DIÓCESIS DE CARORA
ADMINISTRADOR
APOSTÓLICO SEDE VACANTE
DOMINGO
XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO A/2020
HOMILIA
Lecturas: Is 45,1.4-6; Salmo
95; 1 Tess 1,1-5; Mt 22,15-21
Muy amados hermanos y hermanas en Cristo
Jesús,
Los textos evangélicos que hemos escuchado en
estos últimos domingos y también el de hoy, se escenifican en Jerusalén, en un
ambiente de creciente agresividad hacia Jesús. Sus adversarios se unen, sin
escrúpulo alguno, para descalificarlo, arrastrarlo a los tribunales, conseguir
su condena y ejecutarlo. Los autores de la pregunta capciosa no dan la cara,
sino que envían unos discípulos suyos en compañía del brazo secular, unos
herodianos, para que se la planteen. Después de intentar confundirlo con
elogios, para exaltar su vanidad-tiempo perdido con Jesús- le lanzan el dardo
envenenado: “¿Es lícito o no pagar el
tributo al César?”. Los judíos no tenían claro si debían pagar impuestos a
la potencia invasora o no.
La pregunta intenta arrastrar a Jesús a arenas
movedizas letales. Es efectivamente en el terreno económico donde se termina
develando la sumisión de una persona a un poder político dominante. Si a la
pregunta Jesús contesta que sí, aparecerá como un colaborador del imperio
romano y perderá su popularidad ante el pueblo, que aspira a su libertad, y
será por consiguiente más fácil eliminarlo. Si dice que no, será acusado de
enemigo del César, y, por consiguiente, juzgado por el brazo ejecutor del poder
imperial, en este caso Herodes y sus huestes, como un terrorista peligroso para
la “pax” romana.
Jesús que lee en sus corazones, en sus
miradas, en sus bolsillos y en sus mentes, llenas de hipocresía, sus aviesas
intenciones, les pide que le muestren la moneda con la que se paga ese tributo.
“¿De quién es esta imagen y esta
inscripción?” les pregunta. Del César, le contestan. La moneda lleva
efectivamente acuñada la imagen del emperador Tiberio con la inscripción
siguiente: “El Emperador Tiberio, hijo
del divino Augusto, digno de adoración”.
¿Qué mandaba Roma? Paga el impuesto al César,
que es un ser divino, y adora a los dioses de Roma puesto que vives bajo su
imperio. Con su respuesta Jesús establece una distinción: Dice si al pago de los impuestos. Dice no a la divinización del emperador de
Roma. Los apóstoles, siguiendo este criterio fundamental asentado por Jesús,
instruirán a los fieles cristianos para que distingan claramente entre sus
compromisos sociales como ciudadanos del imperio (1 Pe 2,13; Rm 13,1), y su
firme convicción de no postrarse, ni adorar, ni incensar, bajo ninguna circunstancia,
ni al emperador ni a sus ídolos.
Como todos sabemos esta firme negación fue la
causa que desató las primeras persecuciones masivas de los cristianos. Todo el
libro del Apocalipsis tiene por finalidad principal sostener a las comunidades
cristianas, enfrentadas a estos embates, para que no sucumbieran y se
mantuvieran firmes en la fe hasta el martirio (Cfr Ap 12 y 13).
La respuesta de Jesús: “Den, pues, al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”,
es quizá una de las frases bíblicas más conocidas del Señor y también una de
las más manipuladas y mal interpretadas. No es la intención de Jesús dividir el
mundo en dos reinos, colocándolos a los dos en el mismo plano y en un mismo
nivel de igualdad. Tampoco quiere dar a entender que se trata de dos órdenes
separados, totalmente independientes uno del otro, uno que se ocupa de las
cosas terrenas, y otro que solo se ocupa de cosas espirituales.
No han faltado a lo largo de la historia
modelos políticos que se han inspirado en estas interpretaciones sesgadas, para
imponer modelos teocráticos o totalitarios opuestos a la libertad religiosa.
Hoy en día las encontramos presentes tanto en los regímenes comunistas que
pretenden encerrar a la Iglesia en las sacristías, como en los regímenes
liberales secularistas que quiere reducir la vida espiritual y religiosa al
ámbito subjetivo, intimista y privado.
La Iglesia, siguiendo el criterio asentado por
Jesús en esta respuesta, si bien reconoce la legítima existencia del estado y
por consiguiente su esfera propia y autónoma de actuación (Cfr. Vaticano II GS
No 36), deja bien claro que no es el valor supremo y que, por encima de él,
está Dios. De no ser así la humanidad quedaría, como lamentablemente ocurre aún
en nuestros días, siempre sometida a los poderes dominantes e imperiales de
turno.
Ya desde el Antiguo Testamento, sobre todo en
los escritos proféticos, como lo acabamos de escuchar, por ejemplo, en la
primera lectura de Isaías, se asienta claramente la supremacía de Dios sobre
los poderes terrenales. Por encima del gran monarca Ciro, con todo el inmenso
poder humano que ostenta, está Dios, están los designios de Dios y, aunque Ciro
no lo conozca ni lo sepa, no es él quien lleva las riendas de la historia: es
el Señor. “No hay otro dios fuera de mí.
Yo soy el Señor y no hay otro”.
La pregunta nos la dirige hoy a cada uno de
nosotros: ¿Cuál es la imagen y la inscripción que llevas sobre ti? Los seres
humanos no estamos hechos para reproducir las efigies idolátricas del yen, del
euro o del dólar. No debemos transformar en ídolos figuras políticas,
ideológicas, tecnológicas, artísticas, religiosas, deportivas. Nuestra
referencia es Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido hechos. Él es nuestro
creador; “en Él vivimos, nos movemos y
existimos” (Hech 17,27). No tenemos otros señores fuera de él.
Él no nos pide que sacrifiquemos a nadie. Nos
pide que, siguiendo los pasos de Jesús, nos entreguemos nosotros mismos a
promover entre nosotros y con tantos hombres y mujeres de otras razas, lenguas
y religiones, un mundo más justo, más fraterno, más amistoso y misericordioso.
Este es el mensaje fundamental que nos acaba de entregar el Papa Francisco en
su última encíclica “Fratelli Tutti”.
La tarea que tenemos por delante es ardua
porque los seguidores de Jesús estamos inmersos en este mundo, y no pocas veces
nos vemos envueltos en sus tramas de corrupción idolátrica. Necesitamos por
ellos, vivir más unidos que nunca. El aislamiento en el que nos mantiene la
pandemia es sumamente peligroso porque debilita nuestro sentido de cuerpo,
nuestra cohesión fraterna, nos induce a relativizar la importancia de la
oración, de la vida y de la celebración comunitaria.
Hermanos, Jesús nos invita a mantener nuestra
conciencia libre, lúcida. No nos dejemos domesticar ni anestesiar por los que
pretenden desestructurar la identidad de la persona humana, eliminando las
evidencias biológicas para moldearnos a su guisa, como seres asexuados,
indefinidos, maleables y plásticos. No permitamos que ningún ser humano se
erija en amo y señor de nuestro país, de nuestra sociedad, de nuestras familias
y de nuestras vidas. Nuestro único Señor es Dios tal como su Hijo Jesús nos lo
ha dado a conocer. “Nunca perdamos de
vista, como nos lo aconseja hoy Pablo,
que es él quien nos ha elegido”. “En ningún otro se encuentra la salvación; ya
que no se ha dado a los hombres bajo la tierra otro Nombre por el cual podamos
ser salvados” (Hech 4,12).
Carora, 18 de octubre de 2020
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador apostólico sede vacante de
Carora
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