DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
A/2020
HOMILIA
DIOS NOS INVITA A TODOS A SU BANQUETE
Lecturas: Is 25,610; Sal22; Fil 4,12-14.19-20; Mt 22,1-14
Mis queridos
hermanos en Cristo Jesús,
La parábola de hoy, como todas las recogidas por Mateo en
esta última parte de su evangelio, tiene sabor escatológico; es decir nos
traslada a los tiempos finales en que tiene lugar el juicio de Dios sobre los
hombres y sobre el mundo. Ya los profetas, como lo acabamos de ver en la
primera lectura, presentaron este juicio bajo la forma de un gran banquete.
Allí quedaba claro, no ya quienes fueron invitados, sino quienes, en
definitiva, ingresaban a la sala del banquete.
En la parábola del domingo pasado, la de la viña y de los
viñadores asesinos, Jesús resumió la historia de la salvación, narrada en el
Antiguo Testamento. Dios, el propietario
de la viña, rodeó a Israel de todas las atenciones y cuidados para que
produjese frutos de fidelidad y justicia. Pero Israel no hizo caso, no escuchó
a sus enviados los profetas, se dejó arrastrar incluso por la violencia y a la
codicia, no produjo los frutos esperados. Por eso el propietario decidió
quitarles el cuidado de la viña y ponerla en otras manos para que la cultivaran.
Ahora Jesús remacha su enseñanza anterior, valiéndose esta
vez del símbolo bíblico del banquete de bodas del hijo del rey. La primera
parte de la parábola se centra en dos categorías de invitados a la boda. La
primera categoría son los invitados importantes, que se niegan a asistir por
intereses personales, prefieren atender sus negocios, y no dudan en utilizar la
violencia, para hacerle ver al rey que ellos también son poderosos. La segunda
categoría son los invitados de reemplazo, carentes de títulos, poderes y
relevancia; vienen porque los servidores del rey los van a buscar y los sacan
de los cruces de los caminos; inicialmente excluidos, acogen inmediatamente la
invitación, acuden con alegría y llenan de una vez la sala de bodas.
La segunda parte de la parábola añade que muchos de esos
invitados del primer y segundo grupo no llegan a acceder al banquete de bodas. No
se convierten en elegidos. No porque Dios los rechaza, sino porque ellos mismos
se auto-excluyen. Los primeros porque rechazan de plano y groseramente la
invitación; los segundos porque se niegan a llevar el traje apropiado. En ambos
casos se comportan indignamente. Por eso concluye Jesús su relato parabólico
con esta comprobación: Son muchos los invitados, pero pocos los escogidos.
Hay que dejar claro que estas parábolas de la entrega de la
viña a nuevos viñadores y de la auto-exclusión de los primeros invitados en
favor de unos advenedizos, no hay que interpretarlas como un rechazo definitivo
por parte de Dios del pueblo de Israel en favor de la Iglesia de Cristo. Basta
leer detenidamente Rom 9-11 para convencerse de lo contrario. Jesús no pretende
condenar a su pueblo, sino hacerle un fuerte llamado a la conversión. Lamentablemente
esta lectura errónea de estos textos y de los relatos de la pasión, dieron pie
en siglos pasados, en el mismo seno de la Iglesia, al recrudecimiento del
anti-semitismo, con todas sus atroces consecuencias. Gracias a Dios la Iglesia
católica dio un vuelco a estas relaciones con el judaísmo en el Concilio
Vaticano II y desde entonces avanza un diálogo paciente y fraterno con su
hermano mayor.
Por eso es importante fijarse en la segunda parte de la
parábola, en la que uno de los invitados es expulsado a las tinieblas
exteriores, por no llevar puesto el traje de fiesta. Esto quiere decir, que
también los miembros de la Iglesia, convertidos en nuevos invitados, corren el
riesgo de ser arrojados fuera de la sala del festín, donde prevalece el llanto
y la oscuridad, si no se encuentran revestidos con el traje apropiado. Todos
sabemos que es una gran afrenta que se le hace a un amigo que invita a una gran
fiesta a su casa, presentarse en traje de faena.
Hermanos y hermanas, la invitación que nuestro Dios nos a
entrar en el banquete de bodas de su Hijo Jesús, no es un pase automático, para
presentarnos como nos dé la gana, desarreglados, descompuestos y en atuendos
playeros. Para transformarnos de invitados en elegidos y entrar en la sala del banquete,
necesitamos llevar el traje de bodas. ¿Y cuál es ese traje? Ese traje es el
mismo Jesús. Debemos revestirnos de Jesús.
San Pablo nos da su testimonio en la segunda lectura de cómo é,l
revestido del poder de Cristo, pudo sortear todas las circunstancias de la vida
que se le presentaron. En varias de sus cartas, Pablo les pide a las
comunidades destinatarias que se despojen de su conducta pasada, del hombre
viejo, y se revistan del Señor Jesucristo y no se dejen conducir por los deseos
del instinto (Rm 13,14); En una palabra, les pide que sigan el camino del amor,
a ejemplo de Cristo que los amó hasta entregarse por ellos a Dios (Ef 4,22-5,2;
Col 3,8-17).
Este banquete de bodas del Hijo de Dios con la humanidad, es
la gran oferta final que Jesús trae e inaugura con su propia persona, su vida y
su predicación para toda la humanidad. Los cristianos católicos vivimos esta
experiencia en la eucaristía, particularmente la misa dominical. San Pablo nos
advierte que nos presentamos indignamente cuando fomentamos las divisiones,
cuando no compartimos nuestros bienes con los pobres, cuando no fomentamos
fraternidad, no fortalecemos la vida comunitaria. Dice claramente San Pablo que
“quien coma el pan y beba la copa del Señor
indignamente, comete pecado contra el cuerpo y la sangre del Señor. En
consecuencia, que cada uno se examine antes de comer el pan y beber la copa.
Quien come y bebe sin reconocer el cuerpo del Señor, come y bebe su propia
condena.” (1 Co 11,27-29).
Aceptar la invitación de Dios, nos compromete a una seria y
constante conversión. No podemos decirle Si a Dios dejando que en nuestra vida
todo siga igual. Muchos nos hemos dejado influenciar por una civilización
marcadamente individualista que nos lleva a querer hacer las cosas a nuestro
modo, a entender el cristianismo del modo que más nos acomode, sin darnos
cuenta que tales actitudes nos auto-excluyen de la verdadera comunión de amor
con Dios y con nuestros hermanos.
Si queremos formar parte en el mundo de hoy de los que
construyen con los demás hombres y mujeres de buena voluntad una civilización
fraterna, marcada por el signo de la amistad social, como nos lo pide
insistentemente el Papa Francisco en su última Encíclica “Fratelli tutti”, pidámosle al Señor que nos haga descubrir las
disposiciones interiores que nos están haciendo falta, ese traje de fiesta Jesús desea lleven los que quieren
andar con él, vivir con él y compartir su Evangelio y su suerte.
Carora 10 de octubre de 2020
+Ubaldo R
Santana Sequera FMI
Arzobispo
emérito de Maracaibo
Administrador
apostólico sede vacante de Carora
No hay comentarios:
Publicar un comentario