HOMILIA DEL II DOMINGO DE
CUARESMA 2015
Misa inaugural de la IX Semana de Doctrina Social
de la Iglesia
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo». Mt 17, 5
Queridos hermanas y hermanos,
El mensaje central de este segundo domingo de Cuaresma lo encontramos en
el Evangelio de la Transfiguración del Señor. La Iglesia desea hacernos
partícipes de la intensa experiencia vivida por los 3 discípulos en lo alto del
monte; pone delante de nuestros ojos el esplendor de la gloria de Cristo,
que anticipa la resurrección y anuncia lo que Dios Padre quiere hacer no
solamente con nosotros sino con la humanidad entera a través de la acción
salvadora de su hijo: que todos lleguemos a salvarnos y alcancemos la condición
de hijos de Dios y coherederos de su gloria divina.
El evangelio nos narra cómo Jesús, antes de dirigirse a Jerusalén para
consumar su pasión, se llevó consigo a
los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto», les mostró por unos instantes la gloria
de su condición divina, acompañado por Moisés y a Elías, y les permitió
escuchar desde una nube la voz del Padre Eterno decirles: «Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco; escúchenlo».
La liturgia de la Palabra, después de habernos llevado el domingo pasado
al desierto para contemplar a Jesús venciendo las tentaciones del demonio, nos
hace subir ahora, con los tres apóstoles, al Monte Tabor para presenciar el
acontecimiento extraordinario de la Transfiguración del Señor.
Considerados juntos, ambos episodios anticipan el misterio pascual: la
lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la Pasión y
Muerte de Jesús, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa su
gloriosa Resurrección, aspectos fundamentales de la Pascua de Jesucristo con la
que llevó a cabo nuestra Redención.
Tenemos así delante de nosotros la revelación plena de la identidad de
Nuestro Señor: plenamente hombre, que comparte con nosotros incluso la
tentación; plenamente Hijo de Dios, que por medio de su Pascua nos hace a
todos Hijos adoptivos del Padre. Estos
dos domingos señalan por consiguiente tres elementos fundamentales del
mensaje cristiano: el punto de partida, somos pecadores llamados a la
conversión y a la salvación en Cristo;
el camino por donde hay que pasar: para salvarnos tenemos que asumir la
cruz; y la meta final de la cuaresma: participar de la resurrección de Cristo
Jesús.
Más aún, estamos en presencia de toda la estructura de la vida
cristiana, que consiste esencialmente en el dinamismo pascual: pasar de la
muerte a la vida a través de la cruz. Como decía Santa Teresita del Niño Jesús:
la cruz es la escalera para llegar a la gloria. Cristo quiso hacer el primero
el camino completo, dejarlo abierto e invitarnos a todos nosotros, a través de
los tres discípulos, a emprenderlo con ánimo y valentía, con la certeza de que,
si seguimos sus pasos, también nuestras vidas desembocarán en la vida plena de
la gloria. El domingo pasado pedíamos al Padre que nos hiciera entrar en la
comprensión del misterio salvador de su Hijo Jesús. Hoy el Padre nos responde y
nos entrega la clave para poder entrar en ese misterio: “Este es mi Hijo muy amado. Escúchenlo”.
Esta es la segunda vez que el Padre deja oír su voz para presentarnos a
su Hijo. La primera vez fue en el momento del bautismo, cuando su Hijo salía de
las aguas del Jordán. Ahora, antes de que se sumerja en las aguas turbulentas
de otro bautismo, el de la Pasión, se dirige nuevamente a todos nosotros
pidiéndonos que escuchemos a su Hijo: “Escúchenlo”.
La primera vez fue antes de que Jesús iniciara la predicación del Reino; ésta
vez, antes de entrar en el misterio de la cruz, para que no nos fuéramos a escandalizar por los
sufrimientos de su Hijo en Jerusalén, y nos mantuviéramos firmes en la
profesión de nuestra adhesión de fe y en el seguimiento fiel aceptando la cruz como
paso necesario para llegar a la gloria. ¿“No
era necesario que el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria?”
(Lc 24,26). Si no aceptamos la desfiguración de la cruz (Cf Is 53,2), no
podremos entrar en la transfiguración de la resurrección.
La Transfiguración acontece
dentro de una intensa experiencia de oración: Narra San Lucas que “mientras oraba cambió el aspecto de su
rostro y su vestidura se volvió de un blanco resplandeciente” (Lc 9,29). Jesús
se sumerge en Dios, se une íntimamente a él, se adhiere totalmente con su
voluntad humana a la voluntad amorosa del Padre y a sus misteriosos
designios; la luz lo invade y aparece
visiblemente la verdad de su ser que oculta su humanidad: él es Dios, Luz
de Luz, que “siendo Dios se despojó de su
grandeza y tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres”
(Fil 2,7).
Hoy, mis queridos hermanos y hermanas, el Padre se dirige a nosotros,
nos vuelve a presentar a Jesús, su Hijo amado, y nos insiste para que
escuchemos su Palabra, aceptemos su mensaje de salvación, nos convirtamos,
cambiemos nuestro modo de vivir y emprendamos una vida cristiana más entregada,
más virtuosa. En estos tiempos calamitosos y difíciles, con tantas amenazas a
la paz y a la convivencia tanto en el mundo como dentro de las fronteras
venezolanas, es más apremiante que nunca el llamado del salmista: “Ojalá escuchen hoy su voz. No endurezcan su
corazón” (Sal 95,7-8)
¿Dónde habla Jesús hoy, para que le podamos escuchar?
