MIÉRCOLES DE CENIZAS CICLO B
HOMILIA
ENFILA, TRAS CRISTO Y CON LA IGLESIA, TU VIDA HACIA LA PASCUA
“El ayuno que yo quiero
es éste: abrir las prisiones injustas, desatar las coyundas de los yugos, dejar
libres a los oprimidos, romper todas las cadenas; partir tu pan con el que
tiene hambre, dar hospedaje a los pobres que no tienen techo; cuando veas a
alguien desnudo, cúbrelo, y no desprecies a tu semejante” (Isaías 58)
Muy amados hermanos,
Comenzamos hoy, con este miércoles de cenizas, el tiempo de
Cuaresma. Es un tiempo fuerte que nos ofrece la Madre Iglesia para prepararnos
personal, familiar y comunitariamente a la celebración de la fiesta más
importante del cristianismo: la Pascua, es decir los misterios de la Pasión,
Muerte y Resurrección de Cristo. Esta fiesta es el eje central sobre el que
gira toda la fe cristiana. Tiene una duración de cuarenta días y concluye, el
jueves santo, con la celebración del Triduo Pascual. Para que este tiempo sea
altamente provechoso y lleguemos renovados a la meta, la Iglesia llama a todos
los fieles a la penitencia y a la conversión.
Todos somos pecadores. Todos estamos necesitados de
conversión. La convocatoria que hace el profeta Joel, en la primera lectura, no
deja a nadie afuera. Todos podemos ser mejores. No estamos llamados a vivir en
la mediocridad sino en la santidad, siguiendo el modelo de vida y de
comportamiento de Jesucristo.
Este tiempo de conversión y penitencia nos permite revisar a
fondo cómo estamos llevando adelante nuestra vida cristiana y examinar si
estamos viviendo de acuerdo a la gracia que recibimos en el bautismo. Se trata
de ver si estamos caminando en la buena dirección, o si estamos estancados, o,
peor aún, si estamos retrocediendo y dándole la espalda a Dios y a todos
nuestros compromisos cristianos. Cuaresma es pues el tiempo propicio para poner
orden en nuestra vida, revisar cuáles son las prioridades por las que nos
guiamos en nuestras decisiones y comportamientos. Se impone un escaneo profundo
para chequear la calidad de nuestras relaciones con Dios, con los hermanos, con
nosotros mismos y con la creación.
Ustedes me dirán, que están muy metidos tratando de resolver
las mil y unas dificultades de esta vida que se presentan diariamente una tras
otra y que no dan ningún tipo de tregua. Y que, por consiguiente, su prioridad
es conseguir comida, medicamentos, mantenerse lo más saludables posibles. Y eso
está bien. Pero una cosa no quita la otra. Más aún, pienso que, si estamos bien
conectados con Dios y contamos con su luz y su fuerza, más ánimo y vigor
tendremos para enfrentar las luchas y pruebas de esta vida.
Porque tengamos bien claro, mis hermanos, hoy las
dificultades son las necesidades que estamos padeciendo, pero mañana serán
otras las que nos agobiarán. Y no
podemos vivir de agobio en agobio, desgastándonos en la atención de las
vicisitudes diarias que no se pueden postergar. Para resolver los problemas
diarios no basta sumergirse en ellos, hay que aprender a trascenderlos.
Así que nos hace falta centrarnos en Dios, organizar nuestra
vida en torno y a partir de Él. El Señor no es ningún estorbo, ni tampoco un
elemento extra en nuestras vidas, que atendemos de refilón, en nuestros
tiempitos libres. Dios es el eje fundamental de nuestra existencia, es la
columna vertebral que sostiene lo que somos y vivimos. San Pablo nos enseña que
“En él vivimos, nos movemos y existimos”
(Hech 17,28). Sin El no somos absolutamente nada. Si él no nos sostiene vamos
perdiendo calidad humana y nos transformamos en lobos voraces que nos devoramos
los unos a los otros.

Sigamos el consejo de San Pablo en la segunda lectura de hoy.
No podemos perder la oportunidad que se nos ofrece ya que la vida es corta y hoy
estamos y mañana no. Solo Dios, y nadie más, nos puede salvar y ofrecernos la
participación en su vida eterna y amorosa después de nuestra muerte. Y él lo ha
hecho realidad a través de su Hijo Jesucristo, quien nos ofrece realizar con él
el camino de la cruz, que es el único camino que conduce a la salvación. Nos
toca pues darle un vuelco al timón y enderezar el velero de nuestra vida mar
adentro, hacia Dios, asumiendo con libertad y decisión nuestra cruz y caminando
tras Jesús.
