DIÓCESIS DE CARORA
ADMINISTRADOR
APOSTÓLICO SEDE VACANTE
DOMINGO
XXX DEL TIEMPO ORDINARIO A-2020
HOMILIA
Lecturas: Ex 22,20-26; Sal
17; 1 Tess 1,5-10; Mt 22,34-40
Muy queridos hermanos y hermanas,
Jesús se encuentra en Jerusalén, cercano ya el
trágico desenlace de su misión. El evangelio relata una de las tantas
discusiones en las se traba con sus adversarios, que lo acosan con preguntas
maliciosas para desprestigiarlo ante el pueblo. Esta vez son los fariseos
quienes maliciosamente lo abordan con una pregunta: “¿Cuál es el mandamiento más importante de la ley?” Era una de esas
preguntas de las cuarenta mil lochas en las que esperaban que Jesús se quedara
enredado. La interpretación del Decálogo
sinaítico en las escuelas rabínicas, había producido una gran cantidad de
normas, prescripciones, leyes, hasta llegar al fantástico número de 613
mandatos. ¿Había que colocarlos todos en el mismo plano? ¿Había una jerarquía?
¿Cuál era el criterio de clasificación? ¿Qué era más importante: el culto a
Dios o la ayuda al necesitado?
Jesús responde citando dos textos del Pentateuco.
Ambos formaban parte del catálogo anterior. El primero el conocidísimo precepto “Shemá
Israel”: “Escucha Israel” que todo
judío piadoso recitaba tres veces al día: “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente” (Dt
6,4,) Y añade: “este es el primero y el
más grande”. Pero inmediatamente cita el texto del Levítico 19,18: “Y el segundo es semejante a este: “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo”. Y de una vez concluye: “En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.
La originalidad de la respuesta de Jesús está
en juntar dos textos bíblicos: uno sobre el amor que se le debe a Dios, y otro
sobre el amor que se le debe al prójimo, y colocarlos en el mismo plano de
importancia. Para Jesús estos dos grandes amores no solamente contienen los
demás 611 mandamientos y normas, sino que también resumen toda la Ley los
Profetas.
Al juntarlos, Jesús no los confunde. Son dos
mandamientos distintos: uno va dirigido a Dios como Padre. El otro va dirigido
a los demás seres humanos, con quienes coincidimos en el camino de la vida. El
amor a Dios es el amor primigenio, el amor fontal. Es con este amor, que dimana
del manantial divino, que el creyente está llamado a practicar el segundo amor.
No se pueden separar. El primero alimenta el segundo. El segundo da concreción
al primero. Jesús deja claro que su Padre Dios solo sentirá verdaderamente
amado por nosotros los hombres, si ve que nos acercamos a los demás seres
humanos, nos hacemos prójimo de ellos, los amamos.
El judío piadoso conocía los dos mandamientos
y los tenía claramente diferenciados. Practicaba el “Shemá” cumpliendo con los
mandamientos, yendo el culto, presentando ofrendas y ofreciendo sacrificios.
Entendía que el prójimo que tenía que amar era el extranjero, el huérfano y la
viuda que vivían en su pueblo o en el territorio de su clan. Fuera de esos
linderos no lo obligaba el mandato. Además, si era funcionario del Templo de
Jerusalén debía atenerse a la prescripción de la pureza legal. Acordémonos de la parábola del buen samaritano.
Los hombres del templo, que aparecen en la parábola del Buen Samaritano, no se
habían detenido a socorrer al hombre herido y tirado a la orilla del camino,
porque iban al culto y no podían contaminarse (Lc 10, 25-37).
