HOMILÍA DEL DOMINGO DE RAMOS 2015
Queridos hermanas y
hermanos,
La Cuaresma llega a su
punto culminante con la celebración del domingo de Ramos y el inicio de la
Semana Mayor. Los cuarenta días de Cuaresma tenían precisamente por finalidad
conducirnos, a través de una intensa vida de oración, de ayuno, de caridad y de
escucha atenta de la Palabra de Dios, a la renovación de nuestra fe bautismal. Ahora al mirar hacia atrás nos preguntarnos
si de verdad hemos aprovechado ese tiempo favorable de gracia (2 Co 6,1) que Dios nos ha dado para
darle un giro radical a nuestra vida y enrumbarla por los caminos de la
conversión.
Hoy les pregunto a todos
ustedes: ¿cómo vemos la Semana Santa? ¿Como una semana más, igual a las demás? ¿Como
una semana de vacaciones dedicada a la diversión? Es importante, en este
domingo de ramos, puerta grande para entrar en los demás días santos, que
advirtamos el valor decisivo que tiene esta semana para nosotros los
cristianos. Hermanos, hermanas, ¡no nos dejemos robar el valor y el significado
de la Semana Santa! Hagamos todo lo que
esté a nuestro alcance para vivirla con intensidad. Preocupémonos también por
ayudar a otros hermanos nuestros a descubrir su verdadero sentido. Cada semana mayor es una oportunidad que se
le ofrece a muchos hermanos alejados o indiferentes para volver a la Iglesia,
por medio de una buena confesión, y re encontrarse con el Señor Jesús.
Hemos de tener bien claro
que el corazón, el meollo de esta semana es el encuentro con la persona, la
vida, la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Los invito,
por consiguiente, con palabras de la Carta a los Hebreos a “correr con perseverancia en la carrera que
se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, autor y perfeccionador de nuestra fe, el cual,
animado por la alegría que le esperaba, soportó sin acobardarse la cruz y ahora
está sentado a la derecha del trono de Dios. Fíjense pues en aquel que soportó
en su persona tal contradicción de parte de los pecadores a fin de que no se
dejen vencer por el desaliento” (He 12,1-3).
Este domingo es
popularmente conocido como el domingo de Ramos. Por eso es importante que entiendan
qué significan esas palmas o ramos que tienen en sus manos y se van a llevar a
sus casas. Hace poco se bendijeron y vinimos con ellos, en procesión, hacia la catedral
entonando vivas y cantos en honor a Jesús, el Mesías, el Bendito que viene en
nombre del Señor. Esta procesión es la
más antigua de todas las procesiones, es la madre de todas las procesiones.
Todas las demás, inclusive las devocionales que se originaron hace algunos
siglos en honor a la Virgen María o de los Santos, se deben interpretar a la
luz de esta procesión en honor a Jesús Redentor. El significado profundo de esta procesión es
la entrada triunfal de Jesús Resucitado en la nueva Jerusalén. Una entrada que
no realiza Jesús solo. Entra con su trofeo, es decir con nosotros los redimidos
en su sangre preciosa, con todos aquellos que hoy como ayer lo reconocen como
el Hijo de David, el Mesías anunciado por los profetas. Desde el pórtico de la
semana santa debe calar muy hondo en nosotros aquellas palabras de Jesús a los
discípulos de Emaús: “era necesario que
el Mesías sufriera todo esto para entrar en su gloria” (Lc 24,26).
Esta procesión no es pues
un mero acto de piedad popular ni menos aún un escenificación del ingreso del
Mesías en la ciudad santa; tampoco un simple acto conmemorativo de aquel acontecimiento histórico. Es un acto profundo
de fe en el poder salvador de Cristo Jesús;
es la reafirmación de nuestra
disposición de ir con él hasta el final en nuestro camino como discípulos
suyos, aunque nos resulte difícil comprenderlo y aceptarlo. Siempre debemos
tener presentes las palabras que Jesús
dirigió a sus discípulos de ayer y de hoy: “Si
alguno quiere venir en pos de mi, que renuncie a sí mismo, que cargue con su
cruz y me siga” (Mc 8,34). “Si
alguien quiere servirme que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquel
que me sirva será honrado por mi Padre” (Jn 12,26).
