamiento permitió
que Pablo conociera el Evangelio, del cual fue declarado Apóstol y Servidor.
El mismo Pablo ha
sido un ejemplo vivo de acompañamiento: sus cartas pastorales muestran el
interés por sus discípulos: les ilustra, les alienta y les acompaña,
recordándoles a Timoteo y Tito cómo deben actuar en el nombre del Señor.
La Iglesia ha
recomendado abiertamente esta tarea del acompañamiento de los que buscan discernir
su vocación. En el Mensaje por la VI Jornada de oración por las vocaciones, el
Papa Pablo VI les indica a los Obispos que es una de sus responsabilidades,
pues han de considerar las vocaciones como la pupila de sus ojos. El
seguimiento, como aparece en los diversos mensajes de los Papas, debe ser
responsabilidad también de los sacerdotes, padres de familia, educadores y
miembros de la comunidad cristiana. Por eso, en las comunidades cristianas debe
haber siempre una permanente educación en la fe: las vocaciones florecerán y
crecerán en un terreno bien cultivado, como lo recuerda Benedicto XVI (Mensaje
XLV Jornada)
COMPROMETERNOS.
Desde esta perspectiva, un compromiso claro a asumir
es el propuesto en el proyecto de pastoral vocacional de la Diócesis:
a) Fortalecimiento de los centros vocacionales parroquiales y vicariales,
en comunión con el centro, el secretariado diocesano.
b) Esto incluye también el fortalecimiento de las acciones de visita, de
promoción y animación por parte de los responsables del secretariado diocesano
y de los animadores parroquiales.
c) Seguir promoviendo la presencia de animadores vocacionales en las
diversas parroquias: para ello invitar a los párrocos, a los movimientos
apostólicos… Sería interesante pedir a los padres y familiares de sacerdotes
que se involucren en este trabajo
d) Seguir pidiendo a las congregaciones religiosas que se incorporen en los
centros vocacionales.
e) Pedir que los sacerdotes se abran más a la animación y acompañamiento
vocacional, sobre todo desde la perspectiva de la dirección espiritual.
FRUCTIFICAR.
Todo lo antes
indicado en el dinamismo de la Nueva Evangelización no se debe quedar en
acciones por hacer o por cumplir. Se requiere tener la intencionalidad de dar
fruto. Así nos lo enseña el Papa Francisco: Fiel al don del
Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está
atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no
pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en
medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la
manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de
vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo
sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de
Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea
acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora (E.G. 24).
Es cierto que muchas veces sembramos y otros
recogen. Pero aún así, es importante tener la intencionalidad de fructificar.
No se está haciendo la publicidad de algo banal: se está promoviendo y animando
a descubrir la llamada de Dios. El primer fruto de esa llamada es encontrar
quienes estén dispuestos a responderla. Por otro lado, el acompañamiento
ayudará a afinar el fruto, a madurarlo y a evitar que haya quien siembre cizaña
para entorpecer la siembra de la semilla.
Una de las características propias de quien
siembra es decir del animador de pastoral vocacional es la perseverancia. No
sólo al sembrar la semilla de la vocación, sino al cuidarla, regarla, abonarla,
defenderla de la cizaña, madurar su fruto…. Perseverar hasta conseguir. Esto
permitirá vencer dos tentaciones: una la del desaliento, al quizás no ver
frutos de manera inmediata; otra la de pensar que quien siembra sólo debe
quedarse con el acto de sembrar.
VERNOS
Uno de los grandes dones de Dios para nuestra
Diócesis ha sido la respuesta de numerosísimos jóvenes a la llamada de Dios.
Entre ellos, un buen grupo llegó a la vida sacerdotal y consagrada; otros
jóvenes se incorporaron a la vida activa de la Iglesia y de la sociedad, con
sentido de servicio evangelizador. Es un don de Dios que en nuestra tierra haya
vocaciones. Fruto ciertamente de la iniciativa divina; pero también de todo el
trabajo realizado en nuestras comunidades desde hace muchos años.