Jesús le da otro significado a la palabra “prójimo”. No se trata de hacernos
prójimos solamente del extranjero, del huérfano y de la viuda de mi familia, de
mi pueblo, de mi clan. El amor al prójimo abarca e incluye a todo prójimo, todo
ser humano, sin excepción alguna. Es en este contexto que hay que ubicar y
entender las declaraciones del Papa Francisco sobre el trato que hay que darles
a los miembros de nuestras familias que presentaran tendencias hacia la
homosexualidad. Algunos grandes medios y
redes sociales, igual que los fariseos del evangelio de hoy, manipularon astutamente
las palabras de Francisco para llevar agua al molino de los grandes y poderosos
grupos promotores de la ideología del género. Amar en este caso no es
justificar, legitimar, es acoger, comprender, respetar, ayudar.
El amor incondicional a todo prójimo,
cualquiera que sea, se constituye en el principio fundamental para asegurarnos
de que en verdad amamos a Dios “con todo
nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente”. Solo el
amor concreto hacia un ser humano nos permite tocar a Dios con nuestro amor.
Como afirma claramente San Juan: “Nadie
puede amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano a quien ve” (1 Jn
4,20).
Mis queridos hermanos, llegados aquí, tenemos
que ir más allá y afirmar que la integración de estos dos amores en un solo
mandamiento, no solamente recoge y sintetiza toda la Escritura, sino también todo
el legado que Jesús quiso dejarle a sus discípulos. Es la enseñanza “prínceps”
de Jesús. Estos dos amores juntos hay otra. Los que quieran seguir a Jesús y
ser de los suyos no se pueden contentar con practicar el uno o el otro
separadamente. Es menester asumir y practicar el uno y el otro. El segundo
inspirado por el primero. El primero verificado por el segundo.
Estamos entonces delante de una nueva forma
humana de vivir, una nueva concepción de la humanidad en red, en relación. Los
seres humanos formamos un solo conjunto, en la casa común del planeta tierra.
Hasta ahora hemos desarrollado nuestras culturas y civilizaciones en términos
antagónicos, bélicos, de predominio de unos sobre otros, de la imposición por
la fuerza del más poderoso. De allí han brotado los sistemas económicos y
sociales basados en la competencia hasta la aniquilación o la absorción de los
adversarios, creando los grandes monopolios. Otros han entronizado el conflicto
como la clave del avance y del progreso humano.
Jesús propone el camino de la fraternidad, de
la amistad social como lo llama el Papa en su última encíclica “Fratelli tutti”,
que les invito a leer. Hemos llegado a un punto en el fantástico desarrollo de
nuestras capacidades tecnológicas y científicas a una encrucijada: o nos
hermanamos o nos destruimos todos juntos.
No hay nada en nosotros que no deba estar
volcado hacia Dios. No hay nada en nosotros que no deba estar volcado hacia el
prójimo. Hemos de aprender a vivir en nuestras familias, comunidades
eclesiales, movimientos, grupos y asociaciones, a la vera de Jesús en constante
y simultánea actitud de amor divino y de proximidad. No hay manera de amar
cristianamente a otro ser humano sino dejándonos insertar por el Espíritu Santo
en la corriente de amor de Jesús que brota de su costado abierto, de sus llagas
gloriosas, de su cuerpo resucitado, eucarístico y eclesial. Es desde Jesús crucificado, con Jesús
glorificado y por medio de su amor que nosotros podemos amar en espíritu y en
verdad a nuestro prójimo. Lo que Jesús nos está pidiendo es que le prestemos
nuestra vida, nuestra capacidad de amar, de servir, de entregarnos para seguir
él amando concretamente a seres humanos concretos Eso fue lo que hizo el
Venerable Dr. José G Hernández, entregarle su vida al Corazón de Jesús para que
se hiciera presente entre los venezolanos de toda clase y condición que lo
buscaron, pero con especial dedicación a los pobres y sencillos.
No temamos, mis hermanos, en poner nuestras vidas,
a la disposición de Jesús, para que él siga haciendo presente y real su amor, y
transforme tanto las dolorosas y complicadas realidades en acontecimientos
portadores de su reino de gracia y de salvación. Amén.
Carora 24 de octubre de 2020
+Ubaldo R Santana Sequera FMI
Administrador
apostólico sede vacante de Carora