HOMILIA DEL SEXTO DOMINGO ORDINARIO. CICLO B.
Mc 1,40-45
QUIERO, QUEDA LIMPIO
Muy queridos hermanos y hermanas,
Han pasado dos mil años de cristianismo y el fenómeno
de la exclusión social y religiosa sigue campante. Ahí están los enfermos de sida, los emigrantes,
los homosexuales buscando, como José y María en Belén, un lugar donde
ser recibidos y poder dar a luz a una nueva vida como personas dignas
de amor y de respeto tanto en la sociedad como en la Iglesia.
Al escuchar el evangelio de hoy demos gracias a Dios que vino en la
persona de Jesucristo a buscarnos y sacarnos de nuestros extravíos
trayéndonos de nuevo sobre sus hombros hasta el redil de la Iglesia.
Examinemos también nuestra consciencia y preguntémonos cuáles son
hoy esas personas que la Iglesia y la sociedad excluyen e impide que
puedan ejercer la plenitud de sus derechos y ser tomadas en cuenta en
sus comunidades cristianas humanas y eclesiales. Tomémonos la temperatura
para saber cómo está nuestro integrómetro social y eclesial. ¿Estamos
creciendo en nuestra capacidad de inclusión y de integración o seguimos
discriminando y condenando a otros seres humanos.
La narración de hoy se encuentra al final del primer capítulo del evangelio de Marcos y nos muestra el comportamiento de Jesús al
toparse con un leproso. En aquel tiempo, los leprosos eran las personas
más excluidas de la sociedad, evitadas por todos. Un doble oprobio
pesaba sobre ellos: como no existía cura para su mal, la única manera
de evitar el contagio colectivo era arrojarlos fuera de las poblaciones
y mantenerlos a distancia de los demás seres humanos. A esta tara se
añadía la expulsión religiosa. Eran considerados por las autoridades
religiosas como gente impura, es decir inhábiles para entrar en contacto
con Dios. No tenían salvación. Según el sistema vigente, también
eran rechazados por Dios.
El encuentro con Jesús se da porque el leproso infringe las normas
sanitarias y religiosas y al enterarse de que Jesús está en las cercanías,
sale de su soledad, lo busca y cuando lo encuentra se planta ante él
y de rodillas le pide curación: “Si quieres puedes limpiarme”.
Se sabe impuro, no le pide que lo toque porque sabe que no lo debe hacer
y además está convencido de que Jesús no tiene necesidad de hacer
ese gesto para sanarlo. La frase del leproso revela los dos males que
padece: la lepra y la soledad producida por la exclusión por parte
de sus parientes y de Dios mismo.
Jesús se conmueve y va a realizar a favor del leproso tres gestos
maravillosos: lo acoge, lo cura y lo reintegra a su comunidad. Primero que todo lo acoge y cura el mal moral
del abandono y la exclusión: extiende la mano y toca al leproso. Cuando el profeta Eliseo en el relato del Libro de los Reyes,
cura al funcionario sirio Naamán de su lepra, no lo toca: lo
manda por medio de su criado Guehazi a lavarse siete veces en el Jordán
(Cf 2 Re 5). Jesús se deja abordar sin reparo por el leproso y lo toca.
Impresionante lenguaje corporal para decirle: “Para mí, ya no eres un excluido. ¡Te acojo como hermano!”.
Un gesto parecido tendrá Francisco de Asís con el leproso que le cerró
el paso en el camino por donde iba; con la diferencia que fue el leproso
que le cambió la vida a él y le hizo descubrir el verdadero rostro
de Dios. En segundo lugar, cura la enfermedad de la lepra
diciendo: “¡Quiero! ¡Queda limpio!”
Para llegar hasta Jesús, el leproso había transgredido las normas sanitarias
y de pureza ritual de su época. Jesús, para darle a entender que Dios no lo ha abandonado y hacerle descubrir
su verdadero rostro lleno de misericordia, también transgrede las normas religiosas y toca al leproso, incurriendo en impureza legal.
Finalmente lleva a cabo la tercera curación: lo reintegra la comunidad
humana y religiosa. Jesús no sólo cura moral y físicamente, sino que quiere que la
persona curada pueda volver a su casa, ser tratada con respeto y consideración,
circular libremente por las calles de su pueblo, entrar los sábados
en las sinagogas para orar y escuchar la Palabra de Dios. Las curaciones
de Jesús son integrales: alcanzan al ser humano en todas sus dimensiones:
internas, externas, sociales y espirituales. Por eso el Señor le pide
al ex leproso que cumpla con todo el ritual prescrito en el capítulo
14 del libro del Levítico.
Así ha de ser la postura de una sociedad humana y humanizadora y
de una Iglesia compasiva y samaritana. La sanación debe ser integral.
Ese fue el reclamo que el el Papa Francisco le dirigió a la comunidad
europea y a la misma Iglesia cuando realizó aquel viaje sorprendente
a la Isla de Lampedusa, en el sur de Italia, para visitar a los cientos
de inmigrantes africanos indocumentados, confinados en campamentos,
en espera de la repatriación. Son miles los que han muerto ahogados
al naufragar las sobrecargadas pateras en el que intentaban atravesar
el Mediterráneo. Todos conocemos la posición valiente del episcopado
estadounidense al pedirle a su gobierno que aplique medidas más humanitarias
con los millones de inmigrantes que viven y trabajan ilegalmente en
el país.
Todos debemos preguntarnos, mis queridos hermanos, cómo vamos a vivir
con coherencia este evangelio del encuentro de Jesús con el leproso.
La Cuaresma que se avecina es un tiempo especialísimo de gracia para
activar la vivencia de la caridad cristiana y buscar cómo trabajar
para superar las exclusiones, crecer en convivencia, abrir nuevas rutas
de encuentro y de reconciliación.
Al finalizar la lectura de este primer capítulo del evangelio y despedirnos
por un tiempo de la continuación de la lectura de este evangelio,
es bueno recoger las ocho enseñanzas que Marcos ha querido transmitirnos al presentarnos
los inicios del ministerio público de Jesús. Nos servirán como criterios
para evaluar la asimilación de su lectura y su puesta en práctica
en nuestra vida familiar y comunitaria. Helas aquí: formar y vivir
en comunidades fraternas, entregar la Palabra de Dios al pueblo y no
solamente a unos poquitos, combatir con la fuerza de Dios la presencia
del Mal, sanar integralmente a las personas para que sean capaces de
entender la vida como un servicio y no como una dominación de unos
sobre otros, acoger a los marginados, no emprender nada sin contar con
Dios, anunciar el Reino de Dios en las periferias existenciales y territoriales
y finalmente integrar en la sociedad y en la Iglesia a todos los
seres humanos que sufren cualquier tipo de exclusión.
Que iluminados por este Evangelio y alimentados por esta eucaristía
dominical, nos dejemos sanar en profundidad por el Señor y nos
hagamos activos cooperadores de la proclamación de su Reino de inclusión
y de vida abundante para todos.
Maracaibo 14 de febrero de 2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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