Donde se siembra se recoge. Y ha habido una cultura
del llamamiento, que, como se vio, se ha de fortalecer. Ha habido ciertamente
interés por producir frutos vocacionales. Esto se ha apoyado con un ambiente
propicio de familias y comunidades parroquiales, donde ha habido acogida. Un
dato interesante que no podemos dejar a un lado es la receptividad en la
inmensa mayoría de las familias donde se plantea la posibilidad de una vocación
sacerdotal o religiosa, y también al compromiso laical.
El ejemplo y testimonio de no pocos sacerdotes ha
iluminado el camino de tantísimos jóvenes. En los últimos tiempos, con la
realización de una pastoral de comunión, la pastoral juvenil, la catequesis, la
pastoral universitaria y la pastoral de niños y adolescentes han participado
abierta y eficazmente en la siembra vocacional y se ha empezado a ver los
frutos. Uno de ellos es el alto número de jóvenes universitarios que están
pensando seriamente su vocación al ministerio sacerdotal.
El problema de la sequedad y de la esterilidad de
vocaciones se produce en primer lugar donde no se hace la siembra. Donde no se
promueve ni se habla de vocaciones, allí es difícil conseguir respuestas. Es
claro que en parroquias donde no hay una motivación ni una cultura de las
vocaciones, no se producen frutos en este sentido. Es curioso cómo en
parroquias donde nunca habían surgidos posibles vocacionados, al cambiar de
párroco, y llegar uno nuevo con esa intencionalidad, comienzan a presentarse
jóvenes para discernir su vocación. Es curioso que haya congregaciones con
muchos años de presencia en nuestra diócesis que aún no hayan tenido ninguna
vocación de la región…
Por eso, ver el camino andado nos muestra que no
hay tierra árida ni reseca… lo que no hay muchas veces es quien siembre,
acompañe y haga crecer la semilla para que dé frutos. Esto debe ayudarnos a
entusiasmarnos como promotores, animadores y cultivadores de vocaciones.
Es interesante comprobar cómo la acción por las
vocaciones y la imagen de nuestros seminarios resultan atractivas a la gente de
nuestras comunidades: la oración, el apoyo y la receptividad de las propuestas
entran en este dinamismo del “fructificar”
propuesto por el Papa Francisco.
ILUMINARNOS
Además de la parábola del sembrador, que nos
ilumina (si bien tiene una referencia directa a la Palabra de Dios que debe ser
acogida), nos encontramos con decisiones
de personas que han sido llamadas y han respondido a la llamada de Dios. Un
ejemplo dramático lo encontramos en Jeremías: luego de haber puesto sus
interrogantes ante la llamada de Dios y haberla asumido, al encontrarse solo,
casi derrotado, se atreve a decirle a Dios por qué ha permanecido fiel a la
llamada, a pesar de todo: “Me sedujiste Señor, y me dejé seducir”
(Jer. 20, 7).
El fruto de la llamada de Dios a los primeros
discípulos lo vemos en su actitud, luego de ser invitados a convertirse en
pescadores de hombres: “Al punto dejaron las redes y lo siguieron”
(Mt 4,20). Lo mismo sucedió con Mateo: “Se levantó y lo siguió” (Mt 9,9).
San Pablo da gracias a Dios por la respuesta dada
por los fieles de Tesalónica. Una respuesta que dio sus frutos, los cuales
fueron reconocidos por el mismo Apóstol: “Nos consta que ustedes han sido elegidos…
con la eficacia del Espíritu Santo y con fruto abundante…hasta el punto de
convertirse en modelo de todos los creyentes de Macedonia y Asia. Desde ustedes
ha resonado la palabra de Dios en Macedonia y Acaya… y en todas partes llegó la
fama de la fe de ustedes…” (1 Tes. 1, 4. 5. 7-8).