Para que podamos llevar a cabo este cambio profundo de vida,
la Cuaresma pone a nuestra disposición tres poderosas herramientas que se
alimentan todas de la Palabra de Dios: la oración, la mortificación y la
caridad. Con la oración nos reconectamos directamente con Dios, sea a través de
la oración personal, familiar y comunitaria. Necesitamos intensificar la
oración, bajo la forma que más alimente nuestra fe. Con la mortificación aprendemos a dominarnos,
a asumir el control de nosotros mismos, a atacar de frente nuestras
debilidades, pasiones descontroladas y pecados capitales. Con la caridad, que
antes se señalaba con el nombre de limosna, hacemos realidad el mandamiento del
amor mutuo que Cristo nos ha dejado y le ofrendamos a nuestros hermanos nuestro
tiempo, nuestros talentos y nuestros bienes. Estas prácticas forman parte de
nuestro entrenamiento esencial como cristianos para correr en el estadio de
esta vida y llegar a resucitar con Cristo: “Todos
los atletas, nos enseña S. Pablo, se imponen una dura disciplina. Ellos lo
hacen para llevarse una corona (de laureles) que se marchita. Nosotros en
cambio, una que no se marchita. ¡Corramos pues de tal manera que la obtengamos!”
(1 Co 9,25).
La basura que se amontona aún en nuestras calles y avenidas,
nos lleva a poner nuestra mirada en la basura que se acumula en nuestros
corazones y que necesitamos recoger y sacar para tener una vida moral y
espiritual más saludable. Esta basura compuesta de violencias, odios,
rencores y resentimientos acumulados es altamente contaminante y nos impide
vivir en paz con nosotros mismos, con Dios y con el prójimo. Debemos luchar contra
esos males que nos amenazan con las armas del perdón, de la reconciliación, de
la convivencia y de la práctica insistente e incansable de la solidaridad. Ni
el mal ni la violencia se vencen reaccionando con mayores males y violencias
sino a fuerza de bien (1 Tes.5,14-15; Rom 12,17-21). El sacramento de la reconciliación es
uno de los dones que el Señor Jesús ha puesto a nuestro alcance para entrar en
la órbita de Dios y enrumbar nuestras vidas por los senderos de Cristo.
Cuaresma he de transformarse en una escuela
intensiva de amor incondicional y solidaridad desinteresada. Para ayudarnos a
tomar consciencia de la vocación cristiana y de los compromisos adquiridos con
el bautismo, se lleva a cabo, tanto en Maracaibo como en Cabimas, la Semana de Doctrina Social de la Iglesia.
Este año estará centrada en la conmemoración de los 50 años de la Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Medellín y reflexionar
sobre el compromiso cristiano ante las nuevas pobrezas. Formémonos todos en el
conocimiento y práctica de la Doctrina Social de la Iglesia.
Contamos también en Venezuela con la Campaña Compartir, programa que este
año alcanza su XXXVIII edición y se centrará, como el año pasado, en aportar
entre todos, nuestra colaboración solidaria para contrarrestar el problema de la
desnutrición infantil, a través del sistema SAMAN y su programa de atención
VIVERO. La campaña tiene también como finalidad fortalecer y ampliar en la
arquidiócesis la red de nuestras Cáritas parroquiales con miras a sensibilizarnos
sobre la problemática de las personas en situaciones de pobreza, de exclusión,
de vulnerabilidad y de hambre y organizarnos mejor para atenderlas.
Unámonos todos para combatir el terrible flagelo
del hambre y de la desnutrición que afecta a nuestros niños, inspirándonos en
Cristo Jesús que vino a este mundo para que todos tengamos vida y la tengamos
en abundancia (Cfr Jn 10,10) y nos asegura que todo lo que hagamos por uno de
nuestros hermanos más necesitados y humildes, por él mismo lo estamos haciendo
(Cfr. Mt 25.40).
El hambre es un terrible flagelo, un pecado
social que atenta contra el derecho fundamental de todo ser humano a la vida y
a su integridad física. Es una grave degradación moral y humana, enriquecerse
con el bachaqueo, a costa del hambre de los pobres. Si los encargados de velar
por la salud la vida de nuestros niños, no están en capacidad de asegurarla,
tienen la grave obligación moral de facilitar cualquier mecanismo internacional
de ayuda inmediata. Si bien los gobernantes tienen una particular
responsabilidad, se trata de una tarea de todos. No basta señalar el mal y
denunciarlo. Tenemos que formar parte de la solución. Tenemos que unir nuestras
fuerzas para impedir que un solo niño muera o quede malogrado de por vida, por
falta de comida adecuada y nutritiva, para que se fortalezca el principio de
subsidiariedad y la valoración prioritaria del bien común.
Hermanos, pongamos en camino llenos de ánimo y esperanza. No
estamos solos. Cristo camino delante de nosotros. Caminar con él, llevar
nuestra cruz, significa experimentar la fuerza del amor por la humanidad, que
lo sostuvo y le permitió ser fiel hasta el final al proyecto de salvación que
su Padre le encomendó. No caminamos solos. Él es un torrente inagotable de
misericordia y perdón en el cual nos podemos sumergir. El viene de parte de
Dios Padre a ofrecernos una vez más este tiempo de gracia y salvación.
Recordemos las palabras del hermoso salmo 103:
Él perdona todas tus
culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.
Toda la Iglesia, se pone en movimiento. No perdamos de vista
la meta: llegar a las fiestas de Pascua con un corazón plenamente limpio y
renovado, listos y dispuestos para reasumir con nuestros hermanos los
compromisos que adquirimos el día de nuestro bautismo, de ser, vivir, sentir y
comportarnos como discípulos misioneros de Cristo Jesús.
Catedral de Maracaibo, 14 de febrero de 2018
+Ubaldo R
Santana Sequera FMI
Arzobispo de
Maracaibo
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