Nos habla ante todo a través
de nuestra conciencia.
Ella es una especie de «repetidor», instalado dentro de nosotros, de la voz
misma de Dios. Así lo expresa el Concilio Vaticano II “la conciencia es el sagrario desde donde habla el mismo Dios”. Pero
por sí sola ella no basta. Es fácil hacerle decir lo que nos gusta escuchar.
Por ello necesita ser iluminada y sostenida por el Evangelio y por la enseñanza
de la Iglesia.
Nos habla en las Sagradas Escrituras. La Palabra de Dios escrita,
especialmente, el Evangelio, es el
lugar por excelencia en el que Jesús nos habla hoy. Pero esta lectura debe ser
hecha con la Iglesia, para darle a la Palabra de Dios su verdadero significado
y no el que a mí se me ocurra. No somos menos afortunados por no haber conocido
a Nuestro Señor Jesucristo en persona, porque lo podemos conocer a través de
sus palabras que son vivas y eficaces. Al respecto nos dice San Agustín: “Nosotros debemos oír el Evangelio como si el
Señor estuviera presente y nos hablara. No debemos decir “felices aquellos que
pudieron verlo”. De ahí, que a la misa debemos llegar desde el principio,
prestar atención a la Liturgia de la Palabra, escuchar cada uno de los textos
bíblicos así como la explicación del predicador en su homilía. En este tiempo
de cuaresma hemos de leer con más frecuencia la Sagrada Escritura.
Lamentablemente, muchos católicos, de escasa información religiosa y por
estar a la moda, en vez de escuchar a a Dios prefieren escuchar a los ídolos a
través de los magos, los psíquicos, los horóscopos, los adivinos o mensajes de
extraterrestres, pecando gravemente contra la fe, enriqueciendo a esos
embaucadores y creándose problemas de conciencia. Dios, que no puede engañarse
ni puede engañarnos, nos dice: «No ha de
haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que
practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni
consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que
hace estas cosas es una abominación para Yahvé tu Dios» (Dt. 18,10-12).
Jesús nos habla hoy a través
del hermano especialmente del más necesitado, del excluido, del explotado. Él nos dice, en el pobre, “tengo sed”, “tengo
hambre” “estoy enfermo” “necesito que me escuches”. “A veces –nos dice el papa Francisco- sentimos la tentación de ser
cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor –de los
pobres-. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la
carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos
personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de
la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la
existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura” (EG.
270).
Desde hace ya nueve años la Arquidiócesis de Maracaibo, viene
organizando simultáneamente con la diócesis de Cabimas, a través del Foro Eclesial
de Laicos, la Universidad Católica Cecilio Acosta y de Cáritas Pastoral Social,
la Semana de Doctrina Social de la Iglesia, con la finalidad de escuchar la voz
de Jesús que clama en los pobres, los oprimidos y los abandonados y de buscar
juntos, cómo responder a esos clamores y aplicar a las nuevas realidades
políticas, económicas y sociales el evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Este año, La Iglesia zuliana, a través de esta Semana Social y de otras
actividades programadas, quiere rendir homenaje a Mons. Domingo Roa Pérez, en
el centenario de su nacimiento (1915-2015). El programa está pensado para hacer
memoria de su persona y de su
pensamiento; descubrir el modelo pedagógico que sustenta el Proyecto de las
Escuelas Arquidiocesanas; explorar la solidez y trascendencia de su obra; ponderar el gran aporte de los valores
presentes en su legado para la
construcción del presente y futuro de la democracia en Venezuela.
La Eucaristía de hoy, como acto inaugural de este IX Semana, nos brinda
la oportunidad de dar infinitas gracias a Dios por haber colocado al frente de
nuestra Iglesia local, a lo largo de 31
años, a tan insigne pastor. Mons. Roa escuchó la voz de Jesús en la voz de miles
niños y jóvenes de las barriadas más pobres y les ofreció la oportunidad de educarse
para ser buenos cristianos y ciudadanos libres, trabajadores y responsables; la
escuchó en la vida del pueblo zuliano, en el que, desde el mismo momento de su
llegada, puso todos sus desvelos; la escuchó en las tragedias y convulsiones
que sacudieron a Venezuela y a los pueblos centroamericanos, y habló fuerte y
recio, en su predicación, en sus
escritos, a través de los Medios de Comunicación Social, en defensa de los
derechos humanos, de la libertad religiosa, de la justicia social y de la
democracia. Todos recordamos cómo se enardecía cuando defendía la educación
como herramienta fundamental de progreso y advertía sobre el grave peligro de
caer en las garras del comunismo, de los sistemas caudillistas y militares o
del neoliberalismo salvaje.
Hermanos y hermanas, que esta Cuaresma no pase en vano. Que no seamos
sordos a la voz del Señor que acabamos de escuchar en la Palabra de hoy. Que gracias
a este alimento y a la fuerza y la luz que nos comunica el pan eucarístico
entendamos que no hay otro camino para llegar a la gloria que el de aprender a
descubrir y asumir con valentía, fortaleza y confianza la cruz que la historia
y las circunstancias de la vida colocan sobre nuestras espaldas. Lo importante,
hermanos, es que Jesús camina delante para mostrarnos el camino, camina en
medio de nosotros para darnos ánimo y fortaleza y camina detrás de nosotros
para que nunca nos quedemos rezagados. Amén.
Maracaibo 1 de marzo de 2015
+Ubaldo R Santana
Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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