Una de las mejores maneras de hacer fructificar
la semilla de la vocación es la oración. El mismo Jesús así lo indicó: Orar al
dueño de la mies para que envíe obreros a su campo (cf. Mt 9,38). Esto mismo ha
sido asumido en los diversos mensajes con motivo de la oración por las
vocaciones. La oración es fuerza que hace fructificar la semilla y produce,
entre otras cosas, nuevos obreros capaces de seguir la obra de Dios. Benedicto
XVI invita a implorar el don de la vocación al Espíritu Santo (Mensaje XLV
Jornada).
COMPROMETERNOS
Junto a los otros
compromisos a adquirir y realizar no podemos obviar el de la ORACIÓN POR LAS VOCACIONES. En una
oportunidad, durante un viaje a Roma, se me preguntó por qué había tantas
vocaciones en nuestra Iglesia diocesana y región. Yo indiqué que, además de ser
una gracia de Dios, y por ser fruto de un trabajo de siembra con perseverancia,
la oración producía sus frutos. Desde los inicios de la Diócesis, por
iniciativa de los Obispos, se ha promocionado la oración por las vocaciones.
Son muchas las comunidades que, con fe, oran por las vocaciones, por las
respuestas a darse a Dios, por la fidelidad y perseverancia de los llamados y
consagrados.
Por eso, si algo no
debemos olvidar o poner de lado es la ORACIÓN.
Si nuestras comunidades apoyan sus acciones en pro de la cultura vocacional y
acompañamiento de los vocacionados con la oración, ciertamente se obtendrán
frutos. La oración nunca debe faltar. Y no debería limitarse a una mera
petición en la oración de los fieles (necesaria e imprescindible), sino también
con jornadas de oración (horas santas, vigilias, eucaristías, convivencias y
retiros…). Esto debe formar parte de la cultura vocacional.
FESTEJAR.
El Papa Francisco le
da esa connotación particular a la celebración que es conmemoración del evento
evangelizador y sus frutos. La comunidad evangelizadora
gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada
paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza
en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia
evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual
también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado
impulso donativo. (E.G. 24).
La Liturgia es eminentemente celebración del
hecho salvífico de Jesús Pascual, con sus diversas expresiones. Se celebran así
los sacramentos. La pastoral vocacional debe tener esa cualidad
celebrativa. Se trata de resaltar la
acción maravillosa de Dios en medio de su pueblo. Con la liturgia y otras
expresiones válidas, se reconoce la acción carismática de Dios: el don de la
vocación en una Iglesia llamada para llamar. Y no se debe limitar sólo para
cuando hay ordenaciones, profesiones religiosas u otros eventos de envío
misionero. Orar incluye también celebrar: conmemorar el hecho de la iniciativa
de Dios quien dirige su voz a todos.
VERNOS
La realización de un primer congreso y de este
segundo forma parte de la cualidad celebrativa de la pastoral vocacional. Junto
a ello, además de las fiestas en torno a las ordenaciones y profesiones
religiosas en nuestras comunidades, se hace conmemoración de la llamada de Dios
en las diversas comunidades. Esto va muy unido al compromiso de la oración.
Incluso ahora con la promoción de los ministerios laicales, se conmemora la
llamada de Dios a miembros de su pueblo para el servicio eclesial.
Conmemoramos la iniciativa
de Dios que llama. Conmemoramos el
compromiso de Dios que sostiene con su gracia a quienes llama y responden. Conmemoramos que nuestra Iglesia es
llamada para llamar. Así ha sido a lo largo de la historia diocesana. Y la
conmemoración llega a ser fiesta y manifestación de alegría por los frutos que
se recogen.