Con nuestra procesión expresamos
la firme convicción de la validez del camino de Jesús para nuestra Iglesia. Cristo
camina delante de nosotros, está al lado
de cada una de las ovejas de este rebaño y con su palabra y su ejemplo nos
anima a afrontar con gran fortaleza espiritual todas las vicisitudes y pruebas
que se presenten y lleguemos, con la fuerza de su luz y de su amor, a la
plenitud de la salvación. Nuestras
palmas no son adornitos ni amuletos para la buena suerte. En el libro del
Apocalipsis las llevan en sus manos los cristianos martirizados que bañaron sus
túnicas en la sangre del cordero inmolado (Cf Ap 7,9). Llevémoslas bien en
alto, como antorchas de vida, de
justicia, de amor y esperanza. Nos recordarán, allí donde las coloquemos,
nuestro deseo de que Cristo Jesús camine también al frente de nuestros hogares,
de nuestras familias, de nuestros trabajos, porque sólo con él podemos
encontrarle verdadero sentido a lo que somos, vivimos, sufrimos y gozamos.
Hemos comenzado pues, la
liturgia de la Semana Mayor con un gesto fuerte y contundente con el que
reafirmamos nuestra certeza de que Cristo camina delante de nosotros
abriéndonos caminos y hemos manifestamos nuestra disponibilidad de seguirlo, de
ser sus discípulos, de asumir con mayor seriedad nuestro compromiso cristiano:
implantar el Reino de Dios, su Padre y nuestro Padre, en nuestras vidas, en
nuestros hogares, en nuestro país.
La celebración eucarística
de este domingo está centrada en la narración de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo según San Marcos, precedida por las lecturas de una profecía de
Isaías y de un himno de la carta de Pablo a los Filipenses. Ellas nos ayudan a
comprender más a fondo que Jesús entró en Jerusalén para cumplir de manera
completa y cabal, como siervo humilde y obediente los designios de su
Padre. Escogió el camino del abajamiento
hasta la muerte de cruz, totalmente confiado en que, en ningún momento, su
Padre lo abandonaría y lo conduciría a la victoria sobre la muerte. Al final
del relato de la Pasión, Marcos coloca en boca del centurión, encargado de la
ejecución de Jesús, una profesión de fe que debe brotar de nuestros labios y
ser el timón de nuestras vidas: “Verdaderamente
este hombre era el Hijo de Dios” (Mc 15,39).
Si desde hoy, en esta misa,
proclamamos a Cristo como Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación,
estamos entrando con buen pie en la
semana santa. Hermanos y hermanas, enfoquémonos en lo esencial de nuestra fe no
andemos por las ramas. Y ¿qué es lo esencial de nuestra fe? el amor infinito
que Dios que se revela en Jesús y sobre todo en la cruz gloriosa. Nunca
llegaremos al fondo de este amor. Amor por nosotros, por nuestra salvación, por
la remisión de nuestros pecados, la curación de nuestras heridas. Es un amor
para los hombres y mujeres de hoy acosados por mensajes y acontecimientos de
muerte, de violencia, de odio, de división, de fanatismos fratricidas. ¿Cuándo
nos terminaremos de convencer de que no hay poder mayor para cambiar el mundo
que el amor contenido en el hombre crucificado.
“Te adoramos, Oh Cristo, y te
bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido el mundo”.
Hermanos, hermanas, es
verdaderamente triste ver cómo los hombres y mujeres de hoy se están olvidando
de Dios y cuán caro nos está costando este olvido. Mientras más de lado lo
dejamos más lobos feroces nos volvemos
En este olvido, en esta indiferencia los cristianos tenemos una grave
responsabilidad porque vivimos nuestra fe con mucha comodidad, con mucha
tibieza, con mucho conformismo. Somos malos propagadores del incendio de amor
que Dios encendió en este mundo con la
venida de su Hijo y por eso muchos, decepcionados, se alistan en las filas de los que promueven
la vida pagana, sin valores, sin normas,
sin principios. Todo esto trae consigo un grave deterioro de nuestra sociedad y
sirve de caldo de cultivo para toda clase de calamidades.
Recibamos entonces esta
Semana como un gran regalo para darle mayor tonicidad a nuestra vida de fe. Busquemos más
a Dios, sigamos más de cerca a Jesús, vivamos más a fondo de su Palabra,
fortalezcamos más la fe en nuestras familias. No hagamos como los que
recibieron a Jesús a las puertas de Jerusalén. Lo aclamaron, le pusieron sus
túnicas como alfombra a su paso pero después se desentendieron de él cuando lo
condenaron y a lo mejor hasta gritaron con los que pidieron su crucifixión.
Hermanos, hermanas, no
seamos solamente católicos de palma bendita, católicos aclamadores que le
cierran las puerta de sus vidas a Jesús, católicos de domingos de Ramos que no
llegan ni al viernes santo ni al domingo de Pascua. Que esta celebración nos
lleve a todos, con nuestras familias, nuestras comunidades a abrirle de par en par las puertas al Redentor para que
él entre e implante el estandarte de su cruz gloriosa y el Reino de su Padre,fuente
de vida, de gracia y de paz se haga para una realidad.
Maracaibo 29 de marzo de
2015
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Arzobispo de Maracaibo
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