Una comunidad que celebra la liturgia con sentido
pascual siempre incluirá en su fiesta y en su conmemoración lo vocacional:
habrá un reconocimiento de la acción de Dios y a la vez promoverá con ello la
respuesta de tantos que son invitados. Más aún, ayudará a tener el vestido de
bodas para participar en la fiesta convocada por el mismo Señor
ILUMINARNOS
Si leemos atentamente la Primera Carta de Pedro,
reafirmaremos la razón por la que debemos celebrar y festejar el hecho y la
cultura vocacional en nuestra Iglesia Diocesana: “Ustedes son raza escogida,
sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que proclame las proezas
del que les llamó de las tinieblas a su luz” (2,9).
Es un pueblo que celebra su vocación: proclamando
así las proezas de quien ha llamado. Pero, a la vez, hace de su misión una
invitación a la conmemoración por parte de todos. Por otra parte, esta celebración-fiesta- conmemoración
siempre será un anticipo de la liturgia a la que definitivamente estamos
llamados todos: la del Cordero. Así nos adelantamos a la propuesta del
Apocalipsis: “Hagámosle fiesta alegre,
dándole gloria” (Apoc. 19,7).
Un ejemplo de lo que significa celebrar-festejar
en el campo de la llamada a la misión nos lo brinda el Señor: “Estaba
viendo a Satanás caer como un rayo del cielo” (Lc. 10 18). Así
compartía Jesús con sus discípulos que regresaron muy contentos de la misión
ejecutada (Lc. 10,17).
COMPROMETERNOS.
Nos corresponde colocar todos los medios posibles
para hacer de nuestro trabajo vocacional una oportunidad para conmemorar, en primer lugar la iniciativa
de Dios y el don de numerosísimas vocaciones. Conmemorar con la liturgia y así festejar que el Señor ha estado grande
con nosotros. No podremos festejar ni conmemorar si no producimos los
frutos del trabajo vocacional.
Por eso, junto con la oración, nuestra Liturgia
en sus diversas manifestaciones debe incluir el hecho de conmemorar y dar gracias a Dios por el don de las vocaciones, de
tantos seminarios en nuestra región, de las diversas expresiones de vida
consagrada presentes en nuestra Diócesis, de la respuesta hermosa y decidida de
tantos laicos. Hacerlo, además de
reconocer el don de Dios, nos ayudará a no ponerle punto final a acciones
coyunturales, sino a seguir lanzando las redes mar adentro, donde está la pesca
numerosa.
CONCLUSION: UNA IGLESIA EN SALIDA PARA LLAMAR.
Nuestro II Congreso Vocacional debe
entusiasmarnos desde el desafío de la Nueva Evangelización. Con el reto de ser
una Iglesia en salida para llamar, para ser eco de la llamada de Dios, para
animar, acompañar y apoyar a quienes son llamados, para celebrar y conmemorar…
todo ello “primereando”, animados
por la fuerza del Espíritu Santo. Esto supone asumir el compromiso de una
Iglesia misionera que mira confiadamente hacia el futuro, en el horizonte del
Reino de Dios.
En esta línea las
palabras del Papa Francisco nos permiten concluir esta presentación: La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas
abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica
correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener
el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o
renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino.
A veces es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas
abiertas para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad. (E.G. 46).
Todo esto lo podemos hacer con la intercesión de
María del Táchira, Nuestra Señora de la Consolación y en el nombre del Señor
Jesús. AMEN.
+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTOBAL.
SAN CRISTOBAL 23 DE ABRIL DEL AÑO 2015.
LAUS
DEO
[1]L. RUBIO MORAN, La pastoral
vocacional desde la ministerialidad de la Iglesia. De la pastoral vocacional a
la praxis del llamamiento, en FACULTAD
DE TEOLOGIA DEL NORTE DE ESPAÑA, Teología del Sacerdocio, Vol. XXVI
Burgos 2009, p. 132.
[2] Cf. S. LOPEZ SANTIDRIAN, Ante
una nueva situación, en FACULTAD
DE TEOLOGIA DEL NORTE DE ESPAÑA, Teología del Sacerdocio Vol. XXVI,
Burgos 2009, p. 24.
[3]
Cf. Ibídem pp. 24-25
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